Corrupción en la dirigencia burocrática y favores del Estado. Las amenazas de Barrionuevo y los recuerdos de la Ley Mucci. Un modelo sindical en crisis y el desarrollo de la izquierda trotskista.
Domingo 14 de enero de 2018 00:00
El hombre vestía una camisa blanca, casi impecable. Lucía, en la muñeca derecha, un reloj que parecía de oro. Del cuello colgaba una cadena que, sin duda, lo era. Frente a él había mamelucos transpirados, obreros agitados y cansados. Cien metros más allá, decenas de policías de la Guardia de Infantería de Córdoba, amenazaban reprimir. Desde arriba de una tarima, elegantemente vestido, el dirigente de la UOM pedía “calma” a los trabajadores que reclamaban contra los despidos.
De autos de lujo y tensiones sociales
En el marco de un enero más que caluroso, la denuncia de la Procelac contra Hugo Moyano y el sindicato de Camioneros acaba de elevar la temperatura varios grados. Se trata de un salto en la ofensiva anti-sindical que desarrollan la gestión Cambiemos, la casta judicial y los grandes medios de comunicación. Se suma al gigantesco show mediático montado alrededor de las detenciones de Marcelo Balcedo y Humberto Monteros, el hombre de la Uocra de Bahía Blanca.
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Balcedo acaba de convertirse en un exponente potenciado de los lujos de los que disfruta gran parte de la burocracia sindical. Cierto es que el hombre no se anduvo con chiquitas. Llegó al punto de tener su propio zoológico.
Pero el dirigente del Soeme no hace más que presentar agudamente lo que constituye un rasgo común a la casta que usurpa la conducción de los sindicatos. Autos de lujo, mansiones, viajes al exterior y demás placeres son parte de ese (buen) vivir. La corrupción, los negociados y los ingresos imposibles de explicar acompañan, como la sombra al cuerpo, al mundo de la burocracia sindical.
La estancada reforma laboral aparece como el trasfondo de estas denuncias. La demonización de las conducciones sindicales acompaña una política destinada a imponer mayores condiciones de explotación sobre la clase obrera. Gobierno, Poder Judicial y grandes medios se embarcan en una cruzada moralizadora cuyo fin último es imponer un disciplinamiento que impida o limite la reacción gremial a los ajustes por venir.
Hace poco Marcos Galperín -CEO “modelo” de Mauricio Macri- tuvo la audacia de decir lo que siente/piensa gran parte del empresariado. Fue quien pidió públicamente avanzar hacia una reforma laboral como la brasilera.
Para el gran capital, “modelos” como el chileno o el brasilero aparecen como una suerte de tierra prometida. Si en el país de Neymar y Pelé la reforma laboral nació bajo el golpista gobierno de Temer, en el país transandino tuvo su origen en la dictadura pinochetista. La atomización de la representación obrera, el debilitamiento de la organización sindical y la posibilidad de fragmentar aún más al colectivo laboral son parte de ese sueño del empresariado.
Gracias al Estado...que ha dado tanto
El poder económico de la burocracia sindical se incrementó exponencialmente en las últimas décadas. El desarrollo de un sindicalismo empresario no puede verse separado de las derrotas que sufrió la clase trabajadora en el ciclo neoliberal. En la Argentina, por partida doble, con el genocidio y su continuidad en el régimen democrático-burgués.
Durante la década del 90’, las organizaciones sindicales preservaron sus estructuras a costa de no batallar contra las políticas que hundieron al país. El llamado poder asociacional fue defendido mientras crecía aceleradamente la desocupación.
Ese poder asociacional, según señala Paula Varela en el libro El gigante fragmentado, se expresa en el “monopolio de la representación otorgada por el Estado, manejo de los recursos de las obras sociales, subsidios de los empleadores a los sindicatos en el marco de los CCT’s”, entre otras cosas. Ese “conjunto de recursos políticos y sobre todo económicos” permitió “una mayor independización de las organizaciones sindicales y sus cúpulas respecto de su base de representación” (Final Abierto, 2016).
Esa casta que se enriquece es, al mismo tiempo, la que perpetúa la enorme fragmentación y división de las filas de la clase trabajadora.
