Los ojos del continente están puestos en las elecciones presidenciales de Colombia de este domingo. Aunque lo más seguro es que haya segunda vuelta, el fiel de la balanza mantiene toda una tensión política, en un país que ha venido cruzado por rebeliones sociales antes y durante la pandemia. Está en juego que, por primera vez en su historia, la derecha tradicional pueda perder el control de la Casa de Nariño, con el centroizquierdista Gustavo Petro centrando todas las expectativas. Pero Petro llega más adaptado al régimen político habiendo jugado un papel de contenedor social de las últimas revueltas.
Lunes 23 de mayo de 2022 14:13
Crispación política es lo que se vive en las actuales elecciones donde casi 39 millones de colombianos están habilitados para votar en la primera vuelta el próximo domingo 29 de mayo. Es que la revuelta que se inició el 28 de abril de 2021 extendiéndose por varios meses y que sucedió a la eclosión social de noviembre de 2019, llegaron a hacer entrar en crisis al régimen político colombiano en su conjunto. El clima político dio un giro brusco y consecuentemente el electoral, hacia donde buscaron encauzar la explosión social, temerosos que una caída abrupta del gobierno de Iván Duque abriera una crisis sin precedente y envalentonara al movimiento de masas a ir por más y no sólo la caída de un gobierno. De allí la saña brutal de la represión, con decenas de muertos con miles de heridos y encarcelados, que se descargó sobre el pueblo, sobre todo contra la juventud. De allí la urgencia de los políticos de encauzar todo a lo electoral.
Para amplios sectores de la población, las grandes expectativas están puestas en Gustavo Petro, el candidato de la centroizquierda y representante del llamado Pacto Histórico, quien despunta como el primero de acuerdo a todas las encuestas, aunque sin posibilidades a vista de ganar en primera vuelta. En su camino Petro para hacerse más potable ha establecido alianzas políticas con sectores tradicionales haciendo un corrimiento cada vez más hacia al centro político. Para garantizarse sus votos por izquierda y por existir un sector importante que lo cuestiona por su adaptación política, Petro optó por llevar candidata a la vicepresidencia a Francia Márquez, la mejor posicionada, y que incluso en la última consulta electoral obtuvo un gran caudal de votos, de fuerte ascendencia y apoyo de los movimientos populares y sociales. A través de la popular candidata afrodescendiente se canalizan gran parte de los votos de los sectores más radicalizados.
A cierta distancia dos candidatos se pelean el segundo puesto para disputar con Petro en un probable ballotage en junio. Su más cercano contendor es Federico Gutiérrez del bloque de la derecha tradicional “Equipo por Colombia” que lo encabeza el Centro Democrático, el partido Conservador, Cambio Radical, el Partido de la U y el propio partido Liberal. Fico, como se le llama, es exalcalde de Medellín, cuenta con el apoyo del uribismo, de la mayoría empresarial del país y de las élites económicas que hasta el momento no han logrado impulsar su candidatura por encima del 25% en los sondeos. La incertidumbre que genera Petro para el establishment más conservador, moviliza a toda la derecha y el centro derecha alrededor de Federico Gutiérrez.
El segundo puesto es disputado por Rodolfo Hernández, también de derecha y empresario, pero que busca presentarse como el candidato del centro como político anticorrupción y outsider de la política, a quien se ha sumado recientemente Ingrid Betancourt del partido Verde Oxígeno que ha declinado de su postulación para apoyarlo. El exalcalde de Bucaramanga ha hecho despegar su candidatura en las últimas semanas a base de un discurso contra Fico y Petro buscando recaudar votos por esa vía, arrebatando el espacio del centro a quien lo detentaba tradicionalmente, Sergio Fajardo de Coalición Esperanza, que se ha hundido en todos los sondeos sin visos de mejorar.
El contexto de estas elecciones y el desvío de la revuelta
Estas elecciones se realizan aún bajo el espectro de las masas rondando las calles y que enfrentó al Gobierno de Iván Duque y el régimen político. Una explosión social sin precedentes cercanos en un país donde se fueron acumulando tensiones internas a la par del acentuado deterioro de las condiciones de vida de millones de personas, acelerando todo un proceso que tuvo como resultado la irrupción del movimiento de masas. Se ha asistido a una rebelión en la que se llegó a estrechar en las calles una alianza obrera-campesina-indígena-juvenil, como nunca antes se había dado, que llegó a tambalear no sólo al gobierno de Iván Duque sino al propio régimen político.
