Domingo 3 de mayo de 2015
Horacio Verbitsky dedica toda su columna de hoy para blandir la espada K en la batalla judicial que esta semana se concentró en el contrapunto entre la Presidenta y el re-re electo Presidente de la Corte Suprema Ricardo Lorenzetti.
Si bien acierta Verbistky, de manera bastante tardía, no apunta a la cuestión de fondo y regatea reformas cosméticas. El poder de la Corte Suprema es el de pretender para sí la función de árbitro, ubicándose como por encima de las clases y las voluntades de las masas. Estas tendencias bonapartistas son propias de todo estado capitalista y en especial aquellos de los países coloniales o semicoloniales. Se perciben no solo en el poder judicial, sino en el hiperpresidencialismo argentino del cual el propio kirchenismo ha hecho uso y abuso. Cuando este “bonapartismo ejecutivo” entra en cuestión “por abajo”, “por arriba”, “por la caja” o por los simples ciclos electorales que impiden su perpetuación estática, y en el marco de una brutal debilidad del sistema de partidos patronales desgarrados desde 2001 a esta parte, las corporaciones mediáticas y económicas han apelado una y mil veces al “bonapartismo Supremo” de la Corte como último garante de la perpetuación de sus privilegios.
Martín Granovsky completa la defensa utópica y resignada en una entrevista exclusiva con el ex Supremo, Eugenio Zaffaroni. Siempre es bueno que la intelectualidad que apoyó y hasta fue parte de la Corte Suprema caiga a final de cuentas en el carácter aristocrático y pre democrático, si en algo acompañamos el espíritu de la Revolución Francesa, recordémoslo, burguesa ella. Pero parece la mayor de las resignaciones adherir a la propuesta de Zaffaroni. El ex Supremo se indigna porque el voto de un miembro de la Corte “vale” más que el de 8.000.000 argentinos. Pero su propuestas “jacobina” y a la cual adhiere Página 12 están lejos de “ir a la cuestión de fondo”, ya que para estos, el sumun de la democracia judicial residiría en que cada “voto supremo” fuese equiparable al de 2.800.000. ¿Ni pinta como una gran batalla épica, no?.
Suponer que la clave de la democracia reside en el límite de un árbitro para el fortalecimiento de otro, redunda en el dicho popular sobre los collares y los perros. Esta es la condena del “progresismo” y la centroizquierda para encarar cualquier transformación de fondo, que no podrá ser otra que revolucionaria, y donde sean las amplias masas las únicas que detenten su voluntad por propio ejercicio y no por delegación eterna.
Esta postración es confesada por el propio Verbitsky al decir que: “La vocera agregó que la decisión de la Corte de rechazar por unanimidad la lista de conjueces propuestos por el Gobierno para integrar el tribunal provocó otro ramalazo de furia oficialista´. No es mi caso: dije con toda claridad que comparto el razonable argumento que desarrolla Lorenzetti:
Si los conjueces van a cumplir las mismas funciones que los ministros de la Corte Suprema, deben ser elegidos con idénticos requisitos, como el acuerdo por los dos tercios de los miembros presentes del Senado establecido en la reforma constitucional de 1994”.
Los socialistas revolucionarios defendemos un programa democrático radical que parta de las demandas de una real democracia basados en lo máximo que el régimen de explotación capitalista ha llegado a dar. La inspiración en la Revolución Francesa, la universalización del voto, la elección popular de todos los funcionarios ejecutivos y de justicia, la revocabilidad de todos ellos por el voto popular y que sus salarios sean iguales al de un obrero calificado, son partes de un programa democrático y transicional que solo basado en la movilización popular y con protagonismo central de la clase trabajadora, podrá llevar estas justas demandas a su realización, lo que no podrá ser más que superando en las calles y junto a las capas medias empobrecidas y sensibles, mediante la conquista del poder de los trabajadores y el pueblo en su lucha por acabar con la explotación capitalista y comenzar el camino del socialismo. Junto a ello, se abrirá una vida democrática mil veces superior a la que jamás haya imaginado el mayor soñador de la burguesía.