Presentamos ante nuestros lectores una serie de cuatro artículos originalmente publicados en la Revista Comunidad de la Universidad Iberoamericana escritos por Ángel Palerm reflexionando sobre lo que fue el 68 mexicano. Este artículo es la segunda parte, originalmente publicado en Comunidad, Vol. IV, N° 18, abril de 1969, págs. 219-231 bajo el pseudónimo de “Profesor A.”.
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Terminé la entrega anterior de mis notas a COMUNIDAD con un resumen de lo que me parecen ser los principales rasgos de la segunda etapa del movimiento estudiantil en nuestra Escuela. Considero la primera etapa como el periodo cronológicamente anterior al fin de julio de 1968, durante el cual la inquietud de los estudiantes se centra en problemas académicos y profesionales, y sólo secundariamente se dirige a las cuestiones políticas. Durante este período se llega a un estado creciente de rebeldía, provocado sobre todo por la inmovilidad de las autoridades académicas ante las demandas estudiantiles. El movimiento comienza en la Escuela sin tomar caracteres políticos, y se expresa en la convocatoria a una asamblea general permanente (huelga funcional).
La segunda etapa del movimiento comienza, verdaderamente, como una reacción a la violencia desatada, durante la última semana de julio, aunque no afectó directamente a la Escuela ni a sus alumnos. Nuestros estudiantes se unen a la huelga general, que inmediatamente toma intensos caracteres políticos. La Escuela se sumerge en la oleada general de la protesta estudiantil. Esta parte del proceso es la que se incluye en las notas siguientes, que no tienen intención de generalizar un caso particular y que quizá también es anómalo.
Si tuviera que definir con una sola palabra (lo que sería ciertamente injusto para ellos) el estado de ánimo de los estudiantes después de los sucesos de San Ildefonso y del comienzo de la huelga general, emplearía la de estupor.
El estupor provenía, por un lado, de la atemorizante demostración de fuerza de las autoridades, significada sobre todo por la intervención del Ejército. A pesar del antecedente de Morelia (y cito éste por haber sido, probablemente, el más impresionante), los estudiantes no esperaban una acción de semejante naturaleza e intensidad en la capital del país, y mucho menos contra un centro de enseñanza amparado por el concepto tradicional de la autonomía universitaria. Poco importa, puesto que estoy hablando de reacciones emocionales, si la idea de la autonomía responde o no a una estricta interpretación jurídica de los Textos legales. Todos sabemos lo que significa en México la expresión “autonomía universitaria”, y cómo su concepción se ha ido extendiendo en la práctica hasta cubrir campos y actividades en los que de seguro no se pensó originalmente.
Por otro lado, había también asombro ante la violenta respuesta de los estudiantes a la intervención de la fuerza pública. Los incendios de autobuses; las tentativas de bloquear los accesos a San Ildefonso y a otras escuelas; la pelea física con los granaderos (en la que éstos parecen no haber llevado la mejor parte en algunos momentos), y otros incidentes que la prensa se encargó de divulgar y también de distorsionar y exagerar, no encajaban de ninguna manera con el espíritu y las tácticas del movimiento en la Escuela.
Finalmente, sorprendía la unanimidad de la huelga, que por primera vez en México reunía en un mismo plan de lucha a los estudiantes de la Universidad Nacional y del Politécnico que tienen rivalidades tradicionales, lo mismo que a los de la Escuela Nacional de Agricultura, de las Normales y de algunas instituciones privadas, incluyendo varias escuelas de la Universidad Iberoamericana, considerada por muchos como un centro de conservadurismo y aún de espíritu clerical. Se trataba, en otras palabras, de la sorpresa ante el descubrimiento de la unidad y de la propia fuerza.
El estupor de los primeros días fue sustituido por una euforia generada por las grandes manifestaciones de agosto y septiembre, y también por la simpatía expresada por parte de la población de la ciudad. Se ha observado por los mismos estudiantes y con razón, que esta euforia, al hacer subestimar la decisión y la fuerza del poder público y sobrestimar la amplitud y la eficacia de la protesta estudiantil, facilitó la acción de los grupos que se esforzaban en conducir el movimiento hacia un choque frontal con el sistema político del país, y lo que es aún más grave, con el aparato estatal.
Existe, evidentemente, un ingrediente importante de incomprensión en toda actitud de asombro. Para decirlo de otra manera, nuestros estudiantes (y en esto no eran los únicos) no entendían lo que estaba pasando. Sabían hasta cierto punto lo que ocurría, pero sólo en términos de los acontecimientos que se sucedían. Sin embargo, carecían de explicación para ellos. Como estudiantes de ciencias sociales querían obtener una interpretación de los hechos a niveles más profundos de los que eran discernibles por la pura información actual, que por otro lado era (y sigue siendo) sumamente confusa y contradictoria.
