Esta vez el superclásico se jugó sin lluvia. Boca tuvo las lagunas de siempre y River se guardó la ambición para la revancha.
Lionel Pasteloff @LionelPasteloff
Viernes 21 de noviembre de 2014
Hambre. Eso dejó el primer enfrentamiento copero entre los dos colosos del fútbol argentino. Como casi siempre en estos casos, el marco excedió largamente al juego y la revancha surge como necesaria más allá de la obligación de realizarla.
Boca arrancó enchufado. El Burrito Martínez estaba una marcha más arriba que el resto y se notaba. Su voluntad de lastimar complicaba a River. Vangioni tuvo que sacudirlo y se ganó la amarilla. Un par de cruces más dejaron al ex Vélez fuera del partido. Su adiós no causó la merma del juego xeneize: antes del cambio el local ya había perdido la intensidad y comenzaba su siesta. River tuvo un primer tiempo con mucho roce y una búsqueda incesante de cortar el ritmo, cosa que logró mayormente sin problemas.
El primer tiempo se fue entre promesas, pero el complemento no se hizo cargo.
En esa segunda parte, los de Gallardo rasparon menos (terminaron con toda la defensa amonestada). Boca no tuvo la agresividad del principio y era un canto al choque. En ese rato, Gago se la pasó buscando a los puntas frontalmente sin encontrar más que cabezas rivales. Todo un síntoma.
El recurso local (los mencionados pelotazos y tibios intentos de desbordes) nos remitían al torneo doméstico, donde Boca tiene serios baches en su juego. River no lució tan cansado, más bien lo contrario: cansó a Boca. Lo confundió, le planteó tener la iniciativa y le cerró los caminos con pierna fuerte. Jamás pareció que su plan fuera meter un gol de visitante, sino irse entero como se fue.
Chávez, Gago y Teo fueron protagonistas de intentos tan pobres como aislados. De la revancha se espera un arbitraje digno (Trucco nunca se ganó el respeto de los jugadores) y que la cancha la desborden los 22 y no la gente. Algo más acorde a ese mar de historia que es el superclásico.