El pasado jueves 18 de mayo comenzó en Madrid el ciclo de charlas “Marx en el barrio”, organizado por la CRT, los círculos de trabajadores de Izquierda Diario y la Cátedra Libre Karl Marx. En el marco de la campaña electoral en el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, el ciclo de debates se propone reflexionar desde el marxismo sobre la actualidad política, los principales problemas de la juventud trabajadora y de aquello de lo que nadie habla en estas elecciones, para plantear una perspectiva socialista y de independencia de clase. A continuación, reproducimos la intervención de Diego Lotito en la primera charla del ciclo, de la que estuvo a cargo junto con Lucía Nistal, con el título “Elecciones, mentiras y videopolítica: límites del reformismo y estrategia socialista”.
Comenzamos este ciclo de charlas “Marx en el Barrio” en un momento político que está marcado evidentemente por las elecciones municipales y autonómicas en el Estado español. Vamos a hablar hoy de esto, pero también, como decimos en varios videos que estuvimos compartiendo en las redes sociales, vamos a hablar de lo que nadie habla. O si hablan es para hacer promesas vacías, pero no para plantear una salida de fondo. Por ello en el titulo de esta charla nos pareció adecuado vincular las elecciones con las mentiras y la video política. Es decir, con esta práctica tan extendida en la izquierda reformista, más aún en los últimos años desde la emergencia de Podemos. Los que partiendo de negar la centralidad de la clase obrera como sujeto político y sobredimensionar el rol del discurso político, hicieron del marketing electoral su actividad privilegiada para movilizar al electorado y llegar a las instituciones del régimen con la idea de cambiar las cosas desde arriba.
La situación política que estamos viviendo está marcada por la crisis económica y social, la inflación, las dificultades para llegar a fin de mes de amplios sectores populares, la precariedad laboral y de la vida de la juventud, el aumento del precio de los alquileres, la crisis sanitaria y de salud mental, la crisis ambiental, el aumento del racismo, la violencia hacia las mujeres y personas LGTBI, y mucho más. Y esto en el marco de la guerra de Ucrania, que ya lleva más de un año y toda la perspectiva es que se siga alargando, con la reaccionaria invasión de Putin, por un lado, y por otro, la intervención de las potencias imperialistas de la OTAN, a través del ejército de Zelensky, en una guerra reaccionaria que ya ha provocado cientos de miles de muertos en ambos bandos. Y que tiene consecuencias, especialmente en Europa, con el aumento del militarismo, de la inflación, del precio de los alimentos, etc.
Claro que, si miramos lo que está pasando en el mundo, también tenemos que ver que, así como vuelven las crisis económicas y las guerras, también vuelve la lucha de clases. Europa es también un hervidero de lucha de clases, en Reino unido, en Grecia, en Alemania, en Portugal, y por supuesto, del otro lado de los Pirineos, en Francia.
Desde nuestros diarios venimos cubriendo diariamente el profundo proceso de la lucha de clases en Francia, porque es una enorme experiencia de acción de lucha obrera y estudiantil contra el odiado gobierno de Macron y el régimen imperialista francés. Por eso hace dos meses invitamos a Alberta Nur, una joven compañera de nuestra organización hermana en Francia, Révolution Permanente, a hacer charlas aquí y en Barcelona, para conocer de primera mano el proceso y también como nuestros camaradas están construyendo una nueva tradición de la izquierda revolucionaria en Francia que enfrente a la política de la burocracia sindical y los reformistas.
Como saben desde la CRT venimos diciendo: “Hay que luchar como en Francia”, porque lo que hay que hacer es tomar ese camino, de las huelgas y las movilizaciones callejeras, contra los gobiernos que nos hacen pagar la crisis capitalista. Lo contrario de lo que hacen aquí CCOO y UGT, que hace 10 años que no convocan una huelga general.
Entonces, tenemos crisis del capitalismo, tenemos guerras, y también lucha de clases a nivel internacional. ¿Y en el Estado español? Es evidente que la dinámica de la lucha de clases aquí no es la misma. Pero esto tiene una explicación. Esta coyuntura electoral se da en el marco de lo que llamamos un fin de ciclo. ¿Qué queremos decir con esto? Que aquí también vivimos varios años de agitación social y ascenso de la lucha de clases, pero este proceso fue desviado, pasivizado. Del desvío de este proceso surgió el proyecto de Podemos, lo que llamamos el neorreformismo. Un proyecto que en su momento despertó enormes ilusiones, pero que terminó ayudando a la recomposición del régimen político y gobernando con los que supuestamente venía a enfrentar.
