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Opinión. El pacto y el conflicto: los laberintos del doctor Milei

Arrastrados ante el Poder Ejecutivo: los gobernadores y un nuevo pacto fiscal. El silencio del peronismo: apuesta estratégica a que el mileísmo fracase mientras destroza el país. El discreto encanto de saltar molinetes y hacer rabiar a Ventura, Trebucq o Feinmann.

Eduardo Castilla

Eduardo Castilla X: @castillaeduardo

Sábado 2 de marzo de 2024 10:10

Foto: Télam

Foto: Télam

En esa maravilla titulada 1984, George Orwell edificó un mundo plagado de mentiras y falsificaciones. En aquella narración anti-utópica, el Miniver (Ministerio de la Verdad) resultaba una institución esencial para la constante construcción de un relato político e histórico que garantizara el statu quo. Que convirtiera la resignación en un sentimiento tan profundamente internalizado que no necesitara ser procesado explícitamente como resignación.

Javier Milei trabaja bajo la misma premisa: apuesta a edificar su verdad. A construir un relato ideológico capaz de presentar como natural y lógico el salvaje ajuste en curso. Un discurso capaz de convencer a propios y extraños de que el hundimiento de millones en la pobreza es el camino para la emergencia de aquella “Argentina potencia” que el llamado populismo enterró siglo y pico atrás.

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Se apoya, para esa labor, en el potente desengaño que sienten millones. El actual Gobierno trabaja sobre el estrepitoso fracaso de sus predecesores. Fracaso que se presenta como una profunda ruptura con las viejas formas políticas que moldearon la agenda nacional en las últimas dos décadas. El kirchnerismo y Juntos por el Cambio son visualizados como responsables de una persistente declinación nacional, medida por cada persona en términos de ingresos, consumo y niveles de vida. La rabia que condensa Milei nace de esa profunda decepción. El aberrante personaje es su símbolo y su canal. El presidente es la forma política que asume un desencanto extendido, que se maceró por años, pasando de padres a hijos.

Milei se sabe portador de esa frustración. Construye comunicación política desde ese lugar. Este viernes por la noche, parado frente a aquello que definió como “nido de ratas”, repitió infinitas veces su retórica de campaña. Aquella que delineaba una división tajante entre “la casta política” y la “gente de bien”. Copiando a la derecha trumpista o lepenista, se presentó como la voz de una “mayoría silenciosa” que, al votarlo, venía a romper con ese pasado de fracaso. A esa mayoría, sobre la que ejecuta un ajuste feroz, le dedicó -al final de su discurso- una empatía más que fingida, pidiéndole “paciencia y confianza” [1].

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La rabia y la rosca

Forzando las apariencias al límite, el presidente se presentó como un intransigente feroz dispuesto a negociar. Tensionando forma y contenido, ofreció conflicto y confrontación al tiempo que convocaba a un pacto. Después de agraviar a “los políticos”, Milei tendió una mano. Buscando ensobrar gobernadores, pronunció una frase que debió sonar como la música más maravillosa: “paquete de alivio fiscal para las provincias”.

Radicales y macristas se desesperaron por aceptar el convite. Inundaron las redes sociales respondiendo positivamente el llamado. Los peronistas eligieron un prudente silencio. Eso no quiere decir nada: la realidad se verá a la hora de abrir la billetera y contar las monedas.

Mandatarios provinciales y Poder Ejecutivo nacional comparten una premisa: el ajuste ordenado por el FMI debe ejecutarse. Difieren en formas, tiempos y víctimas. De esa tensión nacen las asperezas retóricas y políticas. Con el pomposamente llamado Pacto del 25 de Mayo, Milei ofrece una promesa: ajustar juntos y ordenadamente.

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Silencio que no es silencio...

En el retórico ejercicio de confrontar con el pasado, Milei atacó con dureza a peronistas y kirchneristas. Criticó “la reaparición” de Massa, Pablo Moyano, Juan Grabois, Máximo Kirchner. Cargó contra Cristina Kirchner, a quien definió como “responsable de uno de los peores gobiernos de la historia”.

El peronismo presente soportó la afrenta en moderada calma; se llamó a silencio. Marcelo Falak conceptualizó la estrategia: “Salir del terreno de la dialéctica encendida (…) esperar a que el ajuste macere un descontento social que por ahora viene lento”.

No debe medirse al peronismo solo por el silencio nocturno de este viernes. Globalmente, su estrategia apunta a un dejar hacer a Milei; a permitirle arrasar el país mientras se desgasta políticamente. Esa orientación encuentra otras diversas manifestaciones. Anotemos: la tensa retórica parlamentaria durante el debate por la Ley Ómnibus conviviendo con la negativa a masificar la protesta social en las calles; la decisión de la CGT de arriar banderas luego del 24 de enero; la ausencia marcada -este mismo viernes- frente al Congreso.

La carta de Cristina Kirchner aparece como síntesis programática de esa orientación. Ofreciendo negociar ajustes y reformas estructurales, la ex vicepresidenta adhiere desde su lugar a las exigencias del FMI y el capital más concentrado. Esa orientación política condensa los límites del peronismo en el terreno social [2].

Por más que Milei intente resucitarla, la consigna “combatiendo al capital” funciona hoy como pieza de museo. Como souvenir de un pasado extraviado hace tiempo, clausurado por años de eficientes servicios al gran empresariado.