Durante la primera parte de agosto la asamblea permanente incluyó en su programa de debates una larga serie de conferencias y mesas redondas, en las que el tema favorito era la interpretación del movimiento estudiantil en su propio contexto y en el cuadro nacional. Lo que me parece extremadamente significativo de estas discusiones es, primero, el esfuerzo honesto para llegar a penetrar los hechos más allá de sus apariencias; segundo, la presencia de una actitud de desconfianza y de gran recelo ante las posibles manipulaciones del movimiento estudiantil. Esta última preocupación se expresa en el empleo frecuente del término instrumentalizar, que se refiere ante todo a la posibilidad de que el movimiento fuera utilizado por intereses y grupos ajenos, nacionales o extranjeros. Había que adquirir conciencia para no ser instrumentalizados.
Durante las discusiones celebradas en la Escuela aparecieron toda clase de hipótesis e interpretaciones, que no difieren grandemente de las que se ofrecían fuera del medio estudiantil, excepto, quizá, en su mayor rigor y coherencia. No puedo pretender recoger en estas notas el contenido de los debates. Quiero intentar, sin embargo, abreviar y sistematizar los puntos de vista que parecen haber alcanzado mayor popularidad. El interés de este ejercicio consiste, por supuesto, en determinar cuáles interpretaciones y en qué medida se convirtieron en fuerzas dinámicas del movimiento estudiantil o bien en frenos de su desarrollo y en instrumentos de mediatización.
El primer sistema de hipótesis parte del planteamiento de la sucesión presidencial. Se observa que desde la estabilización política del país por medio del predominio completo de un gran partido nacional (PNR, PRM y PRI sucesivas encarnaciones históricas), el nuevo presidente ha surgido siempre del gabinete del anterior presidente. Esta afirmación resulta particularmente correcta desde Lázaro Cárdenas (Ávila Camacho, Secretario de Defensa; Alemán, de Gobernación; Ruiz Cortines, de Gobernación; López Mateos, de Trabajo; Díaz Ordaz, de Gobernación). Se anticipa, en consecuencia, la aparición de competencias y luchas dentro del gabinete. que se incrementan a medida que se aproxima la selección del candidato del Partido.
La lucha entre los posibles candidatos no es, ni puede ser exclusivamente, un conflicto de personalidades. El Partido es una verdadera alianza de tendencia, grupos y facciones, a veces con intereses encontrados. La técnica para seleccionar un candidato implica, evidentemente, un largo proceso de compromisos y de acuerdos tácitos y explícitos. El conflicto al nivel de personalidades suele distraer la atención del proceso subyacente de conciliación de intereses y de acuerdos que hay que establecer y acatar.
A pesar de esto y en el nivel más aparente y superficial, el problema de la sucesión presidencial se resuelve visiblemente mediante la progresiva eliminación de posibles candidatos. Se considera esta eliminación no sólo como un proceso necesario, sino también beneficioso para el régimen y para el país. Es la aplicación a la política de una especie de ley darwiniana de selección del más hábil. Bajo la mirada generalmente tolerante del Presidente los posibles candidatos, que aún no se han declarado por tales, prueban con su propia supervivencia la capacidad de llegar a gobernar el país en las complejas condiciones requeridas por el sistema político y por la coyuntura nacional e internacional. La operación del proceso de eliminación en tales condiciones, supone la realización de innumerables intrigas y maniobras, en las que se trata de que un candidato potencial (o sea, un miembro del gabinete) cometa errores y tropiezos graves, o se haga aparecer que los comete.
La pregunta de los estudiantes se resolvía en términos de hasta qué punto el movimiento podía ser utilizado, e incluso provocado en su etapa violenta y política, por personalidades interesadas en “quemar” (o sea, en eliminar) a otros posibles candidatos. Veremos después a qué conclusiones de orden tácito llevaban esta hipótesis y otras interpretaciones que examinaremos sucesivamente.
El segundo sistema de hipótesis parte, asimismo, de las premisas funcionales del sistema político vigente. Se ha observado con frecuencia que cada nueva administración, si bien representa la continuidad de los regímenes anteriores, introduce modificaciones importantes en la conducción de los asuntos del país, en especial en términos del énfasis que coloca sobre algunos problemas particulares. Estas modificaciones constituyen el contrapunteo de un régimen a otro, una suerte de oscilación cíclica que ha sido llamada de izquierda a derecha y viceversa, aunque en el fondo no tenga que ver realmente con posturas ideológicas, sino más bien con problemas de coyuntura nacional e internacional.
Estos cambios políticos dentro de la continuidad regida por los principios de la Revolución, suponen asimismo el relevo de equipos (o quizá un cínico diría lo contrario). Ambas características operativas (cambio de política y relevo de equipo) están interrelacionadas, y funcionalmente deben garantizar la estabilidad general del sistema y su rejuvenecimiento periódico. Cada nueva administración se enfrenta, en consecuencia, al problema de diseñar su propia política dentro de un marco general establecido, y de integrar su propio equipo con una mezcla adecuada de ingredientes de las administraciones pasadas y de nuevos elementos. Pero el verdadero problema crítico consiste en decidir quién va a ser relevado y como se va a realizar la operación.
