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Red Internacional
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Opinión. El perdón de los padres Pixar: el sueño millenial de mandar a su familia a terapia

Publicamos un ensayo sobre la relación entre padres e hijos en las películas de Pixar.

Sábado 10 de diciembre de 2022 16:59

En los últimos 20 años los grandes estudios de animación estadounidenses fueron adaptando sus guiones y sus preocupaciones temáticas para satisfacer los corrimientos ideológicos hegemónicos consolidados durante la segunda mitad del siglo XX. Los reclamos originados desde corrientes como el ecologismo, los feminismos y los movimientos por los derechos de los negros e inmigrantes y de la comunidad LGBTQ+ (o las mal llamadas “minorías” en general) se trasladaron desde la periferia ideológica hasta la centralidad de la agenda mediática, política y cultural.

Popularizadas en su mayoría en los años 60, las múltiples y variadas inquietudes y luchas de estos movimientos políticos (no es de nuestro interés adentrarnos en cada una en esta nota) ya han atravesado los distintos campos de la discusión pública de tres generaciones de adultos.

La psicoanalista Judith Kastenberg llama “transposición ideológica” a la trasmisión generacional e inconsciente de deseos, fantasías e ideales que los padres, madres o figuras de cuidado hacen hacia los niños. Este traspaso resulta traumático, ya que se realiza a través de la vivencia directa de estas prácticas.

En el mundo del cine, la transposición ideológica ocurre en el momento en que las personas, los grupos y las dinámicas de poder son representados. Lejos de tener fines explícitamente propagandísticos, aquello que intenta ser verosímil en la pantalla es un reflejo de las prácticas naturalizadas de la sociedad (siempre y cuando no se las aborde desde una postura crítica). Esto es particularmente importante en películas en las que la audiencia principal son los niños y adolescentes, cuyo universo moral está en construcción y sólo parcialmente atravesado por la propia experiencia.

La generación millenial de realizadores audiovisuales estadounidenses (nacidos entre 1980 y 1999) se crió en el seno de una sociedad en la que se logró la trasposición ideológica de los cuestionamientos de los años 60 y 70. Al menos discursiva y legislativamente, y en distintos grados, se condena el racismo, la violencia hacia las mujeres, la homofobia, etc. Las posiciones reaccionarias – que nunca dejaron ni van a dejar de existir- son más sutiles y sostenerlas abiertamente implica muchas veces consecuencias tanto legales como comunitarias.

Es por eso que la agenda progresista de los últimos años puso foco en estas problemáticas, que tienen que ver más con el aspecto discursivo y sobre las que se erigen estereotipos y prejuicios que se traducen en prácticas sociales discriminatorias o delimitantes para determinados sectores.

La lucha por una representación menos estereotipada y más inclusiva de mujeres y géneros disidentes, sexualidades, corporalidades, etnias, grupos nacionales, religiones, discapacidades, etc. son impulsadas a diario por las diferentes militancias. Las grandes producciones de cine han respondido a esto con un abanico de personajes novedosos en comparación a los protagonistas blancos, europeizados, heterocis y piadosos heredados de las narraciones de cuentos de hadas decimonónicas que solían abundar en las décadas anteriores. En parte, el éxito de la agenda progresista tuvo y tiene que ver con su capacidad de adaptarse al sistema capitalista en sus diferentes versiones.

La bendición de mamá y papá

La representación novedosa que aquí nos convoca no tiene que ver tanto con los personajes individuales sino con las familias y los conflictos que surgen entre hijos y padres o figuras de cuidado a la hora de reproducir en el tiempo ese modelo de unidad comunal. Una inquietud cada vez más palpable de esta generación es la necesidad de representar no sólo los conflictos de los protagonistas con sus padres, sino que es igual de importante que las figuras de autoridad pidan perdón a sus hijos por la coerción ejercida sobre ellos al intentar reproducir el modelo familiar heredado, por el trauma que implica la trasposición.

Este fenómeno comenzó tal vez con el estreno de Buscando a Nemo (Stanton, 2003), en donde Marlin, un padre sobreprotector, debe partir en busca de su hijo Nemo, quien ha sido secuestrado por un buzo. Es la primera película animada del estudio Pixar cuya reflexión principal gira en torno al vínculo familiar y más precisamente el de padre-hijo.

