Galerna está editando las obras completas del dibujante Horacio Altuna. El año pasado inauguraron la colección con “Las puertitas del señor López”. En julio de este año se publicó “El último recreo”. Vuelve al ruedo una historieta que supo ser difícil de conseguir.
Domingo 30 de octubre de 2016
El último recreo se hizo famosa en Europa, pero acá tuvo poca difusión. Tal vez, las razones de ello se encuentran en que fue España quien vio nacer a esta historieta: en 1982 fue publicada por la revista Zona84, repartida a lo largo de doce episodios de ocho páginas cada una.
En Argentina sería editada por Ediciones La Urraca, que publicó los primeros números en la revista Superhumor y los demás en Fierro. Tomaría formato libro recién entre 1990 y 1991, cuando se imprimió en dos tomos.
Este año, El último recreo vuelve al papel a través de la editorial Galerna. En el marco de la Biblioteca Altuna, se mantiene el formato utilizado para la reedición de Las puertitas del Señor López. Se trata de una amigable encuadernación con páginas grandes y atractivas, que permiten disfrutar al máximo los dibujos plagados de detalles que nos brinda Horacio Altuna. En esta ocasión, el prólogo está escrito por Pedro Mairal y su lectura nos contextualiza el Estados Unidos de los años 80 con el que dialoga el cómic.
La historieta
Una bomba de destrucción masiva cayó sobre los Estados Unidos. Su efecto es sutil: se trata de una sexbomb que “sólo mata a quienes ya han despertado sexualmente”. Los niños, por lo tanto, están momentáneamente a salvo. Lo que queda: una ciudad destruida, a oscuras y miles de chicos a la deriva. Algunos aprovechan el vacío de autoridad y hacen todo lo que no hubieran podido hacer normalmente: comer golosinas hasta el hartazgo, vestir ropas extravagantes, conducir una moto. Sin embargo, la fiesta acaba pronto. Los mercados, una vez saqueados, ya no proveen la comida y las panzas empiezan a gruñir. Enseguida, adviene la constatación de que el mundo funcionaba gracias a los adultos: eran los “grandes” quienes producían los juguetes y los alimentos, dos pilares necesarios del mundo infantil.
En la ciudad, los rastros de desasosiego son cada vez mayores: más suciedad, más ratas y perros, más derrumbes. Como un eco de lo que era la sociedad pre-catástrofe, una lluvia de papeles se mantiene constante. Los niños empiezan a morir: de hambre, por alguna trifulca violenta o porque se despertó su deseo sexual. Sus cuerpos se apilan en las calles.
La referencia a El señor de las moscas de William Golding es difícil de esquivar. Sin embargo, el mundo creado por Altuna y Trillo nos traslada a otro lugar: el Leviatán de Thomas Hobbes. Es que en El último recreo somos testigos de un estado de naturaleza reeditado, con la infancia como único protagonista. Una guerra de todos contra todos, donde el niño es el lobo del niño. Reflota, por lo tanto, un viejo principio: el que sobrevive es el más fuerte, o, en todo caso, el mejor armado.
Sobre este fondo, los autores nos presentan breves historias, cada una independiente de la otra. Esto les permite retratar una variedad de sentimientos y actitudes derivadas del conflicto madre. La violencia, los robos, los líderes que emergen, el “sálvese quien pueda” y el engaño, que, en un principio parecieran pertenecer sólo a la vida adulta, no tardan en aflorar. Sin duda, los males de este mundo son transversales a la niñez y a la adultez. Pareciera filtrarse aquí una concepción negativa de los autores sobre la condición humana. Pero, de vez en cuando, brota la ternura e inocencia de los niños que perdura en su interior: trazos de esperanza en un terreno destruido.
La historieta está atravesada por la tensión entre el castigo al desarrollo físico (porque crecer/desear significa morir, en un contexto donde los efectos de la bomba no se han disipado totalmente) y las responsabilidades que les advienen a los niños cuando necesitan asegurar su supervivencia. Los infantes están obligados a dar un salto madurativo porque deben planificar su vida, al tiempo que les produce terror el horizonte obligado de sentir deseo sexual y anhelan no crecer. Un mundo estructurado alrededor del miedo; un último recreo que es bastante difícil de transitar.
Ese Estados Unidos de los 80, hundido por una bomba de destrucción masiva, nos remite al mundo bipolar de posguerra bajo permanente amenaza nuclear. No obstante, El último recreo no pierde actualidad. Sucede que la idea apocalíptica continúa presente en el siglo XXI. Zombies, desastres naturales, invasiones extraterrestres, aparecen hoy como catástrofes posibles en las tramas de algunas de las series y películas más vistas. Todas ellas reflejan un mundo donde “el mal” arrasa con todo, y deja sólo en pie a una pequeña población luchando por sobrevivir. En cada ocasión, las miserias humanas son expuestas.
Por lo tanto, si bien la carrera armamentística ya no ocupa la tapa de los diarios, el miedo al colapso de la civilización humana persiste. En este sentido, la reedición de El último recreo es valiosa, puesto que nos obliga a preguntarnos qué es lo que hace que ese miedo permanezca intacto entre generaciones.
A lo mejor, tal interrogante es lo que genera que El último recreo, a pesar de su calidad y agudeza, continúe en las sombras. La densidad del problema abordado no permite una lectura naife: incluso teniendo a niños como protagonistas, desde cada página emerge oscuridad.
El autor
Horacio Altuna nace en Córdoba, en 1941 y se interesa por el dibujo desde niño. Con 24 años publica su primera historieta, Súper Volador, pero la fama no llegará hasta 1975, cuando con Carlos Trillo comienzan a publicar en Clarín la más exitosa de sus obras: El Loco Chávez. Es el año previo a esta tira cuando Trillo y Altuna comienzan a trabajar juntos e inician así, en la revista Satiricón, los primeros pasos del camino recorrido como dupla dibujante-guionista. Las puertitas del señor López será parte de este camino, que culminará 10 años después, a mediados de 1980, con Tragaperras y El último recreo.
Con hogar en España desde 1982, Altuna ha publicado aquí y allá numerosas obras, siendo en 2004 el primer ganador no español del Gran Premio del Salón Internacional del Cómic de Barcelona. En 2012 recibió el Premio Konex en la disciplina Humor e Historieta.