Este ciclo que hoy ya está cerrado arrancó con el 15M, la indignación en las plazas, las movilizaciones masivas y las huelgas generales que se impusieron desde abajo a las burocracias de CCOO y UGT en 2012. Un período convulsivo, en el que el desprestigio de los partidos capitalistas y la monarquía alcanzaron niveles de crisis nunca vistos; en el que una mayoría social creyó que se podía superar el régimen heredero del franquismo y el movimiento democrático catalán se propuso ejercer su derecho a decidir, incluso a pesar de sus propias direcciones. Este ciclo, lejos de alcanzar sus propósitos democratizadores, terminó con un gran desvío hacia la “vía institucional”, primero, y con Unidas Podemos en el gobierno de Pedro Sánchez, después, como ministros leales a su majestad. Al mismo tiempo, en Catalunya no solo hubo desvío, también hubo una brutal represión, con miles de presos, incluidos los políticos independentistas catalanes.
¿Cómo se pasó del grito de “PP-PSOE la misma mierda es” a la idea conformista de que hay que gobernar con ese mismo PSOE? ¿Qué fue lo que permitió que la enorme fuerza social desplegada en este período fuera canalizada en los marcos del estado capitalista? En nuestra opinión el principal vehículo para que sucediera esto fue la estrategia de una izquierda neorreformista que prometió “asaltar los cielos” pero terminó en los despachos de ministros de un gobierno de la OTAN ayudando a la recomposición del viejo régimen. Una estrategia que tuvo como colaboradores a las burocracias sindicales, y también a sectores de la izquierda anticapitalista que apostaron por este proyecto.
Aunque ahora todos los progresistas agitan el “cuco” de la derecha, si algo demostró el ciclo anterior es que a la extrema derecha como Vox no se la puede enfrentar con la política del neoliberalismo “progresista”. Lo que le dio alas a la extrema derecha han sido justamente las políticas de derecha del gobierno del PSOE-Unidas Podemos: la defensa de la monarquía, la represión al movimiento nacional catalán, la masacre de Melilla y las deportaciones exprés en las fronteras, la represión a los trabajadores que luchan como en la huelga de Cádiz, la reforma laboral de Yolanda Diaz, la reforma de las pensiones que ratifica que nos jubilemos a los 67 años, la continuidad de la pobreza y la miseria mientras el discurso progresista es que son campeones en ampliar derechos. Y no lo olvidemos, la subordinación a la agenda de la OTAN y los presupuestos militares para alimentar una política guerrerista e imperialista.
La expresión más pura de la subordinación del neorreformismo al régimen político ha sido la integración en el gobierno con ministros y ministras. Y no en cualquier gobierno capitalista, sino en el gobierno de la cuarta o quinta potencia imperialista de Europa.
El ingreso de ministros socialistas (o comunistas, o de las organizaciones obreras) a los gobiernos burgueses, se ha denominado en la tradición del marxismo revolucionario como “ministerialismo”. Su primer ejemplo histórico fue el caso de Alexandre Millerand, a finales del siglo XIX, en la época de la Segunda Internacional fundada por Friedrich Engels, que se integró como ministro de Comercio e Industria en un gobierno burgués entre 1899 y 1902.
Rosa Luxemburg y Lenin, enemigos implacables de la colaboración de clases, fueron quienes levantaron su voz para polemizar con esa política oportunista, el “ministerialismo socialista”. En esos mismos años el dirigente socialdemócrata alemán Eduard Bernstein sentaba las bases teóricas para el revisionismo del marxismo, promoviendo la colaboración con la burguesía liberal y el abandono de la lucha por el socialismo, transformándola en una lucha por la “ampliación de la democracia” de forma gradual en los marcos del Estado capitalista. El ministerialismo de Millerand fue la consecuencia última de las teorías de Bernstein en el plano político-práctico, y como veremos, también una versión temprana de la teoría estalinista sobre el Frente Popular.
En su famoso libro “¿Qué hacer?” (1902), Lenin denunció el “ministerialismo” de Millerand y su conexión con el revisionismo de Bernstein. Pero fue Rosa Luxemburg, en el fragor mismo de los hechos, quien con una formidable agudeza hizo una crítica a esta orientación, integrando esta polémica el gran debate sobre “reforma o revolución” contra el revisionismo de Bernstein.
