En una coyuntura atravesada por la negociación con el FMI y la crisis por los precios en la previa de la contienda electoral, el Gobierno se enfrenta simultáneamente al descontento popular y a las exigencias de los sectores más concentrados del poder económico. Desde Washington y cámaras empresariales locales llegan aprietes sin disimulo. Breve comentario sobre un libro que invita a pensar las lecciones de los `80. La crisis de la sábana corta anticipa la necesidad de prepararse por izquierda.
Fernando Scolnik @FernandoScolnik
Miércoles 27 de octubre de 2021 19:58
En un libro de reciente aparición y extraordinaria actualidad, Diario de una temporada en el quinto piso, el sociólogo Juan Carlos Torre narra desde adentro las peripecias de su aventura como funcionario del equipo económico de Raúl Alfonsín entre 1983 y 1989.
Al recorrer sus páginas, le es imposible al lector atento no trazar paralelismos a cada rato entre los problemas de aquel régimen constitucional naciente tras la última dictadura, y los de los gobiernos posteriores, hasta nuestros días. Como observador participante de aquella experiencia, Torre es protagonista y testigo a la vez de las dificultades y fracasos que llevaron a la frustración de las esperanzas que aquel gobierno radical había despertado en amplios sectores de la población.
En tiempo real (se trata de un diario), el escritor va narrando, entre otros temas, los pormenores de la negociación con el Fondo Monetario Internacional por el peso de una deuda ilegal heredada de la dictadura, que el Gobierno de Alfonsín, luego de algunos titubeos, decidió convalidar. No se trataba, solamente, de un problema ético y moral, sino que con el devenir del relato va quedando en evidencia que las expectativas del propio presidente debieron hacer un aterrizaje forzoso acorde a esa decisión y adecuarse a los compromisos de ajuste asumidos con aquel organismo internacional. El final es conocido: en pocos años y tras el fracaso del Plan Austral, tampoco funcionaron las siguientes políticas económicas como el Plan Primavera, y Alfonsín terminó entregando de forma adelantada la presidencia en el marco de una crisis hiperinflacionaria.
La historia, por supuesto, no se repite nunca de la misma manera ni los desenlaces obedecen a una única causa, pero lo cierto es que hoy la Argentina está nuevamente en uno de esos procesos de negociación con el FMI, cuya única constante es que siempre terminan mal.
Antes de proseguir, anotemos también otra cuestión que es similar en la actualidad respecto a aquella situación de principios de los años `80: mientras negocia, el Gobierno de hoy tiene un discurso en el que rechaza estar haciendo lo que hace, un ajuste. Según Torre, a los radicales en su momento una duplicidad similar les permitió circunstancialmente “tragarse el sapo de la política de austeridad sin renunciar al optimismo ni enfundar sus banderas nacional/populares”. Sin embargo, la realidad mostró luego los límites de la autonomía relativa de los relatos frente a la constatación del panorama crudo de lo real. Hoy esa transición aún está en desarrollo, pero la derrota electoral del Gobierno en las PASO demostró que ese camino ya se está transitando.
Volviendo al presente, por estas horas hubo novedades respecto de este tema crucial. Contradiciendo en parte el mensaje tranquilizador que Alberto Fernández le había insinuado hace tan solo dos semanas en la Casa Rosada a encumbrados hombres del poder económico, y en un giro que expresa en sí mismo las profundas dificultades del problema, el ministro Martín Guzmán informó el pasado domingo que “el acuerdo no está cerrado, a quien deberían apurar es al FMI para que acepte bajar los sobrecargos y acepte nuestro programa económico”. Este miércoles eso mismo fue ratificado por el presidente en el acto de homenaje a Néstor Kirchner. En la misma alocución, el funcionario de economía había pedido también que el poder económico local acompañe la negociación. Se trató de un llamado a esa clase empresaria que no solo despide y precariza, sino que, como se conoció esta semana, 9 de sus 10 familias más ricas están involucradas en el escándalo de los Pandora Papers. Poco espíritu "nacional" se encontrará por ese lado al parecer.
Quien no se sintió muy “apurado” por estas declaraciones de Guzmán fue el futuro embajador de Estados Unidos en Argentina, Marc Stanley, que respondió este martes diciendo que “la deuda con el FMI, 45 mil millones de dólares, es enorme. El problema, sin embargo, es que es responsabilidad de los líderes argentinos elaborar un plan macro para devolverla, y aún no lo han hecho”.