Se subraya, consecuentemente, que el régimen presente no ha conseguido efectuar estas delicadas maniobras con la suficiente precisión y habilidad. Sea porque ha tenido que enfrentar problemas más severos que pasadas administraciones o por otras razones, el hecho parece ser que la necesaria cirugía se ha aplicado sin los analgésicos suficientes. El resultado es la existencia de un grupo, aparentemente más numeroso y fuerte que el habitual, de personalidades políticas resentidas con el régimen. Este grupo, al que une poco más que el resentimiento y el deseo de regresar a las posiciones de poder, puede tener mucho que ver con los acontecimientos de julio. O cuando menos puede pretender manejar el movimiento estudiantil de acuerdo a sus propios fines.
El tercer sistema de hipótesis, al contrario de los dos anteriores, supone una interrupción en la funcionalidad del mecanismo político y la consiguiente posibilidad de una quiebra estructural. A la vez, hace intervenir factores externos cuya presencia no resulta necesaria o indispensable en los casos anteriores. De acuerdo a esta interpretación, el movimiento estudiantil correría el riesgo de ser instrumentalizado por una verdadera conspiración contra el régimen y contra su cabeza actual.
Los factores externos de esta hipótesis se darían de la siguiente manera. Primero, el conglomerado de intereses económicos extranjeros en México, que estaría deseoso de seguir la tendencia manifestada en otros países latinoamericanos hacia los regímenes de fuerza (militares). Esta temible concentración de intereses contaría con el apoyo y la complicidad de sus asociados mexicanos. Segundo, la hostilidad de ciertos círculos norteamericanos a la política exterior de México, particularmente en el caso de Cuba, hostilidad que los claros discursos del Jefe del Estado mexicano en Washington no contribuyeron a disminuir.
Los principales factores internos serían los siguientes. Primero, un recrudecimiento de la tensión y de los conflictos entre el sector público de la economía nacional y una parte importante del sector privado, sobre todo alrededor de los procedimientos y políticas para asegurar el continuo desarrollo del país. Segundo, una creciente sensibilización a los aspectos más disfuncionales del sistema actual, particularmente desde el punto de vista de su capacidad para retener la adhesión efectiva de las llamadas fuerzas vivas y el control sobre los grupos descontentos e insatisfechos.
Según esta última interpretación, una conspiración semejante se encontraría ante dos posibles caminos: el del golpe de Estado puro y simple, y el de la mediatización de la autoridad presidencial hasta el punto de privarle de toda iniciativa substancial, negándole sobre todo el privilegio, hasta ahora indiscutido, de resolver el problema de la sucesión. El primer camino resultaría demasiado peligroso en un país como México, cuya estructura social y económica y cuyas tradiciones políticas no favorecen, precisamente, las salidas de tipo militar. La segunda ruta parecería la más viable y apropiada, pero implicaría claramente la complicidad de grupos y personalidades políticas aparentemente leales al régimen.
El cuarto conjunto de hipótesis reclama como condición indispensable la existencia de una crisis profunda de la totalidad del sistema mexicano. Dicho de otra manera, se habría entrado a un periodo francamente revolucionario, cuyas posibilidades deberían ser explotadas al máximo por el movimiento estudiantil actuando como vanguardia improvisada del primer asalto al régimen. La acción estudiantil, instrumentalizada por los grupos más radicales, iría movilizando y agregando nuevos factores a la ofensiva revolucionaria, hasta culminar eventualmente en la toma del poder y en la implantación de un régimen socialista
¿Cuáles serían los elementos objetivos de una crisis de tales dimensiones y profundidad? Por un lado, la situación del campo, vuelta intolerable por el fracaso de la Reforma Agraria y la constitución del nuevo latifundismo. Por otro lado, la intensa explotación de los obreros sujetos a la férula de los líderes reaccionarios y enriquecidos. El movimiento estudiantil actuaría como un detonante del material explosivo acumulado durante largos años.
Detrás de esta interpretación se encuentra, evidentemente, una concepción voluntarista (por llamarle de alguna manera) de la revolución. Es decir, la idea avanzada por Guevara y sometida a prueba en Bolivia de que basta la existencia de una situación generalmente revolucionaria para que una minoría audaz, organizada y agresiva, cree las condiciones específicas para el triunfo de la revolución. Las revoluciones se producen en el sentido estricto de la palabra; las generan los revolucionarios cuya tarea es, precisamente, hacer la revolución.
Finalmente, y aún conscientes de la extrema esquematización de nuestra reseña, nos referimos a un quinto sistema de hipótesis. Esta última interpretación parte también de la noción de una crisis profunda, pero que todavía no asume características revolucionarias. Reconoce los agudos problemas del campo y de los trabajadores urbanos, pero encuentra que existen importantes márgenes de tolerancia para su resolución o cuando menos para su alivio. Estas posibilidades están dadas, sobre todo, por el acentuado desarrollo económico del país, por la progresiva industrialización y urbanización, y por la política social expresada en la educación, en el seguro social, el sistema fiscal, etc.
El foco principal de la crisis estaría en consecuencia, en el área política. El sistema creado por Calles; reafirmado y hecho operativo por Cárdenas, y perfeccionado por sus sucesores en la presidencia ha llegado a un período de anquilosamiento y de obsolescencia. Es decir, mientras por un lado algunos problemas nacionales de orden social y económico adquieren graves caracteres, por otro lado, el sistema político muestra una creciente incapacidad para hacerles frente con nuevas y audaces medidas. Estas medidas tendrían que ver, en primer lugar, con la propia renovación del sistema político, que ha sido el motor principal de las trasformaciones amplias y profundas que se han producido en el país desde la Revolución.