En su crítica Luxemburg establece una diferencia fundamental entre integrar un parlamento en un estado capitalista y ocupar un puesto en el gobierno en un Estado capitalista. Dice: “hay una diferencia esencial entre las legislaturas y el gobierno de un Estado burgués. Mientras que en el Parlamento los elegidos por los trabajadores no logran hacer valer sus reivindicaciones, al menos podrían continuar la lucha persistiendo en una actitud de oposición. En el gobierno, por el contrario, que se encarga de hacer cumplir las leyes, la acción, no tiene lugar en su marco, para una oposición de principio. (…) Por tanto para un adversario radical del sistema actual se encuentra ante la siguiente alternativa: o bien cada momento hacer oposición a la mayoría burguesa en el gobierno, es decir, no ser un miembro activo del gobierno, obviamente esto crearía una situación insostenible obligando a sacar al miembro socialista del gobierno, o bien tendría que colaborar, realizando las funciones diarias requeridas para el mantenimiento y el funcionamiento de la máquina estatal, es decir, de hecho, no ser un socialista, al menos en el contexto de sus funciones gubernamentales”.
Y Rosa profundiza esta idea cuando sostiene que “La naturaleza de un gobierno burgués no viene determinada por el carácter personal de sus miembros, sino por su función orgánica en la sociedad burguesa. El gobierno del Estado moderno es esencialmente una organización de dominación de clase, cuya función regular es una de las condiciones de existencia para el Estado de clase. Con la entrada de un socialista en el gobierno, la dominación de clase continúa existiendo, el gobierno burgués no se transforma en un gobierno socialista, pero en cambio un socialista se transforma en un ministro burgués.”
El debate sobre el “ministerialismo” es un debate clave en la historia del marxismo revolucionario, y un antecedente de la participación de los socialistas y comunistas en los gobiernos de “Frente Popular” en los años 30 en Europa, así como su integración a gobiernos burgueses a la salida de la Segunda Guerra Mundial y de allí en más. La transformación de la socialdemocracia europea en “social liberalismo” desde la década de los 70 y los 80, así como la transfiguración de los partidos comunistas estalinistas en eurocomunistas, profundizaron este curso de adaptación a los marcos del Estado capitalista y los mecanismos limitados de la democracia liberal.
Así llegamos a nuestros días, donde el “ministerialismo” vuelve a aparecer, con el ingreso de Unidas Podemos al gobierno con el PSOE. El nuevo momento neorreoformista que estamos viendo ahora en las elecciones es aún más degradado que su primera versión. La emergencia de Podemos fue un desvío de la lucha de clases que se apoyaba en un movimiento real. La farsa actual no tiene como fundamento ningún movimiento de lucha, sino el ministerialismo, los “buenos ejemplos” de la gestión de los intereses comunes de los capitalistas desde el Gobierno.
Por eso el proyecto Sumar de Yolanda Díaz, con el apoyo del IU, el PCE, Mas País y las burocracias sindicales, no tiene más objetivo que garantizar que siga habiendo un gobierno del PSOE. ¿Y las criticas por izquierda que hace Podemos? Son puro discurso. Porque Pablo Iglesias ahora se da el lujo de hablar como periodista irreverente, pero cuando fue ministro y vicepresidente no hizo más que tragarse un sapo tras otro. Y su partido lo sigue haciendo en la actualidad.
Esto es así porque la matriz de pensamiento de todos los reformistas parte de una premisa común: no se puede enfrentar y derrotar al estado capitalista. Lo único que queda es tratar de reformarlo o domesticarlo.
A las y los revolucionarios se nos suele criticar que somos unos lunáticos, que estamos por fuera de la realidad, cuando planteamos que la única perspectiva realista es la lucha por terminar con el sistema capitalista y luchar por una sociedad socialista. Pero los que están verdaderamente por fuera de todo principio de realidad son los reformistas. Porque siguen proponiendo soluciones keynesianas, de redistribución de la riqueza mediante la conciliación con los capitalistas, es decir, tratan de domesticar y hacer más humano al capitalismo, nada menos que en un período caracterizado por la guerra, la crisis de las cadenas de distribución, la inflación, la crisis financiera y la caída de la rentabilidad del capital. O sea, cuando menos margen hay para que los capitalistas otorguen algunas migajas para contener al movimiento de masas.
