Tras el fuerte golpe político que significó el triunfo del NO en el referéndum de octubre, el gobierno de Colombia y la organización guerrillera lograron reencauzar el “proceso de paz”.
Viernes 25 de noviembre de 2016
El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y el jefe de las FARC, Rodrigo Londoño, alias "Timochenko", firmaron el jueves un acuerdo de paz que modifica por derecha aspectos del primer acuerdo pero excluye los principales cambios exigidos por la oposición política de derecha encabezada por Álvaro Uribe.
Según el acuerdo, firmado en el Teatro Colón de Bogotá, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) dejarán definitivamente las armas en un plazo de seis meses y sus alrededor de 7.000 combatientes se transformarán en un partido integrado al sistema político colombiano.
"Quiero invitarlos a que, con la mente y el corazón abiertos, le demos la oportunidad a la paz", dijo Santos después de firmar el nuevo acuerdo con un bolígrafo hecho de una bala.
Triunfo político para Santos y el Imperialismo
El nuevo acuerdo significa un triunfo político para Santos que logra recomponerse del sacudón que significó la derrota de su política en el referéndum. También para la estrategia de las FARC que desde hace años quieren dejar las armas e integrarse al “juego democrático”.
Pero fundamentalmente, el encausamiento del proceso de paz es un triunfo para la política de Washington en la región. Desde hace años la administración Obama viene dando pasos en “recuperar terreno” en Latinoamérica tras largos años de una situación de debilidad y pérdida de peso político provocada por una profunda deslegitimación social entre las masas y sus propios pantanos político-militares en Medio Oriente.
En esta estrategia se enmarcan los históricos acuerdos con Cuba para “restablecer relaciones” tras más de 50 años y apuntalar las reformas capitalistas que impulsa el gobierno de Raúl Castro, sin descartar “golpes de mano” como impulsó en Honduras y Paraguay o su apoyo a la derecha golpista en Venezuela enmascarada en una falsa defensa de los “derechos humanos”.
En Colombia, tras años de guerra sucia contra las FARC, en la que han invertido más de 10.000 millones de dólares con el “Plan Colombia” y donde consiguieron varios golpes militares tácticos a la guerrilla, Washington promovió con todo el proceso de negociación en La Habana. No es casualidad que el Premio Nobel de la Paz se le haya otorgado al presidente Santos, antiguo ministro de Defensa del guerrerista Uribe.
Tras la debacle de los gobiernos “progresistas” en la región, que ante las primeras repercusiones de la crisis económica internacional no dudaron en ajustar a los trabajadores y sectores populares, y luego de los triunfos en el último año de la derecha neoliberal en Argentina y en Brasil (en este caso con un golpe parlamentario), la saliente administración Obama le deja al futuro presidente Donald Trump un escenario mucho más favorable para el imperialismo norteamericano.
Un acuerdo ajeno a los intereses populares
Encubierto en las bellas frases de “construir la paz”, “acabar con la violencia” o como dijo Timochenko que “no se deponen posiciones ideológicas, políticas o de conciencia”, el nuevo acuerdo no da solución a ninguna demanda de los sectores explotados y oprimidos, como por ejemplo detener la extranjerización de la tierra y devolverla a los campesinos, o poner fin al paramilitarismo y la militarización de amplias zonas rurales ejército.
Lejos de esto, los acuerdos encierran un enorme negocio para los monopolios imperialistas y grandes capitales locales que pretenden explotar los recursos de las zonas controladas por la guerrilla. De hecho se espera que el acuerdo “impulse las inversiones” y “haga crecer la economía”.
Es significativo en esta línea, que EEUU no tenga previsto recortar su financiación multimillonaria a Colombia sino por el contrario reforzarla trocando el “Plan Colombia” en “Paz Colombia” que prevé una inversión de más de 500 millones de dólares solo en 2017.
El relativo fracaso de Uribe
En este marco, la estrategia de la oposición derechista de Uribe, no tenía futuro a pesar de estar asentada en un sector de lo más reaccionario de la burguesía colombiana.
Uribe, fortalecido por el triunfo del NO en octubre, se había transformado en un actor clave de las negociaciones, pero pronto empezó a bajar la ola y sus demandas (inaceptables para las FARC) de meter presos a los dirigentes guerrilleros o impedir que la organización se pueda reciclar en partido político, terminaron afuera del acuerdo.
Lo mismo con su demagogia de volver a hacer un referéndum para aprobar el acuerdo (inaceptable para Santos luego del fracaso en octubre), negada de plano y reemplazada por la decisión del Congreso donde Santos tiene garantizada su aprobación la semana que viene.
No obstante, Uribe conservará un peso importante en el futuro político colombiano. Luego de romper el diálogo con el Gobierno por el tema del referéndum, anunció marchas y mecanismos de “apelación democráticos”. Esta ubicación, no puede frenar el curso de los acuerdos que como dijimos tienen bases políticas y económicas mucho más determinantes que su guerrerismo desenfrenado. Pero sí preservarlo como variante de derecha para el régimen colombiano del que es indudablemente la principal figura.
Esto será importante en todo el proceso que queda por delante ya que el acuerdo incluye complejos temas como un mentiroso “acceso a la tierra para los campesinos”, la “lucha contra el narcotráfico”, administración de juicios a todas las partes por acciones desarrolladas durante la guerra, compensación a las víctimas, desminado, o el desarme efectivo de la guerrilla supervisado por la ONU.