Los sectores autodenominados progresistas del kirchnerismo intentan rescatar al gobierno del Frente de Todos como una “fuerza de resistencia” a la derecha y el imperialismo. Sin embargo, se subordinan a una política de adaptación al régimen del FMI.
Facundo Aguirre @facuaguirre1917
Martes 2 de noviembre de 2021 21:25
Alberto Fernández y Joe Biden se saludan en la cumbre del G20 en Roma (Foto: AFP - Presidencia - Esteban Collazo).
Junto con la reivindicación forzada de un gobierno que ha llevado hasta ahora un ajuste sobre el pueblo trabajador, el ala progresista K ataca a la izquierda por “hacerle el juego a la derecha”. Para ellos, criticar las capitulaciones y las políticas que Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner vienen llevando adelante para pagar la deuda macrista al FMI y a los buitres, es no comprender el enemigo a enfrentar o cuál es la contradicción principal.
¿Defensa del capitalismo nacional como furgones de cola del imperialismo?
Hace poco Juan Grabois fue obligado a autocriticarse por haber dicho que le hacía ruido la fortuna de Máximo y CFK, y que ambos tenían los mismos “usos y costumbres de la burguesía argentina”. En su obligada retractación, que buscaba silenciar el hecho indisimulable de que ambos son multimillonarios y políticos de la burguesía argentina, el abogado de movimientos sociales sostuvo: “Con ambos tengo mis diferencias, tal vez porque nosotros creemos en una perspectiva poscapitalista y antiextractivista. Cristina siempre ha sido clara en su programa: un capitalismo en serio, con una fuerte industria nacional y regulaciones estatales, que combine crecimiento económico con inclusión social. No es mi perspectiva, pero es infinitamente mejor al neoliberalismo”.
Otro defensor del progresismo K sostuvo desde la Agencia Paco Urondo contra el FIT: “La confrontación en nuestra Patria, como en toda América Latina, no es hoy entre capitalismo y socialismo, sino entre el capitalismo salvaje y prebendario representado por el capital financiero, con sus agentes vernáculos, y un capitalismo productivo con justicia social, con soberanía política e independencia económica”.
Ambas visiones comparten la idea de que el peronismo representa un proyecto de capitalismo nacional, autónomo y progresivo. Pero quien se encarga de desmentir la “autonomía” y “progresividad” es el propio Alberto Fernández. Tal como transcribe el ultraoficialista Página 12, en la Cumbre del G20, tras compartir mesa con la mujer de Joe Biden, “el presidente definió que está de acuerdo con muchas de las posturas que expresa Biden, no para terminar con el capitalismo, sino para cambiar el capitalismo”. Es decir que la función del gobierno peronista de Fernández y CFK es la de ser aliados del líder imperialista Biden. Ya no se trata de conquistar la liberación nacional, sino de ser furgones de cola del imperialismo yanqui en la tarea de salvar a un capitalismo en crisis que amenaza al mundo con la catástrofe, tal como demostró la pandemia.
Los progresistas K, que predican la defensa del gobierno del Frente de Todos y lanzan sus invectivas contra el Frente de Izquierda, suelen reivindicar a John William Cooke. Pero su planteo es una negación de las posiciones del ideólogo de la izquierda peronista cuando decía, con respecto a las alianzas con el imperialismo, que “las masas latinoamericanas no pueden hacer causa común con los verdugos, porque ellas también están en la lista de las víctimas".
La doctrina Bittel
El argumento del progresismo K, para sostener la defensa de una política que no lucha por romper con el imperialismo, apela a la “falta de relaciones de fuerza” -que nunca se intentan crear auspiciando la movilización popular- y a la “realpolitik” de que hay que negociar con el imperialismo y pedir su benevolencia.
Este es el dictado que obedece el gobierno de Alberto Fernández y CFK. El Frente de Todos en el poder, a pesar de sus discursos tribuneros, ha pagado alrededor de 4200 millones de dólares al FMI en lo que va de su Gobierno, que es lo que explica un Presupuesto votado en común con la derecha de Juntos por el Cambio que convalida el ajuste a los jubilados, la pulverización del salario, el fin del IFE en plena crisis social y sanitaria y el desfinanciamiento de la salud. Es lo que llaman, dar señales a los mercados de que piensan seguir sus reglas.
Los progresistas K, intentan presentar como un logro la recomendación del G20 que pide eliminar las sobretasas para la deuda argentina. Sin embargo, esa reivindicación confirma que para el gobierno no se trata de luchar contra la dependencia, es decir de resistir al imperialismo, sino de pedir a las potencias imperialistas que intercedan en la negociación con Kristalina Georgieva.