De acuerdo a esta hipótesis el país enfrenta una crisis que es el resultado de su propio crecimiento y madurez. Es decir, la crisis ha sido originada y está siendo agudizada por el desarrollo de México y por algunas distorsiones inevitables pero remediables del proceso. En el fondo se trataría de adecuar un sistema político, que ha envejecido y es crecientemente disfuncional, a las nuevas realidades económicas, sociales y educativas. Sólo la renovación del sistema político pondría al país y al Estado en condiciones de enfrentar y resolver positivamente los urgentes problemas nacionales del presente.
La presión más fuerte, y en consecuencia el área de mayor concientización, parece provenir de los grupos de clase media, de los profesionales y de la aristocracia obrera urbana, pero de ninguna manera de las masas de campesinos y trabajadores. El movimiento estudiantil resultaría ser un reflejo, con tonos excesivamente radicalizados, de una toma de conciencia frente al caduco sistema político.
Por otra parte, la interpretación a que nos estamos refiriendo pone énfasis en la posición geográfica de México y en la coyuntura política mundial. Es decir, aún concediendo para efectos de discusión que la situación fuera objetivamente revolucionaria desde el punto de vista de los factores internos, la coyuntura mundial y la posición geográfica impedirían el desarrollo de una revolución en los términos en que la plantean los grupos más extremistas.
Los estudiantes se encontraron entonces, frente a cinco tesis principales. Su actitud ante ellas aparentemente determina ría no sólo los objetivos perseguidos por el movimiento, sino también las tácticas y los medios de acción a emplear. En bien de la brevedad podríamos titular estas tesis de la siguiente manera: 1) la “quemazón”; 2) los políticos resentidos; 3) la conspiración; 4) la revolución; 5) la toma de conciencia política.
Evidentemente, las conclusiones que se desprendían de la primera y de la segunda tesis (quemazón y políticos resentidos) aconsejaban retraer a los estudiantes a sus centros de estudio, evitando nuevas posibilidades de encuentros con la fuerza pública y rehuyendo las provocaciones a la violencia, fuera cual fuere su procedencia.
Habría que mantener a los muchachos en sus instituciones, congregados en asambleas, conferencias y mesas redondas, discutiendo y analizando tanto los problemas nacionales y su actitud ante ellos, como los problemas de la vida académica y profesional. Las quejas, reclamaciones y demandas, deberían presentarse en un diálogo de tonos moderados con las autoridades académicas y gubernamentales. La huelga debería levantarse lo antes posible, manteniendo sin embargo las sesiones periódicas y un estado general de alerta y de actividad. No deberían rehuirse las manifestaciones públicas, el mejor vehículo de contacto con la población de la ciudad, pero tanto las consignas como la actitud general tendrían que ser moderadas.
Deberían dedicarse muchos esfuerzos a la organización de un movimiento nacional estudiantil y a la elaboración de una plataforma o programa propio, en el que se diera atención primordial a los problemas del sistema educativo y de la futura actividad profesional dentro del contexto del desarrollo socioeconómico, político y cultural del país.
La tercera tesis, la de la conspiración, implicaba mantener esencialmente los mismos objetivos y tácticas anteriores. Resultaría necesario, sin embargo, enlazar de alguna manera la acción estudiantil con la de aquellos grupos y sectores interesados en mantener el orden constitucional, comenzando por el propio poder público. Se trataría, claramente, de una estrategia general Principalmente defensiva, en la que se incluirían elementos importantes de cambio de la situación actual.
Desde muchos puntos de vista la apertura para una estrategia de esta naturaleza procedía del Informe presidencial de septiembre, aunque su planteamiento tenía muchos elementos restrictivos para un despliegue completo de la acción estudiantil. Sin embargo, habría que utilizar con energía y habilidad las propuestas del Presidente en relación a los mecanismos adecuados para dirimir cuestiones como la de los artículos objetados del Código, la libertad de los presos, la reforma educativa y el voto a los 18 años, para mencionar sólo los puntos más salientes del llamado presidencial.
Saltando ahora a la quinta tesis (toma de conciencia política), parece evidente que implicaba el mantenimiento general de las tácticas anteriores, pero con el agregado de una clara y vigorosa actitud de oposición y crítica al sistema político. La acción estudiantil debería orientarse a buscar sus aliados entre los grupos de la clase media y de la aristocracia obrera, y aun entre aquellos elementos de la administración más ligados ar desarrollo del sector público y a la defensa de los intereses nacionales mexicanos.
El movimiento estudiantil establecería como un principal objetivo estratégico el de contribuir a una trasformación profunda del sistema político, que abriera el camino para los cambios de orden económico y social necesarios para el desarrollo de México.
