¿Cómo te imaginas de acá a 10 años? La respuesta frente a esta pregunta es una gran incógnita para la mayoría de los jóvenes millennials y de la generación Z. Los índices de acceso a una vivienda, educación y trabajo estable se derrumbaron aún más durante la pandemia y con ellos aumentó la incertidumbre sobre el futuro. Cómo fue el impacto de la pandemia en la juventud y un porvenir que aún no está escrito.
Luca Bonfante @LucaBonfante98
Viernes 13 de agosto de 2021 00:18
Ilustración: Coke
Si tenés Twitter o Instagram seguramente te habrás cruzado con algún meme o twit viral que compara de forma irónica cómo vivían nuestros padres o abuelos en el pasado con la forma en la que vivimos los jóvenes en el presente. Uno de los memes más frecuentes que se puede ver es éste:
Desde que comenzó la pandemia son cada vez más comunes también las expresiones en redes sociales que ironizan sobre la incertidumbre en el futuro, la depresión, bromas sobre tener que endeudarse muchos años y comentarios sobre las dificultades para tener una casa propia, un trabajo estable, poder recibirse de una carrera universitaria y ni hablar de tener un trabajo relacionado a tus estudios.
Los memes también conquistaron las calles: en los epicentros de las distintas rebeliones que tuvieron lugar en diferentes países de Latinoamérica en los últimos dos años, se pudo ver cómo algunos memes se transformaron en carteles conservando la ironía pero con una retórica más contestataria. Un ejemplo ilustrativo es este cartel fotografiado durante las movilizaciones en Chile, que denuncia la represión de los Carabineros al mismo tiempo que cuestiona el tener que endeudarse para poder estudiar como lo que sucede con el Crédito con Aval del Estado (CAE) en ese país.
¿Cuál es la realidad que da lugar a que la juventud genere este tipo de expresiones? ¿Cómo impactan la pandemia y las crisis recurrentes del capitalismo en su subjetividad? ¿Existen puntos de apoyo para pensar (y conquistar) un futuro distinto al reino de la incertidumbre que nos propone el capitalismo? Para tratar de acercarnos a las respuestas de las preguntas vamos a empezar observando en primer lugar algunos indicadores.
Presente pandémico e incertidumbre
De acuerdo a los resultados de un estudio elaborado por ADP Research Institute, "People at Work 2021: A Global Workforce View" publicado por la revista Forbes, la generación Z (también conocidos como centennials), es decir, los jóvenes que tienen entre 16 y 23 años, es la más afectada profesionalmente por el impacto económico de la última crisis profundizada por la pandemia de Covid-19. La encuesta realizada a más de 32.000 trabajadores de 17 países, reveló que casi cuatro de cada cinco jóvenes de 18 a 24 años (78%) afirmaron que su vida profesional se había visto afectada. En Argentina, más del 48% de los jóvenes afirmó que tuvo que asumir responsabilidades adicionales en su trabajo, es decir, trabajar más por el mismo salario.
Estadísticas similares arrojó un estudio realizado por la Foundation For European Progressive Studies (FEPS) de España que sostiene, -en base a una encuesta realizada a jóvenes españoles- que ambas generaciones (millennials y centennials) son la generación que más está sufriendo los efectos económicos del coronavirus: el 66% afirmó que se redujeron sus ingresos, ya sea de forma permanente o temporal; y, junto a los jóvenes centennials, son los que más se han visto obligados a reducir sus gastos en productos de primera necesidad y a reducir su gasto en ocio, tiempo libre y actividades culturales.
Este difícil presente pandémico de la juventud profundizó y empeoró una realidad que ya era muy complicada. A comienzos del 2020, es decir inmediatamente antes del comienzo de la pandemia, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) resumía las tendencias mundiales del empleo juvenil destacando que una quinta parte de la juventud a nivel mundial “no trabajaba ni estudiaba”, y que la informalidad era uno de los principales problemas. A su vez, el mismo informe sostiene que de los 429 millones de trabajadores jóvenes en todo el mundo, unos 126 millones (es decir el 30%), vivían en condiciones de pobreza.