Cretinismo parlamentario, cretinismo antiparlamentario y política revolucionaria
Pero volvamos al problema de las elecciones. En la historia del socialismo revolucionario la cuestión de la participación en las elecciones y los parlamentos burgueses ha sido fruto de múltiples debates y divisiones. En general se desarrollaron tres posiciones: las que terminaban subordinando la actividad política a la participación electoral y la actividad parlamentaria (y también la lucha sindical), las que por el contrario consideraban que no había que intervenir de ningún modo en este terreno porque era una orientación oportunista, y la que considera que, aunque es un terreno hostil para la política revolucionaria, puede ser utilizada como tribuna para la agitación extraparlamentaria.
Cretinismo parlamentario
Ya Marx y Engels cruzaron armas con la primera posición. De sus debates surge la expresión “cretinismo parlamentario”, que Engels utiliza en su libro Revolución y contrarrevolución en Alemania, para referirse a la actuación de los socialistas en la Asamblea de Frankfurt.
Escribe Engels: “desde el mismo comienzo de su carrera legislativa [los izquierda socialista] ha estado más contagiada que cualquier otra minoría de la Asamblea de la incurable enfermedad denominada cretinismo parlamentario, afección que imbuye a sus desgraciadas víctimas la solemne convicción de que todo el mundo, toda su historia, todo su porvenir se rige y determina por una mayoría de votos emitidos en esa singular institución representativa que tiene el honor de contarlos entre sus miembros y que cuanto sucede extramuros de su sede: las guerras, las revoluciones, la construcción de ferrocarriles, la colonización de continentes enteros, los descubrimientos de oro en California, los canales de América Central, los ejércitos rusos y cualquier otra cosa más que pueda pretender a influir algo en los destinos de la humanidad no es nada en comparación con los inconmensurables sucesos que dependen de la solución de cada problema importante, cualquiera que sea, de los que ocupa justamente en esos momentos la atención de su honorable Cámara”.
Marx, en El 18 brumario de Luis Bonaparte también hizo referencia a “aquella peculiar enfermedad que desde 1848 viene haciendo estragos en todo el continente, el cretinismo parlamentario, enfermedad que aprisiona como por encantamiento a los contagiados en un mundo imaginario, privándoles de todo sentido, de toda memoria, de toda comprensión del rudo mundo exterior”.
Aunque quizá el debate más conocido, después del que tuvo Luxemburg con Bernstein que ya nombramos, sea el que se dio en el seno de la Segunda Internacional, conocido como la polémica Kautsky-Rosa Luxemburg. Esta polémica va más allá de la cuestión del parlamentarismo, ya que refiere a un debate sobre cual es la estrategia para la revolución en “Occidente”.
El debate se da en los términos de una oposición entre la denominada “estrategia de desgaste” y la “estrategia de abatimiento”, términos que introduce en el debate Karl Kautsky, que era uno de los principales referentes teóricos de la Segunda Internacional, retomándolos del historiador militar Hans Delbrück, para discutir contra Rosa Luxemburgo.
En 1910, en una situación marcada por las luchas obreras y movilizaciones democráticas de masas, Luxemburgo planteaba hacer agitación sobre la necesidad de una huelga general política. Kautsky se opone diciendo que no había que arriesgar la organización socialdemócrata (que entonces tenía alrededor de 700.000 afiliados, 2 millones de afiliados en los sindicatos y 3 millones de votantes) en esas batallas, y que la clave pasaba por obtener una gran votación en las próximas elecciones (que se harían en 1912). Lo que estaba planteado para Kautsky era una “estrategia de desgaste”, es decir, evitar todo combate decisivo para, en teoría, pasar a la ofensiva en el momento oportuno.
Rosa Luxemburgo le contesta que toda su elaboración sobre la “estrategia de desgaste” era el fundamento para una orientación consistente en “nada-más-que-parlamentarismo”. Aunque después se demostró cierto esto que decía Rosa, en ese momento aún no era exactamente así, porque Kautsky seguía planteando que en el momento indicado había que pasar a una “estrategia de abatimiento”. Por el lado de Rosa Luxemburgo, obviamente, ella no era antiparlamentarista. La diferencia era que Rosa sostenía que la socialdemocracia debía cumplir un papel de vanguardia en el desarrollo de las tendencias más progresivas de la lucha de clases en ese momento y no simplemente esperar a las elecciones.
La clave de la lógica estratégica de Kautsky era conquistar posiciones en el estado capitalista para avanzar hacia una perspectiva socialista desde adentro, de un modo pacífico. Pero como lo demostró el mismo Kautsky y la socialdemocracia alemana en 1914 con su apoyo al imperialismo alemán en la primera guerra mundial, este camino terminó llevando a la completa bancarrota.
