Una aproximación a la mirada del revolucionario ruso sobre los fenómenos políticos del país y el continente en su último exilio.
Como escribimos hace ocho días, Trotsky y su compañera Natalia Sedova arribaron a México a inicios de enero de 1937, procedentes de Noruega. Esto fue el resultado de las intensas gestiones de Octavio Fernández —uno de los fundadores del trotskismo mexicano— y del artista Diego Rivera, logrando que Lázaro Cárdenas otorgase el asilo al veterano revolucionario ruso. Cuando el mundo era un planeta sin visado para León Trotsky —quien para imperialistas y estalinistas era, aún en el exilio, un peligro por lo que representaba—, el lejano México le abría sus puertas.
Trotsky, desde el Ruth, el buque con el que atravesó las gélidas e invernales aguas del Atlántico Norte hacia el trópico, escribía: “Estoy leyendo ávidamente algunos textos sobre México. Nuestro planeta es tan pequeño, y sin embargo sabemos tan poco de él. Me he pasado así estos primeros 8 días, trabajando intensamente y especulando sobre este misterioso México” [1].
El país al que Trotsky y Natalia arribaron, estaba convulsionado por 25 años de revoluciones y contrarrevoluciones, intentonas de golpes de Estado y levantamientos religiosos e insurrecciones campesinas. El trasfondo era, sin duda, la revolución que atravesó México en la segunda década del siglo, la cual continuaba siempre presente y agitando la realidad nacional. Después del crack de 1929 y sus consecuencias sobre el país, el movimiento obrero —que ya era una fuerza social que crecía exponencialmente— protagonizó desde 1932, un importante reanimamiento: huelgas y movilizaciones que precedieron el ascenso de Cárdenas y condicionaron su política, la cual combinó concesiones al movimiento de masas con una estatización de las organizaciones obreras y campesinas, todo con el fin de establecer un mayor control sobre las mismas.
En los años siguientes, y hasta su asesinato, el revolucionario ruso realizó importantes aportes teóricos y políticos para la comprensión de la realidad contemporánea del país y del continente, que resultaron claves para comprender el siglo XX latinoamericano. Los mismos extienden su valor y vigencia hasta el presente.
En México, Trotsky aplicó, a los fenómenos latinoamericanos de su tiempo su Teoría de la Revolución Permanente. La cuestión agraria y la lucha por la liberación nacional serán, para él, los motores fundamentales de la revolución en nuestros países. Estos sólo podrán ser llevados a buen puerto por la acción de la clase obrera, a través de la conquista del poder, encabezando a las masas campesinas. Desde este prisma teórico-político y este posicionamiento estratégico, el revolucionario ruso analizó el carácter y las acciones del que fue uno de los fenómenos políticos más importantes de los 30, el cardenismo.
Bonapartismo
En su obra, Karl Marx desarrolló ampliamente las características fundamentales del bonapartismo, a la cual remitimos al lector. Aquí podemos recordar que se refiere a una situación de crisis y escisión social y política, para la cual no se encuentra salida. Y que se resuelve, provisoriamente, en un precario equilibrio, a través de la emergencia de un líder que se apoya en instituciones claves del estado burgués, en particular, el ejército.
La concentración de poder en el bonaparte en turno —que, elevado sobre las instituciones y clases en pugna, se convierte en garante de ese equilibrio—, muestra a éste, en apariencia, por fuera del control de la clase dominante; aunque en realidad defiende los intereses históricos de ésta, aún contra fracciones particulares de esa misma clase.
En México, el régimen bonapartista fue el resultado de una revolución desviada (o “interrumpida” como señaló Adolfo Gilly), que seguía presente en la conciencia de las masas y a la cual la burguesía respondió con diversas medidas y la Constitución de 1917. Surgió en el delicado equilibrio social y político posrevolucionario, y tomó en sus manos la tarea de reconstruir el estado burgués, lidiando con el insurgente campesinado y el proletariado que se fortalecía al calor de la industrialización del país. La mayor expresión de esta dinámica, en los años siguientes, fue el sexenio de Lázaro Cárdenas [2].
Las expropiaciones petroleras de 1938 impulsaron a Trotsky a estudiar el régimen mexicano. Como ya planteamos, el telón de fondo del cardenismo fue la agudización de las contradicciones generales de la sociedad. Cárdenas, candidato presidencial del Partido Nacional Revolucionario, al llegar al gobierno fue el encargado de lidiar con el resurgir obrero y campesino, con el fin de preservar los intereses del capitalismo mexicano, construyendo los mecanismos que le dieron estabilidad en las décadas siguientes, particularmente en la relación con los sindicatos.