Desde un punto de vista estrictamente formal, el movimiento estudiantil no se decidió jamás por ninguna de las cinco tesis (o por cualquier otra posible), ni al nivel del Consejo Nacional de Huelga ni al nivel de nuestra Escuela. Desde el punto de vista práctico la orientación predominante significó, finalmente la adopción tácita de la cuarta tesis; es decir, de la tesis revolucionaria. Me parece importante comentar. desde mi limitada visión de observador, cómo se pudo llegar a esta peculiar situación tan contradictoria con las demandas explícitas incorporadas al famoso pliego petitorio de los seis puntos.
Quizá el primer factor que hay que tomar en cuenta sea uno de orden primariamente emocional. O sea, la reacción estudiantil a los acontecimientos de San Ildefonso. La indignación contra las autoridades era tan grande, que cualquier tentativa de plantear una postura moderada era inmediatamente bloqueada. Uno sospecha que la violencia de la represión buscaba precisamente obtener esta reacción de los estudiantes, a fin de exagerar y distorsionar al máximo el conflicto.
Planeada o no, la reacción se produjo exactamente de esta manera. Los mismos estudiantes han observado que cada vez que aparecía un relajamiento de tensión, algún nuevo incidente se encargaba de volver el conflicto a un clímax y de anular toda posibilidad de entendimiento con las autoridades.
Sería posible trazar una curva de intensidad de tensión y ver como cada fase de declinación se corresponde con un nuevo episodio de inesperada violencia., no importa ahora de qué supuesto origen o procedencia.
La evidencia interna de estos hechos apunta claramente a una manipulación externa del conflicto, posiblemente desde muchos lados y por diversos agentes. Esto nos conduce a un segundo factor: el temor de los estudiantes a ser instrumentalizados y su resentimiento y hostilidad contra todas aquellas posturas e interpretaciones que se sospechaba podían contribuir a las manipulaciones.
A un observador neutral pero interesado, seguramente le parecería que el mejor método para escapar a los riesgos de la instrumentalización consistiría en desarrollar una política independiente y propia del movimiento estudiantil. Sin embargo, el efecto práctico de los temores apuntados más arriba, fue el de una resistencia muy acentuada a adoptar posturas o líneas de política de cualquier clase. Los estudiantes insistieron con tozudez en que su único programa sería el de los seis puntos petitorios, que en verdad, como se hizo notar desde muchos lados, carecían de verdadero contenido político. De esta manera es evidente que se contribuyó a descabezar políticamente el movimiento más importante y significativo de los últimos años en México.
Un tercer factor creernos encontrarlo en la falta de madurez, o quizá diría mejor en la ausencia de toda experiencia política real entre los estudiantes. Sólo la ingenuidad de sus dirigentes puede explicar la paradoja de querer enfrentar los riesgos evidentes de instrumentalización del movimiento con posiciones abiertamente no políticas. Nunca parece haberse entendido que la mejor manera y es posible que la única forma de no ser manipulado políticamente, consiste en desarrollar y afirmar una política propia.
Por otro lado, y éste es un cuarto factor importante entre los que puedo identificar, existe el problema de la organización misma estudiantil. El movimiento creó, en un lapso de tiempo sorprendentemente corto, una enorme y compleja maquinaria, casi imposible de manejar, pero que era obviamente la única posible en aquellos momentos. El Consejo Nacional de Huelga, constituido por los delegados de todas las Escuelas y Facultades, era en verdad una asamblea deliberante y numerosísima, cuya membrecía, además, estaba cambiando constantemente.
Nada estaría más lejos de la realidad que imaginar un Consejo Nacional funcionando como un órgano directivo, u aún mucho menos como un cuerpo ejecutivo del movimiento estudiantil. El Consejo funcionó prácticamente como una asamblea. con todas las limitaciones para la toma de decisiones que apuntaba en mis notas anteriores. Es cierto que algunos miembros del Consejo llegaron a ganar una gran autoridad sobre los estudiantes. Pero no es menos evidente que esto ocurrió demasiado tarde para que ejerciera influencia notable sobre el proceso de decisión, y en consecuencia, para que garantizara un mínimo de dirección efectiva.
Finalmente, los efectos combinados de la reacción emocional; de la dureza de la represión; del temor a la instrumentalización; de la ingenuidad política; de las fallas de organización, y de la carencia de un planteamiento claro de los objetivos políticos del movimiento, condujeron progresivamente a llenar el vacío dejando la conducción efectiva del movimiento en manos de los grupos más politizados de cada institución. O sea, en manos de los estudiantes más radicales, con toda su estupenda variedad de opiniones y de posiciones conflictivas.
En cierta forma, creo que ahí comienza el proceso de separación entre las minorías más activas y las masas estudiantiles, así como de las minorías entre sí. Es la hora, por otra parte, de las brigadas políticas y el comienzo del fin de las asambleas permanentes.
Sin embargo, sería extremadamente falso suponer que las llamadas bases se opusieron o entraron en desacuerdo con las minorías activas y con los dirigentes radicales. Por el contrario, la experiencia de nuestra Escuela muestra que la mayoría estudiantil continuó apoyando a sus dirigentes: participando en el movimiento, aunque fuera en formas a veces muy pasivas y expresando cuantas veces podía su solidaridad. La demostración más vigorosa de esta actitud la dieron, evidentemente, las grandes manifestaciones en la ciudad de México.