Ahora, lo que discutía Rosa Luxemburg es un error en el que cae hasta el día hoy gran parte de la izquierda, incluso la que se reivindica anticapitalista y revolucionaria. Es decir, entender la “política” solamente como intervención electoral una vez cada dos años y la “lucha” exclusivamente como lucha sindical. Rosa, sin negar la intervención en las elecciones, no separa la intervención política de la intervención en la lucha de clases. Lo que para Kautsky son dos estrategias supuestamente complementarias, para Rosa son dos estrategias alternativas que se oponen entre sí. El momento del pasar a la “estrategia de abatimiento” no llega nunca.
La lucha política que se expresaba en el debate Kautsky-Luxemburgo no era simplemente una lucha político-ideológica, sino contra una nueva fuerza material inmensa que había surgido: las burocracias políticas y sindicales en el movimiento de masas. La relación es explícita: Kautsky se oponía a Luxemburgo porque no quería enemistarse con la burocracia sindical socialdemócrata, que tenía poder de veto en el partido, mientras que el planteo de Luxemburgo de agitar la huelga general chocaba directamente contra la burocracia.
En este punto, quien dará en la clave será Lenin, marcando una diferencia muy importante con Luxemburg, planteando que la tarea fundamental de un partido revolucionario no pasa sólo por desarrollar los elementos más progresivos que daba la lucha de clases -en lo que coincidían- sino que para poder hacer eso son necesarias corrientes revolucionarias al interior de las organizaciones de masas que enfrenten a las burocracias.
Las estrategias de desgaste y de derrocamiento no son dos estrategias complementarias, para intercambiar cuando la situación se hace revolucionaria. Es decir, no es que en situaciones que no son revolucionarias puedo dedicarme exclusivamente al presentarme a elecciones y participar de las campañas de lucha sindical por el salario una vez por año, y después cuando la situación se hace revolucionaria ser el más combativo de todos. La “estrategia de desgaste”, al fin y al cabo, lo único que termina desgastando son las fuerzas de la clase trabajadora, mientras permite que se afiance el poder de los capitalistas.
Analizamos este ejemplo de la socialdemocracia hace más de cien años porque no es un ejemplo aislado: es la historia de todos los partidos que terminan haciéndose reformistas. Este mismo resultado lo podemos ver en España en los años 30, en Chile en los 70, en Grecia hace pocos años y en el Estado español, o incluso en Estados Unidos, donde este debate ha resurgido con fuerza en los últimos años alrededor del desarrollo del Democratic Socialists of America (DSA). Si de algo vale la pena volver sobre la experiencia de la socialdemocracia alemana y el “kautskismo” de principios del siglo XX no es para repetir sus mismos errores, sino para sacar lecciones revolucionarias.
Cretinismo antiparlamentario
En oposición unilateral a esta lógica, están quienes rechazar toda participación en el terreno electoral, y algunos incluso también la participación en los sindicatos. La oposición a la participación en las elecciones la sostienen en términos generales quienes se referencian en el anarquismo, algunos sectores del autonomismo, el consejismo, ciertas variantes de “comunismo de izquierda”, o actualmente quienes se referencian en el “movimiento socialista” en el Estado español.
Estas posiciones expresan distintas formas de “izquierdismo”. Aunque los debates con el anarquismo son centrales en el seno de la Primera Internacional, hasta su posterior disolución, el debate clásico sobre esta cuestión se desarrolla en el seno de la Tercera Internacional. Es el que Lenin aborda en su celebre obra “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”, escrita pocos meses antes del Segundo Congreso de la Internacional Comunista que tuvo lugar en agosto de 1920. En este Congreso, Lenin y Trotsky libran una importante lucha política contra las tendencias ultraizquierdistas dentro de la IC. Algunos de los debates más destacados son los que mantienen Lenin con Amadeo Bordiga, líder del comunismo italiano.
El Manifiesto del Segundo Congreso, escrito por Trotsky, reivindica la “lucha sin cuartel contra el reformismo en los sindicatos y contra el cretinismo parlamentario y el carrerismo, la Internacional Comunista condena al mismo tiempo todos los llamamientos sectarios para dejar las filas de las organizaciones sindicales que agrupan a millones, o dar la espalda al trabajo en las instituciones parlamentarias y municipales. Los comunistas no se separan de las masas que están siendo engañadas y traicionadas por los reformistas y los patriotas, sino que se comprometen a un combate irreconciliable dentro de las organizaciones de masas e instituciones establecidas por la sociedad burguesa, para poder derrocarla lo más segura y rápidamente posible”.
