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El feminismo marxista ante la crisis actual

Andrea D’Atri

El feminismo marxista ante la crisis actual

Andrea D’Atri

Ideas de Izquierda

Participación de Andrea D´Atri en la mesa 2: Teorías criticas y feminismos ante la crisis capitalista y de reproducción social de las Jornadas Marxismo 2023.

Estamos atravesando una crisis del cuidado y la reproducción social. Pero también una crisis ecológica, una crisis política (de hecho, en el corazón de Europa se desarrolla una guerra desde hace un año y medio) y proliferan las nuevas derechas. El capitalismo mantiene el racismo, refuerza el patriarcado, afecta el ambiente de formas cada vez más riesgosas e irreversibles y degrada las instituciones de la propia democracia capitalista.

Sobre esta crisis, la norteamericana Nancy Fraser (que es una de las teóricas de la reproducción social) sostiene que hay que entender al capitalismo no solamente como un "sistema económico basado en la propiedad privada y el intercambio de mercado, el trabajo asalariado y la producción con fines de lucro". Sino mejor como "un orden social que faculta a una economía impulsada por las ganancias para aprovechar los soportes extraeconómicos que necesita para funcionar". [estas citas son de Capitalismo caníbal, su último libro publicado en español].

Marx, después de analizar el intercambio mercantil, apunta a las moradas ocultas del capital, donde la igualdad entre compradores y vendedores, se desvanece en la relación profundamente desigual entre la clase trabajadora desposeída de los medios de producción y la de los capitalistas, propietarios de estos medios. Fraser propone tomar algunas pistas que aparecen en la obra de Marx para ir más allá y revisar otras moradas más ocultas aún, aquellas en las que por fuera de la producción capitalista se generan las condiciones de posibilidad de estas relaciones de producción capitalista.

El capital, solo puede existir si encuentra disponible la mercancía fuerza de trabajo de la cual extraer continuamente nuevo plusvalor. Y la existencia de la fuerza de trabajo presupone el trabajo de cuidados o de reproducción social, que va desde la crianza de las nuevas generaciones hasta encargarse de las personas adultas mayores, pasando por el trabajo doméstico, la educación, etc. Algunas actividades, aunque sea parcialmente, fueron subsumidas por el capital. Pero gran parte de la reproducción social se realiza en el ámbito privado (como trabajo invisibilizado dentro del ámbito familiar o como "servicios personales" que en general son remunerados informal y pobremente) o como prestaciones públicas, como son Salud o Educación.

Este trabajo de reproducción social tiene dos características que saltan a la vista. En primer lugar, todo este trabajo social que produce la mercancía fuerza de trabajo, no le "cuesta" nada al capital. Y en segundo lugar, la mayor parte de ese trabajo es realizado por mujeres.

El capitalismo, en su afán de ganancias, reduce el tiempo disponible para los cuidados de las grandes mayorías, precariza sus condiciones y avanza en la privatización de las prestaciones públicas. Contradictoriamente, el capital socava las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo de la cual depende para su propia reproducción. Y esta crisis de la reproducción social está íntimamente relacionada con las otras, como la crisis ecológica o la política.

Ahora bien, sobre todo después de la crisis económica mundial de 2008, estas crisis se aceleran. Los regímenes neoliberales (que Fraser denomina "neoliberalismo progresista") abrieron la puerta a los populismos de derecha como el de Trump o Bolsonaro, que sin embargo no consiguen convertirse en hegemónicos, como tampoco las otras alternativas. Es decir, vivimos una época donde prima la inestabilidad. Porque el capitalismo, en su voracidad, también precipita una mezcla compleja de luchas sociales. No solo lucha de clases en la producción, sino también conflictos por el cuidado, tanto público como privado, remunerado y no remunerado. Cuando el capital avanza con la expropiación y el despojo, fomenta luchas antirracistas, de la migración y contra el imperialismo. También provoca conflictos por la tierra y los recursos energéticos, la flora y la fauna, el destino del planeta.

Por eso, coincidimos con Fraser en que para atacar al capitalismo de raíz, hay que dar una lucha sistémica o anti-sistémica, es decir, anticapitalista. Todas las luchas sectoriales o corporativas, están condenadas a la impotencia, el fracaso o a la integración al sistema. Aún las reformas parciales que puedan conquistarse, estarán permanentemente amenazadas, mientras la lucha no alcance a producir una alternativa global, un proyecto contrahegemónico.