El poder económico de la burocracia sindical no detuvo su crecimiento. Su “oficialismo permanente” –con el kirchnerismo o el macrismo- se explica a partir de esa relación primordial con el Estado. Los enormes recursos conquistados avivaron el gusto por los lujos, al tiempo que actuaban como palanca para una extensión del poder sindical al mundo del empresariado.
La estatización de las organizaciones sindicales, desarrollada ampliamente desde el primer peronismo en adelante, sirvió como vía regia para esa “movilidad social” (muy) ascendente de la burocracia. Las quejas sobre la “corrupción” no deberían disociarse de este análisis.
Deslegitimación y traición
La no renovación de las conducciones sindicales, la perpetuación de la dirigencia burocrática, el enriquecimiento y los resonantes casos de corrupción, empujan una constante deslegitimación de las conducciones.
Esa casta que se enriquece es, al mismo tiempo, la que perpetúa la enorme fragmentación y división de las filas de la clase trabajadora. Su usurpación de la cúpula de las organizaciones obreras conlleva una limitación de las fuerzas subjetivas de la clase para enfrentar los ataques del capital.
Como afirma Fernando Rosso en ¿Existe la clase obrera?, “la gravitación de la clase trabajadora en la vida nacional no encuentra su límite en su existencia sociológica sino en el conservadurismo de sus dirigentes condicionados también por la dependencia estatal y la regimentación de las organizaciones sindicales” (Capital Intelectual, 2017).
No se trata de un fenómeno puramente criollo. Sin la obscenidad abierta de un Balcedo, la casta sindical juega el mismo rol a escala global. Como se señala en el recientemente publicado Estrategia socialista y arte militar, “la exclusión de los sindicatos de los trabajadores desocupados, de los ‘no registrados’, de los inmigrantes, y en general de los sectores que quedaron por fuera del “pacto neoliberal”, se ha convertido en una función esencial de la burocracia” (Ediciones IPS, 2017).
Esa creciente crisis de legitimidad se vuelve un elemento potencialmente desestabilizante en el sistema político y en el mundo de las relaciones de clase. Este sábado el periodista Francisco Olivera escribió en La Nación que “la pérdida de credibilidad gremial podrá ser preexistente a las detenciones de Juan Manuel "Pata" Medina, Omar "Caballo" Suárez o Marcelo Balcedo, pero sin dudas se intensificó con ellas y expone al sistema a un vaciamiento de legitimidad que, dicen en las corporaciones, no conviene a nadie”.
Tras el hecho que conmocionó a la nación, la conducción de la CGT se halla fragmentada, dividida y, sobre todo, oculta.
Amenazas y recuerdos
En estos días la diputada radical Soledad Carrizo cobró notoriedad. Ocurrió en base a reflotar un proyecto de ley que propone limitar los mandatos de los dirigentes sindicales. Los grandes medios afines al oficialismo vieron allí otro mecanismo para retacear poder al, valga la redundancia, poder sindical.
La propuesta de Carrizo trae a la memoria la Ley Mucci, con la que otro radical más conocido, Raúl Alfonsín, intentó avanzar contra la dirigencia gremial al inicio de su mandato. La llamada Ley de Reordenamiento Sindical se proponía la renovación de la totalidad de los cargos sindicales; establecer la representación generalizada de las minorías en los órganos de conducción; y hacer actuar a la Justicia Nacional Electoral en las elecciones internas.
Una verdadera “rebelión burocrática” se levantó contra la norma. Ésta, antes de morir en el Senado nacional, actuó como uno de los factores que empujó a la reunificación de las CGT Brasil y Azopardo. El actual ministro de Trabajo seguramente lo sabe. Su padre fue uno de los operadores de esa unidad.
Por estas horas, quien también recordó al gobierno de Alfonsín fue Luis Barrionuevo. El dirigente gastronómico trajo a colación la partida adelantada de los gobiernos radicales, karma de cualquier gestión no peronista.
La ofensiva del Gobierno sobre la burocracia podría empujar una unidad impuesta más por la coacción que por el consenso interno, algo que por estas horas escasea en la CGT. La respuesta es difícil de prever. Por lo pronto, según informa el periodista Aurelio Tomás en Perfil, del clásico asado en Mar del Plata que tiene lugar todos los eneros, solo saldría un “pedido de diálogo” al presidente.
A la gestión macrista que gruñe con los dientes apretados, la burocracia sindical le devuelve una sonrisa tímida.