Trotsky actualizó e innovó la tradición inaugurada por Marx: definió al cardenismo como un bonapartismo, pero de tipo especial, sui generis, el cual será característico de los países coloniales y semicoloniales, oprimidos por los diversos imperialismos.
Un bonapartismo de tipo especial
El 12 de mayo de 1939, desde Coyoacán el revolucionario ruso escribía “La industria nacionalizada y las administraciones obreras”, un texto de cardinal importancia en sus Escritos Latinoamericanos, donde planteaba:
En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros. La actual política se ubica en la segunda alternativa; sus mayores conquistas son la expropiación de los ferrocarriles y las compañías petroleras [3].
Es importante resaltar que Trotsky define que el bonapartismo, en los países semicoloniales o coloniales, puede tomar distinto curso, dependiendo de su ubicación respecto al imperialismo. Puede desarrollarse como un bonapartismo sui generis de derecha (“como instrumento directo del capital extranjero”) o de izquierda, apoyándose en el proletariado para establecer distancia respecto a aquel.
En estas elaboraciones, incorpora, como un elemento definitorio para entender los regímenes en los países del mundo colonial y semicolonial, la relación con el imperialismo; cuestión que, naturalmente, no estaba planteada en los tiempos de Marx.
Evidentemente, la comprensión de la dinámica y los fenómenos nacionales no puede escindirse de las determinaciones internacionales. Define así un método —el cual va más allá de la especificidad cardenista— para entender los regímenes políticos burgueses en los países oprimidos, subordinados por el imperialismo. La inestabilidad que caracteriza a los mismos, se agudiza en circunstancias concretas; por ejemplo en los ‘30, cuando se dieron importantes cambios en el juego de las potencias imperialistas en América Latina, que le permitió a Cárdenas “disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros”, y —basándose en el apoyo de las organizaciones obreras y campesinas— contar con mayores márgenes de maniobra para impulsar medidas como las nacionalizaciones de 1938.
A la par, para comprender la orientación que asume Cárdenas, es fundamental considerar la existencia de un proceso profundo que recorre al movimiento obrero y de masas, al cual el gobierno nacionalista burgués debe responder. Allí se combina la persistencia de las aspiraciones que motorizaron la revolución de 1910-1917, con el giro a izquierda expresado en las movilizaciones obreras y populares de los años previos.
Ése es el contexto, en que debe explicarse, entonces, las expropiaciones de los ferrocarriles y las compañías petroleras. Trotsky, como es sabido, planteó que las expropiaciones debían ser defendidas, por tratarse de medidas de defensa nacional altamente progresistas. Esto fue acompañado de un enérgico llamado a las organizaciones del proletariado de los países imperialistas y, en particular, de Inglaterra y Estados Unidos de donde eran originarias las compañías petroleras, para que adoptasen una posición claramente internacionalista y antiimperialista.
Esta postura no implicaba confusión alguna respecto al carácter social del gobierno cardenista y de las medidas en curso. Sostenía que éstas “se encuadran enteramente en los marcos del capitalismo de estado” [4]. Es conocida su afirmación, claramente, dirigida a quienes se subordinaban al cardenismo, como el Partido Comunista Mexicano: “Sería un error desastroso, un completo engaño, afirmar que el camino al socialismo no pasa por la revolución proletaria, sino por la nacionalización que haga el estado burgués en algunas ramas de la industria” [5].
Aplicando creativamente la Teoría de la Revolución Permanente
Trotsky desplegaba así una actualización de la teoría política marxista, dando cuenta de los nuevos fenómenos políticos y sociales. Esto se expresó en múltiples artículos, y en particular en la Revista Clave-Tribuna Marxista, que él impulsó en su exilio en México. Lo hizo partiendo de los puntos fundamentales de la teoría de la revolución permanente para los países de desarrollo capitalista rezagado, innovando la misma para afrontar la realidad contemporánea del país y el continente.
El revolucionario ruso, a la vez que reconocía la importancia de las medidas de 1938, afirmaba que el cardenismo era incapaz de llevar hasta el final la lucha antiimperialista y la resolución de la cuestión agraria. Menos aún, de tomar las medidas anticapitalistas, requeridas para romper, efectivamente, con los distintos imperialismos.
