Fue en el juicio que se tramita en La Plata por crímenes de lesa humanidad cometidos en la Brigada de San Justo. Un relato conmovedor y certero.

Maine García Hija de desaparecides | Miembro del CeProDH y de Justicia Ya!
Lunes 15 de octubre de 2018 00:00
Foto Karina Díaz
El miércoles 10 declaró, en los Tribunales Federales de La Plata, el médico Jorge Eduardo Heuman como testigo y querellante en el juicio contra una veintena de genocidas por crímenes cometidos en dictadura en la Brigada de San Justo.
Su testimonio estuvo atravesado por el dolor, la angustia, el orgullo y la bronca. Era la cuarta vez que Heuman se acercaba a esos tribunales. La primera se reprogramó el cronograma, la segunda coincidió con el paro provincial de trabajador@s judiciales y la última se suspendió la audiencia por enfermedad de uno de los jueces. Finalmente el 10, luego de que declarara la Abuela de Plaza de Mayo Elsa Pavón, el médico sobreviviente de 69 años dio su testimonio.
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Antes de comenzar se tomó un minuto sin hablar ya que se sentía mal. Comenzó su declaración con estas palabras: “Antes que nada le agradezco a la Justicia y a ustedes en particular (por los jueces) tener esta oportunidad, tener la posibilidad de que nunca más nadie pase por lo que yo y muchos tuvimos que pasar”.
El testigo y querellante recurrió en varias oportunidades a la metáfora afirmando que tuvo la suerte de estar en dos paraísos y en un infierno. Se recibió de médico en el año 1974 y cuando hizo el juramento, interiormente lo hizo por su pueblo, especialmente por defender a los pobres. Era una definición de vida.
Una vez recibido comenzó la residencia y al mismo tiempo a colaborar en el barrio de Ciudad Evita. Describió esa experiencia como “de construcción y de amor”. Se organizó la salud del barrio en una forma que no habrían imaginado que en 1978, cuando él estaba preso, la Organización Mundial de la Salud (OMS) la definiría como una estrategia: la atención primaria de la salud con la participación de la comunidad y los agentes de salud como herramienta para desarrollarla.
Formaron 52 agentes de salud en ese lugar, lo que Heuman definió como “una experiencia maravillosa”. Una vez iniciada la dictadura cívico-militar-eclesiástica no vacunaba. Muchos fueron internados en Casa Cuna como consecuencia de las complicaciones de la tos convulsa por falta de vacunación. Fueron a la Municipalidad de la Matanza, intervenida por los militares, para pedir vacunas. El doctor Robledo les respondió que “para los negros que no saben usar los inodoros no hay vacunas”. Se fueron sin las vacunas, hicieron una colecta y las compraron. Vacunaron al 95 % de los chicos del barrio.
Heuman relató conmovedoras anécdotas que dan cuenta de los logros que alcanzaban en cuanto a la salud comunitaria. “Por eso digo que es el paraíso porque eran cosas tan llenas de amor. Poder desarrollar el amor en la sociedad es un sueño”, afirmó.
En febrero de 1978 el doctor Heuman estaba de luna de miel y el Ejército hizo un operativo cívico-militar donde vacunaban, pero sin respetar las normas elementales de higiene. La gente del barrio se enfrentó a los militares planteándoles que así no se vacunaba. Se llevó a cabo una reunión con un grupo de vecinas y autoridades militares en la que las 52 agentes de salud explicaron cómo trabajaban.
El testigo planteó la preocupación que tuvo después de esa reunión, en cuanto a la persecución de la dictadura. Y no se equivocaba. El 26 de marzo de ese año se hizo una misa por la referente barrial Benítez que había fundado el dispensario médico y después de esa misa secuestraron a una gran cantidad de jóvenes, entre ellos a su esposa María Amalia Marrón.
Una vez más la metáfora en su relato: “Esos tres días de desaparición de la que era mi esposa viví un infierno. A mí me secuestraron tres días después. Lo más canallesco y lo más perverso que puede existir en la vida es la desaparición de personas. El 29 de marzo me golpearon con armas en la cabeza, me arrastran cien metros, yo gritaba ’no dejen que me lleven, 4.600 chicos atendidos’. Me llevaron igual, sentí disparos, no me daba cuenta mucho por el terror que tenía encima”.
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Heuman detalló ante el tribual la infinidad de torturas recibidas, que se potenciaban por el origen judío de su apellido. “Me llevaron en un auto, me golpearon tanto, tanto, tanto en la cara que la tuve desfigurada durante semanas. Me sometieron a torturas físicas y psicológicas”. Picana eléctrica en todo el cuerpo. Hasta un médico participaba de las sesiones y lo torturaba también al tiempo que les decía “brutos” a los militares por el nivel de profundidad de los tormentos.