Fueron trabajadores, sectores populares, campesinos pobres, indígenas organizados y sobre todo una juventud sin nada que perder y sin futuro que emergieron de todas las ciudades y pueblos del país, desarrollando grandes acciones para no continuar siendo condenados en la miseria. No hubo rincón colombiano que en esa vorágine no emergiera con gran fuerza e intensidad y de manera inusitada. Se vieron protestas incluso en zonas donde hace unos años habría sido imposible siquiera soñarlo y la juventud emergió en el torbellino de las masas como el sector social más preponderante.
Fue una contundente explosión del hastío del pueblo colombiano, acumulado por años de extrema desigualdad social impuesta por una rancia clase dominante, y un régimen profundamente represivo, en uno de los países del mundo que se caracteriza por tener más asesinatos de sindicalistas, dirigentes sociales y defensores de la tierra, de pueblos originarios, ostentado una sangrienta estela de decenas de miles de muertos y desaparecidos.
Es que la violencia contra los de abajo en Colombia ha sido sistemática históricamente y en el presente. Solo en lo que va de 2022 se produjeron 36 masacres de líderes sociales, campesinos e indígenas, con 133 víctimas En el primer trimestre fueron asesinados 50 líderes sociales (sumados a los 145 del 2021), en un año que se perfila como de los más sangrientos desde el Acuerdo de Paz, según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz.
Los llamados Acuerdos de Paz que, por un lado, no resolvieron ninguno de los problemas estructurales de Colombia, como la cuestión de la tierra, y vemos ahora cómo los militares declaran sin ningún tipo de represalias cómo asesinaron a decenas de miles de jóvenes como falsos positivos y otras atrocidades durante la guerra, por el otro, vinieron a mostrar la catástrofe de la estrategia guerrillera de las FARC que terminó en una integración política al régimen burgués.
Es de recalcar que la juventud que entra a la política con las acciones de protestas post acuerdos de paz, se siente liberada de ese clima de la atmósfera de los cincuenta años previos, del terror del Estado, y pierden el miedo para salir a las calles para reclamar por sus demandas. Todo esto en uno de los países con más contrastes sociales y concentración de riquezas en pocas manos. Más de 21 millones de colombianos se encuentran en la pobreza, el 21 % de los jóvenes está desempleado.
Gustavo Petro el contenedor social
Desde la explosión social Petro era el mejor posicionado para capitalizar el malestar de la revuelta. Y esto también lo han entendido sectores más lúcidos del propio régimen político. Como escribiera Alejandro Gaviria, académico y ex precandidato: “Hay mucho malestar. Podría ser mejor tener una explosión controlada con Petro que dejar el volcán embotellado. El país está pidiendo un cambio”.
Son conscientes del invaluable papel jugado por Petro para desmontar la protesta, y al mismo tiempo canalizar gran parte de ese descontento. Es que el candidato del Pacto Histórico permanentemente buscó contener la revuelta, con políticas de derecha muchas veces, lanzándose incluso contra los que él llamó como “los revoltosos”, que no querían dejar las movilizaciones de calle. Pidió más de una vez que se levantara el paro, o en su defecto solo los bloqueos, que venía a ser la misma cosa. Lanzaba el discurso de que cuánta mayor violencia, mayores posibilidades habría de que el siguiente presidente sea el que diga Uribe, y se opuso a la renuncia de Duque cuando era todo un clamor nacional, buscando llegar hasta el 2022.
Fue Petro es que le dijo a las masas en la calle que deberían haber “declarado el triunfo” después del primer amague de retiro de la reforma por parte de Duque, aconsejando que se pusieran un par de objetivos inmediatos y sentarse a dialogar con el gobierno. De esta manera le rindió un servicio invalorable a la clase dominante, actuando para salvar al gobierno de Duque que estaba debilitado, evitar su caída y consolidar el desvío del proceso hasta las presentes elecciones.
En la juventud, que fue una de las más importantes protagonistas en la revuelta social, Petro no es muy bien visto, pero es probable que prime el mal menor, ya que es cierto, por primera vez en su historia, Colombia bien podría elegir a un presidente de centro izquierda en las elecciones presidenciales.
