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El pueblo saharaui se rebela contra el statu quo de ocupación, campamentos y exilio

Santiago Lupe

Foto: Xavi Ariza

El pueblo saharaui se rebela contra el statu quo de ocupación, campamentos y exilio

Santiago Lupe

Ideas de Izquierda

La reemergencia de la lucha del pueblo saharaui cuestiona un statu quo defendido por un elenco que va desde la dictadura marroquí a la ONU, pasando por el gobierno “progresista” del Estado español. La extensión de esta rebelión a los territorios ocupados, la alianza con los sectores que luchan contra Mohamed VI y un fuerte movimiento antiimperialista en el Estado español, como fuerzas auxiliares clave para conquistar su derecho de autodeterminación.

El pasado viernes 13 de noviembre el Ejército marroquí cruzaba el muro que separa los territorios ocupados del Sáhara Occidental y la zona bajo control del Frente Polisario. Lo hacía en su vertiente sur, en la región del Guerguerat. El objetivo era poner fin a la protesta que desde mediados de octubre estaban llevando adelante centenares de civiles saharauis, trasladados desde los campos de refugiados de Tinduf en Argelia, a más de 2.000 km de distancia.

Este puesto fronterizo con Mauritania había sido cortado por unas movilizaciones que volvían a exigir la celebración de un referéndum de autodeterminación, el fin de la ocupación y la libertad de los presos políticos saharauis. La acción golpeaba justamente en el tráfico de mercancías, o en otras palabras en el expolio del fosfato, el gas, el hierro, la pesca y los productos hortofrutícolas llevado adelante por el régimen marroquí en alianza con empresas españolas, francesas y estadounidenses, entre otras.

La agresión de la monarquía alauí fue respondida por el Ejército de Liberación Popular Saharaui y el Frente Polisario dio por roto el alto el fuego firmado en los acuerdos de paz de 1991. En los días siguientes centenares de jóvenes de los campamentos se han alistado para el retorno a la guerra, en las ciudades de los territorios ocupados se suceden movilizaciones duramente reprimidas, con detenciones y redadas en domicilios de activistas, y el exilio, junto al importante movimiento de solidaridad existente, ha comenzado una campaña de movilizaciones en denuncia al rol cómplice de la ONU, la UE y el Estado español.

El conflicto del Sáhara Occidental reemerge 29 años después de unos acuerdos de paz que, tras la promesa de un referéndum que nunca llega, condenó a todo un pueblo a vivir dividido entre un régimen policiaco, los campos de refugiados de Argelia y una extensa diáspora de exiliados. Un statu quo que entra en crisis, algo que puede tener hondas consecuencias para la lucha del pueblo saharaui y para una región dominada por distintos regímenes autocráticos.

Un conflicto con la denominación de origen del imperialismo español.

El actual Sáhara Occidental fue parte de las posesiones coloniales africanas del imperio español desde el siglo XVII, si bien no será hasta 1884 cuando se confirmará como potencia administradora en la región de Río de Oro y hasta 1912 -por cesión francesa- de la de Saguía de Harma. La ocupación militar se estableció en 1934, bajo el gobierno de las derechas en la Segunda República. La dictadura unificó ambas regiones bajo la denominación actual de Sáhara Occidental en 1958 y la declaró como provincia tres años más tarde.

Bajo el franquismo, después de la pérdida del norte del protectorado colonial de Marruecos en 1956 -tras la proclamación de la independencia- y del sur en 1969 tras la guerra Ifni-Sáhara, el Sáhara Occidental pasó a ser la “joya de la Corona” de los restos de un imperio en decadencia. En 1960 se descubrió el yacimiento de fosfatos de Bucraà, uno de los mayores del mundo, se comenzó su explotación y se inició un importante proceso de urbanización y sedentarización de una gran parte de las tribus nómadas saharauis.

Al calor de este “desarrollismo colonial” y del régimen de ocupación militar, se fue gestando una conciencia nacional saharaui que pronto comenzaría a dar sus primeras expresiones en forma de movilizaciones convocadas por la Organización Avanzada para la Liberación del Sáhara (OALS), y, a partir de 1973, con la fundación del Frente Polisario y el inicio de la lucha armada.

La posibilidad de tener que enfrentar una posible nueva guerra colonial no estaba en los planes de la dictadura. La crisis del régimen azuzada por el crecimiento de la protesta obrera y estudiantil en la metrópoli desde comienzos de los 60, hubiera hecho difícil sostenerla. El estallido de la crisis económica en 1973 y el caso portugués - donde la guerra colonial por mantener sus posesiones en Angola y Mozambique había sido un elemento clave en el estallido de la Revolución de los Claveles en 1974- despejaron toda duda. La combinación de resistencia en la colonia y crisis en la metrópoli forzó que la dictadura aceptara en 1975 abrir el proceso de descolonización bajo el amparo de la ONU. Una vía que además podía garantizar los negocios e intereses españoles en el territorio, manteniendo así una posición privilegiada del imperialismo español en su excolonia, al estilo de lo que había logrado Francia en Marruecos.