Por su parte, el mayor acceso a las universidades que se dio en los últimos 50 años tiene su contracara en un mercado laboral donde la oferta de trabajadores jóvenes, profesionales y calificades supera ampliamente la demanda de los mismos y desmiente la idea de que los estudios son la vía para evitar un futuro de precariedad y el relato de “Formate todo lo que puedas, conseguí un trabajo, un salario y empezá tu vida”. Esta idea que ubica a las universidades como un gran aparato de contención que mantiene vivas las expectativas, como la misma realidad refleja, en muchas casos, no es otra cosa que una estafa.
Como bien señala una de las conclusiones de las elaboraciones del Observatorio de les Trabajadores en la Pandemia -LID, se revela la necesidad del capital de moldear un tipo de fuerza de trabajo específico que cumpla las características de ser flexible, susceptible de ser despedida sin costo alguno y que esa fuerza laboral no tenga ni derechos, es decir, precaria e informal. El empleo es poco y el que se consigue es malo.
La generación de las dos crisis
Los millennials y la generación Z son las generaciones que vivieron de forma más directa dos embestidas de la crisis más grande que vivió el capitalismo en las últimas décadas, comparable en muchos aspectos con la crisis del 30 En el caso de los millennials (aquellos nacidos entre 1981 y 1996) la Gran Recesión del 2008 con el estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos -en la cual se remataron millones de casas mientras el Estado fue al rescate de los bancos- comenzó cuando estos estaban terminando sus estudios, si es que pudieron estudiar, o dando sus primeros pasos en el mundo laboral. Por su parte, la pandemia apareció menos de 15 años después con una economía a nivel global que no se terminaba de recuperar o lo hacía de forma muy débil y con las consecuencias de la crisis anterior aún persistentes.
En ambas crisis -y cómo en todas las que tienen lugar bajo el capitalismo-, los sectores de la población que más las padecieron fueron y son las que menos tienen que ver con su desencadenamiento. Y aquellos que las provocan, como los bancos, los especuladores financieros y las grandes empresas, son los únicos ganadores, beneficiados por el Estado. Mientras el total de personas pobres de Latinoamérica ascendió a 209 millones a finales de 2020 (22 millones de personas más que el año anterior) en 2020 la cantidad de millonarios en el mundo aumentó en 5,2 millones de personas y ahora supera los 56 millones en todo el mundo, según la investigación de la firma de consultoría financiera suiza Credit Suisse.
Luego de este carrusel de datos, podemos aproximarnos a uno de los quid de la cuestión. Las recurrentes crisis del capitalismo, la mayor desigualdad y la falta de perspectivas que ofrece el sistema que viene acompañada de una mayor degradación de las condiciones de vida para miles de trabajadores y trabajadoras en todo el mundo -como no podía ser de otra forma- impactan en la subjetividad de los jóvenes y sus perspectivas sobre el futuro. Y, sobre esta base, el presente pandémico con un virus que ya se cobró la vida de más de cuatro millones de seres humanos, hizo lo suyo.
Un reciente sondeo realizado por UNICEF a jóvenes de 13 a 29 años en nueve países de Latinoamérica y el Caribe reveló que con la crisis del COVID-19 la percepción sobre el futuro se vio negativamente afectada, particularmente en el caso de las mujeres jóvenes. El 43% de las mujeres jóvenes se siente pesimista frente al futuro. Este dato se da en el marco de un aumento del 22% de nuevas mujeres pobres en Latinoamérica con respecto al 2019 como reflejó un estudio conjunto de la ONU Mujeres con la CEPAL.
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Por su parte, uno de los estudios más completos realizados sobre las perspectivas de los jóvenes, con el enunciado ¿No Future? y elaborado también por la Foundation For European Progressive Studies y la Fundación Felipe González, concluyó que un sesenta por ciento de personas de todas las generaciones opina que los millennials y centennials son quienes peor viven y vivirán en el futuro, respecto a sus padres, en lo que se refiere a aspectos económicos y políticos. Y la realidad ya lo demuestra en todas partes del mundo, incluso hasta en los países “centrales”: en buena parte de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), por ejemplo, la tasa de desempleo de la Generación Z casi duplica a la de las generaciones anteriores (millennials, Generación X y Baby Boomers).