El ultraizquierdismo en este período, que se extendió en algunos sectores de la dirigencia comunista en Holanda, Alemania, Gran Bretaña e Italia, era expresión de la impaciencia y la inexperiencia en el marco de la onda expansiva generada por la Revolución rusa. Su posicionamiento básico era el rechazo a la intervención en el terreno electoral y parlamentario, así como a trabajar en el seno de los sindicatos de masas dirigidos por burocracias reformistas y a tener política hacia la base de los partidos reformistas de masas. Lenin y Trotsky combatieron este tipo de posiciones defendiendo lo que se conoce como la táctica del Frente Único Obrero, que se sintetiza en la idea de “golpear juntos, pero marchar separados”, para dialogar desde un programa de lucha con las masas de los obreros social demócratas y al mismo tiempo desenmascarar a sus direcciones conciliadoras. Algunos de estos debates los abordaremos en otra de las charlas, cuando hablemos de los sindicatos.
En general, los comunistas de “izquierda” consideraban que Lenin y Trotsky habían caído en el oportunismo. Pero el debate no era solo teórico, sino también político práctico y estratégico. La orientación política aventurera del izquierdismo llevó a graves errores en la lucha de clases. El más trágico fue sin duda el resultado de la llamada “teoría de la ofensiva”, defendida por los dirigentes del PC alemán, que llevó a la derrota sangrienta del proletariado alemán en marzo de 1921, cuando el PC trató de tomar el poder antes de haber ganado la mayoría de las masas. No podemos desarrollar esta inmensa experiencia en esta reunión, pero queríamos mencionarla como un ejemplo de cuál ha sido el resultado de la orientación izquierdista en momento álgidos de la lucha de clases.
Lo importante en cuanto a nuestro tema es que destacar que Lenin y los bolcheviques no eran ni cretinos parlamentarios ni antiparlamentarios, no tenían ni el fetiche parlamentario de los reformistas, que piensan que todo se puede reducir a la acción parlamentaria, ni el fetiche antiparlamentario de los anarquistas o comunistas ultraizquierdistas, que dicen que no hay que participar en el parlamento en ninguna circunstancia.
Parlamentarismo revolucionario
Entonces, la tercera posición es la que representa la tradición del marxismo revolucionario y en particular la III Internacional de Lenin y Trotsky, que es la que podemos definir como del parlamentarismo revolucionario. Como táctica política, el parlamentarismo revolucionario indica la participación de los partidos revolucionarios en los diferentes órganos parlamentarios en el marco de una estrategia revolucionaria. El Parlamento burgués evidentemente no es un terreno fundamental para los revolucionarios, pero esto no significa que no se pueda intervenir en el de acuerdo con una perspectiva revolucionaria. Es decir, como un terreno táctico, una tribuna, que sirva para la agitación revolucionaria y el desarrollo de la lucha de clases, manteniendo la plena independencia política de la patronal, los gobiernos y el Estado.
Este método está relacionado con una idea fundamental de Lenin, la del "Tribuno del Pueblo", que desarrolla en su libro "¿Qué hacer?” que mencionamos antes. En esta obra Lenin establece una diferencia entre la lucha sindical y la lucha política, así como la necesidad de elevar la primera a la segunda, afirmando que el militante socialdemócrata (hoy diríamos comunista) no debe actuar como un sindicalista que sólo lucha por las reivindicaciones inmediatas de los trabajadores, sino que debe ser un “tribuno popular”. Esto significa trabajar para elevar la conciencia de la clase obrera a un plano “hegemónico”, como líder del conjunto de las y los explotados y oprimidos, de acuerdo con la necesidad de la lucha política por la emancipación del proletariado.
En palabras del propio Lenin: “el socialdemócrata ideal no debe ser el secretario de un sindicato, sino el tribuno del pueblo que sabe reaccionar contra toda manifestación de arbitrariedad y opresión, dondequiera que se produzca y cualquiera que sea el estrato social o la clase afectada, que sepa sintetizar todos estos hechos para trazar un cuadro de conjunto de la brutalidad policial y de la explotación capitalista, que sepa aprovechar cada detalle para exponer ante todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos y cada uno el alcance histórico-mundial de la lucha emancipadora del proletariado.”
