La corrida cambiaria, los datos de inflación y la incertidumbre electoral agravan la crisis. Las clases dominantes debaten públicamente salidas contra las mayorías, mientras se atraviesa una coyuntura crítica con final abierto. Massa negocia la redefinición de metas con el FMI y a cambio se profundiza la subordinación y dependencia del país. La izquierda se prepara para levantar el 1º de Mayo una tribuna por una perspectiva de lucha y otra salida urgente a la crisis.
Fernando Scolnik @FernandoScolnik
Miércoles 19 de abril de 2023 21:44
Como nunca en el último tiempo, se conjugaron los factores económicos y políticos, retroalimentándose mutuamente, para activar todas las alarmas y configurar la coyuntura crítica de final abierto que está atravesando el país. Lo que está en juego no es menor: se trata de si Sergio Massa logra - aún en condiciones de extrema precariedad- seguir jugando su rol de bombero para llegar al 10 de diciembre sin que estalle todo aún más de lo que ya estalló, o si, por el contrario, la bomba termina de explotar incluso durante el proceso electoral, actuando como un big bang de múltiples consecuencias inmediatas. Para los candidatos, está en juego su futuro y sus chances; para el régimen político de conjunto, el macabro juego contradictorio entre quienes quieren que el trabajo sucio se haga ahora y el peligro de que la gobernabilidad de la crisis se salga de control; para las grandes mayorías, lo más elemental de sus condiciones de vida, que vienen cada vez más golpeadas.
Hagamos un repaso: en las últimas semanas, a la eterna crisis económica que Sergio Massa se propuso desde agosto pasado conducir emparchando -conejos de la galera mediante-, con cada vez más dudas y peores resultados, se agregó un profundo combo político de incertidumbre recargada. Al desconcierto del peronismo -que sigue sin candidatos claros faltando nada para las elecciones- se agregó la guerra interna dentro de Juntos por el Cambio, alimentando las preocupaciones de los propios dueños del país. Javier Milei, aquel personaje televisivo que promovieron y utilizaron para derechizar la agenda del debate público, ahora es mirado con más preocupación. ¿Y si en un escenario de tanta crisis entra al balotaje? No son pocos los empresarios importantes que piensan que el país no está para aventuras.
La “profecía autocumplida” se instaló entonces como debate intenso en los pasillos del círculo rojo en los últimos días. Como en un juego de espejos, los pésimos resultados económicos del plan del FMI que aplica el Frente de Todos -el último de ellos una inflación del 7,7 % en marzo-, son correspondidos con agendas de shock dichas de manera cada vez más desbocada por distintos candidatos que por estas horas desfilan por foros empresariales y canales de televisión. Desde la agitación de la dolarización que instaló el candidato libertario, hasta quienes proponen levantar el cepo cambiario y devaluar el primer día del próximo Gobierno, hay factores que terminan actuando no como propaganda hacia el futuro, sino que inciden sobre las ya de por sí grandes presiones devaluatorias que hay en el presente. Dicho de otro modo: las chances de triunfo electoral de quienes plantean tales perspectivas, no son precisamente una amable invitación a quedarse en pesos. Como sucede frecuentemente en los años electorales argentinos, crecen las tentaciones a dolarizar las carteras. Los grandes empresarios -empezando por las patronales del campo y otros- juegan a la timba financiera y especulan con el hambre de millones. El futuro no tiene sentido pronosticarlo, cuando aún no sabemos siquiera el final de la actual corrida cambiaria. Pero no es el único accidente que podría haber en el año. ¿Qué podría pasar después de las PASO? La incertidumbre es lo único que es seguro.
En este marco -que en su fondo tiene la crisis de reservas del Banco Central, los efectos contradictorios de medidas como el “dólar soja” que recaudan dólares pero demandan pesos, la profunda dependencia del FMI y la deuda, la constante fuga de capitales y otros factores-, una chispa puede encender la pradera. Este martes, los rumores de que Sergio Massa podría ser reemplazado en su cargo por Antonio Aracre le dieron un empujón más a la corrida cambiaria. Pero seamos claros: un rumor solo puede surtir ese efecto si actúa sobre la base de una situación sumamente frágil.
En este contexto, y mientras acucian las urgencias del presente, la burguesía argentina debate a cielo abierto sobre sus planes de guerra. Si fuera una obra de teatro, podríamos decir que transcurren dos historias en paralelo, que se van narrando de forma intercalada y en el medio se entrecruzan. Por un lado, aquella en la que los personajes, en permanentes viajes de ida y vuelta de Estados Unidos a Argentina y viceversa, negocian las urgencias del país. Por otro lado, la de quienes se perfilan como posibles ganadores del proceso electoral y están rindiendo examen ante los dueños del poder en sucesivos foros.
Si el rol de contención del kirchnerismo no estuviera actuando en nuestro país -aunque de forma cada vez más degradada-, es posible que hoy se estuviera hablando más abiertamente de relaciones carnales como en los años `90. Ante la sumisión y apoyo de quienes solían decirse nacionales y populares a los planes de Massa y el FMI, la izquierda es la única voz clara y nítida para decirlo.
