El régimen político heredado de la dictadura y la “transición”, es propicio para el surgimiento de gobiernos bonapartistas. El hecho de que en Chile exista constitucionalmente la figura de “presidente de la república” con la capacidad de decidir el estado de excepción, es una clara muestra de este rasgo estructural. En términos estrictos, consideramos que el gobierno de Piñera puede inscribirse en la definición marxista de pre-bonapartismo.
El teórico y político florentino Niccolò Machiavelli, en 1532, le recomendaba a quien gobierna (el príncipe), “pensar en evitar todo aquello que lo pueda hacer odioso o despreciado”. El giro político que dio Sebastián Piñera al declarar el estado de emergencia como reacción a la rebelión popular, revela una profunda incomprensión de esta lección política.
Piñera, el odiado
Antes de llegar a esa conclusión, en El Príncipe, Machiavelli se pregunta “si es mejor ser amado que temido o viceversa” y responde que “es mucho más seguro ser temido que amado cuando se haya de renunciar a una de las dos.” Según el florentino, “el temor emana del miedo al castigo el cual nunca te abandona”.
¿Qué combinaciones implican una mayor gobernabilidad para el príncipe? Machiavelli responde que “el príncipe debe […] hacerse temer de manera que si le es imposible ganarse el amor, consiga evitar el odio, porque puede combinarse perfectamente el ser temido y el no ser odiado”. Piñera no se ha ganado el amor. Y cuando quiso producir temor con su giro a usar la coerción militar y policial para acallar la rebelión popular, sólo generó odio. Sectores populares y sectores medios, jóvenes y viejos que vivieron la dictadura: a nadie le agradó la imagen de los milicos en las calles ni las violaciones a los Derechos Humanos cometidas por represores desbocados.
Ya no se trata de datos de encuestas: ahora son los muros de las calles de todo Chile los que registran ese odio. Los gritos en las manifestaciones. El clamor contra el gobierno es reconocido en matinales, en conversaciones de la calle y en el mundo político. No hay ninguna duda de que no tiene ningún tipo de hegemonía en el actual escenario político.
Un ensayo bonapartista
La noticia de la seguidilla de hechos de violencia ejercida por el Ejército y Carabineros, se propagó en las redes sociales, en las asambleas y en las calles. Las cloacas del Estado reverdecieron durante algunos días: la crucifixión de detenidos en una comisaría de Peñalolén, las detenciones ilegales, el uso de una estación del metro como centro de detención y tortura, las golpizas con lumas, los disparos al cuerpo, el asesinato, los abusos sexuales: todo un arsenal represivo desatado por el estado de excepción constitucional.
El revolucionario, León Trotsky, señalaba que el “bonapartismo” es “el régimen en el cual la clase económicamente dominante, aunque cuenta con los medios necesarios para gobernar con métodos democráticos, se ve obligada a tolerar -para preservar su propiedad- la dominación incontrolada del gobierno por un aparato militar y policial, por un "salvador" coronado. Este tipo de situación se crea cuando las contradicciones de clase se vuelven particularmente agudas; el objetivo del bonapartismo es prevenir las explosiones.”
A nuestro modo de ver, el giro que tuvo el gobierno después de la aguda revuelta del viernes 18 de octubre es de carácter bonapartista. Las jornadas revolucionarias marcan, precisamente, una agudización de las contradicciones de clase. Piñera usó al aparato militar y policial e impuso el toque de queda, precisamente para prevenir explosiones mayores.
Sin embargo, siendo ese el giro, nos parece que el gobierno de Piñera aun no se transforma en un bonapartismo consolidado, pues la preponderancia del aparato militar y policial no llegó a un nivel incontrolado ni a una mimesis con el gobierno.
Iturriaga desdijo la guerra que Piñera declaró el domingo 20. Ni de los cálculos del imperialismo ni de la dinámica de la lucha de clases se desprendió una necesidad de una permanencia del Ejército en la gestión del poder gubernamental.
La necesidad de una contrarrevolución como en 1973, cuando fueron liquidadas las organizaciones políticas y sindicales del movimiento obrero y los sectores populares, tampoco es un hecho comparable. Hay “caja” en el Estado para medidas sociales: por eso Piñera quiere paliar con subsidios las demandas populares. Tampoco se generalizó un cuestionamiento a la propiedad privada capitalista y la entrada de la clase trabajadora hasta ahora fue controlada por las burocracias sindicales. Por eso no ha sido aún más radical la intervención militar. Piñera todavía cuenta con los medios necesarios para gobernar con “métodos democráticos” (aunque profundamente degradados) y hasta cierto punto fue presionado por diversos intereses en la propia burguesía y el imperialismo a través de los medios de prensa para superar rápidamente el momento excepcional.
¿Qué es entonces el gobierno de Piñera? En términos estrictos, consideramos que el gobierno de Piñera puede inscribirse en la definición marxista de prebonapartismo.