He dicho antes que la ingenuidad política y la falta de experiencia organizativa caracterizaron la acción estudiantil. Esta afirmación no es incompatible, por más que pueda parecerlo, con el grado realmente notable de inventiva que apareció en la esfera de la organización; con la capacidad para movilizar en su apoyo a la opinión pública, y con la imaginación demostrada para descubrir y atacar los puntos más débiles del sistema político del país.
Es probable que el mayor éxito organizativo haya consistido en las brigadas políticas. Habrá que pedir a los estudiantes, como los únicos calificados para hacerlo, que relaten ellos mismos la historia del surgimiento, desarrollo y decadencia de esta extraordinaria experiencia.
Vista desde fuera, desde la postura en que los muchachos colocaron a los profesores (desdeñosamente conocidos como la “momiza”) y en que nosotros como colectividad nos situamos, la brigada aparece como un grupo de amigos politizados, entre los cuales existe plena confianza. Alguien llegó a comparar las brigadas con las “palomillas” tradicionales de muchachos mexicanos, y quizá no estaba muy lejos de la verdad. Evidentemente es un rasgo de genialidad utilizar una forma consagrada de organización social, para imbuirle contenido nuevo y darle una dinámica especial.
Hay más que eso, sin embargo, porque ya en este momento (el de la aparición de las brigadas políticas) existe un clima de acentuado temor a la represión, a las delaciones y a la instrumentalización. La amistad como vínculo de organización de un grupo necesariamente pequeño, refuerza la confianza mutua indispensable para el tipo de acción que la brigada desarrolla y la pone a salvo de las intrusiones de elementos extraños, desconocidos y por ello potencialmente peligrosos. La brigada es, entonces, una forma de organización que responde a los requerimientos de un casi clandestinaje. La brigada responde, a la vez, a las necesidades de la acción política en la calle, de la misma manera que la asamblea permanente responde a las necesidades de la acción dentro de los recintos académicos.
Así fue como los estudiantes enfrentaron y resolvieron organizativamente, al nivel de sus escuelas y facultades, el paso de una etapa a otra del movimiento. O sea, del periodo no político al político, de las aulas a la calle, y enfrentaron los problemas más apremiantes creados por la represión, la vigilancia y la provocación.
Por supuesto, a lo largo de este cambio y como consecuencia de él, la acción estudiantil se refuerza y vigoriza, pero a la vez la participación activa del estudiantado disminuye cuantitativamente. Esta tendencia negativa no parece alarmar a los muchachos al principio. Las ganancias obtenidas son demasiado evidentes, y por otra parte las grandes manifestaciones y la continuidad de las asambleas (aunque con efectivos, ya disminuidos), permiten restablecer el contacto con las bases e infundir esta confianza a las minorías dirigentes que sólo da el sentirse apoyado por las masas.
Las brigadas actúan envueltas en un aura de secreto, en parte justificado y en parte jubilosamente creado y gozado por los muchachos. En nuestra Escuela casi todo el mundo conoce a los demás, sabe cómo piensan y cuál es su grado de participación en el movimiento. Además, por las continuas idas y venidas, resulta fácil adivinar en qué anda cada quién. Pero es igual. Aparecen los nombres de guerra; se hacen reuniones a horas intempestivas y en lugares insólitos e incómodos. Se procura rodear lo más evidente con un aire de misterio conspirativo. Se juega un poco, pero, como los científicos sociales han mostrado, el juego es el primer ensayo para las cosas más serias y la forma más eficaz de adiestramiento.
¿Qué hacen las brigadas? Evidentemente funcionan como grupos de discusión política, que es decir también de educación política. Esta actividad consume una parte prodigiosa de su tiempo. Los muchachos denominaron estas interminables discusiones, que prolongaron y recrudecieron las de ¡as asambleas, como la “grilla”. No he podido saber de dónde proviene el verbo grillar, aunque está perfectamente claro lo que significa. Quizá las discusiones, generalmente sin mucho orden ni método y sin llegar a conclusiones claras, recordaron a alguien la “olla de grillos” del dicho popular.
Por otra parte, las brigadas preparan, imprimen y distribuyen propaganda por toda la ciudad. Quizá alguna vez será posible estimar el número de volantes que se imprimieron y distribuyeron, usando toda clase de medios. Debe ser increíblemente grande. Las brigadas también pintan consignas y lemas, insultos y llamamientos, protestas y quejas, en las paredes y en los camiones. Recogen donativos y firmas; organizan mítines relámpago en los cruceros, en los mercados y en las salidas de las fábricas. Algunos grupos van con guitarras y cantan canciones de protesta y corridos revolucionarios.
La tesis central que inspira la actividad de las brigadas es la de tomar las calles y permanecer en ellas hasta politizar a la población.
¿Cuánta gente se incorporó de manera efectiva a las brigadas? Resulta difícil contestar esta pregunta. Mi impresión es que la composición numérica variaba considerablemente según los riesgos implícitos en cada forma de acción y según la tolerancia y el rigor mostrado por las autoridades.