A pesar de todos estos indicadores, aún hay analistas que no encuentran una explicación y se asombran cuando la juventud y sectores de trabajadores que padecen la crisis se lanzan a la calle de forma decidida en distintas partes del mundo contra este presente y la precarización de la vida.
En Chile, con su frase de cabecera: “no son 30 pesos, son 30 años” la energía de los jóvenes que comenzaron saltando los molinetes del subterráneo terminó extendiéndose hasta llegar a gran parte de la clase trabajadora, que realizó un paro el 12 de noviembre del 2019 paralizando sectores estratégicos de la economía y haciendo poner los pelos de punta a más de un empresario y poderoso del país capitalista modelo de la región. En Perú: las palabras “se metieron con la generación equivocada” se podían ver en los carteles hechos a mano que abundaban en las protestas que tuvieron lugar durante este año en las calles de Lima. En el corazón del imperialismo, Estados Unidos, las movilizaciones contra el racismo estructural del Estado y la violencia policial fueron masivas y generaron una onda expansiva que llegó a distintas ciudades del mundo. También Colombia se puso de pie contra el régimen del FMI y la carestía de vida que el gobierno de Duque quería imponer. La juventud fue la protagonista en todos estos procesos.
Por su parte, en Argentina, si bien no hubo procesos como en el resto de países que mencionamos -producto de las burocracias sindicales peronistas y las ilusiones que aún se conservan en el gobierno de Alberto Fernández en amplios sectores- la juventud llenó las calles con el color verde para conquistar un derecho postergado durante décadas como el aborto legal, seguro y gratuito. ¿Puede esa energía jugar un rol dinamizador y extenderse al conjunto de la clase trabajadora y los sectores golpeados por la crisis que suelen estar encorsetados por las burocracias de los sindicatos, las organizaciones sociales y partidos políticos que se proponen desviar el descontento a una vía muerta? ¿Es posible tomar estas diversas experiencias como puntos de apoyo para pensar (y conquistar) un futuro distinto al reino de la incertidumbre que nos propone el capitalismo?
Un imaginario y futuro en disputa
El problema de la juventud y el no future no es algo que podríamos catalogar como “nuevo”. Sin embargo, las generaciones y los que nacimos después de la caída del Muro de Berlín y que ya vivimos dos grandes crisis capitalistas de envergadura, nos encontramos en un mundo muy distinto a aquél que vivieron aquellos que vieron el nacimiento del punk en los albores de la década del ‘80.
Mark Fisher, en “Realismo Capitalista: ¿no hay alternativa?” plantea cómo estos diferentes escenarios del capitalismo impactan sobre la subjetividad e imaginario de cada generación. Según el autor, en las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas que producía una mitad del mundo bajo la órbita de la URSS. Para nosotros, no era solo la existencia de un polo no capitalista lo que le generaba problemas a la burguesía internacional, sino también los ascensos obreros y de jóvenes que tuvieron lugar durante la posguerra y que proponían otro horizonte superior al que ofrecía la burocracia soviética, que hizo todo lo posible para poder coexistir durante décadas con el polo capitalista.
En la actualidad, tras la derrota que sufrió esa generación, la ausencia de alternativas reales al capitalismo con las cuales polarizar para combatir, colonizar y apropiarse para así lograr la “prosperidad”, parece encontrar en la industria cultural uno de los mecanismos encargados de hacer todo lo posible para que el capitalismo ocupe sin fisuras el horizonte de lo pensable. Así plantean que la única alternativa posible son las distopías a las que nos tiene acostumbrados Netflix en las cuáles el mundo se congela, prende fuego o destruye. La barbarie nos entretiene con más barbarie y propone ponerle alambres a nuestra imaginación.