Trotsky escribía que “como puente entre la democracia y el fascismo (en 1917 en Rusia como "puente" entre la democracia y el bolchevismo), aparece un "régimen personal" que se eleva por encima de la democracia y concilia con ambos bandos, mientras, a la vez, protege los intereses de la clase dominante; basta con dar esta definición para que el término bonapartismo resulte totalmente aclarado.” En su ensayo de bonapartista, Piñera no quiere eludir el momento de la conciliación. Por eso, en su cuenta de Twitter, después de la marcha más grande de la historia, calificó a ésta como “multitudinaria, alegre y pacífica”. En la marcha, para Piñera “los chilenos” pidieron “un Chile más justo y solidario” y abrieron “grandes caminos de futuro y esperanza.” “Todos hemos escuchado el mensaje. Todos hemos cambiado. Con unidad y ayuda de Dios, recorreremos el camino a ese Chile mejor para todos.” ¡Un importante contraste con su discurso de la noche del 20 de octubre cuando abrió diciendo que estamos en una guerra contra un enemigo poderoso!
Bonapartismo y lucha de clases
El desafío al toque de queda en múltiples puntos del país, la permanencia de cientos de miles de personas en las calles, cuestionó el papel disuasivo de los milicos y las medidas excepcionales. Después de que estalló la rabia contra las alzas había el viernes 18 de octubre y el sábado 19, con barricadas, incendios y saqueos, se puso en juego la capacidad del aparato militar y policial para mantener el orden en la ciudad de Santiago. El odio plebeyo se propagó como el fuego en todo el país.
Trotsky escribía que “se puede decir que oficialmente se abre en un país una etapa prerrevolucionaria (o prefascista) en el momento en que el conflicto entre las clases divididas en dos campos hostiles traslada el eje del poder fuera del Parlamento. Por lo tanto, el bonapartismo caracteriza el último plazo con que cuenta la vanguardia proletaria para la conquista del poder.” Trotsky decía que como régimen, el bonapartismo era bastante característico de los momentos prerrevolucionarios, cuando las contradicciones de clase se hacían agudas pero no al punto de abrir la carrera de velocidades definitiva entre revolución y contrarrevolución.
En Chile, estaríamos aun en un momento anterior. Por eso hablamos de un ensayo bonapartista y no de un régimen. El régimen político heredado de la dictadura y la “transición”, es propicio para el surgimiento de gobiernos bonapartistas. El hecho de que en Chile exista constitucionalmente la figura de “presidente de la república” con la capacidad de decidir el estado de excepción, es una clara muestra de este rasgo estructural. Fue precisamente el uso de las facultades en tanto presidente por parte de Piñera, el hecho que sacó las cosas “fuera del Parlamento”. A la calle. El hecho de haber ido escalando desde la “ley de seguridad interior del Estado”, al “estado de emergencia” y luego al “toque de queda”, sólo incrementó el rechazo a su gobierno.
Ahora bien: el hecho de que el escenario en términos económicos no sea catastrófico y el rol del PC y el FA que presionan para que Piñera negocie con la “mesa de unidad social”, reconociendo a Piñera como interlocutor pese a los asesinatos, ha mermado –en lo inmediato- la probabilidad real de que el gobierno de Piñera caiga y comienzan a retornar el centro de gravedad de la situación del país, al parlamento y los palacios.
Trotsky escribía que “la ofensiva de las fuerzas plebeyas o proletarias contra la burguesía dominante” –entre otras variantes- puede resultar en un régimen bonapartista. En el caso de Chile, luego de las jornadas revolucionarias, es el espanto de los capitalistas a perder sus privilegios, lo que actuará como un factor de bonapartización del régimen. El gobierno de Piñera dio un paso sin retorno al dictar el estado de excepción y el toque de queda para la mayoría de la población del país.
Sectores de extrema derecha como Acción Repúblicana de José Antonio Kast, pugnarán por transformar este ensayo en un régimen. Por izquierda, cientos de miles, que han experimentado en carne propia como un “gobierno electo democráticamente” recurre a un método autoritario, se abrirán la pregunta de cómo hacerle frente a la fuerza del Estado capitalista para luchar por las demandas del pueblo trabajador.
Sean cuales sean los escenarios que surjan, se terminó el Chile evolutivo, el oasis del que hablaba Sebastián Piñera algunas semanas atrás. La lucha de clases ha llegado para quedarse. La ilusión de producir un nuevo “pacto social” a la que contribuyen el Frente Amplio y el PC, aunque momentáneamente pueda encantar, no negará las tendencias más profundas que se han abierto en el país. Sólo una izquierda que piense su estrategia basándose en la lucha de clases y en la fuerza de la clase trabajadora en alianza con los sectores oprimidos, podrá prepararse para vencer. Es el proyecto que defendemos desde el Partido de Trabajadores Revolucionarios.
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