Este mes se cumplen 120 años del nacimiento de Borges. Para empezar a meternos en tema, compartimos una genealogía de uno de sus personajes más entrañables. ¿Qué tiene que ver el insólito autor de El Quijote con Carlitos Marx? ¿Qué opinaba Borges sobre el plagio? Averigualo a continuación.
Cecilia Rodríguez @cecilia.laura.r
Sábado 10 de agosto de 2019 00:00
Diseño de imagen: LIDteratura. Para el fondo se utilizó la obra “Molinos Gigantes” del artista Jacques Villares
Louis Ménard nació en París en 1822. Parece que un compañerito de escuela —de apellido Baudelaire— le pegó el hábito de fumar hachís y, ya adultos, terminaron por fundar el Club des Hachichins. Con todo, pasó a la historia por otras cosas: fue químico y poeta.
En 1848 participó de la revolución. Forzado a exiliarse, conoció a Marx, que le publicó un poema donde denunciaba la represión contra la París de las barricadas. Gracias a una carta firmada por David Riazanov (bolchevique y estudioso de la obra de Marx y Engels) accedimos a unos fragmentos del poema, que publicamos al finalizar esta nota. (Notarán que Louis no estaba muy canchero con el uso de sinónimos: nueve veces usa la palabra sangre, aunque a decir verdad el furcio da una idea de la brutalidad contra revolucionaria)
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En fin. Esta trayectoria literaria no del todo favorecida por las musas hubiera quizá pasado al olvido si no fuera porque Jorge Luis Borges decidió inmortalizarla. Parece que el famoso cuento “Pierre Menard, autor del Quijote” está basado en nuestro amigo Louis. Al menos así lo sospecha el biógrafo Emir Rodríguez Monegal.
En su repaso por la vida del escritor argentino, Monegal apunta que la idea del cuento le vino a Borges mientras leía “Paseos literarios” de Remy De Gourmont. Allí se hace referencia a nuestro Louis como un “místico pagano” que intentó “reescribir ciertas obras perdidas de los trágicos griegos” y publicó una versión del “Prometeo liberado de Esquilo (obra perdida), que escribió en francés para comodidad de sus lectores, aunque hubiera preferido usar el verdadero griego de Esquilo”.
Salta a la vista el paralelo con Pierre Menard, que quiere reescribir tal cual el Quijote de Cervantes y se pone a estudiar español antiguo para tal empresa. Solo que el cuento borgeano lleva la cosa al absurdo, porque allí donde Louis buscaba llenar un vacío, (reescribir una obra perdida), Pierre creaba el vacío para después llenarlo: olvidar el Quijote —y la historia misma de Europa desde 1602— para volver a escribirlo.
Louis no tiene el original de Esquilo a mano. No puede copiarlo. Pierre tiene el original pero se niega a copiar. Se obliga a olvidar aquello que leyó a los 12 o 13 años, o, más bien, se impone considerar el recuerdo como “la imprecisa imagen anterior de un libro no escrito”. Así, llega a reconstruir los capítulos IX, XXXVIII y un fragmento del XXII.
El narrador borgeano dirá que, aunque idénticos, las versiones de Menard son “más sutiles, más ricas”. Incluso confiesa que actualmente lee “el Quijote —todo el Quijote— como si lo hubiera pensado Menard”.
El relato se mete de lleno en la eterna polémica sobre el plagio. La obra de Menard ¿es un robo?, ¿una copia burda?, ¿una reproducción no autorizada de la propiedad intelectual de otro? ¿O es, producto del desfasaje temporal, una obra totalmente nueva, portadora de un nuevo sentido? La actitud borgeana parece acercarse a la segunda opción y puede linkearse con algo que dice en el relato Tlön, Uqbar, Orbis Tertius:
“No existe el concepto de plagio: se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo”
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Podrá decirse que este anarquismo literario de Borges no se condice con su furioso derechismo a la hora de concebir la propiedad, no ya intelectual, sino política y económica. El autor, conocido por sus posturas gorilas y nacionalistas, se opuso a cualquier intento del pueblo trabajador de “reescribir” para sí la riqueza nacional.
De esta contradicción, llegamos a María Kodama. Atenta defensora del derecho de herencia (que le puso dos millones de euros en el bolsillo cuando pasó las obras completas de la editorial Planeta a Random), la viuda tiene a bien hacerle juicios por plagio a todo aquel que se atreva a reescribir o incluso a publicar cosas que decía Borges. Pierre Menard no tuvo que lidiar con tales cosas.
En este raro juego de espejos, hay que decir algo más sobre nuestro Louis. Conciente de sus limitaciones como escritor, el francés estudió química y terminó por inventar el colodión: una sustancia que luego se utilizaría para el revelado de fotografías (el arte de “copiar”, dicho sea de paso). La cosa es que al pobre Louis le plagiaron el invento: un investigador estadounidense “redescubrió” el colodión y logró obtener una patente internacional. El apellido del yanqui, por si faltaran ironías, era Maynard.
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PD: Está nota está plagiada del libro “Sobre el plagio” de Hélène Maurel Indart.