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Elogio del salto

La alegría y el fastidio poblaron las pantallas de TV este viernes por la tarde. La primera llegó desde las estaciones de trenes y subtes de la Ciudad de Buenos Aires. El segundo emergió en los rostros adustos de periodistas y operadores políticos disfrazados de periodistas.

Los molinetazos devinieron un hecho político de enorme repercusión. Tuvieron su propio prime time televisivo entre las 17 y las 19. Fueron presenciados, en vivo y en directo, por las decenas de miles de personas que pasaron por Retiro, Once y Constitución en esa franja horaria.

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Aparecieron como la imagen de la rebeldía; como contracara de la resignación paciente que propone el peronismo. Volvieron a mostrar en la escena política a las asambleas barriales y a los sectores combativos del movimiento estudiantil. Se convirtieron en tribuna de denuncia contra un ajuste que combina tarifazos, inflación, despidos y precarización de la vida.

Desnudaron, en simultáneo, la furia reaccionaria del periodismo oficialista. Eduardo Feinmann, Esteban Trebucq y Adrián Ventura fueron algunos de los desencajados rostros que demandaban un orden que no llegaba y denunciaban delitos que no se estaban cometiendo.

Del otro lado de esa grieta, el periodismo alineado a la oposición peronista eligió una cobertura más que modesta. Los molinetazos pasaron poco y nada por sus pantallas. Los medios escritos aportaron en esa labor des-informadora. Esa decisión editorial converge con la impotente estrategia de espera y desgaste que propone Unión por la Patria.

Junto con otros medios alternativos y populares, La Izquierda Diario estuvo al lado de cada molinete saltado. Ofreció una cobertura destinada a darle voz al desarrollo de los procesos de lucha y organización que empiezan a desplegarse desde abajo.

El conflicto y la lucha de clases

El campo político aparece atravesado por las tensiones entre Gobierno nacional y gobernadores. El oficialismo elige situar la naturaleza del conflicto en ese terreno. Sin embargo, detrás de las roscas por arriba, emerge una cada vez más crítica situación social.

Esta semana, en una entrevista, Javier Milei afirmó que “hay cero posibilidades de que se produzca un levantamiento social, a menos que haya un evento con motivaciones políticas o [uno que involucre] a infiltrados extranjeros”. Ignoramos la pregunta específica formulada por el Financial Times. La respuesta deja traslucir las reales preocupaciones del capital financiero internacional.

El mundo burgués mira más allá de los discursos incendiarios. Intuye la existencia de una relación de fuerzas social y política que no puede ser liquidada a base de campañas en Twitter. Esa relación de fuerzas cristaliza, por estas horas, en la gimnasia sindical que empiezan a desplegar sectores importantes de la clase trabajadora: aeronáuticos; ferroviarios; docentes, trabajadoras y trabajadoras de la salud. Frente a una inflación agresiva, se adivina la continuidad y expansión de ese ciclo de protestas.

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Esa potencia social encuentra su límite en la dirección de las organizaciones sindicales. Atravesadas por la estrategia política del peronismo, apuestan a batallas parciales en el terreno corporativo, separadas de un combate contra el conjunto del ajuste. Se hace imperioso cerrar esa grieta; unir las batallas por el salario a una pelea global contra el despliegue de la avanzada ajustadora.

En su discurso, Milei atacó tres veces a la izquierda. La asoció directamente a la resistencia en las calles contra el ajuste. Por otro lado, en su análisis, Marcelo Falak definió a la izquierda como la única oposición realmente existente. Esa mirada afinca en la realidad: mientras el peronismo espera impertérrito el desgaste del Gobierno, las diversas fuerzas de izquierda impulsan el desarrollo de las asambleas barriales y participan activamente los procesos de lucha que empiezan a desplegarse. Hace pocos días, apostando a desarrollar la autoorganización, Myriam Bregman y Nicolás del Caño llamaron a sumarse a las diversas asambleas en formación.

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Los molinetazos de este viernes emergieron como un pequeño gran ejemplo de lucha y rebeldía. Un ejemplo que puede contagiar. Las asambleas barriales, aun en formación, grafican un proceso de autoorganización que empiezan a recorrer miles de personas en el centro político del país, el AMBA. Aparecen como germen de una nueva forma de hacer política que supere los limitados marcos corporativos que imponen los aparatos burocráticos. Que permita unir demandas de trabajadores y trabajadoras, mujeres, jóvenes, estudiantes y toda clase de luchadores y luchadoras populares. Que alimente el debate y la decisión democrática, condición esencial para toda pelea verdaderamente transformadora. Potenciarlas, ampliarlas, extenderlas. Una tarea fundamental para el momento actual.


[1Aquí Milei carece de originalidad. Hace décadas, a fines de los 60, el republicano Richard Nixon se había presentado como símbolo de otra “mayoría silenciosa” que, supuestamente, ofrecía férrea resistencia a los movimientos feministas, pacifistas o contra la opresión racial.

[2También Marcelo Falak describió esta semana que “la dirigencia que debería representar al 44% derrotado en el ballotage no se anima a salir de su fase conservadora”. Esa salida implicaría, por ejemplo, proponer ajustar metiendo “la mano en los huecos presupuestarios que benefician a lobbies, holdings y ‘regímenes especiales’ opacos?”.

Eduardo Castilla

Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.

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