Las elecciones andaluzas han conmovido el escenario político. Por primera vez en 36 años, desde las primeras elecciones autonómicas, el PSOE ha perdido la mayoría en Andalucía. La derecha podría gobernar desplazando a Susana Díaz. Pero el dato cualitativo es que Vox, la ultraderecha comandada por Santiago Abascal, ha cosechado 12 diputados con un discurso abiertamente xenófobo, misógino y reaccionario.

CRT Estado Español Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras | @CRTorg
Martes 4 de diciembre de 2018 00:00
Santiago Abascal y el candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía, Francisco Serrano, tras conocer los resultados en las elecciones andaluzas. EFE
Las elecciones andaluzas suelen ser un espejo más o menos distorsionado que adelanta la dinámica de la situación política estatal. Si este vuelve a ser el caso, y nada indica que no lo será, el nuevo escenario político se presenta radicalmente distinto al que hemos vivido hasta ahora, aunque aún no hayamos visto todo su alcance y profundidad.
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Los datos hablan por si mismos. El PSOE, que desde 1982 mantuvo una cómoda mayoría (ocasionalmente con el apoyo de PA e IU), se ha desplomado logrando sólo 33 escaños (27,95%), 14 menos que en 2015; el PP, a pesar de perder siete escaños y seis puntos, ha mantenido 26 escaños (20,75%); Ciudadanos, 21 escaños (18,27%), doce más que en las anteriores elecciones; Adelante Andalucía (Podemos e IU), 17 escaños (16,18%), retrocediendo en tres; y Vox, 12 escaños (10,97%). A excepción de Ciudadanos y Vox, todos los partidos han retrocedido. El Ejecutivo de la Junta de Andalucía se dirimirá así entre los candidatos del PP, Ciudadanos, que pelean por los votos de Vox, y la propia Susana Díaz del PSOE, que reclama un “frente constitucionalista” para frenar a la extrema derecha, aunque tenga los días contados.
Pero el dato fundamental no serán los contubernios de los partidos del Régimen para hacerse con la presidencia andaluza, sino la emergencia de Vox. Recordando el vertiginoso surgimiento de Podemos después de las europeas de 2014, el engendro liderado por Santiago Abascal ha irrumpido en la escena política con casi 400 mil votos mediante una campaña que ha destilado odio contra los inmigrantes, las mujeres, las personas LGTB, la clase trabajadora, la izquierda y especialmente contra los derechos democráticos del pueblo catalán. En su programa Vox defiende ilegalizar a los partidos independentistas, derogar la ley de memoria histórica, expulsar a los inmigrantes y cerrar las fronteras, perseguir las denuncias en violencia de género y el cierre de mezquitas. También impugna el maltrecho régimen de las autonomías, pidiendo su eliminación, y defiende la esclavización de la clase trabajadora y una mayor precarización al servicio de las grandes empresas.
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Vox representa el punto final del sueño de Fraga, una “alianza” (anti)popular que unificara a todas las derechas y que ciertamente logró hacerlo durante varias décadas. Si hasta no hace mucho había quienes seguían repitiendo que el PP contenía desde los liberales, al Opus Dei y los neonazis, esa situación ha terminado. La propia crisis del Régimen del 78 y el descrédito de sus principales partidos (PP y PSOE) por la corrupción y sus medidas antipopulares, ha alumbrado un nuevo monstruo. Un fenómeno que lejos de ser doméstico, entronca con la dinámica internacional: Abascal tiene la ambición de sumarse al coro de los Trump, Le Pen, Salvini, Orban y Bolsonaro.
Abstención histórica y “datos duros”
En Andalucía hay un censo de más de 6 millones de personas. La suma de todos los votos de la derecha y la extrema derecha en las elecciones del 2 de diciembre arroja un resultado de 1,8 millones. En 2015, la suma de PP, la difunta UPyD, Cs y Vox, recibieron un millón y medio de votos. Es decir que el 2D subieron 275.000 más. Es un número significativo, pero los “datos duros” reflejan mejor la realidad que las portadas de los periódicos. Aunque hayan rapiñado votos desencantados del PSOE y Podemos, la clave ha sido el reparto de votos dentro de la constelación de la derecha, que de conjunto no llega al 30% del electorado mientras que la extrema derecha representa el 7%.
Todo esto en el marco de que el otro hecho significativo ha sido una abstención récord del 41,35% de los electores que no han ido a votar. Un fenómeno que ha pasado su factura esencialmente al PSOE y Podemos, que perdieron cerca de 700.000 votos entre ambos.
Ya hay quienes echan culpas a quienes se abstuvieron por el crecimiento de la derecha y la extrema derecha, como si les importara “un carajo” quienes dirigirán los destinos de Andalucía en los próximos cuatro años. Ciertamente a una parte de la población le importa poco, pero es mucha más la que rechaza décadas de cacicazgo socialista al servicio de los capitalistas. Y la que se ha sentido defraudada por las promesas institucionales de Podemos e IU, mientras lo que sigue arreciando es la precariedad, la miseria y la falta de futuro.