El peronismo es, hace décadas, la encarnación de lo que podríamos llamar la "doctrina Bittel". Nacida de un furcio, explica cuál ha sido el papel de la autodenominada fuerza “nacional y popular” desde al menos mediados de los ’70. Deolindo Felipe Bittel fue un dirigente histórico del peronismo que, en un acto de campaña presidencial de Italo Luder, cometió un furcio que se hizo premonición: “Entre la liberación y la dependencia -dijo- elegimos la dependencia”.
El menemismo -que acompañaron Néstor Kirchner, CFK y Alberto Fernández- lo convirtió en doctrina. Llevó adelante una política de entrega nacional y de liquidación de las conquistas de los trabajadores como nunca antes vista. Aplicó una reforma laboral como la que exige hoy la derecha argentina. El endeudamiento externo se multiplicó exponencialmente y el entonces ministro de relaciones exteriores, Guido Di Tella, proclamaba que Argentina había ingresado a la fase de “relaciones carnales” con el imperialismo norteamericano.
No está demás decir que en la autodenominada “década ganada” de los gobiernos kirchneristas, la deuda externa ilegal e ilegítima contraída por la dictadura genocida y por el menemismo fue pagada sin más por el gobierno argentino, que presentaba la convalidación del saqueo nacional como épica soberana. Casi 200 mil millones de dólares, una verdadera épica del billetazo. Sin olvidar que la herencia de pobreza estructural y precarización laboral se mantuvo intacta. A lo sumo, fue un régimen de maquillaje de la dependencia.
¿Reformar o derrotar al régimen del FMI?
En el mejor de los casos el kirchnerismo se contenta con atenuar la dependencia con reformas cosméticas. Nuevamente, los progresistas K olvidan cuando Cooke sostenía que “el reformismo constituye la defensa de las instituciones que han caducado. Cuando esas instituciones entran en contradicción con la realidad social, cuando las nuevas fuerzas que aspiran al poder hacen valer imperiosamente sus reclamos (...) el reformismo no es un elemento de la nueva organización social, sino un engranaje del orden de cosas que ha entrado en descomposición”.
Pero su reformismo dentro de la actual situación de crisis económica, política y social no critica el giro a la derecha del gobierno con la designación de un hombre de Wall Street y el Opus Dei como Juan Manzur en la jefatura de gabinete, ni de un gabinete pejotista de la peor calaña. Por el contrario, lo justifican por necesidades de gestión.
Así, el progresismo K se contenta con plantear en las tribunas el No pago de la deuda macrista, después de haber votado en el Congreso la Ley de Sostenibilidad de la deuda, el presupuesto del FMI y el ajuste a los jubilados (esa "ley de mierda", tal la confesión de la diputada ultra K Fernanda Vallejos).
Amenaza, como hacen Daniel Catalano de ATE Capital y la CTA de Hugo Yasky, con marchar contra los especuladores, pero sin convocar a asambleas y exigir por el salario, sin llamar a formar comités populares independientes de control de precios y abastecimiento y sin levantar el control de los trabajadores sobre las empresas formadoras de precios y la apertura de sus libros de contabilidad.
Más bien declaran su subordinación a la política de control de precios de Roberto Feletti, cuya finalidad es mantener planchados los salarios frente a la inflación y disimular la política de ajuste y concesiones a las grandes patronales. Estos sindicatos, lejos de buscar poner un límite a las patronales y a la derecha apoyando la lucha de les trabajadores, se ausentan de sus dichas luchas y las dejan libradas a su suerte.
Lo podemos ver en LATAM, donde se muestra la complicidad del gobierno del FdT con la patronal pinochetista que dejó cientos de familias en la calle, o contra los desalojos como en Guernica o en CABA en la toma Fuerza de Mujeres, donde se ve una respuesta represiva común a la derecha y el peronismo.
El Frente de Izquierda, por el contrario, sostiene que es necesario la movilización independiente de les trabajadores, las mujeres, la juventud, las disidencias y el conjunto del pueblo pobre, para derrotar el ajuste e imponer el desconocimiento soberano de la deuda externa y un programa anticapitalista de salida a la crisis. Así se enfrenta a la derecha y al imperialismo. Para terminar con la precarización laboral, la falta de viviendas para el pueblo pobre, derrotar todo intento de reforma laboral e imponer el reparto de las horas de trabajo y un salario indexado por inflación, es necesario afectar la ganancia patronal y demoler todo el régimen de sometimiento al FMI y el imperialismo.
El peronismo ha fracasado históricamente como fuerza de resistencia a los enemigos del pueblo y sólo sirve a los intereses de los grandes empresarios. Es hora de una alternativa que plantee como salida de fondo el gobierno de les trabajadores.
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Facundo Aguirre
Militante del PTS, colaborador de La Izquierda Diario. Co-autor junto a Ruth Werner de Insurgencia obrera en Argentina 1969/1976 sobre el proceso de lucha de clases y política de la clase obrera en el período setentista. Autor de numerosos artículos y polémicas sobre la revolución cubana, el guevarismo, el peronismo y otros tantos temas políticos e históricos.