Señalemos al pasar, sin embargo, que en lo que coinciden ambas partes es en el hecho de que la deuda ilegal que dejó Mauricio Macri no está en cuestión. Solo se trata de discutir cuánto ajuste (más) harán en Argentina para que se pague.
De todos modos, y por si el carácter de coloniaje de sus declaraciones no habían quedado claras, Stanley también agregó que no solo pedía un duro ajuste económico sino que también resaltó que “Argentina aún no se ha unido a Estados Unidos y otros países para presionar por reformas significativas en países como Venezuela, Cuba y Nicaragua”. Con su habitual doble vara, no parecieron preocuparle sin embargo problemas democráticos de otros países de la región, como el Brasil de Jair Bolsonaro.
Una más: el futuro embajador también reclamó que “debido a las barreras regulatorias”, algunas empresas estadounidenses se están yendo de Argentina.
Un apunte antes de seguir: en la Argentina vertiginosa, hasta hace no tanto tiempo algunos hablaban de que el FMI había cambiado respecto a ese organismo que, merecidamente, tenía tan mala reputación en el pasado. Pero si miramos el asunto desde las declaraciones de los funcionarios de EEUU (que es el principal accionista del Fondo), pareciera que estamos ante la misma injerencia imperialista de siempre, con sus recetas de siempre. Los episodios críticos que hicieron temblar en su cargo a su titular, Kristalina Giorgieva, pueden traer novedades de coyuntura, pero nada cambia de Fondo. Una cuestión, igualmente, hoy es distinta: el peso de la deuda es aún mayor y cualquier expectativa de una salida "negociando duro", no es mas que una ilusión.
La crisis de la sábana corta
Las fricciones (habituales) de la negociación con el FMI se inscriben sin embargo dentro de un marco más amplio, que hemos denominado en otra ocasión la crisis de la sábana corta del Gobierno del Frente de Todos. Los giros discursivos del oficialismo, así como las idas y venidas de sus disputas internas, se explican también, en parte, por esta contradicción sin solución posible.
Como un temporizador que avanza en su tiempo de descuento, el devenir del desarrollo político se va acercando a los choques más fuertes que el Frente de Izquierda pronosticó desde un comienzo: aquellos suscitados por el hecho de que es imposible cumplir a la vez con el FMI y con aquellas viejas promesas de campaña que el peronismo realizó en las elecciones de 2019.
Si desde el punto de vista estrictamente político el resultado de las PASO fue elocuente en este sentido, por estos días vemos profundizarse el problema también desde otro ángulo. No solo se trata de la áspera negociación con el FMI, sino también de las disputas entre el Gobierno y sectores empresariales por el congelamiento de precios dispuesto desde el Poder Ejecutivo.
A esa tibia, insuficiente e ineficaz medida tomada de apuro tras la derrota electoral, le correspondió una dura respuesta de las cámaras empresariales, tanto argentinas como de la Amcham (que representa a poderosas multinacionales estadounidenses en el país). No es de extrañar: por qué el poder económico concentrado habría de aceptar límites a sus enormes ganancias, por parte de un Gobierno que no solo está debilitado, sino que también demostró desde Vicentin en adelante que ladra pero no muerde a los poderosos. Sus balas solo son para los explotados, como recuerda por estos días el aniversario del desalojo de las familias de Guernica, con Sergio Berni al frente.
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De momento, el Gobierno apenas si intenta capear la crisis y, con un discurso y ubicación más confrontativo respecto del FMI y los monopolios formadores de precios, ver si recupera terreno electoral de cara al 14 de noviembre. Los límites de esta operación están dados por lo limitado y tardío de las medidas, cuando ya la inflación deterioró de forma considerable los ingresos populares. El veredicto final lo darán de todas formas las urnas, que serán determinantes para terminar de analizar los contornos del próximo período.
