Miércoles 3 de agosto de 2016 08:36
Al calor de la crisis económica ha vuelto a prevalecer en el mercado laboral un régimen de contratación que actúa como disciplinador de la clase obrera: el empleo eventual. Recordemos que el aval y extensión a este tipo de contrato fue una verdadera conquista neoliberal, lograda por los mismos funcionarios que hoy se reagrupan en las filas del macrismo, el FpV, el masismo y el radicalismo. Contó, claro está, con el guiño transformado en negocios de la mismísima burocracia sindical, la que ayer le opuso una frágil resistencia a la votación de estas leyes, y que hoy actúa de manera similar, inactiva y entregada ante el plan de ajuste en curso. Dicho sea de paso, el dinero de las obras sociales, huele como devolución de estos favores por parte del Gobierno.
No es intención en este breve artículo desarrollar sobre este tipo de empleo, ya que la mitad de los trabajadores lo conocemos por propia experiencia, y quienes no, muy posiblemente lo saben por amigos, familiares o conocidos. Sólo señalar algunas características especiales, que hacen a que la pelea contra el ajuste, tengan a esta forma de régimen laboral, como uno de sus blancos a derrotar.
El trabajo eventual vuelve a generalizarse como modelo en el mercado laboral, y ya no sólo entre jóvenes, sino extendido a todas las capas generacionales.
Como sabemos, le permite a las empresas abaratar mano de obra, dividir a las filas de los trabajadores entre efectivos y contratados, y quitarle derechos sindicales a estos últimos. Esto, también sabemos, constituye un arma fundamental para las empresas, ya que además de debilitar a la clase trabajadora, le da mayor poder de maniobra a los patrones, que utilizan este régimen no sólo como forma de división, sino también como elemento de desmoralización entre los trabajadores.
Es quizás este último aspecto, una de las razones más inteligentes que tienen los empresarios para hacer de las agencias de empleo una de las formas privilegiadas de contratación, máxime en tiempos de crisis.
Disciplinamiento hacia dentro, exigiendo mayores ritmos de explotación y apropiándose de manera esclava del obrero, y desmoralización frente al despido, buscando hacer sentir en el trabajador frustración y resignación, constituyen el objetivo combinado en este tipo de contratos. En los trabajadores, el miedo a la pérdida de empleo actúa como un látigo que golpea sobre sus consciencias, y cuya carga seguirá presente ante cada nueva "reubicación" en empleos similares. El cuerpo, los tiempos y sentidos se mostrarán así, de la manera más cruda, como ajenos a la vida de los propios trabajadores, robados y puestos a merced de intereses ajenos, que cambian de dueño según los "requerimientos" y "necesidades" del mercado, es decir, del lucro empresario.
En sentido también negativo, la naturalización entre los empleados efectivos de estas condiciones entre sus compañeros "temporarios" se realiza como una ventaja para los empresarios, que buscan las formas de reproducir esta situación apelando a la manipulación de los trabajadores, la discriminación, y la competencia entre ellos.
Agencias gestoras de empleo, que cazan negocios en función de la "maximización" de la ganancia capitalista. Trabajadores nómades, que pasan de lugar en lugar, sin derechos y descartables.
Una característica que nuevamente se hace moda en época de crisis, y que está llamada a ser desterrada con la lucha de los trabajadores mismos.