Sin embargo, los planes cambiarían súbitamente. Marruecos y Mauritania reclamaron en el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya los territorios de la colonia española en base a un reparto entre ambos gobiernos acordado en 1970 en las Cumbres de Tlemcén y Casablanca, contra el que se habían manifestado la OALS y el Frente Polisario. Una parte del gobierno, encabezada por el ministro de la Presidencia Antonio Carro, y la propia Monarquía, que ejercía ya de Jefe de Estado en funciones en los estertores de Franco, optaron por convertir el Sáhara Occidental en un botín de guerra.

En el otoño de 1975 Juan Carlos I llegaría a un acuerdo secreto con Hassan II para la cesión del territorio de la colonia. En este pacto, desvelado años más tarde en documentos desclasificados de la CIA, intervendrían también como mediadores y parte, el Departamento de Estado de EEUU y Arabia Saudí. Se buscaba fortalecer el régimen marroquí, que venía de dos intentos fallidos de golpe de Estado en 1971 y 1972 y era el principal aliado estadounidense en la región, frente a una Argelia posicionada en el bloque proURSS. A cambio, la Corona obtenía el respaldo norteamericano a su proyecto de restauración borbónica y Transición, además de una ayuda financiera de las monarquías árabes que, como estamos viendo en los últimos meses, se mantuvo durante décadas y llega hasta nuestros días en forma de subvención a la huida dorada del Emérito.

Este acuerdo acabó rubricándose el 14 de noviembre de 1975 en el Acuerdo Tripartito de Madrid en el que Marruecos y Mauritania se dividían el Sáhara Occidental. Solo dos semanas antes, Hassan II había puesto en marcha una reaccionaria campaña nacionalista, la Marcha Verde, con la que movilizó varias decenas de miles de civiles custodiados por el Ejército para la invasión y ocupación del territorio. Comenzaba así un largo exilio para la mitad del pueblo saharaui, forzado a marchas de sus casas, y una larga guerra que duraría hasta 1991.

Durante todas estas décadas la posición española sobre el Sáhara Occidental ha sido un ejemplo de hipocresía imperialista. Mientras oficialmente el Estado español apoya las resoluciones en favor de la realización de un referéndum, se han ido estrechando lazos y acuerdos con el régimen marroquí para el acceso de las empresas españolas a la explotación pesquera y de otros recursos naturales, como las arenas.

Además, la dictadura de Mohamed VI es un aliado clave para la reaccionaria política migratoria de la UE y el gobierno español, que hoy muestra su cara más terrible en las intenciones de convertir las Islas Canarias en un nuevo campo de concentración para migrantes.

El compromiso del conjunto del Régimen del 78 con la defensa de este statu quo es pues una cuestión de Estado, uno de esos consensos incuestionables, que ahora también terminan asumiendo en los hechos -más allá de alguna declaración o twit para la galería- los ministros y ministras de Unidas Podemos.

Cinco décadas de resistencia saharaui

La lucha del pueblo saharaui por su libre autodeterminación se gestó pues en la pelea contra la ocupación española. Los combates de la guerra del Ifni-Sáhara de 1957, contaron con una fuerte participación de tropas saharauis junto a resistentes marroquíes que no habían querido integrarse en las Fuerzas Armadas Reales de Mohamed V. Pero será a lo largo de los años 60 cuando comienza a desarrollarse una fuerte conciencia nacional espoleada por los procesos de urbanización y el recrudecimiento del expolio y opresión de la metrópoli. En junio de 1970 la OALS realizará la primera gran manifestación en favor de la autonomía y el derecho de autodeterminación en El Aiun, capital de la colonia. Un Tercio de la Legión, con el capitán Carlos Díaz Arcocha al frente, la disolverá con fuego real dejando un saldo de muertos indeterminado – hay fuentes que hablan de 13, otras de más de 80- y el secuestro y desaparición de su principal dirigente, Bassiri. Este capitán seguirá su carrera bajo la democracia y el régimen de las autonomías, llegando a ser el jefe de la Ertzania y perder la vida en un atentado de ETA en 1985.

La dura represión generará una radicalización del movimiento. Al calor de la experiencia de otros fenómenos del nacionalismo árabe y del ascenso de la lucha de clases que atravesaba el planeta desde 1968, en 1973 se fundará el Frente Polisario. Se adoptó desde un principio la estrategia de la lucha armada para conseguir la liberación nacional. Los ataques sobre el ocupante fueron a más y se consiguieron los primeros arsenales con los que se iniciará la guerra contra Marruecos y Mauritania en 1975. En 1976 se fundará la República Árabe Democrática Saharaui (RASD) y el Ejército de Liberación Popular Saharaui, que llegará a contar con 20 mil combatientes. La estrategia llevada adelante durante 16 años de guerra con el Reino de Marruecos – Mauritania se retiraría en 1979 - será la de intentar vencer la ocupación marroquí por la vía militar.

