El primer registro de la llegada de colonos europeos a las tierras del Río de la Plata data de 1502, diez años después de que Cristóbal Colón iniciara la sangrienta historia moderna en el “nuevo mundo”.
Miércoles 12 de julio de 2017
Fue justamente Américo Vespucio quien dio cuenta de un río de veinte leguas de ancho, el italiano que fuera homenajeado con el nombre del continente por quienes, disfrazados de moral y civilización, trajeron exterminio y devastación.
A la fecha, llevamos 515 años de genocidio y etnocidio sin tregua de todas las culturas, comunidades y tribus, es decir, hombres, mujeres y niños que han habitado estas tierras por milenios. Antes con la cruz y la espada al servicio de la realeza, la nobleza y los mercaderes; en el siglo XIX con la Remington y la agricultura a gran escala al servicio de las nuevas burguesías nacionales y sus socios imperialistas; hoy con el aparato represivo del estado burgués al servicio del gran capital nacional e internacional, los autócratas y los tecnócratas.
Las herramientas y estrategias bélicas, económicas, políticas y culturales se han ido transformando en estos más de cinco siglos de vejámenes, violaciones, masacres, mentiras, traiciones y conspiraciones. Pero lo que no ha cambiado es la voracidad del hombre blanco y sus primos mestizos, hoy en la investidura de políticos y empresarios americanos, en pos de destruir a todo aquello que no adopta su corrupta cosmovisión. Una consmovisión compuesta de diversas ficciones, como las leyes, las instituciones democráticas, el capital financiero, las corporaciones multinacionales, la cultura mainstream, el entretenimiento y el consumismo; al fin, una cosmovisión que algunos sintéticamente prefieren llamar globalización y, otros, inconformes con tal palabra, eligen denunciarlo como neocolonialismo.
Un episodio en apariencia pequeño en el marco de tamaña historia de crueldad y opresión contra los pueblos originarios (en todos los rincones del planeta) tuvo lugar en una capital del sur occidental, Buenos Aires. Siete compañeros fueron detenidos ilegalmente y a traición el martes 4 de julio en las inmediaciones de Tribunales. Sucedió al cierre de una jornada de protesta por la inmediata liberación del lonko mapuche Facundo Jones Huala y el cese de la represión a los pueblos originarios.
Según diversos medios alternativos, Facundo fue detenido violentamente luego de negarse a ser extraditado a Chile. Del otro lado de la cordillera, donde el etnocidio también continúa sin piedad, pretenden imputarlo por un cargo del cual ya había sido previamente sobreseído. En un claro artículo publicado por el sitio Izquierdos Humanos se revela el entramado geopolítico del ataque contra Facundo, que involucra desde los servicios de espionaje y el robo de tierras durante la autocracia kirchnerista, hasta la Gendarmería de Patricia Bullrich, varias corporaciones mutinacionales y los propios autócratas en el poder, Michelle Bachelet y Mauricio Macri.
Los grandes ganadores –y ocultos impulsores- del etnocidio en el siglo XXI son, por supuesto, los ilegítimos capitales extranjeros, a los cuales se les han regalado grandes extensiones de tierra, jugosos negocios, y leyes que protegen y amparan su libertad para dañar la naturaleza y engordar las cuentas bancarias de todos los actores involucrados. El rol del estado burgués, en todo momento y lugar sobre el cual requiera imperar, es el de garantizar el control de la población civil mediante el aparato represivo, ayudado por la explotación laboral, el miedo a no llegar a fin de mes, las adicciones del más diverso tipo y el circo multimediático.
La persecución a Facundo Jones Huala se da en un contexto de recrudecimiento de las políticas violentas y etnocidas contra los pueblos originarios, en éstas y otras regiones del planeta. El etnocidio fue, es y será la única y real política de estado de las aristocracias y las burguesías, tanto las occidentales como las occidentalizadas. Es una política de estado que nació en lo que hoy conocemos como República Argentina cuando un puñado de europeos levantó Santa María del Buen Aire en 1534, a las orillas del “mar dulce”. Desde entonces han pasado los virreinatos, los falsos patriotas fundadores de la república burguesa del siglo XIX, los “demócratas” y dictadores del siglo XX, desembocando en la autocracia contemporánea. Todos etnocidas.
