Con pocas expectativas, bastante apatía y con la Copa América de fondo. Así fue el último día del conflicto armado entre las FARC y el Estado colombiano.
Viernes 24 de junio de 2016
La bandera tricolor ondeaba en cada calle, en cada barrio, la gente revisaba sus redes sociales, esperando las últimas noticias, pero no sobre el acuerdo anunciado por las FARC y el Gobierno de Santos, sino porque esa noche la selección de fútbol jugaba la semifinal de la Copa América. Así fue el último día del conflicto armado entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – FARC – y el Estado, cuando Marcos Calarcá anunciaba que habían llegado a un acuerdo para el cese al fuego y de hostilidades bilateral y para la dejación de las armas.
Y es que a pesar de las implicaciones que tiene el fin de un conflicto armado de más de medio siglo, el proceso que se adelanta en La Habana no despierta muchas expectativas en la población, no solo porque los medios de comunicación tengan su atención en la Copa América que se va y en los Olímpicos que llegan, sino porque la mayoría de los colombianos solo quieren que las FARC se desmovilicen después de cincuenta y dos años de una guerra que en nada los ha beneficiado.
Además de lo largo que ha sido el proceso, el Gobierno de Juan Manuel Santos ha desarrollado un plan de ajuste que consiste en acelerar la privatización del patrimonio, disminuir el poder adquisitivo de los trabajadores y legislar en favor de los empresarios y las transnacionales. El aumento del salario mínimo del año pasado, resultó ser inferior al aumento de los precios de la canasta familiar y decenas de niños han muerto de hambre y sed por el desvío de los ríos para la explotación de carbón en el norte del país.
Esa situación conlleva a que la extrema derecha, representada por el Centro Democrático de Uribe Vélez, pesque en río revuelto y se convierta en la oposición política a Santos, mientras el Polo Democrático y el Partido Comunista guardan silencio para no afectar el proceso de paz.
Este panorama deja a los trabajadores y a la izquierda revolucionaria en una suerte de paradoja, pues por una parte sabe que el proceso de paz acabará con una guerra que en nada le ha servido a las luchas de la clase obrera y de los pobres, pero también que después de medio siglo de conflicto armado no hay un solo avance en las condiciones de los campesinos y de las poblaciones que alguna vez confiaron en esta guerrilla.
Pues el balance de medio siglo de guerra de guerrillas no puede ser más negativo, según el Centro Nacional de Memoria Histórica: 4.744.746 personas fueron desplazadas, 25.007 desaparecidas y 218.094 personas fueron asesinadas desde 1958 a 2012, el 81% de ellas civiles. Además, fueron destruidas las organizaciones campesinas y el movimiento obrero y estudiantil fue puesto bajo el control de direcciones que veían con simpatía la lucha armada y condicionaban su accionar a las políticas de paz o guerra que las guerrillas imponían.
Ningún revolucionario puede estar en contra de que las FARC firmen un acuerdo de cese del fuego con el Gobierno, ni puede negar la trascendencia de ese hecho histórico que cambiará el panorama político del país, pero lo que no se puede aceptar es que las FARC y las organizaciones de izquierda que han avalado el proceso quiera mostrar como un triunfo, lo que ha sido una derrota.
Lo preocupante no es que las FARC entreguen las armas, en medio del escepticismo de la población, lo preocupante es que todo parece indicar que si en medio del proceso han respaldado o guardado silencio frente a los planes de Juan Manuel Santos, en el llamado pos-conflicto cerrarán filas para defender estos acuerdos y demostrar a este régimen son dignos de toda su ‘confianza’.