Crisis de Régimen, neorreformismo y radicalización política a derecha
Las elecciones andaluzas se han dado en el marco de la crisis orgánica que vive el Régimen del 78. Una crisis de conjunto -económica, social y política- ante la cual los mecanismos habituales de la burguesía para resolverla no sirven. Malherido tras el estallido de la crisis capitalista mundial de 2008 y las movilizaciones masivas que siguieron al 15M, ha logrado una sobrevida, pero su crisis continúa.
Ante esto, la burguesía y sus partidos buscan distintas salidas. Si la derecha y la extrema derecha representan la salida abiertamente reaccionaria, recentralizadora, de la cual Vox es su expresión más desacomplejada, el PSOE y Unidos Podemos representan un intento senil de “regeneración progresista” del propio Régimen. El resultado de las elecciones andaluzas ha dado por tierra con esta última hipótesis. Por ello explicar el resultado de las elecciones andaluzas sólo por la abstención o el papel de los medios de comunicación -dando alas a Vox- sería muy parcial. Si lo que crece es la extrema derecha, es porque desde la “izquierda” no hay ninguna posición radical para resolver las reivindicaciones obreras y populares.
La debacle del PSOE de Susana Díaz es el subproducto de casi 40 años de gobiernos socialistas al servicio de los grandes capitalistas y terratenientes. Si en los años de las vacas gordas el PSOE supo repartir algunas migajas para el pueblo, con la crisis capitalista se impuso el reparto de miseria, recortes y el menor gasto sanitario por habitante, mientras la corrupción seguía campando a sus anchas entre los barones y baronesas socialistas. No por nada Andalucía ha sido en manos del PSOE uno de los máximos exponentes de la corrupción estructural del Régimen del 78.
Adelante Andalucía, la coalición entre Podemos e IU liderada por Teresa Rodríguez (Anticapitalistas) y Antonio Maíllo (PCE), no ha conseguido movilizar el voto para mantenerse, ni tampoco ha cosechado en la sangría del PSOE (al menos 400.000 votos). Un fracaso que no se explica sin atender a su tibio programa reformista, la histórica subordinación de IU como muleta del PSOE en Andalucía y de Unidos Podemos con el gobierno de Sánchez en el Estado.
Como decíamos en otra declaración publicada recientemente: “la ofensiva reaccionaria de la derecha y la extrema derecha no puede enfrentarse en los marcos del régimen monárquico del 78 de cuyas entrañas salen los Abascal. La política de regenerar el régimen desde adentro, sin impugnar sus pilares fundamentales, no sólo es una utopía reaccionaria, sino que le abre el camino al fortalecimiento de la derecha mientras desarma a la clase trabajadora y los sectores populares del Estado español para enfrentarla. Sólo hay que ver la situación en Brasil, donde la política de acuerdos parlamentarios con los golpistas y sectores de la burguesía no impidió el ascenso del ultraderechista, racista y misógino Bolsonaro”.
¿Combatir a la extrema derecha defendiendo esta “democracia para ricos” junto al PSOE?
La irrupción de Vox en el parlamento andaluz tiene un contenido concreto. Es la versión radicalizada y sin cortapisas del ideario de la derecha post-franquista: fanatismo ultraderechista, centralismo nacionalista español, persecución de la inmigración y especialmente a la comunidad musulmana, deportaciones masivas y soluciones xenófobas contra los refugiados, ilegalización de los partidos independentistas y de las organizaciones feministas, derogación de la ley de violencia de género y de memoria histórica. Como dijo el propio Abascal, da igual que los tachen de fachas, racistas, homófobos o machistas, porque para ellos son medallas que llevan con orgullo.
Frente a su avance, Iglesias y Garzón salieron a agitar el fantasma del fascismo y a apelar a un nuevo “compromiso histórico” con el PSOE para defender la democracia. Así lo ha expresado Iglesias: “Que este resultado sirva para que el PSOE entienda quiénes tenemos que ser sus aliados y que las fuerzas catalanas entiendan que nos estamos jugando el futuro de nuestro país. Quiero pedir responsabilidad a todas las fuerzas políticas; tenemos muchas diferencias, pero tenemos que estar dispuestos a construir un dique frente a la extrema derecha”.
Unidos Podemos pretende “construir un dique frente a la extrema derecha” con el PSOE, cuando son las políticas neoliberales de ese partido en el gobierno las que han promovido el crecimiento de la extrema derecha. Cuando es el PSOE el que mantiene abiertos los CIEs -verdaderas cárceles para migrantes-, las deportaciones “exprés” en la frontera, la ley mordaza y las reformas laborales. Cuando ha sido el PSOE el defensor del artículo 155 para reprimir al pueblo catalán. El partido que desde la presidencia del Gobierno mantiene como presos políticos a los líderes independentistas y que ha sido siempre el más firme defensor de la reaccionaria monarquía. La hipótesis del “gobierno progresista” de Unidos Podemos con el PSOE ya ha demostrado llevar a un fracaso, pero en vez de sacar conclusiones de este desastre, Iglesias llama a profundizar en el mismo camino.
