La película dirigida por Claudio Remedi y realizada por el Grupo de Boedo filme estrena el jueves 23 a las 20 hs. en el Cine Gaumont (CABA). Retrata vidas de clase trabajadora y en particular la vivencia de dos niños cuya amistad los lleva a descubrir un tesoro.
Jueves 23 de junio de 2016 03:04
Viniendo del cine documental ¿qué los motivó a hacer ficción? y a su vez ¿cómo la experiencia documental apareció en el rodaje de ficción?
Soy documentalista, docente y defensor del cine documental. Admiro la capacidad que tiene el cine de representar creativamente al mundo real, de dar cuenta de esos momentos auténticos, expresados ya sea a través de los pequeños gestos o a través de las grandes manifestaciones sociales y sus conflictos. Ahí es donde el cine -parafraseando a Arlt- es un mazazo a la mandíbula, ya no es un relato basado en hechos reales sino mas bien es vestidura que el lenguaje audiovisual da al mundo histórico. Pero cuando hacés documental también cargás con la mochila de un cine que te gusta, que disfrutás verlo. Mucho de ese cine es concretamente ficción y allí resuenan autores que consciente o inconscientemente te inspiran y te señalan un camino a experimentar. Buñuel, Kaurismäki, Herzog, Agresti, Birri, Gleyzer... te motivan a tomar algún día las riendas de la puesta en escena, de la dirección de actores, del guión preestablecido. Se conjuga esto con algunos anhelos de la infancia, algunas experiencias vitales. La ficción posibilitó entonces crear los condimentos para desarrollar en el film la posibilidad de representar los sueños o destacar la magia en un contexto realista. Hubo películas que a lo largo de mi vida me marcaron, de muchos géneros, de distintos autores o nacionalidades. Elegí una historia protagonizada por dos chicos porque La havre, Los cuatrocientos golpes o Melody dejaron huella en mi retina. Por otra parte surge la reflexión de que vivimos en un mundo en el cual el cine infantil está encuadrado y naturalizado en las fronteras de lo que podríamos llamar la ilusión del estado de bienestar: cuando ese cine protagonizado por chicos se desarrolla por fuera de un territorio seguro cambia de género para cierto ámbito de la crítica y troca al drama... O en contrapartida se naturaliza una visión más posmoderna, donde la autonomía de los personajes infantiles convive con una ausencia de solidaridad o responsabilidad social en un mundo donde los adultos son inseguros, débiles de voluntad, incapaces de comprender al otro. A esos tópicos responde La ilusión de Noemí, creando otra ubicación espacial -Berisso, con esa geografía obrera- y otro tipo de personajes.
Planteas que el film retrata la vida de la clase trabajadora ¿por qué tomaste esa decisión y qué quisiste mostrar de esa vida?
Quizá sería muy ambicioso decir que aquí se retrata la vida de la clase trabajadora. Para sacarle presión a esta caracterización de la película digamos que el personaje que encarna Sergio Boris es trabajador del astillero, tiene cierta actividad sindical de base que lo lleva .-por ejemplo- a generar un cine debate con documentales de fábricas ocupadas. O el personaje que encarna Licia Tizziani que busca trabajo en una clínica y soporta y pelea contra la humillación porque tiene un sueño que cumplir. En síntesis, los personajes se constituyen dentro del espectro de la clase trabajadora, sector que como todos sabemos pero pocas veces se reconoce, mueve productivamente al país, aquí y en cualquier lado. Al haber vivido de ese lado del mapa social, me es cercana esa realidad y me motiva construirla como relato.
En este mundo de la clase obrera, vemos la amistad y la solidaridad, pero la mayor amenaza existente en la película está dada por el oscurantismo religioso ¿por qué?
La amistad está presente como fuerza que te permite derribar barreras, cambiar tu vida, la realidad circundante. Es reconocerse con el otro y tomar conciencia de que de a muchos existe otra fortaleza. La tía abuela de Noemí va tomando progresivamente importancia en el conflicto que plantea el relato. Encarna el deber ser, el cómo comportarse, cómo se debe educar a una niña... Pero la tía abuela sufre de una obsesión mística, por momentos con ciertos tintes grotescos, que por último la condenan a la soledad.
En este retrato de la vida obrera ¿por qué elegiste una historia de niños?
Quizás se podría dar vuelta la pregunta. ¿Por qué en esta historia de chicos se retrata la vida obrera? Creo que hay una línea narrativa que se va imponiendo en el relato que es la de los chicos, con sus problemas particulares, sus sueños, sus válvulas de escape, sus descubrimientos. Que estén en un contexto industrial y con esa clase de entorno familiar hace un poco de justicia a la invisibilización -salvo honrosas excepciones- que hace el cine de este género de la clase obrera.
Porqué la tecnología está fuera de este retrato de la niñez ambientado en la actualidad ¿hay una mirada nostálgica?
Por un lado puede ser nostálgica si se piensa en la vida cotidiana de los chicos en las grandes urbes. Creo que hay pueblos o pequeñas ciudades en nuestro país que todavía el territorio público está ocupado por los chicos y el ocupar la calle hace que los dispositivos tecnológicos pasen a segundo plano, que los juegos sean otros. Es claro que también hay una gran porción de chicos que no acceden a tablets, play o smartphones por cuestione económicas. A la vez hay nostalgia en relación a que los de mi generación que se criaron de forma bien diferente a como crecen los niños hoy día. De estos dos ejes surge la construcción de esos personajes.
Desde lo el formal film se juega por un ritmo marcado por espacios largos, situaciones no invadidas por los diálogos, que empujan a adivinar pensamientos a partir de gestos o acciones ¿por qué se tomó esa decisión? ¿cuáles fueron tus referencias si las hubo?
Si tomamos una referencia extrema podríamos recordar al cine de Paul Leduc -Frida, naturaleza viva, Barroco- un cine marcado por la acción, los movimientos en el espacio, las miradas, los pequeños gestos. Me interesa la fuerza visual de la acción, la construcción de una banda sonora que narre más allá de los diálogos...
Critica: La ilusión de Noemí, imágenes y silencios