Mientras en la escuela vemos resignación y sometimiento de los jóvenes, la realidad chilena nos muestra el potencial de la juventud sin miedo. Una reflexión
Viernes 8 de noviembre de 2019 10:50
Vuelvo a mi casa extenuada, cansada por una multitud de hechos amontonados que sobrecargan el cuerpo, sucesos pesados, tediosos, experiencias que aún no logro digerir.
Un joven se me asoma en el pasillo de la escuela simulando tomar un vaso de vodka pero que en realidad es enjuague bucal, luego se sienta entre un rincón de sillas y camuflado entre compañeros, bajando la visera para que nadie vea su mirada, queda ahí por minutos largos. Vuelve a tocar el timbre del recreo y sobresaltado empieza a caminar por encima de los bancos, pisando mis cosas y las de sus compañeros. Llaman a su casa y nadie contesta.
En el mismo curso, Pepa de 14 años, que hace unas semanas se asomaba su pancita de embarazo de 4 meses y hablaba de irse a vivir con su novio de 20, hoy ya no la tiene más. Volvió a ser niña. Y se peleó con el novio.
Voy a la otra escuela, me esperan afuera los niños, como siempre. Esta vez, ni bien me ven dicen “tenemos que hablar con vos”. Parece que Susi hizo de celestina entre dos compañeros de su clase, pero a la madre de la niña enamorada no le gustó la idea, le prohibió que vea a ese chico y se enojó con Susi. Minutos antes que yo llegue, esta madre, había increpado a Susi y le dijo que iba a hablar con su padre y le advirtió que si esa historia continuaba iba a matar al chico. “Profe, si mi papa se entera me va a pegar, a mi hermano siempre le pega con un palo”.
La madre de la niña esta atemorizada, porque a su hija la abusaron.
Trato de relajar. Prendo la compu y veo imágenes que llegan de Chile. La juventud tomó las calles. Jóvenes secundarios saltan los molinetes del subte como rechazo a la suba del precio de los boletos, pero no son los precios, son las décadas de opresión.
Chile era el ejemplo latinoamericano más nombrado entre los economistas que propugnaban por una “estabilidad” económica. Pero estaba basada en el silencio forzoso de los que hacen girar la rueda. Piñera ganó las elecciones, pero con un 54% de abstención. ¿Otra interpretación del silencio?
Ahora hay gritos, en cada rincón del país se oyen chillidos, voces, alaridos, clamores, aullidos, ladridos y cánticos. A las 2 de la mañana, provocando al toque de queda, desde un balcón se escucha una hermosa voz de mujer interpretando a Víctor Jara, que a esta altura, ya es himno. Lo fue en otra época y ahora lo vuelve a ser, retomando un hilo de continuidad con los 70.
Recorre las redes un video de niños de jardín de infantes que gritan “Piñera entiende, Chile no se vende” y de un grupo de secundarios ayudando a los de otro colegio derribar la puerta de salida para que los acompañen a la marcha.
Una abuela que golpea con una caña un tanque militar y una chica que baila con su vestido de novia en la marcha del millón.
Estatuas que se desmonumentalizan, haciendo honor a “la historia la escriben los que ganan”. Surge el arte callejero de múltiples maneras y el arte como expresión de la voz popular y de clase obrera. La relación artista, obra, público se reinventa. La belleza está en las calles.
Ellos nos quieren callados, frustrados, rotitos en nuestra pelea cotidiana. Pero surge Chile, al otro lado de la cordillera, trayendo un montón de ideas. Aire para ventilar y para no caer en el silencio forzoso y resignado.
Por fin comprendo, emocionándome con las imágenes que veo en la pantalla que “los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”.