¿Cuál es el sujeto social que puede convertirse en articulador de una lucha que se proponga superar al capitalismo?

Compartimos ese cuestionamiento a cualquier marxismo "no receptivo a las nuevas cuestiones feministas ni a las de la ecología", como cito Margara de la feminista alemana Frigga Haug. Pero consideramos que, en realidad, se trata de una crítica a una de las tantas lecturas de Marx. Una lectura que enfatizando las posiciones objetivas en las relaciones sociales de producción, deriva de ello una concepción economicista de la clase obrera y, por tanto, una política sectorial, de tipo corporativa o sindicalista. Consideramos que esa lectura particular no hace honor a la tradición del marxismo, que no sólo no separa el concepto de clase del de lucha de clases, sino que tampoco consideró nunca al proletariado como una clase homogénea.

No alcanza el tiempo para profundizar estos temas, pero la política que señala Marx en la Iº Internacional que debería tener el proletariado inglés frente al proletariado irlandés, de una nación oprimida por el imperio británico, es un ejemplo de esto que señalo.

Estos dos aspectos (no separar la clase de la lucha de clases y considerar la heterogeneidad de la clase trabajadora) son de fundamental importancia para el feminismo. En primer lugar, porque permiten comprender la lucha colectiva de las mujeres por su emancipación como un recorrido con avances y retrocesos, en el marco más amplio de las relaciones de fuerza entre las clases. En segundo lugar, porque la concepción marxista sobre la heterogeneidad de la clase obrera no solo permite interpretar el proceso descomunal de feminización de la fuerza de trabajo a nivel mundial de las últimas décadas, sino porque nos obliga a reconsiderar cómo se constituye la hegemonía para un proyecto emancipador, que no está (ni nunca estuvo) dada automáticamente por la mayoría cuantitativa de las masas laboriosas en el conjunto de la sociedad.

Las feministas marxistas sostenemos que esa articulación puede construirla la clase trabajadora, porque detenta las posiciones estratégicas para el funcionamiento de la sociedad (no solo las grandes industrias para la producción de mercancías, sino también la logística para la gestión de su transporte, la atención de los servicios, etc.). Este "poder posicional" —derivado de su situación objetiva— que le permitiría a la clase trabajadora interrumpir la producción y circulación de valor, o lo que es lo mismo, paralizar las ganancias capitalistas, podríamos decir que incluso se vio incrementado en las últimas décadas. Y además, la clase trabajadora por esta posición, puede prefigurar un nuevo orden social basado en la satisfacción de las necesidades de las grandes mayorías, incluyendo la preservación ambiental, y no en la sed de ganancias.

Y es una potencialidad que no está fundada en ningún esencialismo identitario. Sino en el lugar que ocupa la clase trabajadora en los resortes del funcionamiento del sistema capitalista. Pero hacer efectiva esa potencialidad es una tarea política. Es necesario que esa clase mayoritaria denuncie todos los agravios sufridos por los grupos, clases y capas sociales oprimidas por el capital, y que ligue sus demandas a la perspectiva de una lucha política revolucionaria contra el Estado y el régimen, para derrocar finalmente al capitalismo.

La idea de que el capital es un orden social que arrasa en todos los ámbitos puede llevar a concluir que, entonces, el sujeto es un 99% (indiferenciado, múltiple y diverso), que se contrapone al 1% de los infinitamente ricos, que controlan las finanzas, la economía mundial, los bienes comunes y hasta a los mismos gobiernos a través de los partidos políticos que defienden sus intereses. Como si ese enemigo "común" representado en el 1%, garantizara la unidad entre el 99% restante. Pero esa unidad (que seguramente no incluye al 99%, aunque no deja de ser mayoritaria) hay que construirla, porque no surge naturalmente entre la empleada doméstica migrante y su empleadora que es una mujer blanca, con educación superior y asalariada en una metrópoli. No surge naturalmente la unidad entre el pequeño comerciante empobrecido por la devaluación y la competencia con las grandes cadenas internacionales de supermercados y los jóvenes empujados a la desesperación del hambre, la desocupación, la pobreza y la marginalidad.