En nuestra Escuela y en su mejor momento las brigadas incorporaron probablemente a no menos del diez por ciento del alumnado efectivo y a no más del veinte por ciento. Sin embargo, alrededor de estos grupos activistas giran y se organizan de manera más o menos eficaz por lo menos la mitad del estudiantado, y otro sector aún más inhibido y temeroso los apoya en caso necesario. El porcentaje constituido por los indiferentes, los totalmente ausentes y los opositores, dudo mucho que llegara a alcanzar el tamaño del grupo incorporado a las brigadas.
El proceso de radicalización del movimiento estudiantil, como algo diferenciado del proceso simple de la politización inicial, avanza por medio de las brigadas. lo mismo que antes progresó por medía de las asambleas. Las brigadas encuentran en la calle a la expresión más brutal de la fuerza del poder público, y el choque con ella acentúa la radicalización. A la vez, las brigadas descubren en la calle, por medio del contacto con los diversos grupos de la población, la extensión y profundidad del descontento popular.
Sobre la base de estas dos experiencias los estudiantes brigadistas comienzan a aceptar en la práctica la idea de una coyuntura de tipo revolucionario en México. Por primera vez oigo formular con claridad la necesidad y la posibilidad de una alianza de los estudiantes con los obreros y los campesinos.
Creo que, como una consecuencia de este viraje o reorientación del movimiento, aunque insisto en que esto no fue nunca una posición oficialmente aceptada y determinada, las brigadas comienzan a concentrar el fuego de su propaganda sobre las capas populares y los grupos más pobres de la ciudad. Se planean y organizan también algunas salidas o incursiones al campo, tratando de movilizar a los campesinos.
Inevitablemente los estudiantes entran en un curso de colisión no sólo con las autoridades, sino también con los cuadros burocratizados de los sindicatos obreros y de las organizaciones campesinas. Todavía más a la izquierda del brigadismo comienzan a oírse voces sobre las guerrillas urbanas y los alzamientos armados de campesinos.
La organización de las brigadas y las transformaciones políticas que produjo en los estudiantes la salida a las calles, el contacto con el pueblo y los choques con la fuerza pública, resultarían difíciles de entender fuera del contexto creado por la serie de grandes manifestaciones de los meses de agosto y septiembre.
La serie se inició, como es sabido, con las marchas más bien tímidas y sin grandes repercusiones de los estudiantes del Politécnico, que no llegaron a rebasar los terrenos familiares de Zacatenco y Santo Tomás.
El ciclo se abre verdaderamente, días después, con la manifestación convocada por la Universidad. La noticia de que el Rector va a encabezar la marcha junto con otras autoridades académicas, alienta a muchos estudiantes que de otra manera posiblemente se hubieran abstenido de participar. La influencia de la decisión del Rector pesa considerablemente sobre el profesorado y sobre los grupos profesionales de la ciudad, aunque no sobre las autoridades del Politécnico, cuya ausencia es deplorada.
La manifestación de protesta resulta ser una verdadera marcha triunfal, de tono pacífico y ordenado. Las autoridades exhiben un nerviosismo injustificado y exagerado. Tropas con carros blindados bloquean los posibles caminos desde el perímetro autorizado para la manifestación hacia el centro de la ciudad. Sin embargo, resulta evidente que tanto el Rector como los organizadores de la manifestación controlan perfectamente a la enorme masa estudiantil.
Rebasadas las preocupaciones sobre la forma en que las autoridades iban a reaccionar frente a una manifestación de protesta, el día siguiente resulta ser una especie de fiesta. No sólo la estupenda concentración de gente, su ordenada marcha y la tolerancia gubernamental contribuyen a elevar el optimismo estudiantil. Durante todo el recorrido los espectadores han expresado claramente su simpatía, muchos de ellos uniéndose a la marcha.
La próxima vez corresponde el turno del Politécnico. La concentración se realiza en Santo Tomás y el objetivo es alcanzar el Zócalo, llegando a las mismas puertas del Palacio Nacional. Pero empiezan a descubrirse diferencias significativas entre las dos manifestaciones. De estas diferencias surgen consecuencias muy graves para el movimiento estudiantil.
Observemos, primero y ante todo, que ninguna autoridad del Poli está presente como tal, comenzando por su Director. Ciertamente, a la vanguardia de la manifestación camina un grupo nutrido de profesores de todas las instituciones en huelga. Pero ellos van en calidad de miembros de la Coalición no mayoritaria de maestros que se han adherido al movimiento estudiantil. A pesar de ir a la cabeza, van, por decirlo así, a remolque de los estudiantes, y quizá también dichosos muchos de ellos de ser remolcados.
Segundo, la manifestación no ha sido oficialmente autorizada. De hecho, los desafiantes organizadores han declarado que es un derecho constitucional el de manifestarse y que es improcedente solicitar permiso. Hay graves temores y ser las dudas de que se tolere el paso hasta el Zócalo, pero la posibilidad de un enfrentamiento con la fuerza pública parece complacer a numerosos estudiantes.
Tercero, la manifestación es ordenada en el sentido de que no se realiza ningún acto de agresión física contra personas o edificios, y de que existe un buen control para evitar este tipo de acciones. Sin embargo, resultan desmedidas las agresiones verbales y las escritas en las mantas y carteles, así como las que facilita la elocuencia de los gestos mexicanos.