El parlamentarismo revolucionario se apoya en un documento fundamental del II Congreso de la Internacional Comunista, “El Partido Comunista y el Parlamentarismo” (1920), en el que se definen los lineamientos generales para la lucha en el terreno parlamentario desde una estrategia revolucionaria de toma del poder por la clase obrera. Si bien el contexto en que fueron elaboradas estas líneas es muy distinto, sus principales definiciones son claves para orientarnos estratégicamente en la actualidad.
El documento define una serie de medidas políticas que orientan cómo deben actuar los revolucionarios en el parlamento, de las que quisiera destacar tres:
- La lucha de las masas constituye todo un sistema de acciones en vías de desarrollo, que se avivan por su forma misma y conducen lógicamente a la insurrección contra el estado capitalista. En esta lucha de masas, llamada a transformarse en guerra civil, el partido dirigente del proletariado debe, por regla general, fortalecer todas sus posiciones legales, transformarlas en puntos de apoyo secundarios de su acción revolucionaria y subordinarlas al plan de la campaña principal, es decir a la lucha de masas.
- La tribuna del parlamento burgués es uno de esos puntos de apoyo secundarios. No es posible invocar contra la acción parlamentaria la condición burguesa de esa institución. El Partido Comunista entra en ella no para dedicarse a una acción orgánica sino para sabotear desde adentro la maquinaria gubernamental y el parlamento. (…)
- Esta acción parlamentaria, que consiste sobre todo en usar la tribuna parlamentaria con fines de agitación revolucionaria, en denunciar las maniobras del adversario, en agrupar alrededor ciertas ideas a las masas que, sobre todo en los países atrasados, consideran a la tribuna parlamentaria con grandes ilusiones democráticas, debe ser totalmente subordinada a los objetivos y a las tareas de la lucha extraparlamentaria de las masas.
¿Qué hacer en las elecciones?
Recapitulando. Las elecciones son un problema táctico. Pero la táctica es dirigida por la estrategia. Para Trotsky la estrategia es “el arte de hacerse del mando”, combinar todos los elementos para apoderarse del mando, para vencer. Las y los revolucionarios no participamos de los sindicatos, de la lucha estudiantil, de la organización de la juventud precaria, de las elecciones, sólo por participar, ni sólo para formar alas revolucionarias en los sindicatos o los movimientos, etc. Lo hacemos para acumular volúmenes de fuerzas que nos permitan unirlos todos en el momento preciso para volcarlos contra la clase dominante, torcer su voluntad e imponer la voluntad de las y los explotados. Eso es estrategia, todo lo demás, en función de eso, es táctica.
Entonces, la cuestión clave es si intervenimos tácticamente en las elecciones como parte de qué estrategia, si esta es reformista o es revolucionaria. Ahora bien, que sea un problema táctico no significa que no tenga importancia. La tiene y mucha, puesto que si la táctica se separa de la estrategia entonces termina por transformarse en una estrategia alternativa.
Este 28M la CRT no se presenta a elecciones y llama a votar nulo o abstenerse. Lo hacemos partiendo de una evaluación de la coyuntura, en la que consideramos que tácticamente la intervención electoral no era la clave y que necesitamos seguir acumulando fuerzas para intervenir en este terreno en mejores condiciones. Pero al mismo tiempo nos posicionamos planteando un programa de lucha. Por eso sacamos una serie de videos planteando nuestra visión sobre los distintos partidos y el programa que defendemos, ligado a una perspectiva de lucha y superación del capitalismo, por un socialismo revolucionario desde abajo. Algunas medidas que planteamos por ejemplo es el reparto de las horas de trabajo sin reducción salarial para terminar con el paro y que haya trabajo para todos, o la expropiación de las viviendas vacías en manos de bancos y especuladores para que haya vivienda para todos.
En otros países en los que actúan nuestras organizaciones hermanas, nuestra intervención en el terreno electoral nos permite desarrollar el parlamentarismo revolucionario en un nivel al que queremos también llegar aquí. Por ejemplo, en Argentina. Por poner solo un ejemplo, en Jujuy, una provincia muy pobre del norte argentino, el fin de semana pasado nuestro compañero Alejandro Vilca del PTS y el Frente de Izquierda, que es recolector de residuos y actualmente disputado nacional, hizo una gran elección en la provincia de Jujuy a pesar de un intento de fraude. Con 13 % de los votos como candidato a Gobernador hizo la mejor elección para la izquierda desde 1983 y quedó segundo en el principal distrito de la provincia. Con estos resultados se conquistaron al menos tres diputados provinciales y seis constituyentes, además de nuevos concejales.