Y también la tortura psicológica durante meses, que incluía ponerlo al lado de su esposa, también torturada, para asistirla. “La sensación, que no le deseo ni al peor enemigo, cuando te torturan y te tiran con hambre, con frío, con terror, en un lugar sucio, sos un despojo, no sos nada, sos lo que ellos quieren que seas”.
En un momento de su relato, Heuman definió a los acusados como “excelentes profesionales de la tortura” y dirigiéndose a quienes se sientan en el lugar de las defensas preguntó: “¿Ustedes son los abogados?” Los jueces del tribunal le indicaron que se dirigiera a ellos.
Los genocidas lo habían apodado “Doctor Jorge”. Tiburón, uno de los jefes, le llevaba algunas de sus pertenencias, que le habían robado de su casa, como instrumentales médicos, fotos y hasta una ramita recuerdo de un viaje. “Tiburón me habló del trabajo en el barrio: ’¿vos creés que te van a hacer un monumento?’. Esta flor es un monumento”, dijo Heuman señalando la flor roja tejida al crochet que organismos de derechos humanos reparten en cada audiencia y el público se coloca a modo de pin.
Heuman estuvo más de dos meses secuestrado y sufriendo las torturas allí. “El grado de perversidad era increíble, no se puede concebir tanta perversidad”, volvió a decir.
El 1° de junio lo ataron con cuerdas junto con otras personas secuestradas y lo subieron a una camioneta. Él pensó que los iban a matar. Los mismos secuestradores de la Brigada los llevaron a la comisaría de Laferrere, donde se movían como peces en el agua. Allí estuvieron hasta el 22 de agosto, cuando los trasladaron al penal de Villa Devoto. Estuvo detenido hasta 1982.
Estando en la comisaría de Laferrere, los secuestradores les llevaron una declaración elaborada por ellos mismos para firmar. Heuman se negó a firmarla, sufriendo amenazas de volver a la Brigada. Un compañero lo convenció para hacer una firma falsa así cuando lo llevaran al Consejo de Guerra no la reconociera como propia.
Con esa declaración falsa lo juzgaron con la intención de condenarlo a una pena que iría de los 8 a los 25 años por “actividades políticas”. Le dijeron que no necesitaban pruebas sino solamente lo que ellos consideraran cierto. Finalmente la justicia militar se declaró “incompetente” y la federal lo sobreseyó. Fue liberado con libertad vigilada.
Al recordar esas circunstancias, Heuman manifestó su agradecimiento a sus padres, “que están en el cielo, que pusieron tanto amor. Le agradezco a la Federación Médica haber pedido mi libertad y la de otros colegas”.
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Tras su liberación, el médico Daniel Rodríguez, su jefe de residencia, lo ayudó mucho. Era subjefe en el Hospital Güemes y le ofreció trabajar ahí. Heuman valoró mucho esa ayuda. “Muchas personas salieron y no tuvieron trabajo. Esto fue a las tres semanas de que me liberaron”, recordó.
Pero a Jorge Heuman lo echaron al día siguiente que fue nombrado. También sacaron del cargo al jefe de terapia intensiva, que años después junto con Rodríguez conducirían la Fundación Favaloro. De la junta interna de ese hospital había trabajadoras y trabajadores desaparecidos y allí mismo se internaba a los militares. Uno de ellos fue nada menos que Roberto Viola.
Heuman recordó que Jorge Vidal era el médico de la Brigada de Investigaciones de San Justo y participaba en las sesiones de tortura para dar cuenta del estado de las personas secuestradas. Esto mismo declaró en el Colegio de Médicos de Morón. Además en la etapa de instrucción de la causa reconoció a siete personas a través de cientos de fotos que le mostraron, entre ellos a quienes llevaban los apodos de Tiburón, Víbora, King Kong, Araña y Eléctrico.
La fiscalía le planteó la realización de un reconocimiento fotogŕafico. Él explicó que ya hace años hizo uno reconociendo a varios genocidas. Las fotos que le mostraron el miércoles son de otra época. Heuman se negó a realizar el reconocimiento ya que no le pareció bien “reconocer después de cuarenta años con esas fotos”. En ese momento el público presente aplaudió fuertemente su decisión.
Lo último que planteó Heuman en su testimonio fue que el barrio votó los nombres de varias calles y uno de los nombres fue el suyo. “Le pusieron mi nombre a la calle donde fui secuestrado y fue aprobado por la Municipalidad de La Matanza. Tiburón se equivocó, me hicieron un homenaje, el barrio me hizo un homenaje. Además me llevaron a la escuela, los chicos hicieron un corto. Han cambiado este país, lo han destrozado. Han hecho un negocio enorme, han dejado al 30 % fuera del país. Es un cambio brutal. Esto es lo más grave. Entonces hoy el barrio es otro barrio, es un barrio con drogas y con todas las cosas que conocemos. En la escuela se habló de la historia del barrio, para que se vea que el barrio era otra cosa. Les hablé de la vida y del amor, no de la tortura”.