En el Chile neoliberal de hoy, donde todo derecho básico está privatizado y los salarios mínimos son brutalmente inferiores en comparación a las riquezas del país, el derecho al ocio, al descanso, a la recreación y a las anheladas vacaciones, se convierte en un lujo y un privilegio marcado por las diferencias socioeconómicas que se materializan también en aspectos cotidianos.
Miércoles 18 de febrero de 2015
En pleno mes de febrero, se puede observar cómo medios de comunicación recorren mediante sus ‘móviles’ distintos lugares de veraneo; playas en el norte y sur del país, lagos, ríos, piscinas, y otros ‘atractivos turísticos’ que son concurridos por miles de personas durante el mes de enero y febrero. Muestran cómo las personas disfrutan de sus anheladas y esperadas vacaciones, esos míseros y deseados días que los empresarios ‘regalan’ cada año en recompensa por las cientos de horas trabajadas, el trabajo extra, el cansancio y el estrés de tener que laburar cada día.
Así, se va aproximando el verano, y los noticieros y matinales van revelando distintos lugares, y con ello, reflejando sin mayor cuestionamiento que no todos pueden vacacionar en las mismas partes, ni disfrutar de iguales playas, comida, y poseer igual presupuesto para gastar y descansar. Y es que las diferencias económicas y materiales entre las clases sociales también se sienten en las vacaciones, en el derecho a descansar y disfrutar sin que ello se convierta en un verdadero problema, en un tormento y en una nueva razón de endeudamiento.
¿Reñaca, Cartagena, Zapallar, El Kisco, Lago Caburga, El Tabo, Las Cruces, Santo Domingo, Chiloé, Cachagua, Matanzas o Viña del Mar? Qué fácil sería simplemente elegir tal o cual lugar y región para vacacionar y disfrutar de los 15 días hábiles al año, a los que tienen derechos los trabajadores; pero, lamentablemente, seleccionar un sector para veranear no es cosa de ‘gusto’, sino que de posibilidades concretas y materiales que están subordinadas directamente al ingreso económico mensual que tenga una familia.
El 50,3% de los trabajadores chilenos (alrededor de 4 millones de obreros) gana menos de $300 mil mensuales, lo que claramente dificulta la posibilidad de vacacionar en lindos y lujosos lugares como Zapallar o Lago Caburga (el tan preciado lugar de veraneo de la Presidenta Michelle Bachelet); pasear en yates, hospedarse más de un mes en hoteles con spa, piscina con toboganes, sabrosos almuerzos y otras regalías que se le otorgan sólo a quienes pueden costear tremendas vacaciones a lo largo del país. Sin embargo, para la mitad del país el ítem ‘vacaciones y recreación’ queda en último lugar de las prioridades que pueden ser costeadas con el ‘mini salario mínimo’ de $225 mil que el Estado y los empresarios le otorgan a millones de obreros.
Cartagena (también conocida como ‘rascagena’) y arrendar cabañas durante 10 días en el Litoral Central (ojalá teniendo familiares que vivan allí) se convierte en una posible opción para el 70% de los trabajadores que ganan menos de $430 mil mensuales, panoramas impensados para el 1% de la población más rica del país que posee ingresos cercanos a los $7 millones al mes. Ellos definitivamente no querrán pasar sus vacaciones en el Litoral Central o en Valparaíso, rodeados de gente, tomando sol en playas repletas, donde con suerte se podrán bañar en el mar sin recibir un codazo de otra persona. Para aquellas familias de empresarios, políticos patronales, profesionales exitosos, que son parte de la élite de la sociedad chilena; sus reiteradas vacaciones las prefieren pasar en lugares exclusivos, alejados de la ‘muchedumbre’, y si es fuera de Chile, quizás por Europa o en hermosas y alejadas islas, mejor aún. Total, ese 1% no sufrirá a fin de mes los costos de gastar alrededor de $570 mil por persona en sus vacaciones, mientras la mayoría de la población a duras penas logra presupuestar en promedio unos $290 mil por hogar.
El verano llega con un sol radiante, imponiendo las ganas de querer disfrutar de unos días libres al año, salir con las personas cercanas, conocer lugares, relajarse en la playa o en algún otro lugar refrescante; pero también llega para marcar una nueva diferencia social, económica y material, abismante y brutal que también se expresa en este aspecto cotidiano, en el derecho al descanso y al ocio, del que no pueden ser parte miles de personas. Quizás por no tener derecho a vacaciones; otros miles por no poder permitirse el ‘privilegio’ de descansar, debido a la necesidad concreta de seguir trabajando; unos cientos más no lograron juntar dinero en el año para salir fuera de sus ciudades o simplemente decidieron ahorrar ese dinero para los tormentosos gastos de marzo; y otros sí pudieron vacacionar unos días mediante el esfuerzo tremendo de ahorrar o simplemente tuvieron la posibilidad de endeudarse una vez más, sumándose así a la estrepitosa cifra de 13 millones de chilenos endeudados.
Esa es la otra cara del verano y las vacaciones, la pugna entre los anhelos y las posibilidades reales de las familias trabajadoras, el rostro de la abismante diferencia social en Chile, de los salarios mínimos por el suelo y los costos de vida cada vez más altos. El rostro de la educación, salud y vivienda privatizadas; el alza en el transporte público, el aumento en el precio de los alimentos básicos, los créditos hipotecarios para poder acceder a una casa propia, el crédito universitario que se debe pagar mes a mes. Luego, muy posterior a todo eso, llega la posibilidad de pensar en vacacionar, siempre con la restricción concreta entre unas vacaciones para ricos y otras para pobres. De eso, definitivamente no se habla en los medios de comunicación tradicionales, ni tampoco se pregunta a los veraneantes que recorren el país.