Petro se previene de las críticas que le llegan de sectores tradicionales afirmando que “Cualquier empresario no debe temerle a un programa de gobierno que busca aumentar la producción nacional”. Pero si se convierte en el próximo presidente de Colombia, tendrá que crear amplias coaliciones en ambas cámaras de la legislatura para poder gobernar estrechando alianzas con sectores más tradicionales, ya que en el parlamento en las últimos legislativas no alcanzó una fuerte representación más allá de que creciera en escaños.
Un dato que parece menor y que pasó desapercibido fue un debate entre vicepresidentes realizado en Estados Unidos y en la que participara Francia Márquez, a la par de los otros candidatos. Fue organizado por US Institute of Peace, una agencia federal financiada en su totalidad por el Congreso de los Estados Unidos, que incluye en su junta a los secretarios de Estado y de Defensa de EE. UU. junto con el director de la Pentagon’s National Defense University. También fueron parte de la organización del evento el Atlantic Council y el Woodrow Wilson Center. El Atlantic Council tiene en su junta directiva honoraria compuesta por cuatro exsecretarios de Defensa, tres exsecretarios de Estado, un exjefe del Estado Mayor Conjunto y un exfuncionario de Seguridad Nacional. ¿Cuál era el significado de tal evento? ¿A caso una supervisión por parte de Washington?
Ni los candidatos de la derecha ni el mal menor de Petro
La crisis de la derecha colombiana que se presenta a través de varios candidatos goza del repudio generalizado de gran parte de los trabajadores y la juventud, enfrentándolos en las calles, pues representan lo más rancio y represivo de la burguesía colombiana. Pero muchos votarán por Petro y Márquez sobre quienes siembran esperanzas, otros y otras si bien cuestionan la política de Petro lo terminarán votando aludiendo al mal menor y que hay que derrotar al uribismo y a toda la derecha colombiana.
Entendemos el odio al uribismo, a la burguesía y a toda la rancia derecha, pero Petro ya ha demostrado con creces que más allá de vagas promesas de reformas lejos está de representar los intereses de los trabajadores, el pueblo pobre, campesino, indígena y la juventud, todo lo contrario, como ya hemos explicado, ha centrado todos sus esfuerzos en sacar a las masas de las calles y evitar la caída de Iván Duque. Para los que optan por Petro como mal menor, solo podemos decir que no se trata solo de castigar a la derecha y al uribismo, sino hacer valer sus propios intereses.
Colombia debe verse en el espejo de Chile con la elección de Gabriel Boric. El flamante presidente chileno y que centró grandes expectativas de un pueblo y una juventud que había estado en las calles, no tardó ni dos meses para frustrar las esperanzas de amplios sectores con sus acuerdos con el establishment, el régimen político y con los militares chilenos. No cambió prácticamente nada, no sacó a los presos de la revuelta, pero sí avanzó en militarizar la Araucanía, reprimió las marchas de la juventud, no permitió el uso del dinero de las AFP en función de las necesidades populares. En fin, un recorrido fugaz para nada cambiar en la situación del pueblo de Chile lo que llevó a perder rápidamente 20 puntos de popularidad. Petro no será menos.
Por eso es que decimos, que la lucha por la conquista de las demandas populares que dieron origen a la rebelión social continúan planteadas y es en las calles. La clase trabajadora y las grandes mayorías populares, de la juventud, campesinas, indígenas solo puede confiar en sus propias fuerzas tal como ha quedado demostrado en las constantes protestas y no estos desvíos electorales que les presentan.
No habrá solución a la cuestión de la tierra, a las grandes demandas de los pueblos originarios, de las comunidades afrodescendientes, al problema estructural de la vivienda, de la salud, educación, de las demandas históricas de la clase trabajadora, del problema que azota a la juventud con la desocupación crónica, del hambre de millones, de las masacres llevadas a cabo por unas Fuerzas Armadas asesinas y sus bandas paramilitares, de los pagos oprobiosos de la deuda externa que ahorca de la mano del FMI y del sometimiento del imperialismo, sino no es con el pueblo trabajador organizado y en las calles con total independencia política y de clase.
En esta lucha se plantea poner en pie organismos de autodeterminación de las masas, estrechándose esa alianza obrera-campesina-indígena-juvenil que ya vimos en la revuelta del 2021 pero elevándose a niveles de organización superiores, en la perspectiva de la lucha por un gobierno de los trabajadores y los explotados. Este es el desafío que se le presenta a los obreros, sectores populares, campesinos pobres, indígenas y la juventud en Colombia.