Cuarto., en forma incongruente e inesperada ha desaparecido el despliegue de fuerza pública, En el largo recorrido de Santo Tomás al Zócalo, la policía, los granaderos y los soldados, brillan por su ausencia. La policía de tránsito, en forma extremadamente cooperativa, ayuda a despejar el camino para la manifestación.
Quinto, mientras la marcha recorre los barrios populares que rodean a Santo Tomás, el ambiente resulta de una gran frialdad. No se puede interpretar en las caras de los espectadores si simplemente están atemorizados por la audacia estudiantil, o disgustados con la gente que puede crear serias dificultades para todos. El contraste es notable cuando la manifestación alcanza las calles de Sullivan, el Paseo de la Reforma, la Avenida Juárez y llega al mero centro. El número de espectadores crece por momentos, así como su cordialidad. Se oyen aplausos y los estudiantes recogen donativos que caen como buena lluvia.
Sexto, la manifestación es, desde el principio al fin, pero sobre todo frente al Palacio Nacional, un acto político encaminado y dirigido contra el régimen. Por supuesto, como en la marcha de la UNAM, figuran las protestas contra la represión y la violación de la autonomía. Pero el grueso de las consignas y de los lemas inscritos en mantas y carteles es extremadamente beligerante y políticamente radical. El Che Guevara parece presidir la marcha.
¿Cómo encontrar significado a estos portentos? Yo me resisto todo lo que puedo a participar en el preciado deporte nacional de interpretar gestos y signos que tan tristes consecuencias acarreó a Moctezuma. Pero en este caso la tentación es también irresistible.
Me parece evidente que se quiso dejar a los estudiantes "sueltos", sin el control, por precario que fuera, de las autoridades académicas y de los profesores. Me parece evidente que se favoreció y se estimuló el despliegue del extremismo más infantil e irresponsable. Me parece evidente que se propiciaba alguna agresión incontrolada, que no llegó a producirse gracias a la sensatez de los estudiantes. Me parece evidente que los estudiantes, sin embargo, no aprendieron o no quisieron tomar en cuenta estas lecciones, ni tampoco la de su paso por los barrios populares y por las calles pobladas por la clase media y profesional de la ciudad.
Es claro que las diferencias entre las dos manifestaciones no se explican por completo en función de la diversidad social entre la UNAM y el Poli, ni tampoco en función de sus grados respectivos de politización, aunque ambas características fueron astutamente utilizadas. Si alguna vez apareció con perfiles bien definidos la instrumentalización del movimiento estudiantil, fue en la marcha de Santo Tomás al Zócalo.
El arcano de los misterios es, desde luego, quién o quiénes estaban dirigiendo la manipulación y para qué, aunque algunos de los instrumentos que emplearon comienzan a ser conocidos. Ahí reside, precisamente, la gran frustración de la hermenéutica política mexicana. Es decir, cuando se ha llegado a alguna conclusión más o menos lógica, que parece resolver el secreto, simplemente nos encontramos ante otro misterio más profundo.
Si el balance de la primera marcha al Zócalo a través de la ciudad arroja tintes oscuros y hasta tenebrosos sobre los manipuladores del movimiento estudiantil, también establece indicaciones claras del tremendo impacto que tuvo sobre la opinión pública. En parte, y sólo en parte, el impacto tiene que ver con la muchedumbre reunida. Los mexicanos, acostumbrados a los desfiles patrióticos y a las manifestaciones subsidiadas y con asistencia compulsoria, como la educación primaria, habíamos perdido casi hasta el recuerdo de las marchas espontáneas, militantes, riesgosas. El descubrimiento o redescubrimiento del poder impersonal y terrible de una; gran multitud, suele anunciar acontecimientos cargados de proyección histórica.
La segunda y la tercera marcha al Zócalo, de caracteres muy semejantes a la primera, reforzaron sus efectos. He anotado antes la euforia que produjeron entre los estudiantes, exacerbando su confianza y su agresividad política, y desarrollando las condiciones propicias para la acción de las brigadas. Semejante euforia alcanzó también a un sector importante de la población, aunque no precisamente el que los estudiantes esperaban. En verdad, los grupos de obreros y de trabajadores, señalados como objetivos de la campaña de politización, permanecieron inactivos y hasta indiferentes. La simpatía activa se encontró donde no la buscaban los brigadistas. Es decir, entre los grupos de la clase media, de los profesionales y de la aristocracia obrera.
Fue como si las prédicas de los cristianos primitivos hubieran hecho prosélitos sólo entre los patricios romanos, mas no entre los esclavos y los humildes. De todas maneras, a los estudiantes también los echaron a los leones.
De esta manera se va entrando a una tercera etapa del movimiento, caracterizada por el fracaso de los estudiantes en movilizar a sus supuestos aliados y por su incapacidad en reconocer a sus amigos; por el empleo de medios violentos y extremos para reprimir la agitación estudiantil, y por el colapso completo de la habilidad de los dirigentes estudiantiles para reencauzar el movimiento, cambiar las tácticas y revisar los objetivos. Es, desde luego, una historia triste, pero sobre la cual no debemos rehuir la reflexión ni podemos escapar del recuerdo.
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