Esta crónica pretende compartir retazos de tiempo junto a obreras, obreros, jóvenes y artistas, mientras preparábamos lo que fue la emotiva jornada del 9 de marzo por los derechos de las mujeres y en defensa de MadyGraf.
Martes 12 de marzo de 2019
Fotos: Mar Ned *Enfoque Rojo
Jueves 7
“Es importante volver a la base… Fortalecer las relaciones con los compañeros y compañeras” me dijo convencido, mientras estacionábamos en la ESSO de la 202 y Panamericana. Matías me vino a buscar a mi laburo esa tarde.
Hacía un calor de película, ese sofocón previo a la tormenta… Las últimas ínfulas estivales antes que el verano le ceda el lugar al otoño. Esperábamos a Laura, trabajadora de Madygraf y parte de la comisión de mujeres, para ir al recital de la Delio en el Konex; es que había sido una jornada extenuante y era preciso una ducha y muda de ropa antes de arrancar al escenario cumbiero del Abasto.
Charlábamos de alquimia, de qué componentes se debían mezclar, como en una probeta, para lograr la fortaleza necesaria en la fábrica ante tanto golpe, ante tanta adversidad. La fórmula de la moral, o algo así…
Sería Laura quien, con gran firmeza, precediendo el cierre del recital multitudinario de mitad de semana, diera a conocer la lucha que viene dando la imprenta e invitara a la jornada del 9M como continuación del día internacional de las mujeres conmemorado 24 horas antes, con corte y marcha.
Flamante en su remera de batalla, un puño apretando el pañuelo verde estampado en su torso que se planta detrás del micrófono de pie, comienza a hablar. Mati firme, a su lado, en las tablas como en las calles, sostiene el estandarte púrpura de la recuperada imprenta de zona norte. Estoicos. A ella no le tiembla la voz, la eleva robusta, para que todes escuchen, para que todes sepan. Sus cuerpos ante la juventud de "after" jornada laboral, agitan mi pecho nervioso. Me arrebata un orgullo gigantesco de pertenencia de clase.
Levanto mi puño naranja como un reflejo instintivo al grito de "Unidad de los trabajadores..." buscando contaminar al público, imaginando un inevitable contagio de bacterias agitadoras, desde la primer fila hasta el cartelito verde de salida en el fondo y más allá, como una plaga despiadada. Pero el auditorio aplaude y canta su odio al gobierno de turno, con nombre y apellido, en una frase en loop. Reanuda el show.
La semana transcurre entre preparativos, discusiones, escasas horas de sueño, charlas escondidas en el baño del laburo, reuniones y un cálido aliento que combate la flojera más obstinada. Los detalles se ultiman. Arden los celulares de mensajes urgentes a cualquier hora. Palabras que acompañan, que guían y sostienen... Aquella calma paleativa, tan necesaria, ante los pelos de punta y el nerviosismo trepador de cervicales por la indómita fecha que se acerca sin prisa pero sin pausa... Tal como sucede con todas las cosas importantes.
Sábado 9
¿Tengo todo? Repaso: zapatillas, cinta, tarjetas de memoria, dos baterías, lentes, pilas doble A... (parada técnica al chino de por medio), marcador por las dudas, cámara, flash, abrigo, gorrita, pañuelo verde, naranja y del cuello. Llamada de acá, mensaje de allá, Boedo, Saavedra, unos mates, General Paz, Acceso Norte, Mady.
Nos fuimos encontrando en abrazos apurados a medida que cruzamos la entrada para aterrizar en el quincho del Club. Ahí estaban María de los Ángeles, Waldy, la Peque, Laura, Mati y un extenso y afable etcétera. Había mucho por hacer y nosotres sumábamos ocho brazos más y abundante entusiasmo. Los banners coloreaban la entrada. Mientras uno cortaba el pasto, otro colgaba banderines y las mujeres preparaban el buffet entre otras muchas cosas. Las primeras chispas de la parrilla afuera, bajo el toldo; la danza de escobas gigantes adentro, en el galpón.
Todes allí ayudábamos en algo. Trabajadores y trabajadoras, artistas, con un mismo objetivo, nadie estaba quieto. Los roles rotaban, se complementaban, como engranajes de una maquinaria perfecta que giraban por y para los obreros. Sin patrones, en tensión distendida, felices, nos convertimos en artífices de nuestro pronto destino en la fábrica.
Luli estruja sus dedos. Se le cuelan los nervios por los ojitos chinos llenos de sonrisa. También se le nota la emoción. Será, junto a otros compañeros y compañeras, portadora de un puñado de años de historia. Vocera de su propia lucha para cincuenta o más visitantes que, en su grupo, se agolpan a la entrada del pasillo, pegaditos a la juegoteca. Comienza la recorrida. Junto a Peque y Agustín arman el relato, en equipo. Una ola de pieles erizadas nos atraviesa. Su valentía le hace frente al fresco de los pasillos y las inmensas salas de máquinas durmientes por ser sábado. Su historia es nuestra ahora. Su batalla, también.
De nuevo las luces, otro escenario. Esta vez, el que levantaron las manos de mis compañeres apenas unas horas atrás. Descansan los paneles vestidos de azul sobre inmensas bobinas de papel industrial donde se imprime un nuevo capítulo de su historia: valentía y organización. Sobre él, la comisión de mujeres avanza de cara al auditorio, de lado a lado lo enfrenta y le presta su voz: “Somos la pata obrera de ese movimiento de mujeres que se empieza a organizar”. En Norte aturde el aire y reverberan las paredes. Arriba suenan las bandas solidarias, abajo bailan, aplauden y responden a coro “…y al que no le gusta se jode, se jode!”
Martes 12
Hoy volví a leer en las redes una frase que me compartió una amiga y compañera que hice en este camino revolucionario de corto pero, ¡ay! de intenso recorrido. Hace cuatro años, esas palabras homenajeaban a Leo Norniella, trabajador de Pepsico y militante revolucionario: “Militar en épocas no revolucionarias es una tarea que desgasta, donde se sufren montones de presiones. Y que requiere otro valor (…) el de saber resistir sin entregarse”.
Pienso en esas mujeres que, entre luces azuladas, nos contaron lo mucho que les cambió la vida, de un día para el otro, cuando entraron a la fábrica. Nos contaron que cuando la patronal despidió a 19 compañeros primero y quiso dejar a todes en la calle después, dijeron que no y enfrentaron a la patronal. Nos contaron, que cuando una mujer avanza ningún hombre retrocede.
Nos contaron y nos cuentan, para que se sepa. Para que se entienda. Para que nos cale la osamenta. Nos dicen, para que sus ideas nos lleven a las calles, porque ellas no están solas y nosotres tampoco. Ahí, donde se resuelven los problemas de la clase trabajadora. Porque estas mujeres, las “sin patrón”, nos convidan su experiencia sin rodeos en sus voces generosas. Nos invitan a enfrentar el ajuste, a luchar por nuestros derechos, a no rendirnos, a tomar el compromiso y hacerlo carne.
A convertirnos en sujetos.
Y, esta vez, la plaga nos rebasa, o tal vez es mi deseo que hierve y ya no quiero desoír. Me es imposible. Nos infecta la sangre y el apetito de lucha contra este sistema avaro, leonino, que nos arrebata los días con hambre y penuria.
A eso estamos convocados. Para eso nos preparamos. Por eso es que luchamos.