La crisis del modelo sindical…
La crisis interna de la central, luego de su decadente actuación ante la reforma previsional, generó un cimbronazo cuyos efectos no parecen cesar. Tras el hecho que conmocionó a la nación, la conducción de la CGT se halla fragmentada, dividida y, sobre todo, oculta. La ola de despidos que recorre el país encuentra resistencia de quienes pierden sus puestos de trabajo pero la dirigencia de la CGT, literalmente, vacaciona.
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Si la conducción cegetista entrega las luchas por abstención, otros sectores sindicales hacen de la moderación su política. Hace pocos días, la conducción de ATE se excusó de llamar una medida de lucha unificada porque “en enero solo hay tetas, culos y músculos en la tele”. Sin comentarios adicionales.
El moyanismo merece su propio párrafo. Pablo, el hijo camionero del camionero, fustigó al triunvirato durante meses por su negativa a salir a las calles. Sin embargo, a la hora de enfrentar la reforma previsional, se borró recordando al mítico Casildo Herrera. Facundo, su hermano diputado, solo parece encontrar lugar en las noticias a raíz de los vaivenes de su vida amorosa.
Hace pocos días, en una entrevista con la revista Crisis, Juan Carlos Schmid se quejaba de que en “el último Comité Central Confederal se nos facultó para entablar tratativas y para llevar adelante medidas de fuerza. Bueno, lanzamos las medidas de fuerza y la mayoría dice que está mal diseñada la protesta, que había que tener otro tipo de consultas, que la táctica no era la apropiada, pero no hicimos más que cumplir con el mandato que nos dieron”.
La arquitectura interna de la CGT pone de manifiesto la naturaleza conservadora de esa casta. El sistema del “mandato” está diseñado para impedir las medidas de lucha, no para empujarlas, mal que le pese al hombre de la CATT.
La burocracia sindical trabaja tiempo completo para impedir que el movimiento obrero pueda ser un sujeto actuante independiente.
… y el crecimiento de la izquierda trotskista
El desarrollo de la izquierda trotskista en el mundo sindical -ligada al Frente de Izquierda y en particular al PTS dentro de esa coalición- no puede deslindarse del desprestigio de la casta burocrática.
Tampoco puede separarse del desarrollo de una política destinada a fortalecer la confianza de los trabajadores en sus propias fuerzas. El funcionamiento asambleario y la toma de decisiones en base a la libre discusión entre los trabajadores se han convertido en una marca de aquellos que postulan, además, la organización independiente de la clase trabajadora en el terreno político. Señalemos que ambas cuestiones resultan inescindibles. Una perspectiva así es la que ha sido señalada por el Movimiento de Agrupaciones Clasistas (MAC).
El burocratismo de las conducciones sindicales no se explica solo por negociados y corrupción. Es, esencialmente, la resultante de un accionar que termina, tarde o temprano, a los pies de alguna variante política patronal. A modo ilustrativo, el moyanismo estuvo aliado al kirchnerismo por una década; impulsó la votación a Cambiemos y hoy interviene en el re-armado de un peronismo fragmentado.
Una perspectiva así no puede más que llevar a amordazar a la clase obrera, limitando férreamente la democracia interna y frenando cualquier tendencia combativa por parte de los trabajadores. La burocracia sindical trabaja tiempo completo para impedir que el movimiento obrero pueda ser un sujeto actuante independiente.
La crisis que implica la deslegitimación de la casta burocrática puede encontrar soluciones por derecha o por izquierda. La cruzada moralista de Macri o la casta judicial busca una dirigencia menos oscura y obscena, pero igual de subordinada al Estado capitalista.
Una superación por izquierda puede y debe nacer de una política destinada a recuperar las organizaciones gremiales de manos de esta casta millonaria. Una política que limpie los sindicatos de los “Pata” Medina, los Balcedo, los Andrés Rodríguez o Gerardo Martínez. Que recupere y revolucione la estructura organizativa actual en función de hacer pesar la voluntad de lucha de la clase trabajadora. Una política de ese tipo solo puede tener la marca de la izquierda trotskista.
En este combate por recuperar las organizaciones de la clase trabajadora, la táctica del Frente Único Obrero y otras herramientas propias de la tradición del marxismo revolucionario, no pueden dejar de ocupar un lugar central.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.