En 2017 se cumplirán 100 años de la revolución rusa. Resulta obvio que los cientistas sociales y políticos europeos provenientes de diversas corrientes políticas aprovecharan de lanzar su artillería pesada en torno al legado de la gran revolución proletaria triunfante.

Vicente Mellado Licenciado en Historia. Universidad de Chile. Magíster © en Ciencias Sociales, mención Sociología de la Modernización. Universidad de Chile
Martes 24 de marzo de 2015
En América Latina también se abrirán debates en torno a la significación histórica de la revolución. En lo que respecta a Chile, es probable que se produzca algún debate en torno al tema. Ocurra o no, creemos necesario que la intelectualidad de izquierda chilena deba abrirse la reflexión en torno al legado político de la revolución rusa para el triunfo de las demandas de los movimientos sociales en el Chile neoliberal.
En Chile la intelectualidad crítica es reducida y prácticamente ajena al marxismo. Existe una relación dialéctica entre ser el país más neoliberal de América y tener una intelectualidad crítica que le teme a Marx. Y para qué decir al señor Lenin. Cuando se habla de Marx en las aulas universitarias se hace con el único objeto de tomar el legado crítico del fundador de la Primera Internacional de Trabajadores. Siendo parte de un fenómeno global el marxismo se transformó en una gran guía para la acción investigativa, no así para la acción revolucionaria.
En Chile, son pocos los cientistas sociales o intelectuales que se identifican públicamente con el marxismo. Y aquellos que han logrado enseñar el marxismo como una teoría de la revolución cuya perspectiva es el comunismo (caso de Carlos Pérez Soto), lo han depurado de la herramienta fundamental para lograr el triunfo de la revolución socialista: el partido revolucionario.
El partido revolucionario sería el germen del totalitarismo. Para muchos cientistas sociales ese habría sido el error de Marx, comprobado de manera magistral por la revolución rusa. De esta trágica experiencia histórica surgió el estalinismo. Y de cada revolución, como la china o cubana, se asentaron regímenes totalitarios, donde las libertades democráticas se aplacaron y se impuso la dictadura del partido único y monolítico sobre las masas. Según los críticos del leninismo, este sería el portador de una estrategia que sustituye la acción de las masas revolucionarias por la acción del partido centralizado que impone su autoridad sobre ellas. Conclusión: el leninismo es totalitarismo. Por ende, no es alternativa como una vía para una sociedad humana libre de injusticias materiales.
Nosotros creemos que la vieja afirmación de que Lenin es sinónimo de totalitarismo, es propio de la pedantería académica y su desligazón de la lucha de clases.
El germen del totalitarismo residiría en un supuesto centralismo burocrático del cual sería portador el leninismo. Sin embargo, si analizamos en profundidad la historia de la construcción del partido bolchevique dirigido por Lenin, lo primero que sorprende es la tremenda diversidad de tendencias que había en su seno, y las relaciones que establecieron con el conjunto de los partidos socialistas europeos del periodo anterior a la revolución de 1917. El mismo Lenin nunca actuó como un autócrata al interior del partido, sino que como un gran líder que se ganó el respeto de su partido por su agudeza política.
Como ha sostenido Isaac Deutscher, el supuesto “excesivo centralismo” que Rosa Luxemburgo y el mismo León Trotsky criticaron a Lenin en 1904, no fue una polémica exclusiva hacia el dirigente bolchevique. Por el contrario, constituyó la gran crítica que las nuevas alas izquierdas del socialismo europeo realizaron a los poderosos partidos de trabajadores, en particular la social democracia alemana. Este partido de masas, iniciado el siglo XX, se había convertido en un enorme aparato burocrático con miles de funcionarios políticos y sindicales rentados que ejercían un control absoluto de la prensa y las organizaciones obreras alemanas que adherían al socialismo. Lo mismo ocurrió con los socialistas franceses, belgas y austriacos. Todos siguieron la senda del “partido madre” de la Segunda Internacional. A principios del siglo XX, Luxemburgo dedicó una gran cantidad de artículos denunciando el burocratismo y sustitucionismo de la socialdemocracia alemana, lo que terminó por costarle la vida a manos del mismo partido que la formó .
Reducir el problema del centralismo, el sustitucionismo y el burocratismo al leninismo constituye un gran error historiográfico y estratégico. Los bolcheviques provenían de una Internacional que ya había consolidado un aparato burocratizado y conservador en su seno. La revolución alemana de 1918 constituyó su fiel corroboración histórica. Por el contrario, Lenin sostuvo que la centralización del partido era necesaria para la acción política y la conquista del poder. La centralización no significó anular la democracia interna. Nunca se prohibieron fracciones ni tendencias al interior del bolchevismo. Siempre existió democracia interna para que una minoría manifestara su diferencia con la mayoría. La prohibición ocurrió recién en 1921, en el X Congreso del partido. Y no fue una medida permanente, sino temporal.