Entendiendo la incapacidad de la burguesía nacional –y aún de sus representantes más progresistas, como Cárdenas— para llevar hasta el final la lucha por las tareas motoras de la revolución en el país, Trotsky, en una discusión con militantes, afirmaba que:
[...]la clase obrera de México participa, y no puede sino participar, en el movimiento, en la lucha por la independencia del país, por la democratización de las relaciones agrarias, etcétera. De esta manera, el proletariado puede llegar al poder antes que la independencia de México esté asegurada y que las relaciones agrarias estén organizadas. Entonces el gobierno obrero podría volverse un instrumento de resolución de estas cuestiones [6].
El dirigente marxista era consciente de la importancia del campesinado mexicano, protagonista de la gran revolución de 1910. Eso fortalecía su idea de que había que arrancar a las masas campesinas de la influencia del cardenismo y soldar una poderosa alianza revolucionaria con los trabajadores, sin lo cual no podía pensarse en el triunfo estratégico de la clase obrera. Planteaba, por ejemplo:
[…] durante el curso de la lucha por las tareas democráticas, oponemos el proletariado a la burguesía. La independencia del proletariado, incluso en el comienzo de este movimiento, es absolutamente necesaria, y oponemos particularmente el proletariado a la burguesía en la cuestión agraria, porque la clase que gobernará, en México como en todos los demás países latinoamericanos, será la que atraiga hacia ella a los campesinos. Si los campesinos continúan apoyando a la burguesía como en la actualidad, entonces existirá ese tipo de estado semi bonapartista, semi democrático, que existe hoy en todos los países de América Latina, con tendencias hacia las masas [7].
De esta convicción estratégica en el rol de la clase obrera frente a la segura defección de las burguesías en la lucha antiimperialista, se desprendía una orientación general que él planteaba así:
...la IV Internacional reconoce todas las tareas democráticas del Estado en la lucha por la independencia nacional, pero la sección mexicana de la IV compite con la burguesía nacional frente a los obreros, frente a los campesinos. Estamos en perpetua competencia con la burguesía nacional, como única dirección capaz de asegurar la victoria de las masas en el combate contra los imperialistas extranjeros. En la cuestión agraria, apoyamos las expropiaciones [8].
En ese sentido Trotsky decía que era fundamental aprovechar el momento para desarrollar el movimiento revolucionario de los trabajadores., ante lo cual “la independencia del proletariado incluso en el comienzo de este movimiento, es absolutamente necesaria”, por lo cual planteaba que era fundamental conservar “la independencia íntegra de nuestra organización, de nuestro programa, de nuestro partido, y nuestra plena libertad de crítica” [9].
Trotsky y la estatización de los sindicatos
Esta lucha por la independencia del movimiento obrero estaba vinculada a una crítica sin titubeos de la tutela que el cardenismo ejercía sobre los sindicatos y su incorporación al oficialista Partido de la Revolución Mexicana. Trotsky marcaba a fuego, que los mismos se convirtieron en instituciones semiestatales y asumieron un carácter semitotalitario.
El carácter bonapartista de los gobiernos semicoloniales se expresaba, también, en la dinámica que adquiere la relación con los sindicatos:
[...]o están bajo el patrocinio especial del estado o sujetos a una cruel persecución. Este tutelaje del estado está determinado por dos grandes tareas que éste debe encarar: en primer lugar atraer a la clase obrera, para así ganar un punto de apoyo para la resistencia a las pretensiones excesivas por parte del imperialismo y al mismo tiempo disciplinar a los mismos obreros poniéndolos bajo control de una burocracia [10].
Ante eso, era fundamental comprender que la administración obrera de las empresas nacionalizadas auspiciada por el gobierno, “no tiene nada que ver con el control obrero de la industria, porque en última instancia la administración se hace por intermedio de la burocracia laboral, que es independiente de los obreros pero depende totalmente del estado burgués” [11].
Y continuaba, en un texto que es demoledor, frente a la subordinación del estalinismo y al embellecimiento que muchas elaboraciones han hecho del cardenismo:
Esta medida tiene, por parte de la clase dominante, el objetivo de disciplinar a la clase obrera, haciéndola trabajar más al servicio de los intereses comunes del Estado, que superficialmente parecen coincidir con los de la propia clase obrera. En realidad la tarea de la burguesía consiste en liquidar a los sindicatos como organismos de la lucha de clases y sustituirlos por la burocracia como organismos de dominación de los obreros por el estado burgués [12].
