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Red Internacional
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MEMORIA VIVA. El viejo Arenas y las prisiones domiciliarias

Recuerdos de la cárcel a partir de los beneficios que se pretenden dar a genocidas condenados por crímenes de lesa humanidad.

Jueves 28 de julio de 2016

En estos días, en que el gobierno de Macri quiere tender un manto de reconciliación con los genocidas condenados (solo en este año fueron 51 los beneficiados con la “vuelta a casa”, entre ellos Etchecolatz por una cuestión “humanitaria”), me acordé del viejo Arenas.

El viejo era albañil de toda la vida. Tenía alrededor de 65 años y estaba detenido por haber ido a reclamar por la desaparición de su hijo al Tercer Cuerpo de Ejército. Jamás le escuché pedir misericordia a los milicos que entraban al pabellón a bailarnos y verduguearnos.

Pese a su estado, por tantos años de andamios en los inviernos más crudos y los veranos más cálidos, su mirada altiva y su nobleza jamás les dio el gusto a los verdugos de dejar escapar una queja.

Parco y silencioso, era un ejemplo para todos nosotros. Nunca supe si militaba en su época juvenil o había militado contra alguna otra dictadura. Cuando los milicos se retiraban, después de alguna golpiza, el viejo los miraba con odio y murmullaba “ya las van a pagar”.

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Hoy, que los chacales genocidas la juegan de “pobres viejito enfermos” y apelan a la prisión domiciliaria, ¿cómo no voy a rescatar al viejo, contraponiendo su valentía a estos cobardes de Malvinas, sólo “valientes” para torturar en los campos de concentración a mujeres embarazadas y militantes atados y vendados, que hoy lloran por volver a casa?

En forma velada (o no tanto) hay un plan sistemático de todos los gobiernos anteriores de terminar con los juicios a los militares. Pero este gobierno de los empresarios que dieron el golpe y andan todos sueltos sin ser siquiera juzgados (pese a que tenían campos de concentración en sus mismas fábricas) con sus declaraciones públicas envalentona a los genocidas.

Todos tratan de borrar de la memoria colectiva el ascenso obrero de los 70 y el genocidio que comenzó durante el gobierno peronista de la mano de la Triple A.

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Hay sólo 689 condenados sobre más de 600 centros clandestinos de detención. Más de la mitad de ellos están en la comodidad de sus casas. Todo esto nos ponen en la obligación de redoblar los esfuerzos para continuar con los juicios en curso y obligar al Estado a que ponga fecha de comienzo en los casos denunciados y que todavía no se elevaron a juicio a pesar de la lucha de familiares, sobrevivientes y organismos de derechos humanos.

No podemos quedarnos solamente con la alegría de alguna que otra condena más.

Ellos vienen por todo, nosotros debemos hacer lo mismo contra la impunidad de ayer y de hoy. Debemos ser miles nuevamente en las calles para gritarles bien fuerte que somos miles los que no olvidamos, no perdonamos y no nos reconciliamos.

Queremos que se pudran en la cárcel. Y entre nosotros seguramente estará el viejo Arenas.