Sin embargo, los intelectuales críticos anti leninistas dirán que la concepción de partido de Lenin demostró su autoritarismo con las masas en la revolución rusa y después de esta. La pedantería de estos análisis rehúye siempre la situación histórica en que vivieron los bolcheviques en Rusia. La conquista del poder político en un país sin tradiciones democráticas liberales, con una economía atrasada y destruida por la guerra y un país rodeado por 14 ejércitos de países imperialistas y sus aliados menores, obligó a los bolcheviques a llevar adelante un programa político que ni el mismo Marx se habría imaginado. Eso no implica eludir la necesidad de un balance político del actuar de los bolcheviques durante la revolución. Seria pedante de nuestra parte solamente ver las virtudes de Lenin, la revolución de octubre y el proceso que le siguió. Pero la crítica que realicemos la haremos en función del objetivo estratégico: la conquista del poder político por la clase trabajadora dirigiendo al conjunto de los explotados y oprimidos.
Resulta de suma importancia dejar en evidencia que para Lenin la revolución rusa era una posición estratégica de avanzada de la revolución proletaria internacional. Eso obligó a los leninistas a probar un plan que permitiera a la Rusia soviética transmitir la revolución a los demás países europeos, a la sazón convulsionados por la guerra mundial. El tan denunciado comunismo de guerra fue pensado con ese objetivo.
La revolución proletaria en Europa no ocurrió. Eso obligó a los bolcheviques a cambiar el rumbo del comunismo de guerra por la Nueva Política Económica (NEP). Múltiples son los estudios que se han hecho acusando a Lenin de haber sentado las bases del totalitarismo desde 1917 en adelante . Las críticas siempre pecan de fundamentarse en principios democráticos liberales acerca de que los bolcheviques fueron en esencia autoritarios porque proscribieron y persiguieron a los partidos disidentes. Al respecto, debemos dejar en claro lo siguiente: jamás los bolcheviques plantearon en su programa la supresión de las demás corrientes políticas socialistas. Siempre confiaron en que podrían dirigir un nuevo estado en conjunto con los nuevos partidos soviéticos. El problema que apareció en el mismo proceso revolucionario y que nunca los partidos obreros europeos se habían imaginado (incluyendo los bolcheviques) fue: ¿qué pasaría si no todos los partidos de trabajadores quieren luchar por la revolución socialista?, ¿Qué pasaría si quieren luchar por un régimen político democrático burgués? Las actas de las reuniones del comité central del partido bolcheviques analizadas por Deutscher en su obra biográfica de Trotsky, dan cuenta de lo complejo que significó para los bolcheviques tener que tomar esa decisión de enfrentarse a los social revolucionarios y mencheviques. Ni siquiera el asalto a la fortaleza de Kronstadt en 1921 (mil veces citado por investigadores, anarquistas y liberales como la máxima expresión de que los bolcheviques se habían vuelto contra las masas obreras y campesinas) fue considerado un triunfo político del cual enorgullecerse. Fue un ataque necesario del ejército rojo por la situación catastrófica que estaba viviendo el país. Pero debemos dejar en claro que lo ocurrido en Kronstadt fue el resultado de la extensión en el tiempo de la estrategia del comunismo de guerra, no de un supuesto autoritarismo esencial al bolchevismo. Si hubo un error de los bolcheviques no fue el asalto a la fortaleza del Báltico, sino extender un año más la aplicación de una política económica que estuvo a punto de pulverizar las bases materiales de la revolución desde adentro. Después de Kronstadt se votó la NEP y la situación económica mejoró. Los problemas que surgieron de allí en adelante superan el objetivo de este artículo.
Lo que queremos proponer con este breve artículo es que el señor Lenin nos dejó en claro que lo más fácil es la conquista del poder. Lo difícil es cómo mantenerse legítimamente en él. Pero reducir el problema del estalinismo y el totalitarismo al problema en sí de la revolución rusa y del leninismo constituye un error político flagrante.
Creemos que el legado más enriquecedor del leninismo es la necesidad de construir un partido revolucionario de la clase trabajadora. Que organice a lo mejor de ellos. Que conquiste la confianza de las masas para obtener sus demandas. Más que llorar y lamentarse por lo que “debía haber sido la revolución rusa”, debemos extraer sus lecciones históricas y estratégicas para la lucha contra el capitalismo hoy.
Que quede claro que todos aquellos que quieren una sociedad diferente del capitalismo sin el legado de Lenin están completamente perdidos. Y si quieren una sociedad más justa respetando la propiedad privada, entonces dejen a Lenin tranquilo, porque estamos hablando dos lenguajes completamente diferentes.
1Ver: Bosch Alessio, Constanza y Gaido, Daniel, “El marxismo y la burocracia sindical. La experiencia alemana (1898-1920)”, ARCHIVOS de historia del movimiento obrero y la izquierda, nº 1, 2012, pp. 129-152.
2Ver la obra del historiador liberal: Figes, Orlando, La Revolución Rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo, Edhasa, 2000.

Vicente Mellado
Licenciado en Historia. Universidad de Chile. Magíster © en Ciencias Sociales, mención Sociología de la Modernización. Universidad de Chile