No es necesario encender la computadora y ver una serie para ver cómo en el planeta avanzan las consecuencias de la contaminación y el lucro capitalista como vimos estas últimas semanas con los incendios en el área mediterránea o la catástrofe de las inundaciones en Europa Central que ya se cobraron más de un centenar de muertos. Por su lado, el Grupo de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU emitió el pasado 9 de agosto un nuevo informe en el cual se confirma el aumento de la temperatura global media. Sin duda alguna, las consecuencias de la contaminación de un modelo productivo antagónico a la naturaleza -del cuál el origen de la pandemia tiene mucho que ver- también impactan en las percepciones de la juventud sobre el futuro y su respuesta frente a esto son las cada vez más numerosas movilizaciones en diferentes partes del mundo en defensa del ambiente y contra el greenwashing de las corporaciones.
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Nos encontramos entonces frente a la necesidad de construir otro imaginario sobre el futuro para ir en busca de su conquista, uno en el cual el cambio tecnológico y la inteligencia artificial no estén orientados al desarrollo de nuevas formas de depredación de la naturaleza (agrotóxicos, fracking, etc.) para maximizar ganancias o al servicio de crear artefactos como el “brazalete de Amazon” que puede controlar milimétricamente los movimientos de un obrero en un depósito a kilómetros de distancia. Sino un futuro en el que toda esa tecnología y la ciencia se unan para crear una vida más digna y confortable para las grandes mayorías, en la cual la riqueza se mida por la cantidad de tiempo libre disponible que todos tenemos, reduciendo las horas de trabajo y repartiéndolas entre todos, para hacer lo que queramos sin limitaciones, porque nuestras necesidades básicas como una vivienda o alimento están cubiertas. Un futuro socialista, en el cual la planificación democrática de los recursos se imponga frente a la anarquía capitalista y la vida pueda ser disfrutada plenamente en armonía con la naturaleza junto al desarrollo creativo de la ciencia, el arte y la cultura.
Las derechas que posan de outsider frente a los partidos tradicionales, como los Milei y Espert en Argentina, que niegan la existencia de la contaminación y defienden fervorosamente la dictadura del capital, no son ninguna alternativa. Las variantes políticas reformistas que siempre encuentran un motivo de “fuerza mayor” para postergar los derechos de las mayorías populares y los trabajadores a un futuro que no se sabe bien cuándo será y que siguen provocando que amplios sectores de masas sigan depositando su confianza en un régimen podrido, tampoco. En estos momentos, la realidad de la pandemia es utilizada hasta el cansancio por los gobiernos para justificar que los ganadores de siempre sigan ganando mientras empeoran las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población y se destruye el planeta. En el caso de la Argentina, la propuesta del gobierno de Alberto Fernández para los jóvenes es un futuro atado de pies y manos durante los próximos años a los intereses del FMI que exige conseguir dólares manchados de contaminación y extractivismo para poder pagarle hasta el último centavo.
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En los 90s, Kurt Cobain parecía ser la expresión y la voz de la depresión colectiva de una generación que encontraba en la música una última trinchera de resistencia frente al avance del neoliberalismo y la derrota de los ascensos que tuvieron lugar en las décadas del 60 y 70. Esa generación que había llegado después de lo que supuestamente era el “fin de la historia” y que le hicieron creer que sus movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano no va a ser el espejo en el cual se mire esta generación. La presencia de la juventud en las primeras líneas de las rebeliones de latinoamérica como en Chile, Colombia y las imponentes movilizaciones contra el racismo en el corazón del imperialismo así lo anticipan, pero eso es solo una parte. Para que esa perspectiva que levantan esos jóvenes triunfe hay que construir una alternativa política de la clase obrera, los jóvenes y las mujeres que irrumpa en la escena y que sea la encargada de presentar y pelear por una salida a la crisis, difundiendo ampliamente medidas como la reducción de la jornada laboral y el reparto de las horas de trabajo para terminar con la desocupación y peleando por la auto-organización y movilización para lograrlo. Trabajar menos. Trabajar todxs. Producir lo necesario. Redistribuir todo.
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En esa pelea nos encontramos quienes impulsamos la red internacional de diarios de La Izquierda Diario y militamos en la Fracción Trotskista - Cuarta Internacional que en Argentina, a través del PTS, impulsa el Frente de Izquierda y de los trabajadores - Unidad junto a Nicolás del Caño y Myriam Bregman y miles de jóvenes con la importante tarea de constituirse como la tercera fuerza política del país.