Estas conquistas superestructurales son producto de haber logrado una influencia enorme en amplios sectores de la clase trabajadora con un programa socialista y de independencia de clase y desde donde desplegar una política de parlamentarismo revolucionario. Experiencias de este tipo son a las que también aspiramos a construir en el Estado español.
Partido revolucionario y perspectiva socialista
Como decíamos antes, toda la actividad táctica que desarrollamos tiene el objetivo de acumular la fuerza política y social necesaria para pasar a la ofensiva en el momento que la lucha de clases lo plantee como posibilidad. Por eso la gran pregunta es ¿cómo damos pasos para organizar la fuerza de la clase trabajadora, las mujeres y la juventud y construir una fuerza política que ponga en el centro la lucha de clases para enfrentar en las calles a la extrema derecha y los capitalistas y prepararse para “tomar el cielo por asalto”?
O dicho de otro modo, ¿cómo construimos un gran partido revolucionario y socialista de la clase trabajadora, cuyo objetivo estratégico sea terminar con esta sociedad de explotación y opresión, para construir una sociedad en la que todo el conocimiento y desarrollo científico sea puesto al servicio de garantizar una vida que merezca ser vivida, terminando con el hambre, las guerras, la precariedad, la destrucción del ambiente y todas las opresiones?
En el último medio siglo la clase trabajadora mundial ha sufrido enormes cambios. Por ejemplo, es mucho más diversa, racializada y feminizada que nunca en la historia. La explotación de clase está ampliamente atravesada por todas las opresiones de género, de raza, sexualidad, nacionalidad, etc. Al mismo tiempo, la desruralización ha avanzado a niveles nunca vistos, generando fenómenos nuevos como los inmensos bolsones de pobres urbanos que se han formado alrededor de megalópolis en diversos países del mundo. Sobre esta base, las burocracias y los capitalistas han tenido una política consciente para dividir las filas de la clase obrera. Sin embargo, como contracara de todo esto, la clase trabajadora cuenta hoy con un potencial hegemónico inédito para articular desde la lucha de clases los sectores populares y los movimientos que enfrentan estas opresiones. Para que esta potencialidad hegemónica se desarrolle la vanguardia de la clase trabajadora necesita construir un estado mayor, que se enfrente no solo a los capitalistas, sus gobiernos y su estado, sino también derrotar a las burocracias políticas y sindicales que garantizan que se sigan reproduciendo.
Frente a los próximos combates que se avecinan, el problema estratégico fundamental es si existe un partido que plantee esta perspectiva con la suficiente fortaleza para incidir en la realidad y evitar que la energía desplegada en las calles, las empresas, los centros de estudio, como la que empezó a surgir después del 15M, se disipe en nuevas trampas reformistas para recomponer los regímenes políticos o caiga en la impotencia frente a los golpes de la reacción.
Esta no es una tarea del futuro, sino del presente. Depende de los combates actuales y de cómo una organización así, al mismo tiempo que interviene en todos los terrenos de la lucha de clases, en los sindicatos, en los movimientos sociales, en la juventud, incluso en el terreno electoral, es capaz de ir más allá de “la rutina de la táctica”. Y, sobre todo, superar la percepción de la clase trabajadora como si fuera un movimiento más que lucha por sus intereses corporativos o como una suma de ciudadanos atomizados, e interpelarla como la única clase productora de la sociedad, que con su lucha tiene la potencialidad de abrir el camino a la construcción de un socialismo revolucionario desde abajo capaz reconfigurar la sociedad sobre nuevas bases. Un socialismo opuesto a la monstruosa degeneración que fue el estalinismo y la utopía reaccionaria del socialismo en un solo país, que aún hoy algunas sectas siguen reivindicando.
El desafío de construir una corriente revolucionaria en el siglo XXI tiene más que nunca un carácter internacionalista. Desde la CRT compartimos esta lucha con nuestra corriente internacional, la Fracción Trotskista- Cuarta Internacional, desde donde impulsamos la Red Internacional de Izquierda Diario en 14 países y en 8 idiomas. El periodo que se abre hace indispensable la preparación estratégica. Por eso os invitamos a debatir y a organizaros con nosotras por esta perspectiva.
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