El Partido Socialista fue un actor fundamental durante los años en que la clase obrera argentina daba sus primeros pasos de lucha y organización. El derrotero de Alfredo Palacios, gran referente de esta corriente hasta su muerte en 1965, refleja la estrategia que perseguía el socialismo y nos permite problematizar la relación entre la izquierda y el movimiento obrero en el período.
Jueves 30 de abril de 2015
De leyes y luchas
El nombre de Alfredo Palacios suele ir acompañado de una carátula indisociable: la de haber sido el “primer diputado socialista de América Latina”, a propósito de su famosa elección como legislador por el distrito obrero de La Boca en 1904.
Por aquellos años, la clase trabajadora irrumpía en la vida política y económica del país dando sus primeros combates contra el régimen oligárquico de los inmensos palacetes y los grandes terratenientes, de la mano de anarquistas y socialistas. Fue entonces cuando asumió el joven abogado Palacios –quien luego de haberse ligado a los círculos obreros católicos de la mano del cura alemán Federico Grote, se afiliara al socialismo-, en un Parlamento cuya vía de acceso más habitual era el fraude.
En 1902 la burguesía había dictado la Ley de Residencia como reacción a la “cuestión social” que ya se había manifestado durante la década previa. La clase obrera no se quedó de brazos cruzados y libró una histórica huelga general contra la ley de Cané. Sostenido por este impulso, Palacios dio su primera intervención como diputado repudiando enérgicamente la misma y prosiguió la aprobación de medidas que buscaban responder desde el parlamento a las contradicciones de la sociedad del centenario. Muchas de ellas fueron efectivamente aprobadas, como la de descanso dominical y “la ley de la silla” –que obligaba a los patrones a disponer de un asiento para el descanso de los empleados de comercio.
Pero sería parcial analizar la extensa labor parlamentaria de Palacios sin considerar su estrategia política. ¿Cuál era la finalidad de estas leyes que favorecían a los trabajadores? Más específicamente: ¿cuál era su relación con la lucha de clases de la época?
Los primeros días del Partido Socialista
En 1896 tomó lugar el Congreso fundacional del Partido Socialista Argentino. Allí fueron delineados algunos principios fundamentales que marcarían su actuación durante los años venideros. De acuerdo a las propuestas de Juan B. Justo, los delegados gremiales sólo participaron con voz y voto en cuestiones estrictamente económicas. A la vez, el método insurreccional fue definido como una vía estrictamente excepcional para la pelea por los derechos de los trabajadores, frente a la “lucha política” entendida como participación electoral. Los cambios políticos que favorecerían a los trabajadores provendrían del propio parlamento burgués.
Si bien la inserción que los socialistas efectivamente tenían ente los trabajadores implicó su participación en huelgas y en la fundación de sindicatos, sociedades y centrales, lo que subyacía era la concepción del Partido con un rol “pedagógico” hacia la clase y de “agente modernizador” del régimen. Por ello el PSOA dedicaba especial atención a la educación de las masas creando bibliotecas y clubes y, en su Declaración de Principios, advertía que en varias cuestiones (por ejemplo, en la necesidad “moneda sana”), “el proletariado tiene los mismo intereses que el capitalismo avanzado e inteligente”.
Es ilustrativo que en el acto conmemorativo del 1° de mayo del año siguiente se convocara a realizar manifestaciones “ordenadas”, sin “gritos excesivos”. Esto sólo se exacerbaría con el pasar de los años: para la siguiente década directamente llamarían a “evitar gritos destemplados (…) [para] demostrar a la clase capitalista y gobernante que nuestras manifestaciones son modelos de educación y cultura”.
Un “diputado de profesión”
A principios de siglo se vislumbraban cambios en el país: el gobierno inauguraba cierta política de integración del movimiento obrero, expresada por ejemplo en el Proyecto del Código de Trabajo de 1901. Si bien esto no significó una merma de los métodos represivos –que resurgirían con cada conflicto– la elite gobernante comprendía que no podía cerrar los ojos ante aquel actor social que emergía con fuerza. En ese marco, Alfredo Palacios desarrolló su labor en la bancada.
A pesar de que no era particularmente afecto a la disciplina interna del Partido Socialista (que lo llevó a fuertes discusiones con compañeros de gran peso e incluso a distanciamientos), confluía con la apuesta de un cambio evolutivo, no violento, sin acción directa de las masas, en consonancia con las formulaciones del socialismo europeo de momento. Fue un representante de lo que Juan B. Justo definiría como “diputados de profesión”: es decir, “hombres hechos por el estudio y la experiencia para la acción parlamentaria” y ello contribuyó a que se erija como un gran referente de la corriente.
Lo que estaba planteado era una escisión entre lo sindical y lo político que supuso en los hechos (y luego en la teoría), considerar a los trabajadores como consumidores a los cuales debía protegerse (proponiendo medidas a favor del libre comercio), y como votantes a los cuales se debía ofrecer un programa que los contemplase. En palabras de Palacios, lo central era perseguir “fórmulas jurídicas revolucionarias que surgiendo de la acción de los trabajadores, cristaliza[ra]n en un nuevo derecho”. No es de extrañar pues que fuera un arduo defensor del orden institucional y del buen funcionamiento de las leyes.