Corderos, de Louis Menard
Cuando el día esperado, el día inevitable
De las justas expiaciones
Venga para barrer una raza culpable
En el viento de las revoluciones;
Entonces, todos los dolientes que hablan de clemencia,
Aquellos a quien el verdugo asusta,
Aquellos por quien la justicia es ira y venganza,
El crimen de debilidad y desgracia,
Volverán a nosotros gritando que el castigo es impío,
Que es grato perdonar, no castigar,
Y, cuando la sangre derramada se vuelva sangre pura
Hablaremos de arrepentimiento.
Diosa invocada por los fuertes y rudos siglos,
Por quien todo asesinato ha sido vengado,
(O) Santa Némésis, ver nuestra decrepitud:
Tu arcilla en férula se transformó.
Filósofos profundos, declamadores sublimes
Que echan un vistazo de amor
Sobre el asesino maldito, que la sangre de las víctimas
Sobre ustedes caiga en los últimos días.
¡Sin gracia! Pensemos en la muerte de nuestros hermanos
en tantos males inexpiables
Y que su recuerdo en profunda ira
Transforme las cobardes misericordias.
Pensemos en los días de sangre, de saqueo y de ruina,
En nuestros suburbios bombardeados,
El cañón respondía a los gritos de hambre,
A nuestros muros inundados de sangre.
Una violación impura, profanando a la virgen en agonía
Que pelea y maldice su belleza
Cuando sobre los cuerpos sangrantes,
Grita la inmunda voluptuosidad.
A los vencidos desarmados cuya multitud sangrienta
Se tensa y se retuerce bajo el fuego,
La sangre fluye sobre la carne jadeante
Gritos de asesinato y denuncias de muerte.
Al aplauso de las mujeres, en las plazas,
Los cuerpos caerán por miles,
Y cuando los matarifes cuyas manos estaban cansadas
De haber matado tres días enteros,
Ustedes coronaran sus frentes, y sus mujeres
Orgullosas golpearán sus manos y creerán ver
Esos cosacos sangrantes que una vez fueron queridos por sus madres,
Y agitarán sus pañuelos hacia ellos.
Y luego, el día después de la victoria impía,
La horrible denuncia;
Después del asesinato, la fría calumnia,
La implacable proscripción;
Luego las mazmorras sin aire, cuyas oscuras bóvedas
Sofocaban los gritos de los moribundos,
Donde los verdugos reabrían las recientes heridas
Y molían los miembros lastimados.
¡Oh! ¡Que hayan absuelto de antemano nuestras represalias
Cuando nuestros brazos sean desatados!
Pensemos en las muertes: hay que hacer grandes funerales
A nuestros hermanos asesinados.
¡Nuestro turno finalmente! A ti primero, nuestros maestros,
Nuestros representantes, nuestros elegidos.
¡Vil tropa de asesinos, de cobardes y traidores,
Arrodillaos! ¡Desgraciados los vencidos!
¡El día de la justicia ha venido, sin gracia!
Ni rezos ni arrepentimientos
Nada impedirá que beses cada lugar
Donde fluya la sangre de los mártires.
Tú, el ciego instrumento de su fría cólera
Tornillo cargado de execración;
Ojalá que en tu cabecera el espectro de tu hermano
Se levante, el Pueblo es vengado.
Tú que naciste en nuestras filas has traicionado a tus hermanos,
A los pueblos eternamente flagelados,
De ese poder que pagas a implacables sicarios,
Esclavos, criados de verdugos,
Y tú, vil traficante, raza baja y rastrera,
Que, en los días malditos, ibas
(soulant) de oro y vino la horda rugiente
De asesinos y mercenarios.
¡Lejos de aquí! ¡Tu profanas el aire puro de la patria!
Ya, terrible y amenazante,
El pueblo es lo que vale, ¡oh! Huye, olvidan
Que la sangre sólo se lava con sangre.
Para mí, si soñé con cetro y poder,
Es por la felicidad de sostener
El impasible cuchillo de la santa venganza,
Y el derecho sagrado de castigar.
Pero el crimen por doquier me daría igual castigo,
El crimen es veloz, el remordimiento lento,
Y con frecuencia el asesino roe y rompe su cadena
Mientras que la víctima espera.
Yo iría en el cadáver denunciando las torturas,
El día de la expiación,
Ojo por ojo, diente por diente, herida por herida,
La antigua ley del talión.
Y desearía también sacudir el polvo
De siglos hundidos en el olvido,
Evocar el dolor sucio, y satisfacer
Todas las muertes que no han sido vengadas.
Porque la expiación es grande y santa,
Y, como un reproche eterno,
Los dolores sin venganza elevan una planta
Que se monta de la tierra hasta el cielo.
Y por miedo a que se dijera que esta ley suprema
Podría ser olvidada una vez,
Para absolver el cielo el hombre ha creído que Dios mismo
Tuvo que expirar en una cruz.
Louis Ménard
Cecilia Rodríguez
Militante del PTS-Frente de Izquierda. Escritora y parte del staff de La Izquierda Diario desde su fundación. Es autora de la novela "El triángulo" (El salmón, 2018) y de Los cuentos de la abuela loba (Hexágono, 2020)