Desde la asunción del nuevo gobierno autócrata en diciembre de 2015, el aparato represivo del estado burgués ha actuado con ferocidad y crueldad en Jujuy, Salta, Chaco, Formosa, Santiago del Estero, Córdoba, Catamarca, San Juan, Río Negro y Chubut, intensificando la enorme violencia contra los pueblos originarios (y las comunidades y colectivos que adhieren a su causa), negando su eterna lucha por la autodeterminación. Se trata de una violencia desatada, tan parte de la herencia recibida como la inflación, la extranjerización de las tierras y los recursos naturales, la proliferación de los transgénicos y la devastación minera.
A solo días de la asunción del nuevo autócrata, hijo de un burgués enriquecido durante la última dictadura militar, se favoreció con leyes y resoluciones la continuidad del vertiginoso avance de la minería a cielo abierto en todo rincón donde hubiera una posibilidad de lucro con minerales, así como las políticas de extranjerización ilegal e ilegítima de tierras, el desmonte para la agricultura transgénica y la continua represión a las luchas populares. Estos no son más que algunos elementos particulares de la situación en estas latitudes, pero que sin duda ayudan a desentrañar la red de estrategias y acciones del neocolonialismo por estos días.
Sin embargo, existe ese otro factor que persiste al paso de la historia: la resistencia. Viedma, el Bolsón, la punilla y la sierra chica cordobesa; la voz de los oprimidos se hace sentir en las calles, en el monte y en el altiplano, sin importar cuantas voces se reúnan ni cuantas veces sean atacados por la cobardía del aparato represivo del estado burgués.
Un foco de lucha tuvo lugar en la esquina de Talcahuano y Tucumán el martes 4 de julio. Estuvo conformado por un heterogéneo grupo, entre los que se contaban miembros de organizaciones de pueblos originarios, colectivos urbanos y militantes independientes. Se convocó para las 11 de la mañana en la esquina de Tribunales, a donde se acercaron unos cien compañeros, con banderas, voces, volantes informativos y una verdad en su corazón.
Con gritos de protesta y palabras honestas, le contaron a la urbe que a los pueblos originarios los siguen matando. El aparato represivo del estado, con una treintena de uniformados, cuatro o cinco patrulleros y algunos oficiales de civil, observaba en silencio, merodeando los alrededores de la protesta. Al menos tres de ellos filmaban a los compañeros, y no por curiosidad, sino para que los que allí se expresaban no se olviden que siempre están siendo vigilados.
Un rato después de las 12, tres personas que aparentemente formaban parte de la protesta –no queda claro dado lo que se conversó en la asamblea de desconcentración- armaron una línea de fuego en sobre la calle Talcahuano justo antes de la bocacalle. Fue el único momento en que el tránsito quedó interrumpido por la protesta. Tres policías no uniformados atacaron a mano limpia a los que armaron la línea de fuego, y al menos dos de ellos se fueron de la protesta. Ahí comenzaría el plan del aparato represivo para efectuar un ataque a traición. Empezaron a llegar carros hidrantes y unas tres centenas de uniformados, incluyendo no menos de doscientos miembros bien armados de la guardia de infantería, que se formaron a lo largo y a lo ancho de la calle y las veredas de Tucumán entre Talcahuano y Libertad, junto a la Plaza Lavalle.
La protesta continuó durante unos diez minutos más, y luego se llamó a asamblea entre los que quedaban, unos sesenta o setenta compañeros. Cuando la asamblea iniciaba, uno que parecía jefe del operativo dijo: “Van a venir los bomberos a apagar el fuego y a barrer, ustedes no se preocupen, no les van a hacer nada”.
