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Red Internacional
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LITERATURA. El hombre que amaba los gatos

A Osvaldo Soriano le pasó todo en el mes de enero: nació un 6 de enero de 1943 y murió un 29 del mismo mes pero del año 1997.

Gustavo Grazioli @Discolo1714

Martes 9 de enero de 2018 00:00

Pocos años de vida, la verdad, para uno de los escritores que marcó un antes y un después dentro de nuestra literatura. A pesar de ese cáncer de pulmón que lo arrastró a la penumbra, su más de medio siglo en vida ha dejado una vasta obra, entre las que resuenan Triste, solitario y final, No habrá más penas ni olvido, Cuarteles de invierno o A sus plantas rendido un león. Y más allá de las anécdotas con las cuales dotar estas palabras, para otra vez, tan solo por un rato, darle cuerpo a su humor, lo que tenemos con total vida son sus libros. Aquellos que aun hoy siguen motorizando un poco de aire puro entre tanta sofisticación y genialidades descartables.

“El gordo”, como solían apodarlo, fue una figura disruptiva. Su prosa antihéroe ha escrito las historias de personajes que terminaban su futuro por la puerta de atrás. Esa fue la materia prima que se consolidó tanto en su literatura como en su periodismo. Un espíritu que se cimentó en las horas donde todos duermen y en la profunda aventura de un conocimiento que halló sus puntos cardinales en las redacciones de diarios, en los bares y en las lecturas sugeridas por el hambre de sobrevivir. Sin magias ni elevaciones vaporosas. Ahí está la fuerza de su genialidad y de su voz única. La cual sirvió como disparador para evidenciar algunos argentinismos que venían (y todavía siguen) solidificando un sentido común que se come algunos estadios del pensamiento.

Su escritura se fue ganando los espacios de la popularidad y ese efecto le ha valido las críticas correspondientes a su estilo. Algunas acusaciones lo asocian con una sencillez narrativa o en eso que suele describirse como caer en lugares comunes. Tal vez pueda ser real, pero que importa. Sus historias son buenas, lucidas y gustan. Hasta el día de hoy sus libros se siguen vendiendo y reeditando. Eso es una suerte. Generación tras generación debería pasarse Triste, solitario y final. Sin ánimos de comparación, pero así como uno se guarda las melodías eternas del Álbum Blanco de The Beatles, también debería llevar en la valija de imprescindibles escenas narrativas como la de aquella persecución que fabrica Soriano, también protagonista de este libro, en los estudios de cine de Fox, junto a Marlowe. El detective privado que supo crear Raymond Chandler y que en El largo adiós deja conocer algunas de sus características. “Me gustan el whisky y las mujeres, el ajedrez y algunas cosas más. Los policías no me aprecian demasiado, pero hay un par con los que me llevo bien”.

Así, entonces, el escritor marplatense que primero quiso ser jugador de fútbol, empieza su camino introductorio con el policial negro y los perdedores son los que mejor empatizan con la vida de sus personajes y con sus artículos como periodista. Soriano supo mirar los costados olvidados y trajo consigo, en su genial oficio de articulista, la vida de Roberto Mariani, por ejemplo. Un escritor y periodista, que está asociado al grupo Boedo, autor de Cuentos de oficina, entre otros, y de una descripción que nunca pierde vigencia: “proletariado de cuello duro”. Lo que se vislumbra, como dos camaradas que se dan la mano, es un derrotero que nunca acaba en la felicidad. “Desde que regresó de la Patagonia, Mariani empezó a sentirse cada vez más cerca de los desposeídos y los miserables, pero a la vez se sentía absolutamente impotente siquiera para predecir un mundo mejor. Se convirtió en un observador incapaz de emitir juicios, se fue volviendo silencioso y hablaba muy seguido de la muerte”, cuenta la hábil pluma del gordo, sobre un Mariani que terminó titulado en este artículo como Bajo la cruz de cada día (disponible en Artistas, locos y criminales).

En fin: otra vez las palabras se juntan para hablar del legado que dejó Soriano. Otra vez y las que sean necesarias, porque, como tanto otros lugares, la biblioteca introductoria de la juventud lleva grabado a fuego ese apellido.

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