Sábado 1ro de noviembre de 2014
Escribir, de Marguerite Duras, comienza describiendo la soledad que conlleva el acto de escribir y el efecto que éste produce en el escritor. Es la soledad de Duras, quien ¨lleva consigo su escritura a donde sea¨, casi como una maldición; si bien la idea de escritura como forma de salvación puede resultar contraria a la idea de soledad, vemos que ese aparente oxímoron es vital en la obra de esta escritora.
La escritura se presenta como un inmenso agujero pero también como una salvación ¨si no hubiera escrito me habría convertido en una incurable del alcohol¨. El libro a terminar reclama vida, la vida del libro y la del escritor que ¨para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo¨. Ella complejiza el problema al decir que ¨la soledad es eso sin lo que nada se hace, eso sin lo que ya no se mira nada. Es un modo de pensar, de razonar, pero sólo con el pensamiento cotidiano¨ . La soledad está constituida también como compañera, puesto que sin la soledad, pareciera no existir escritura.
Este texto es en términos de Gerard Genette, metatextual, ya que alude a otros textos de la autora y es a través de este intercambio que se produce un nuevo texto; se trata de un texto que habla de sí mismo, aludiendo al acto de escribir y poniendo en relieve los mecanismos que se usan para llevar a cabo dicho acto; incluso el título nos adelanta lo que va a hacer Duras: hablar sobre la propia escritura. Escribir es un texto que aúlla ausencia, muerte, desolación pero también reconstrucción, y potencia. Esto podemos relacionarlo con otra de sus obras, ¨La lluvia de verano¨, en donde también se pone en juego la existencia legitimada a través de los libros: ¨antes de aquel libro, el padre y la madre no sabían hasta qué punto su existencia se parecía a otras existencias¨. Este texto de ficción también nos hace reflexionar acerca de la soledad y de la literatura; Ernesto es el mayor de una familia numerosa, marginal y encuentra un libro ¨que lo estuvo contemplando largo rato¨ y que se vuelve su objeto mas preciado y su obsesión; aparece la idea de locura asociada a la literatura ¨Quizás había sido el árbol, además del libro quemado, lo que había empezado a enloquecerlo¨.
Ernesto, que no sabe leer, cree leer al libro y es así como cuenta lo que sucede, llena ese espacio, esa soledad. En Escribir, Duras dice que ¨leer era escribir¨; podemos ver cómo en el texto de ficción, la autora plasma lo que en el texto autoreferencial postula, fundiéndose ambos textos en la premisa de que las lecturas irreductiblemente nos posicionan como escritores. En Escribir el lugar de la escritura es un poco el de la locura pero al mismo tiempo el de la cura: ¨de repente todo cobra un sentido relacionado con la escritura, es para enloquecer¨. Duras postula que el escritor no habla mucho, que escribir es callarse; tal vez se pueda pensar al personaje de Ernesto, de La lluvia de verano, como un escritor que, en términos de Barthes, escribe la lectura.
En La lluvia de verano, lectura y escritura aparecen lejanas pero tangibles; esta dualidad se puede equiparar con Escribir ya que allí también la escritura es eso que está pero que al mismo tiempo denota ausencia. En ambos textos los libros se relacionan con la propia existencia: en el caso de Escribir es aquello que salva a la autora, en el otro, lo que valida la existencia de los personajes. En ambas obras se infiere un sentimiento de pertenencia respecto de la literatura, como si ésta fuera lo dicho y por lo tanto propio, real tanto para la autora como para Ernesto, este personaje que se apropia de la palabra no dicha por él y la cual lo configura como sujeto.
La autora intenta revelar el sentido de la escritura, aunque no deja de hacer una crítica social ¨es estar sola en un refugio durante la guerra. Pero sin rezos, sin Dios, sin pensamiento alguno salvo ese deseo loco de matar a la nación alemana hasta el último nazi¨. Es necesario mencionar que la autora estuvo involucrada en el marco del nazismo, siendo partícipe de La Resistencia y que su primer esposo fue delatado por la Gestapo; recordar esto nos posibilita entender ese deseo de ver destruido al nazismo en una de sus frases más conmovedoras, ese potente sentimiento de odio condensado de modo impecable y letal en dos renglones. En La lluvia de verano así como en Escribir vemos una prosa es descontracturada, anárquica, nos lleva y nos trae, nos regala imágenes poéticas, nos hace reflexionar acerca de lo que es la lectura, de la marginalidad, del horror y de la propia existencia.