Hassan II contó desde el comienzo con la importante ayuda militar estadounidense, saudita, francesa e incluso israelí. En el marco de la guerra fría, el Polisario consiguió la ayuda cubana y argelina para desarrollar la guerra, así como el uso de una porción del desierto de la Hamada en Argelia -una de las zonas más inhabitables del Sáhara- para el establecimiento de los campamentos de refugiados y la sede del gobierno de la RASD, que controla la parte oriental del Sáhara Occidental, sin recursos económicos a explotar ni centros urbanos.

El resultado de esta larga contienda quedó definido por varios factores. Por un lado, la superioridad militar marroquí, la fortísima represión en los territorios ocupados y la campaña ultranacionalista en Marruecos que cohesionó el régimen y a la que incluso amplios sectores de la oposición y la izquierda se adaptaron. Del otro lado, la estrategia militarista del Polisario devaluaba la importancia de desarrollar una lucha desde los centros urbanos ocupados, en particular las pocas, pero estratégicas posiciones de la clase obrera en los territorios ocupados ligadas a las industrias espoliadoras, y la necesidad de buscar alianzas con los sectores obreros y populares marroquíes en una lucha común contra el régimen y el imperialismo.

A la derrota de la vía militarista se le opuso como alternativa la búsqueda de una intervención de la “comunidad internacional”, que sería quien acabaría imponiendo la salida de los acuerdos de paz de 1991. Las mismas potencias imperialistas que habían pactado entre bambalinas la entrega del Sáhara Occidental en 1975 con su aliado Hassan II, ahora ofrecían, con el paraguas de la ONU, una vaga promesa de referéndum a cambio del alto el fuego de las partes y la resignación del pueblo saharaui a esperar en esa triple división de ocupación, campamentos y exilio.

Durante estos 29 años Marruecos ha fortalecido su ocupación y sistemas de defensa, levantando un muro de más de 2.700 km protegido por extensos campos de minas. La misión de la ONU para la realización del referéndum, MINURSO, se ha convertido en una policía de fronteras que garantiza ante todo el libre tráfico de mercancías, es decir la continuidad del expolio. El Frente Polisario y el movimiento saharaui había entrado en un profundo estancamiento, limitándose a la supervivencia y la gestión de los diferentes programas de ayuda humanitaria clave para el sostenimiento de la población de los campamentos de casi 200 mil personas.

En 2010, a meses de iniciarse la llamada primavera árabe en Túnez, en los territorios ocupados se abrió la posibilidad de una reemergencia de la lucha saharaui. Más de 20 mil personas, la mayoría jóvenes, sostuvieron un campamento de protesta a las afueras del Aiun durante varias semanas de octubre y noviembre, en exigencia de sus derechos democrático-nacionales y otras reivindicaciones sociales. Lamentablemente la feroz represión del Ejército marroquí aplastó la protesta, dejó una veintena de muertos y cientos de detenidos, algunos de los cuales todavía siguen en la cárcel, profundizándose el régimen policiaco.

El impacto de la crisis económica de 2008 en las condiciones de vida de los refugiados y esta falta de perspectivas comenzó a radicalizar a un sector creciente de la juventud de los campamentos. La defensa de la “vuelta a las armas” ha ido ganando peso en los últimos años, hasta que en el Congreso del Polisario celebrado en diciembre de 2019 en los territorios liberados, acabó aprobándose una línea de ultimátum a la “comunidad internacional” y la ONU: u obligaban a Marruecos a celebrar el referéndum, o guerra.

En este 2020, cuando la crisis de la pandemia ha vuelto a golpear las condiciones de vida en los campamentos, la acción en el Guerguerat y los actuales preparativos para una vuelta a las armas, indican que ante esta disyuntiva una gran mayoría de la población saharaui ha decidido que es hora de romper este eterno impasse.

¿Es posible la victoria del pueblo saharaui?

La anunciada reanudación de la guerra contra el Ejército marroquí es la expresión del hartazgo de amplísimos sectores del pueblo saharaui, en particular su juventud, con el status quo de las últimas tres décadas. Una suerte de patada sobre la mesa que cuestionaba también a la misma dirección del Polisario, que al optar por reiniciar los combates trata también de evitar una rebelión por abajo de sectores más radicalizados.

