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Red Internacional
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MENTE SANA EN CUERPO SANO. El deporte como arte o como alienación

El paradigma de la eficacia deportiva, esa aplicación de la tecnología y el análisis minucioso para su aplicación de entrenamientos específicos, transforma al deportista y su cuerpo en una máquina. La alienación del deportista, como la del obrero, hace que la finalidad del juego a veces se pierda. Pero el romanticismo siempre vuelve por sus laureles.

Sábado 30 de enero de 2016

Esa pegada de David Beckham era eficaz, cien por ciento. Pero a uno le sigue gustando la patada fina de un Bochini, dueño de una emboquillada exquisita. El aro en la NBA quedó “petiso” a inicios de los años 2000 de tanto abuso de la capacidad de salto. Esos basquetbolistas parecían jugadores de Fútbol Americano, pero hasta Lebron James se tuvo que reinventar a sí mismo con ese “vulgar” euro-step con el que Manu Ginóbili volvió locos a todos los entrenadores. Usain Bolt, ese flaco que como Lauven Vogelio en el cuento de Fontanarrosa pareciera va a desaparecer en medio de la pista, llega a la meta casi frenando del festejo anticipado, mientras el resto se sigue inyectando esteroides y aumentando sus muslos y pantorrillas.

En la época del neoliberalismo rabioso los deportes más profesionalizados movilizaron un aparato tecnológico dispuesto para la más absoluta disposición de los cuerpos de los atletas. Como en esa mentira de Rocky Balboa contra el ruso soviético Ivan Drago, donde el comunista sin sangre ni pasión, entrenado con el sustento del aparato militar estalinista, es finalmente derrotado por un “americano” que tiene ese plus moral porque “se la juega” por sus valores, que no son ni más ni menos que el amor a su familia, a la que siempre tuvo que mantener, incluso con los millones y millones de los que gozaba. Al margen de esa película de lenguaje básico, la realidad es que esa forma de entrenamiento se volvió paradigma, y nació en el propio EEUU.

La más detallada revisión de los partidos por la TV para su pormenorizado estudio, periodistas de estadísticas; entrenadores para la defensa, para el ataque, psicólogos, un amplísimo arco de preparadores físicos para puestos específicos dentro de la cancha; todo ese despilfarro de riqueza social sólo podría desarrollarse en su máxima potencia en tierra estadounidense. Los planteos de tácticas ultra-complejas, miles de formas de” parar en la cancha” a los jugadores; los entrenamientos de astronauta para pilotos de F1; todo esto fue en desmedro del juego equipista, de la inspiración en una jugada o en una maniobra, que tienen tanto de improvisación como de arte.

Cuando el obrero industrial realiza su parte del trabajo, éste se le presenta como un objeto al que tiene que manipular como parte de un engranaje más, y esa actividad, repetitiva hasta el embrutecimiento, es lo que le da la posibilidad de sobrevivir día a día ganando su sueldo, para poder continuar con esta vida. Como en la película “La clase obrera va al paraíso”, el obrero gana rapidez, pero a su vez pierde creatividad, su interés en lo que realiza pierde todo sentido porque no debe poner nada de su imaginación e ideas para tal producción. Es una alienación del cuerpo, que genera un stress mental, que retroalimenta el círculo. Y así como el obrero, el deportista, bajo este paradigma capitalista de total eficacia para desarrollar el negocio, también se transformó en un apéndice de la maquinaria.

El negocio multimillonario en el deporte forzó la vara hasta límites incalculables. La asociación de fútbol americano, la NFL, quizás la entidad deportiva más grande de todas, escondió durante años los efectos post-traumáticos en cerebros de grandes jugadores retirados, hasta que las muertes y suicidios hicieron imposible seguir ocultando la cosa. Peligraba todo el andamiaje profesional de millones y millones de dólares, al servicio de unos pocos. La amplísima injerencia de la tecnología llegó al caso límite en el caso del ciclista Lance Armstrong: toda una corte de médicos y aparatología dispuesta para la transfusión de sangre, que tenía como único objetivo limpiar la sangre y evitar el positivo en el anti-doping. Y así fue como ganó 9 veces el Tour de France, perdiéndolos luego en la Justicia por haber “quebrado y cantado” uno de sus médicos.

Frente a todo esta parafernalia que llegó para quedarse, la alienación del cuerpo fue inevitable. Un fútbol que aburría y aburre por estar lleno de planteos tácticos y capacidades físicas, vacuo de fútbol durante los 90 minutos. Deportistas que como Rafael Nadal en el tenis, llegan a la cima para romperse rodillas, o muñecas, por estar en larguísimas temporadas dando su máximo potencial. Pero no todo en este circo capitalista es basura. Allí estuvo el tiqui-tiqui de Pep Guardiola en Barcelona, con el capitán de fútbol con la mejor mentalidad equipista y de “fair-play” en muchísimos años, la bestia Puyol. Ese fútbol agarró los mejores cuerpos, las mejores destrezas individuales, les hicieron un necesario “reset” e iniciaron una era totalmente distinta, de la que aún disfrutan no sin cambios dentro de esa continuidad de ciclo.

En el rugby surgió la paradoja de lo excepcional: por tires y aflojes de elites dirigenciales, el rugby argentino sigue en el amateurismo en todo el país, pero la estructura que comanda la UAR mueve ya varios millones en pos de mantener unos 60 jugadores aproximadamente que nutran la selección para el Rugby Championship, los “test” anuales y los mundiales. Y esa combinación sui generis hizo del rugby Puma un paradigma de juego respetado por toda la elite mundial. Ellos “juegan a la pelota”, y mostraron que volver a un estilo de ataque ochentoso “garpa”, siempre cuidando lo conquistado en la anterior etapa donde miraba más a Europa que a Oceanía y Sudáfrica.

En la NBA es San Antonio Spurs quien mantiene un estilo tradicional de juego, basado en pases, pases y más pases, gobernado por un tridente gigantesco, el más ganador de toda la historia de este deporte: Duncan-Parker-Ginobili. Ese básquet, al que se le podría sumar el gordo Diaw, de una técnica y lectura de juego prodigiosa, o Leonard y otros más de calidad; es dis-tin-to. Y hace años vienen puliéndolo.
Estos tres ejemplos tiene algo en común: en un sentido son un giro “neo-romántico” frente al paradigma competitivo basado en las tecnologías. No siempre ganan, no todo el día son campeones, pero son los que quedan en la historia. Y eso lo logran porque ponen al deporte ahí, al lado del arte, donde nunca tuvo que haberse alejado...