Los últimos años de la primera década del s. XX fueron de intensa agitación. Luego de la “Semana Roja” de 1909, la burguesía encaró los festejos del Centenario con persecuciones a través de las fuerzas estatales y bandas parapoliciales, así como de legislación –v.g. la Ley de Defensa Social–. Las modificaciones en la estructura del país, la derrota de la huelga general de 1910 y, posteriormente, la erogación de la Ley Sáenz Peña, marcaron un cambio de etapa. El esquema socialista encajó perfectamente con la ampliación del sistema político resultante. No es de extrañar que en 1913 ganaran un senador y, en 1914, siete nuevos representantes.
En el prólogo del Tercer Censo Nacional de ese año podía leerse: “el socialismo no tiene nada que ver con el anarquismo. El primero busca sus prosélitos por medio de la propaganda ilustrada y persuasiva. El segundo trata de imponerse por medio del terror y la violencia. El uno quiere edificar con los elementos que reúne. El otro sólo propónese destruir”. Vemos así un socialismo en una relación más fluida con el Estado –que lo empieza a considerar una “oposición reconocida”– frente a un anarquismo combativo, víctima de ataques y represión (pero cuyos errores estratégicos contribuirían a su retroceso).
En 1915 Palacios era apartado del Partido (por su insistencia en dirimir sus conflictos mediante el duelo, no por diferencias fundamentales con los lineamientos estratégicos) y fundaba el Partido Socialista Argentino. Si bien logró hacer buenas elecciones (con un 25% en la Capital en 1918, que le vale un concejal), no consiguió la anhelada representación parlamentaria. Este motivo lo llevó a retirarse temporariamente de la militancia en 1922.
Para 1930, dos años después del fallecimiento de Justo y en el contexto de crisis económica, el Partido Socialista –que ya cargaba con varias rupturas dentro de su seno– realizó una apertura de sus filas. Palacios se reintegró al mismo e inmediatamente logró una gran elección para el cargo de diputado.
La llegada del peronismo representó un duro golpe para gran parte de la izquierda argentina. El PS (al igual que el Partido Comunista) catalogó al régimen como “totalitario” y “dictatorial”, lo cual lo llevó a apoyar proyectos de derrocamiento y a acentuar un aislamiento progresivo respecto a la clase obrera. Muchos cuadros llegaron incluso a ocupar algunos puestos durante el gobierno de la autoproclamada “Revolución Libertadora”. Entre ellos, como representante en la Embajada de Uruguay, estaba Alfredo Lorenzo Palacios. Éste, a pesar de haberse pronunciado en contra los fusilamientos del 56’ y del pedido de luto del gobierno por la muerte del dictador Somoza, renunciaría recién en 1957, luego de ejercer su puesto durante de las presidencias de facto de Lonardi y Aramburu. En sus palabras, se consideraba embajador “del pueblo argentino” y no de un gobierno.
Los años siguientes vieron un Partido Socialista abrumado por disputas intestinas, que no podía dar respuestas a fenómenos de la realidad nacional ni internacional y lo alejaban cada vez más del rol que una vez había ocupado como referencia para los trabajadores.
En 1958 la mayoría del Comité Ejecutivo Nacional decidió la separación de una minoría partidaria, constituyéndose la primera como Partido Socialista Argentino y, la segunda, como Partido Socialista Democrático. Si bien Palacios, miembro del PSA, aún lograba atraer la simpatía de las masas y consiguió una nueva senaduría nacional en 1961 –con más de 300 mil votos en la Capital Federal–, no logró poner un freno a la crisis del socialismo. Poco tiempo después se daría una violenta expulsión de sectores juveniles e izquierdistas.
Reforma o revolución
El desarrollo posterior del socialismo –encarnado en personalidades como Alfredo Palacios– mostró un partido que, carente de programa y estrategia revolucionaria, no pudo ofrecer una alternativa a los trabajadores. Presentes ya en sus primeros congresos y cada vez más acentuados, el electoralismo y el reformismo del PS contribuyeron a debilitar al movimiento obrero.
Su retórica socialista en el parlamento fue entrando en creciente contradicción con una inserción orgánica en las organizaciones propias de la clase. En 1919 esto se evidenció en su llamamiento a levantar la huelga durante la famosa Semana Trágica, en contraposición a la valiente lucha que sostuvieron miles de obreros de la mano del anarquismo (ya en decadencia). Y para la década del 30’ significó alejarse de los procesos más revulsivos de las nuevas generaciones de trabajadores industriales que expresaron una gran potencialidad de lucha, pero que desde el punto de vista del socialismo no encajaban en el modelo de “partido moderno”.
Para concluir nos parece sugerente la reflexión de Rosa Luxemburgo: “En el campo de las relaciones políticas, el desarrollo de la democracia acarrea —en la medida en que encuentra terreno fértil— la participación de todos los estratos populares en la vida política (…) Pero esta participación sobreviene bajo la forma del parlamentarismo burgués, en el cual los antagonismos de clase y la dominación de clase no quedan suprimidos sino que, por el contrario, son puestos al desnudo. Justamente porque el desarrollo del capitalismo avanza en medio de dichas contradicciones, es necesario extraer el fruto de la sociedad socialista de su cáscara capitalista. Justamente por eso el proletariado debe adueñarse del poder político y liquidar totalmente el sistema capitalista”.
Gabi Phyro
Historiador. Miembro del Comité Editorial de Armas de la Crítica