La forma que adopta, la “vuelta a las armas”, es tributaria de la propia historia y tradición de su lucha a la que nos hemos referido, y expresa a su vez un elemento de cierta desesperación por las extremadamente complejas condiciones y el aislamiento en que tiene que reprender su pelea. El principal peligro sigue siendo reducir esta política a una estrategia meramente militarista y de búsqueda del respaldo o intervención de la “comunidad internacional”. Ni la guerra por sí sola puede vencer la ocupación, ni la ONU, la UE o gobiernos como el español darán una salida progresiva a este conflicto. O bien seguirán apoyando a Marruecos -lo más probable- o si intercedieran en favor de un proceso de independencia sería a costa de garantizar una República Saharaui que mantuviera las condiciones de expolio imperialista del que se benefician sus empresas.

Aquí, en los países imperialistas directamente involucrados en el conflicto, el movimiento de solidaridad con la causa saharaui está llamado a jugar un papel muy importante. La mejor ayuda que podemos brindar es la de la denuncia y pelea contra nuestro propio imperialismo y sus intereses en la región. Pelear por la salida de todas las empresas españolas que operan en los territorios ocupados, la confiscación de sus activos obtenidos por medio del expolio para su devolución íntegra a la RASD, la anulación de toda ayuda y colaboración con el Ejército y la policía marroquí o acabar con las políticas migratorias, de las que la alianza con la dictadura marroquí es una pieza clave, sería un aporte concreto y contundente a la lucha por su autodeterminación.

Nada que ver con la “izquierda” que ha optado por integrarse en el gobierno de la cuarta potencia imperialista de la UE y que en consecuencia hoy asume en los hechos la política de Estado sobre el Sáhara Occidental, perpetuar el statu quo contra el que se está rebelando el pueblo saharaui.

Por otro lado, está por verse si esta revuelta en forma de guerra de liberación logra poner en marcha una serie de engranajes que debiliten estratégicamente a las fuerzas ocupantes y sus socios imperialistas. Si el rumbo de la causa saharaui puede así esquivar los límites y debilidades de estas cinco décadas de lucha.

En primer lugar, lo que suceda en los territorios ocupados será trascendental. Si a pesar de la feroz represión de la monarquía marroquí, se desata una fuerte movilización obrera y popular en los principales centros urbanos, que afecte directamente a los intereses de las empresas marroquíes y extranjeras, por medio de huelgas en la industria de los fosfatos, el gas, el hierro o la agricultura, se golpearía en el corazón económico del régimen de ocupación. Una movilización de este tipo, podría permitir además recomponer un tejido de autoorganización obrera y popular de los saharauis bajo ocupación, y que los centros urbanos y la clase obrera y la juventud del Sáhara ocupado intervenga de forma central.

Una rebelión así en el “frente interior”, basada en la movilización obrera y popular, que atacara la represión y condiciones de miseria que golpean a quienes son tratados como ciudadanos de segunda, favorecería alianzas son sectores de la clase trabajadora marroquí que padecen condiciones de explotación similares y otros pueblos en lucha por sus derechos democráticos, como las y los rifeños. Conseguir esta alianza, una lucha común por tumbar la monarquía de Mohamed VI, es fundamental para lograr la autodeterminación de las naciones bajo su opresión y para poder socavar las bases de su reinado.

Un elemento interesante de la actual situación es que son muchos los mensajes reproducidos en las redes sociales en los que la comunidad saharaui resalta que no es esta una lucha contra el pueblo marroquí, sino contra el régimen de Mohamed VI, y busca el apoyo de quienes también padecen el yugo de la dictadura. El papel que debería jugar la oposición y la izquierda marroquí es fundamental para logar esto. Los sectores que combaten a la monarquía deben también asumir como suyas las reivindicaciones democráticas de los sharauis.

Si el régimen marroquí, una de las autocracias más estables del Magreb, es sacudido por una gran movilización que lo carcoma, no cabe duda de esto tendría hondas repercusiones para los regímenes gemelos de la región. La lucha del pueblo saharaui se reemprende en el contexto de un mundo árabe que viene atravesando una suerte de segunda primavera árabe. De ella forman parte la lucha del pueblo rifeño también contra el régimen marroquí, la revuelta de la juventud argelina contra el régimen del FLN o las importantes movilizaciones en El Líbano o Iraq previas a la pandemia.

Que esta segunda ola se extienda y profundice, superando los límites de la primera que fue desviada o aplastada por la intervención del imperialismo o la represión, y abra el camino a establecer repúblicas de trabajadores y los sectores populares, que se liberen de la dependencia y expolio de las multinacionales imperialistas y sus gobiernos, y que puedan establecer entre sí relaciones libres y fraternales, no de imposición.


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Santiago Lupe

@SantiagoLupeBCN
Nació en Zaragoza, Estado español, en 1983. Es director de la edición española de Izquierda Diario. Historiador especializado en la guerra civil española, el franquismo y la Transición. Actualmente reside en Barcelona y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.