El origen del conflicto que motoriza toda la película es justamente la desconfianza que tiene el padre respecto a las capacidades de su hijo de desenvolverse solo en la bastedad del océano. Curiosamente cuando el hijo decide desafiar el modo temeroso de vida que le propone su padre, efectivamente se pone en peligro y Marlin demuestra tener razón.

Lo novedoso aquí es que para que el final se consagre como feliz, Marlin debe hacer una autoevaluación de su papel de crianza y confiar en Nemo, incluso después de haber probado su punto. Si bien su hijo efectivamente no puede valerse por sí mismo en el océano, Marlin aprende en su peripecia que en realidad nadie puede hacerlo, que la supervivencia depende del trabajo en equipo. El pedido de perdón al hijo y aceptar que el padre estaba equivocado (al menos parcialmente en este ejemplo temprano) forma parte del nuevo bagaje de objetos de felicidad (Ahmed, 2022), aquellas condiciones necesarias que construyen la representación de lo que implica una familia ideal para esta generación: que los padres reflexionen sobre aquello que transmiten en la crianza.

Un caso más reciente y completo de esta dinámica es el de Valiente (Andrews y Chapman, 2012). Mérida es una princesa escocesa cuyos padres la obligan a casarse. Cuando la protagonista se niega, el conflicto con su madre, que es la figura de autoridad encargada de performar la transposición ideológica dentro de su familia, se agudiza. Lo que sucede es que en el 2012 el matrimonio arreglado es una temática totalmente inaceptable en el mundo occidental y los realizadores, en vez de castigar la desobediencia de la hija optaron por castigar las malas decisiones de la madre. Mérida le pide a la bruja en el bosque que le otorgue un encantamiento para cambiar a Elinor, y así “cambiar mi [su propio] destino”. El hechizo termina convirtiendo a la madre en oso y la única manera de que vuelva a su forma humana es reestableciendo “el lazo que se ha roto”. Sólo cuando tanto Mérida como Elinor cambian y valoran el papel de la otra dentro de la relación pueden volver a una especie de punto cero. Las dinámicas entre madre e hija deben ser revisadas para que ambas puedan ser aquella familia ideal del imaginario millenial.

La bendición de la abuela, el bisa, la tatara… ¡Traigan la ouija!

Las representaciones de distintos grupos nacionales en las películas de Pixar trajeron también nuevas maneras estereotípicas de mostrar a la familia en la pantalla. En el caso de comunidades latinas o de inmigrantes, el núcleo familiar no comprende solamente a los padres e hijos, sino que incluye también a tíos, abuelos, primos, etc., que muchas veces viven bajo el mismo techo que los protagonistas.

Esto se ve en el caso de Coco (Unkrich y Molina, 2017), en el que el protagonista Miguel desafía el mandato familiar al querer cantar y tocar la guitarra. Su tatarabuela Imelda desterró la música de su hogar cuando su marido la abandonó a ella y a su pequeña hija, Coco, para dedicarse a ser cantautor e intérprete. El mandato logró transmitirse generacionalmente sin que esto supusiera un trauma mayor para los demás ancestros de Miguel, pero él debe enfrentarse a su abuela Elena, que es quien mantiene el modelo heredado de familia vivo a través de la administración de los premios y castigos. En el momento en que Miguel desafía a Elena el Día de los Muertos, un hechizo hace que, por accidente, el niño ingrese en la tierra de los muertos. Para volver con los vivos, es necesario que un miembro de la familia le otorgue su bendición. Allí se encuentra con la matriarca Imelda, que continua con el ejercicio de la coerción generacional incluso de forma paranormal: le dará su consentimiento para volver sólo si abandona la música.

Recién cuando Miguel logra encontrar a su tatarabuelo Héctor y descubre que no abandonó a su familia, sino que fue asesinado, Imelda y el resto del clan se reconcilian con la música. El protagonista vuelve a la vida portando la bendición de sus ancestros y solo con ella puede recibir la de su familia en el plano de los vivos.

El nuevo objeto de felicidad que hace a la familia ideal millenial, podemos decir entonces, comprende la revisión de los modos de crianza de los padres o figuras de autoridad -las abuelas en este caso-, pero entiende también que ellos tienen que hacer su propio recorrido reflexivo que incluye no sólo la relación con sus descendientes sino también con sus propios padres.