La asamblea prosiguió, y los compañeros que hablaron agradecieron el apoyo y el esfuerzo de acercarse a reclamar, y convocaron a continuar la lucha durante la semana. La última en hablar, una compañera de una organización de pueblos originarios, añadió a esas palabras un llamado a la reflexión vinculado consensuar las tácticas de protesta y a cuidarse entre los compañeros, dado el contexto de alta represión a toda lucha popular por parte del actual gobierno. Esta reflexión hacía referencia, en principio, a la línea de fuego que se encendió en la bocacalle, por la cual, de acuerdo a lo dicho por la compañera, llevó a varios compañeros de pueblos originarios a dejar la protesta. Finalmente se llamó a desconcentrar y los compañeros procedieron a descolgar las banderas mientras los gritos de reclamo por la libertad de Facundo se encendían por última vez en la jornada.
Fue en ese momento que llegó el ataque a traición. La guardia de infantería avanzó corriendo, y comenzó a golpear y capturar violentamente compañeros, incluso atacando a algunos transeúntes distraídos en medio de las corridas, hasta que lograron establecer en menos de un minuto una L de control por Tucumán entre Talcahuano y Uruguay, y por Talcahuano entre Tucumán y Lavalle, atentos a la posibilidad de continuar la cacería.
En un accionar que superficialmente jura hacerlo en nombre de la libertad para la circulación y la agradable vida urbana, el ataque a traición de la guardia de infantería –cuando se estaba procediendo a la desconcentración- demostró que lo que realmente buscan es atemorizar a todo aquel se decide a luchar (miedo como mejor receta para aplicar el control de la población civil) y de este modo garantizar los intereses del gran capital nacional y extranjero (el eufemismo es la seguridad jurídica –ergo, legalidad para las exigencias del capital) y, claro está, los propios intereses de sus socios autócratas y tecnócratas.
Siete compañeros fueron detenidos y permanecieron incomunicados en dos comisarías de Buenos Aires, en las que de inmediato se generaron concentraciones de lucha para exigir la inmediata liberación, el levantamiento de los cargos y el cese de la persecución política por parte del estado burgués a quienes se ponen de pie por la causa de los pueblos originarios.
Durante veinticuatro horas los compañeros permanecieron ilegal e ilegítimamente detenidos e incomunicados, hasta que fueron trasladados a los tribunales de Comodoro Py -a donde, por supuesto, también se dirigió la concentración de compañeros. Tanto el proceso de traslado como de declaración indagatoria fueron demorados intencionalmente por el aparato represivo y judicial. Recién cuando caía la noche del miércoles fueron liberados los siete compañeros.
Este episodio no hace más que confirmar que el estado burgués no se detendrá en su accionar represivo y persecutorio, sea a través del aparato represivo, del aparato judicial o del aparato de inteligencia. Así lo reafirman los constantes y autoritarios ataques cada vez que los oprimidos osan levantar sus voces y sus banderas. Es momento de no dejar la calle, de no rendirse ante la cruda violencia que propone el estado burgués y usar el peligro como combustible para seguir las convicciones que supimos cultivar. Pero, a su vez, es momento de profundizar la organización y los consensos respecto a las tácticas y estrategias de lucha, y también el cuidado entre todos los compañeros ante la situación de extrema violencia que ejerce la burguesía.
La gran causa de los pueblos originarios, que moviliza el espíritu diversas izquierdas urbanas y rurales –trotskistas, guevaristas, anarquistas, cooperativistas, colectivistas, etc.-, debe convertirse en un punto de unión y de consenso en la lucha por la emancipación. Para los colectivos urbanos y los militantes independientes, el camino se encuentra en seguir el liderazgo de las organizaciones de los pueblos originarios cada vez que se levanten sus banderas, y aprender de sus cinco siglos de resistencia contra el violento avance de los intereses de las aristocracias, burguesías y autocracias occidentales.
El vanguardismo urbano de herencia occidental no parece solución viable –o al menos no es la única propuesta. Cualquiera sea la particularidad de la raíz ideológica que nos mueva, es importante nunca olvidar que los pueblos originarios llevan en su ADN el registro de la sangre derramada y el espíritu de la resistencia del oprimido en estas tierras.