Por una salida anticapitalista, democrática y de clase
Las primeras movilizaciones masivas en todas las capitales de Andalucía contra la llegada de Vox al parlamento andaluza son auspiciosas. Manifestaciones donde se canta “No pasarán” y “fuera fascistas de la universidad”, como en la que terminó ocupando el rectorado de la Universidad de Sevilla. Este camino, de la movilización en las calles, es el que hay que profundizar.
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La emergencia del Vox expresa la radicalización de un sector de la derecha que busca llevar hasta el final sin mediaciones una solución reaccionaria y centralizadora a la crisis del régimen del 78.
La CRT denuncia vehemente el avance reaccionario del PP, Cs y Vox, apoyados en la casta judicial y con la venia de la monarquía. Pero al mismo tiempo sostenemos una posición independiente del gobierno del PSOE, pilar del actual régimen, como de su principal sostén parlamentario, Unidos Podemos, que buscan un nuevo “pacto” por arriba como el del 78, pero de forma aún más degradada y antidemocrática, sin nada que ofrecer más que prepararse para unas nuevas elecciones mientras la derecha y la extrema derecha siguen avanzando.
Esta posición del neorreformismo, que acaba de obtener un duro golpe en Andalucía, va a contramano del profundo proceso que recorre amplios sectores de la sociedad y se expresa en la multiplicidad de consultas y referendos sobre la monarquía en barrios, pueblos y universidades del Estado. Un movimiento que ha puesto sobre la mesa el debate no sólo sobre la monarquía, sino sobre la necesidad de abrir procesos constituyentes en los que los pueblos del Estado español puedan decidirlo todo.
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Las y los socialistas revolucionarios de la CRT luchamos por terminar con la monarquía y el corrupto régimen heredero del franquismo para conquistar una democracia muy superior a la más democrática de las repúblicas burguesas. En un estado plurinacional como el español, luchamos por una federación de repúblicas basadas en consejos obreros elegidos democráticamente, para que la clase trabajadora gobierne en el sentido más amplio del término: expropiando a los capitalistas y planificando racionalmente la economía en beneficio del conjunto de la sociedad. Esta es para nosotros la única forma de derrotar definitivamente toda tentativa de salida reaccionaria a la crisis del régimen, logrando al mismo tiempo la resolución íntegra y efectiva de todas las reivindicaciones sociales y democráticas de la clase trabajadora y el pueblo.
Pero somos conscientes que aún somos una minoría quienes defendemos esta perspectiva, mientras que la mayoría del pueblo trabajador aún tiene ilusiones en los mecanismos del sufragio universal como vía para lograr una democracia más generosa. Por ello defendemos la lucha junto a la clase trabajadora, al movimiento estudiantil, de mujeres, los sindicatos y organizaciones del movimiento de masas, por imponer la institución más democrática concebible dentro de la democracia representativa: asambleas constituyentes libres y soberanas en todo el Estado.
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Un proceso constituyente que no sea una farsa como el del 78, sino que permita debatir y votar cómo terminar con la monarquía, otorgar el derecho a la autodeterminación de las nacionalidades oprimidas y adoptar un programa que dé respuesta a todas las necesidades sociales más acuciantes de la mayoría popular. De este modo queremos ayudar a que se desarrolle la politización y movilización de los sectores más amplios posibles del pueblo trabajador para que gane conciencia de su poder para cambiarlo todo.
Los poderes fácticos del imperialismo español, incluida la extrema derecha, harán todo lo posible para evitar que se desarrolle un proceso constituyente de este tipo. Así lo vimos en el referéndum en Cataluña, un proceso pacífico que sólo se proponía ejercer el derecho democrático de la autodeterminación nacional y sin embargo fue reprimido brutalmente. Por ello es necesario imponer a las burocracias sindicales conservadoras que están al frente de los sindicatos el frente único para imponer esta perspectiva mediante la lucha de clases y la autoorganización obrera y popular.
Cuanto más avancen las asambleas constituyentes libres y soberanas en tomar medidas radicales, mayor será la resistencia de los capitalistas. Pero también la experiencia que hagan las masas con los límites de la democracia representativa y los sectores del movimiento de masas que lleguen a la conclusión de que es necesario construir un verdadero poder propio del pueblo trabajador.
En este sentido, la lucha por la asamblea constituyente cumple una enorme función pedagógica: cuanto más conscientes son las masas de su “poder constituyente”, más se abre el camino para la democracia obrera soviética y la perspectiva del poder obrero.
La CRT defiende abiertamente esta perspectiva, así como por la construcción de un gran frente de independencia de clase de la izquierda obrera y socialista para luchar por ella. Si lo que crece es un partido de fascistas sin complejos, lo que hace falta es construir un gran partido de revolucionarios y revolucionarias sin complejos. A eso apostamos.