Entonces, sostener que ya hay una unidad popular basada en el hecho de que el 99% somos obreras, negras, lesbianas, trans, pueblos originarios, oprimidas por el capital es una manera de evitar la tarea estratégica de construir esa alianza. Porque eso implica la lucha política de los sectores más oprimidos entre los explotados contra las burocracias sindicales y las burocracias de los movimientos identitarios policlasistas, que fortalecen la división y además intentan limitar la radicalidad explosiva de los sectores más oprimidos de los movimientos para domesticarlos y asimilarlos al régimen político.

Mientras no se apunte contra la propiedad privada, los movimientos pueden ser asimilados por las democracias capitalistas, donde la ampliación de derechos identitarios puede coexistir con una, cada vez más marcada, jerarquización identitaria de la clase explotada, como contracara de esos derechos. El potencial de la clase trabajadora (que es feminizada, racializada, migrante, etc.) es apenas una disposición ventajosa que requiere ponerse en acto. Porque para acabar con la explotación capitalista, la clase trabajadora no solo debe enfrentar a las patronales, también tiene que sacarse de encima a las burocracias sindicales que limitan su potencial a las negociaciones corporativas, salariales, entre el capital y el trabajo. Pero también, tendrá que enfrentar al Estado capitalista y los partidos políticos del régimen democrático burgués.

No solo a las nuevas derechas trumpistas y a los neoliberales progresistas, que se presentan siempre como un mal menor frente a las derechas, sino también a quienes, con un discurso de izquierda, se ofrecen a gestionar la decadencia capitalista y se resignan a subordinarse a ese "mal menor", cogobernando como partidos del régimen capitalista. Un discurso de ampliación de derechos democráticos que se presentan como concesiones de los gobiernos y el Estado capitalista, mientras se aplican los planes de austeridad económica que afectan a las grandes mayorías, particularmente a la clase trabajadora (en sentido amplio) y muy especialmente a las mujeres y otros sectores que son los más explotados y contradictoriamente, serían los beneficiados por esa ampliación de derechos y libertades democráticas.

La emergencia del movimiento feminista en los últimos años a nivel internacional es, relativamente, una expresión del agotamiento de esos regímenes neoliberales progresistas con su feminismo liberal, institucionalizado y meritocrático. El fortalecimiento de las derechas también, desde el ángulo opuesto, es el resultado de esta crisis neoliberal, pero como reacción patriarcal al feminismo que se convirtió en un actor político fundamental en el período reciente y al que se identifica con esos regímenes neoliberales progresistas. Demás está decir que estos gobiernos del mal menor son los que abren el camino al fortalecimiento del mal mayor que, luego, con demagogia y promesas de soluciones mágicas gana el voto de los sectores más afectados por la crisis, sorprendiendo a los progresismos y las izquierdas reformistas que descargan la culpa en el electorado.

Un feminismo marxista que aspire a protagonizar transformaciones radicales, debería proponerse desarrollar corrientes militantes revolucionarias en el seno de las organizaciones de masas de la clase trabajadora. No como un fin en sí mismo, sino para conquistar volúmenes de fuerza que permitan articular la lucha por la dirección de la clase trabajadora, con un programa de unidad de sus filas y con la perspectiva de ampliar su hegemonía. Lo contrario a lo que hace la propia burocracia que es renuente a la organización de los sectores más oprimidos de la clase, como la mayoría de las mujeres, que son precarias, la mayoría de los inmigrantes, que son precarios, la mayoría de las personas racializadas, que son precarias, la mayoría de las personas de la diversidad sexual, que son precarias, etc. Y, al mismo tiempo, el feminismo marxista debería buscar impulsar los movimientos sociales progresivos (que son policlasistas, aunque su composición sea mayoritariamente de personas trabajadoras) desarrollando polos revolucionarios que, en disputa con las otras tendencias que influencian con la idea de la conciliación con el Estado y el régimen, desarrollen otra perspectiva: la de la independencia política respecto de las clases dominantes y la convergencia de las luchas de todes quienes viven de su trabajo.

Si aspiramos a una sociedad reconciliada, en la que la reproducción y la producción se desarrollen armoniosamente con la naturaleza; una sociedad liberada de todas las formas de explotación y opresión, no podemos quedarnos a esperar que surja automáticamente, de la propia crisis, mediante una insurrección global espontánea. Es necesario prepararla.


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Andrea D’Atri

@andreadatri | Diputada porteña PTS/FIT
Diputada porteña del PTS/Frente de Izquierda. Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el capitalismo (2004), que ya lleva catorce ediciones en siete idiomas y es compiladora de Luchadoras. Historias de mujeres que hicieron historia(2006).