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(Artículo publicado en el libro Rebelión en el Oasis, marzo 2021).
Los meses de octubre y noviembre de 2019 fueron ricos en formas y métodos de lucha, y se transformaron en un laboratorio de estrategia política. La clase trabajadora jugó un rol contradictorio. Por un lado, no estuvo, con sus métodos y organizaciones, al centro de la rebelión y más bien actuó diluida en el pueblo. Esta debilidad del proceso, sin embargo no significa que no jugó ningún rol ni que no actuó en las calles. La huelga general del 12 de noviembre fue sin duda el punto más alto de la rebelión. Este tipo de participación no fue mera casualidad, pues junto a la fuerza de la rebelión popular, la nueva clase trabajadora chilena venía recomponiendo sus nervios y músculos en los últimos años, a pesar de la debilidad de sus organizaciones tras décadas de ataques neoliberales. No obstante, los balances predominantes disminuyen la importancia o directamente omiten el rol de la clase trabajadora, como si esta no existiera. La clase capitalista buscó imponer una ideología del fin de la clase obrera, pero la realidad demuestra lo contrario. La nueva clase trabajadora tiene un potencial que ningún otro sujeto tiene: golpear realmente donde duele a los dueños del país, y liderar las transformaciones sociales y revolucionarias en alianza con los oprimidos.
Reconfiguración objetiva de la fuerza social de una nueva clase trabajadora
El Golpe de Estado y la posterior Dictadura militar (1973-1990), liquidó –a sangre y fuego- la experiencia revolucionaria más avanzada de la historia de la clase trabajadora chilena [1]. Los cambios posteriores del “modelo” desestructuraron a la vieja clase obrera y se impuso un “plan laboral” que buscó desarmar los intentos de reorganización posterior del movimiento obrero. Esta ofensiva del capital sobre el trabajo fue acompañada de la propagación de la idea del fin de la clase trabajadora y del ascenso de una sociedad mayoritaria de clase media.
Es cierto que las clases sociales en Chile sufrieron transformaciones significativas en el ciclo neoliberal, surgiendo como señala el sociólogo Carlos Ruiz, una “nueva geografía social” o “una nueva estructura de clases y grupos sociales” [2].
Sin negar su existencia, no se trata de una sociedad de mayoría de clase media ascendente, como plantea la visión neoliberal [3]. Para el sociólogo Pablo Pérez, “en el mejor de los casos, las posiciones de clase media asalariada no supera el 20% del total de la población empleada. Si a esto se le suman las posiciones de clase media propietaria de medios de producción (pequeña burguesía y pequeños empleadores), la clase media en Chile llegó a ser en 2013 no más del 26 o 27% de la población empleada.” Concluye correctamente que “estas cifras no indican que la clase media no existe. Más bien, ellas muestran que la gran mayoría del país no es de clase media.” [4] Para Ruiz, el “neoliberalismo avanzado no asume una robusta y genuina pequeña burguesía, como podría esperarse”, encerrando una “aparente paradoja del neoliberalismo avanzado chileno: la pequeña burguesía genuina es menor a la que se puede encontrar en otras sociedades donde dicha doctrina ha imperado en forma menos ortodoxa.” [5]
¿De cuál o de cuáles clases sociales serían la mayoría del país? Según Ruiz, con el neoliberalismo se “origina una extendida y heterogénea zona gris de la sociedad” [6], cuya característica sería la “alta rotación y magra estabilidad, sometida a condiciones de reproducción muy poco predecibles; y lo que crece, es un mundo donde lo que campean son las incertidumbres”. Para Ruiz, no sería una nueva clase trabajadora, sino una “zona gris” difusa, que hizo su aparición como nuevo “pueblo” el 18 de octubre de 2019.
Excluyendo las clases medias, el neoliberalismo provocó una expansión del trabajo asalariado a casi todas las áreas de la economía y creó una nueva fisonomía de trabajadores y trabajadoras, formales e informales. Estas transformaciones permitieron que esta nueva clase trabajadora sea la más numerosa y principal clase social del país, con tradicionales y nuevas posiciones estratégicas en la economía y la sociedad, producto de los cambios y continuidades del capitalismo chileno.
Que haya sido fragmentada, dividida, de “alta rotación y magra estabilidad”, donde “campean las incertidumbres” e incluso que hoy su heterogeneidad quizá sea superior al modelo desarrollista, no quita que se trate de una nueva clase trabajadora nacida al calor de las transformaciones del neoliberalismo, y no de una zona gris indeterminable en las relaciones sociales productivas y reproductivas. Veamos de qué se trata.
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