En los últimos días, el espectáculo fue obsceno. No es sólo aquello que ya muchos intentan naturalizar, esto es, que el Gobierno tenga que rendir exámenes trimestrales ante el Fondo, agachar la cabeza para aceptar la supervisión del plan económico -ahora suplicando un “puente” para intentar llegar al 10 de diciembre sin tener que hacer una brusca devaluación- y volver con las valijas llenas de nuevos planes de ajuste, todo para honrar la deuda ilegal que tomó Mauricio Macri y el actual gobierno convalida. También se trata de la presencia cada vez menos disimulada de los enviados del imperio en Argentina. En las últimas horas, Wendy Sherman, vicesecretaria de Estado estadounidense que estuvo en nuestro país, no se ocupó ni siquiera de guardar las formas para pedir ajustes más duros. Eso sí, prometiendo que todo es por nuestro bien y para mejorar, afirmando que el país puede salir adelante "si los ciudadanos soportan el dolor a corto plazo para poner a la Argentina sobre una base económica sólida que abra la puerta a los inversores de una forma significativa". Pocos días después, estuvo también por estas latitudes Laura Jane Richardson, Jefa del Comando Sur de los Estados Unidos -quien ya se había reunido con Cristina Kirchner el año pasado-. En sus encuentros con el canciller Jorge Taiana y con el Jefe del Ejército Martín Paleo dialogaron sobre "estrategias de cooperación en áreas de interés común”. Ya sabemos lo que significa: hace pocos meses la militar norteamericana había hablado de que la región era importante para la “seguridad nacional” de Estados Unidos, entre otras cosas, por sus recursos naturales como el litio. Una de las contrapartes menos mencionadas de las negociaciones con el FMI es aquella que tiene que ver con las exigencias de alineamientos geopolíticos, saqueo y extractivismo. Por estas mismas horas, desde Estados Unidos también salieron de punta contra Brasil por gestos hacia Rusia y China. El panorama argentino sólo puede ser visto desde el prisma más amplio de la geopolítica mundial y las disputas entre potencias. En este marco, la aceptación de la deuda ilegal con el FMI no hace más que redoblar la dependencia y la semicolonización argentina. El Frente de Todos está en modo entrega total con tal de llegar a diciembre. Y, lo que es peor, puede fallar.
En paralelo, quienes cuentan con la ventaja de no gobernar hoy, rinden examen ante los poderosos del país. Las clases dominantes están en estado de ebullición y debate, pidiéndoles no solo un programa ante la crisis sino también un cómo hacerlo, una estrategia de gobernabilidad. En las expresiones como “dinamitar” todo (Milei), “semidinamitar” (Macri) o "demoler el régimen económico" (Bullrich), puede haber una disputa electoral demagógica por la capitalización del descontento por derecha, pero de ahí a gobernar es otro tema. En las reuniones que se suceden en sedes de la Sociedad Rural o el exclusivo hotel Llao Llao de Bariloche en los últimos días están presentes estas contradicciones. Mientras Milei, con la dolarización como bandera, y Patricia Bullrich, hablando de levantar el cepo cambiario desde el primer día entre otros ataques frontales, buscan postularse como los más duros aplicadores de un cambio, Larreta busca explotar las preocupaciones de la burguesía explorando una diagonal: ¿cambio profundo? Sí, pero no con “bravuconadas” sino mediante la construcción de “una nueva mayoría para generar un cambio real y duradero”.
Sin embargo, nada de esto aplaca las preocupaciones de las clases dominantes. De aquí al 10 de diciembre hay mucho terreno incierto por recorrer y la nueva corrida cambiaria y presiones devaluatorias tensionan toda la situación. Después de esa fecha, también empezará otra historia, y no está claro en absoluto que las palabras que se dicen en los foros puedan tener su correlato en el terreno de los hechos. Las divisiones de los de arriba combinadas con las obreras y obreros que cortan la Panamericana, los trabajadores del subte que pelean sus condiciones de trabajo, los de Bagley en Córdoba que se plantan contra despidos o los docentes de Jujuy que recuperaron su sindicato para sus luchas, pueden estar adelantando que los planes de los distintos sectores de las clases dominantes pueden estrellarse -más temprano que tarde- contra la resistencia de los de abajo. La situación es tan preocupante que hasta la CGT- después de haber visitado la embajada yanqui el pasado viernes- está preparando un documento para advertir lo cerca que estamos del abismo. De convocar paro general y plan de lucha, ni hablar. La ruptura de su pasividad cómplice hay que imponérselas desde abajo.
Ante ese panorama, la izquierda se propone ser parte de la pelea por poner de pie a la clase trabajadora ante la catástrofe que nos amenaza, impulsar y coordinar cada una de sus luchas, imponerle a las burocracias sindicales el fin de la tregua para salir a pelear por lo nuestro, y ofrecer un programa de salida para dar vuelta la historia. Para eso este 1º de Mayo la izquierda plantará una tribuna con miles en Plaza de Mayo. Iremos a plantear esta perspectiva.
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Fernando Scolnik
Nacido en Buenos Aires allá por agosto de 1981. Sociólogo - UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001.