Sin embargo, los problemas más profundos sobrevendrán después del 14 de noviembre. En un sentido, quien advirtió con claridad desde las clases dominantes las profundas dificultades que se ven en el horizonte, signado por presiones devaluatorias y el peso de la deuda, fue la propia Cristina Kirchner, en ocasión de la celebración del 17 de octubre. Ese día no solo pidió clásicamente por una alianza entre el capital y el trabajo, sino que también le advirtió a algunos sectores de las clases dominantes que no debían festejar ingenuamente el resultado electoral, dado que “un tercio del electorado hizo uso de otras opciones electorales y no fueron las del centro, contra todo lo que recomiendan analistas, cientistas y otras yerbas en nuestro país. No, se fueron a los extremos. O votaron a los que quieren quemar el Banco Central, porque es el que produce la inflación, o a los que siguen sosteniendo que hay que expropiar todo a todos”.
En esta descripción (caricaturesca) de las tendencias a la polarización política y social, la vicepresidenta anticipó la gravedad de la situación y los peligros que puede sufrir la “gobernabilidad”, es decir, la posible emergencia de una mayor lucha de clases. No en vano, dejan trascender que tras el 14 de noviembre desde el oficialismo convocarán, sobre todo a Juntos por el Cambio, a un pacto nacional, de incierta realización pero sintomático respecto de las preocupaciones gubernamentales.
En el centro del pensamiento oficial está cómo gobernar otros dos largos años signados por el ajuste. Los nombramientos de Juan Manzur o Aníbal Fernández son ilustrativos del "peronismo del orden" que se prepara para momentos, quizás, más complejos aún de los que ya vivimos. Gobernadores, intententes, fuerzas represivas y burocracia sindical se alistan desde ahora para reaccionar contra el posible aumento del conflicto social que traiga aparejado el desarrollo de la crisis. Muy lejos de la realidad quedaron las promesas naif sobre “la vida que queremos”, aunque aún el consultor catalán que orienta la campaña del Frente de Todos le sigue buscando la vuelta con un mensaje positivo de ribetes duranbarbistas.
Por su parte, desde las derechas de Juntos por el Cambio y los que se identifican con José Luis Espert o Javier Milei, está en duda que acepten el convite a un acuerdo nacional, ya que piensan las elecciones de noviembre como un medio para mejorar la relación de fuerzas en el Congreso y las legislaturas, pero también, y sobre todo, como un trampolín hacia 2023, camino en el cual tienen que resolver quién prevalece como candidato de derecha con más chances para llegar a la presidencia.
De cara a estas perspectivas complejas, y a las fuertes presiones imperialistas para cerrar con el FMI, no hay lugar para medias tintas en una situación que ya hoy es muy grave: mientras la derecha pide profundizar el ajuste y medidas como la reforma laboral, y desde el Gobierno dejan pasar (e impulsan) ataques mientras a la par ponen algunos parches, lo cierto es que, como plantea el Frente de Izquierda y se desprende de todas las lecciones de la historia, solo puede haber una salida afectando los intereses de los más poderosos para reorganizar la sociedad no en función de los intereses de unos pocos, sino de resolver las necesidades de las grandes mayorías.
En ese camino, en lo inmediato se impone luchar por imponerle a las centrales sindicales que salgan de su pasividad cómplice e impulsen asambleas para discutir un plan de lucha por un aumento de emergencia del 20 % para salarios, jubilaciones y planes sociales con indexación automática según la inflación y control popular de precios, y contra los despidos y la precarización, dentro de un camino de fondo por medidas como el desconocimiento soberano de la deuda, rompiendo con el FMI y nacionalizando la banca y el comercio exterior, como algunas de las medidas elementales de autodefensa nacional que se inscriben como algunos de los puntos fundamentales, que solo se podrán imponer mediante la lucha de clases, al igual que el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados.
Las voces de Nicolás del Caño y Myriam Bregman se hicieron fuertes en este sentido en los debates televisivos de las últimas semanas, llevando estos planteos hacia millones y desnudando a los candidatos del ajuste y la mano dura. En Jujuy, lo expresa la gran popularidad de Alejandro Vilca, al igual que otros candidatos y candidatas de otras provincias.
La gran campaña que viene realizando el Frente de Izquierda en todo el país, y el apoyo a todas las luchas como son por estos días las de Latam o Guernica, solo se puede comprender desde esta perspectiva: levantar una fuerte tribuna para llegar a millones con estas ideas, movilizarnos miles por esta perspectiva y conquistar nuevos diputados y diputadas, para llegar más fuertes para, esta vez, dar vuelta la historia.
Fernando Scolnik
Nacido en Buenos Aires allá por agosto de 1981. Sociólogo - UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001.