El guionista de “La caza” dirige la película “La otra guerra”, que puede verse en la cartelera porteña o, si se busca bien, directamente desde la web.
Sábado 19 de marzo de 2016
Generalmente relacionamos el cine bélico a la industria norteamericana. “La otra guerra”, del danés Lindholm, es una interesante excepción en la cartelera cinematográfica. La película sigue a una patrulla del ejército de Dinamarca en Afganistán al mando de Claus Pedersen, un oficial muy distinto a los rudos que suelen habitar las pantallas de esta clase de películas. Él es un sensible, padre de dos hijos que está tan preocupado por sus pequeños que quedaron en casa, como por sus soldados a cargo y por los pobladores de un pobre y campesino pueblo afgano. Sus muchachos no son asquerosos mascadores de chicle ni hablan a los gritos, son más bien educados y preocupados por el destino de la comunidad a la que, siempre según su punto de vista, van a ayudar. La cámara, con movimientos precisos, los sigue como si fuera un soldado más en los patrullajes diarios, el sonido, muy hábilmente utilizado, funciona sin sobreponerse con la imagen para terminar de introducirnos vívidamente en las situaciones que transitan los soldados.
Más allá de cierto edulcoramiento, al film no le tiembla el pulso para mostrar también los errores de este grupo de soldados. Sobre todo cuando deciden, por seguridad, no dar cobijo a una familia amenazada por los talibanes que aparecerán muertos a la mañana siguiente. Se puede decir que, pese a la obvia desconfianza que la representación de soldados bonachones y sensibles le puede transmitir a cualquier persona mínimamente informada sobre el accionar de las tropas ocupantes, el film no pierde interés justamente por mostrar los conflictos internos de los soldados en el campo de batalla y lejos de su hogar.
Esta ambigüedad se mantiene hasta el punto de quiebre de la película. En el medio de un enfrentamiento con los talibanes (que están siempre fuera de cuadro), Claus ve que uno de los soldados a su mando está por morir. Para salvarlo manda a bombardear una población donde él intuye que se encuentra el enemigo pero que, a ciencia cierta, no lo puede afirmar. El saldo es de 12 civiles muertos, entre ellos niños. Su soldado salva la vida.
A partir de allí el film muta al género judicial que Lindholm maneja con ritmo preciso. Claus debe enfrentar un juicio en su propio país por este hecho violatorio de los derechos humanos con el riesgo de quedar en la cárcel, y prolongar la ausencia de su hogar y la compañía de sus hijos. Aquí se plantea el dilema: el oficial actuó en medio de una situación caótica y sostiene que su tarea era mantener a salvo a sus soldados. Aquí la película confirma lo que sugería y la ambigüedad sobre su posicionamiento se disipa. La fiscal que acusa a Claus está caracterizada como una mujer fría y calculadora en contraste con el espíritu solidario y de camaradería del jefe y su tropa.
Hacia el final la película sugiere que pese a la absolución de la justicia, la carga moral quedará sobre nuestro soldado sensible. Lo que omite la película es que en una ocupación militar no se trata de la moral individual, ni del peso de la culpa. Eso, en definitiva, humaniza al soldado danés pero invisibiliza dramáticamente a los pobladores invadidos, a los muertos y torturados. Una extraña elección del punto de vista.