Trotsky sostenía que la tarea fundamental en el movimiento obrero era luchar por la independencia plena de sus organizaciones y “por la creación de un verdadero control obrero sobre la actual burocracia sindical, a la que se entregó la administración de los ferrocarriles, de las empresas petroleras y demás” [13].
Vigencia y actualidad
El valor de las elaboraciones de Trotsky trasciende el momento histórico en que las escribió y van mucho más allá del caso específico del cardenismo. Se trata de un aporte vital para comprender un conjunto de fenómenos que conoció América Latina, como es el caso de los gobiernos de Perón, Velasco Alvarado y otros —y que también se expresó en otros países semicoloniales de otras partes del mundo— y de los que el cardenismo fue, con sus especificidades, una muestra.
En ese sentido, la comprensión de los bonapartismos que emerjan en los países coloniales y semicoloniales, sean de derecha o de izquierda, es una imprescindible herramienta para sostener una política que combine un antiimperialismo sin concesiones, con la defensa de la independencia política de la clase obrera ante estos regímenes. Esto como la única vía correcta para disputar la dirección de la lucha por las demandas democráticas —empezando por la independencia nacional y la cuestión agraria— a la burguesía, y así lograr la realización de la misma mediante el gobierno de la clase obrera, como caudillo de la nación oprimida.
Las elaboraciones de Trotsky van entonces más allá del aporte histórico: son herramientas fundamentales para una estrategia revolucionaria; por ejemplo, para sostener una postura correcta ante los “progresismos” latinoamericanos en América Latina, los cuales, aunque en ningún caso llegaron a sostener medidas como las expropiaciones cardenistas —y en el caso de AMLO mostró, recientemente, su subordinación extrema al imperialismo— enarbolaron una retórica progresista e, incluso, en algunos casos de corte “nacionalista” o “popular”.
Del análisis de Trotsky también se desprendía, como él lo planteaba explícitamente, la necesaria independencia organizativa y programática de los marxistas revolucionarios, ante los partidos de la burguesía nacional y los bonapartismos sui generis. Esto, en las antípodas de la ubicación del PCM que, como expresión de su política frentepopulista, después de apoyar al gobierno de Cárdenas y buscar la “unidad a toda costa” con la burocracia sindical de la CTM, pidió, en 1938, ingresar en el Partido de la Revolución Mexicana. Por el contrario, para Trotsky se trataba de construir el partido que se requiere para la revolución socialista. Esto es una gran lección para los revolucionarios del presente en toda América Latina y una tarea impostergable. Lamentablemente, muchos que se consideraban trotskistas lo trataron como letra muerta; por ejemplo, aquellos que ante la emergencia del chavismo —que tuvo rasgos de un bonapartismo sui generis de izquierda— lo apoyaron, y llegaron a ingresar al partido de gobierno.
Ocho décadas han pasado del artero asesinato de Trotsky, y los cambios en el país, el continente y el mundo, son indudables. En México, surgió un proletariado estructuralmente poderoso y extendido, concentrado en la industria de exportación, así como en los servicios, el transporte y las telecomunicaciones. Millones de campesinos engrosaron las filas de los asalariados, a la par que se mantienen las demandas históricas de los pueblos indígenas y las masas rurales. En las ciudades, la precarización y la miseria ha creado nuevos sectores oprimidos, que son potenciales aliados de la clase obrera, como lo es el movimiento de mujeres y la juventud precaria. La burguesía y sus partidos son cada vez más reaccionarios, y todo el régimen político comparte la subordinación al imperialismo y las transnacionales, quienes se benefician de un nuevo tratado de comercio (el TMEC) aún más leonino y expoliador que el anterior TLCAN.
Esto confirma con mayor fuerza la actualidad de las ideas de Trotsky. En particular, si lo que queremos es enfrentar la opresión imperialista y resolver las aspiraciones de las masas obreras y populares, a partir de impulsar la movilización revolucionaria de los explotados y oprimidos del campo y la ciudad, orientada hacia la conquista del poder por la clase trabajadora. Sus palabras nos llegan a través del tiempo, cuando decía que la tarea impostergable era completar la obra de Emiliano Zapata, mediante la segunda revolución mexicana, obrera y socialista.
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