Pocas disciplinas sostienen debates tan ardientes como la biología evolutiva. Y ardiente es la palabra correcta en este caso: en un reciente libro, el ornitólogo Richard Prum desarrolla y actualiza una vieja idea esbozada por Charles Darwin sobre el deseo sexual, el origen de la belleza y la autonomía sexual de las hembras.
Martes 12 de febrero de 2019 00:00
Foto: macho de ave del paraíso de Vogelkop, Cornell Lab of Ornithology.
La belleza sucede (“beauty happens”) es el controvertido centro de la argumentación de Richard Prum en su libro The Evolution of Beauty (La Evolución de la Belleza). Controvertido porque para la mayoría de los especialistas un rasgo carente de utilidad es un despropósito. Sin embargo, la cola del pavo real macho es el ejemplo perfecto de un rasgo que no sólo es inútil, sino que entorpece la vida misma de su portador. Muchos animales muestran rasgos parecidos, especialmente las aves. Explicar la evolución de estos “ornamentos” se volvió una pesadilla para el mismo Darwin: “¡La vista de una pluma en la cola de un pavo real… me enferma!”, escribió.
Para 1871 Darwin decidió publicar una obra que diera un cierre a dos de los temas abiertos en 1859 con El Origen de las Especies: la evolución de los humanos a partir de ancestros animales y el origen de las características sexuales. El Origen del hombre y la selección en relación al sexo se volvió una obra polémica, y hasta hoy se considera difícil de comprender. Muchas afirmaciones de este libro son, además, abiertamente misóginas y racistas. Pero, como señala Prum, parte de la mala recepción del libro es que no era lo suficientemente misógino y racista para los estándares victorianos de la época en que fue escrito.
Darwin sugirió la presencia de dos mecanismos relacionados a la selección sexual. En el primero, los machos de algunas especies desarrollan “armamentos” tales como cuernos, colmillos o mayor fuerza física, con los cuales luchan por la “posesión” de las hembras. En el segundo mecanismo, las hembras de una especie seleccionan a los machos a partir de ciertos atributos: “Para dar otro ejemplo, nombremos a las hembras de las aves, que eligen como pareja al macho de canto más dulce y melodioso”.
No es de extrañar que la sociedad victoriana abrazara fervientemente el primer mecanismo como una explicación de la supuesta superioridad del hombre y rechazara el segundo. Básicamente, Darwin había sugerido que las hembras de ciertos animales (y por extensión, de los humanos) tienen la capacidad cognitiva de realizar apreciaciones sobre la belleza y, escandalosamente, que tienen la capacidad de tomar decisiones autónomas acerca de la elección de sus parejas sexuales. En este punto Darwin se volvió un radical a pesar de él mismo.
Para la mayoría de los especialistas posteriores, sin embargo, el que una característica evolucione por la evaluación subjetiva de los animales del sexo opuesto es casi imposible. Literalmente, es una interpretación malvada de la naturaleza, según el biólogo-matemático Alan Grafen. La opinión dominante sobre los ornamentos sexuales, hasta el día de hoy, es que portan algún tipo de información sobre la calidad de la pareja. Por ejemplo, machos con plumajes más brillantes podrían indicar una mayor resistencia a las enfermedades, una indicación de “buenos genes” que serían transmitidos a la descendencia. Sistematizado en la Teoría del Handicap por Amotz Zahavi, Alan Grafen y otros (y sugerida originalmente por Alfred Wallace, el co-creador junto a Darwin de la teoría de la selección natural), para que un macho cargue con la desventaja de tener una cola exuberante debe ser necesariamente bueno.
La belleza importa
El libro de 2017 de Richard Prum The Evolution of Beauty (La Evolución de la Belleza) retoma la hipótesis inicial de Darwin. Prum es profesor de ornitología, biólogo evolutivo y curador del Museo de Historia Natural de la Universidad de Yale. Si bien su afirmación inicial sobre una idea olvidada de Darwin es un poco pretenciosa (existe abundante literatura y modelos matemáticos sobre cómo opera este mecanismo), es posible que su intención sea provocativa: los que se afirman nuevos darwinistas han ignorado las ideas del mismo Darwin hasta hoy.
Como especialista en aves, varios capítulos relatan sus investigaciones sobre los manaquines o saltarines y sobre la conducta y anatomía sexual de los patos, en particular cómo las hembras de los patos evitan las copulaciones forzadas. (Como nota, las investigaciones sobre el sexo de los patos generaron un mini escándalo en Estados Unidos, siendo atacadas como un gasto inútil en investigación científica). El relato del naturalista capta toda la atención del lector y sirve para introducir los temas del conflicto entre los sexos y la autonomía sexual de las hembras. Esta última es definida como la capacidad de tomar decisiones autónomas, independientes y sin coerciones.
Este concepto es el que ha alentado la lectura feminista de este libro: en varias especies las hembras se vuelven las agentes de selección y quienes garantizan su propia libertad de elección. La ventaja evolutiva de obtener la pareja que prefieren y que otras hembras consideran “atractivas” es tan fuerte que ha modelado la anatomía misma de ambos sexos, más allá del comportamiento.
En los siguientes capítulos, especulativos, Prum desarrolla cómo la autonomía sexual de las hembras y la elección de pareja ha sido una fuerza importante en la evolución de la especie humana. En particular, este proceso habría resultado en la selección por parte de las mujeres de hombres menos dominantes, menos agresivos y que cooperen en el cuidado de la prole. Esta es una explicación biológicamente plausible para muchos rasgos que distinguen a los humanos de otros primates, como el orgasmo, la menor diferenciación física entre machos y hembras, la forma de los genitales masculinos, la presencia de diferentes orientaciones sexuales y el rol social del sexo, mal que le pese a quienes creen que tiene un fin solamente reproductivo.
Esta es en principio una hipótesis biologicista, ya que descansa en el supuesto de que ciertas conductas humanas tienen base genética. Pero Prum matiza este biologicismo resaltando los procesos de coevolución entre genes, cultura y sociedad, además de resaltar la función no adaptativa y puramente accidental del placer estético. La cultura tiene, según Prum, sus propios mecanismos de cambio, que tienen profundas consecuencias en cómo los humanos piensan, se comportan y cómo son. La sexualidad humana no existe sin la cultura.
Contra toda la cháchara de quienes usan la biología para justificar el patriarcado, el “instinto” de la infidelidad, los estándares occidentales de belleza, la posición de las mujeres “pasivas y tímidas” y hasta la violación, resulta reconfortante que alguien utilice la biología para plantear hipótesis alternativas.
Esta es tal vez la mejor contribución de Prum, desarmar el mito de la neutralidad de la ciencia, mostrarnos su construcción social, sus contradicciones y su desarrollo, al mejor estilo de los ensayos de Stephen Jay Gould. Mostrarnos, en fin, que hay formas alternativas de entender la danza entre el deseo y la belleza.
Santiago Benítez
Dr. en Biología. Investigador del Conicet. Militante del Partido de Trabajadores Socialistas (PTS).