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Red Internacional
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SECCIÓN ESPECIAL 2001. Ezequiel Adamovsky: “El papel de las masas no encuadradas fue el rasgo dominante”

Sábado 20 de diciembre de 2014

Foto: Wikipedia

Es Doctor en Historia por University College London (UCL) y Licenciado en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Investigador Independiente del CONICET. Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y autor de varios libros.

Pasados 13 años del 19 y 20 de diciembre y la caída de De la Rúa, ¿cuál es su evaluación de los acontecimientos en cuanto al rol de las masas, los partidos y
los sindicatos?

  •  Lo del 19 y 20 hay que entenderlo como parte de una trama de acontecimientos. La secuencia comenzó el día 12, con protestas de piqueteros, estatales, taxistas, comerciantes y estudiantes en todo el país que ya exigían la renuncia de Cavallo (y algunos de De la Rúa). Al día siguiente las dos facciones de la CGT y la CTA decretaron un paro general contra el corralito y hubo marchas con enfrentamientos en varias ciudades. Desde el 14 se sumaron los saqueos, que son también una forma de acción colectiva. Así se llega al 19 con la salida espontánea de cientos de miles de personas de toda condición en Capital y otros puntos del país, ante el anuncio de estado de sitio. Y el 20 continuó con combates en Plaza de Mayo y fuertes manifestaciones en otros puntos del país, protagonizados tanto por trabajadores y desocupados, como por pequeños productores, estudiantes, docentes, organizaciones de derechos humanos y comerciantes. A diferencia del 19, el día 20 sí hubo algunos partidos y sindicatos presentes e identificados como tales. Esta combinación de formas de acción y de actores múltiples fue una marca de todo el 2002.

    Visto en su conjunto, el papel de las masas no encuadradas en las calles fue el rasgo dominante. Las organizaciones de desocupados y algunos sindicatos del sector público tuvieron un papel visible antes, pero no tanto el 19 y 20. Los partidos políticos no desempeñaron un papel de importancia en la lucha de esos días; no fueron los que la convocaron ni tuvieron una actuación decisiva en los combates callejeros. Creo que las masas desbordaron a todas las organizaciones y estuvieron política y organizativamente por delante de ellas.

    ¿Era correcta la consigna "¡Que se vayan todos!"? ¿Cuál fue el resultado y porqué?

  •  No estoy de acuerdo con la pregunta, porque supone que existe alguna verdad política exterior a las luchas sociales y que éstas deben adecuarse a ella. Las consignas, cuando encarnan masivamente, no son “correctas” ni “incorrectas”: reflejan el horizonte político que las masas han sabido construir. Si no sabe conectar con ese horizonte, ninguna consigna, por más inteligente que parezca, es “correcta”.

    Creo que no hay que interpretar el "Que se vayan todos" en sentido literal, como una manifestación de antipolítica, sino todo lo contrario. La multitud que la cantaba exigía la dimisión de los gobernantes de cualquier signo, pero su propia presencia en las calles, buscando e inventando otros canales de participación y organización, la dotaba de un sentido de apertura. Apuntaba a alguna nueva política (aunque por entonces nadie sabía bien qué sería eso). Fue una consigna vaga, pero que trazaba una línea clara respecto del pasado: lo que sea que venga no puede ser más de lo mismo.

    ¿Qué se conquistó y qué tareas quedaron inconclusas?

  •  Aunque hoy está de moda minimizarlo, 2001 marcó muy poderosamente la evolución política del país y creo que lo seguirá haciendo. Cierto: lo que vino no fue ni remotamente tan novedoso o diferente como lo que esperábamos quienes veníamos de un activismo de izquierda. Pero eso no debe conducir a invisibilizar los efectos de esas luchas. La razón fundamental por la que la economía argentina comenzó una temprana recuperación se relaciona con la rebelión. Fue ella la que puso fin al ajuste eterno y forzó al Estado a un aumento sin precedentes en el gasto social, una de las primeras medidas del interinato de Duhalde. Las bases fiscales que lo permitieron también fueron posibles gracias a la movilización, que impuso una moratoria de la deuda externa y la reinstauración de las retenciones a las exportaciones. Ninguna de estas medidas estaba en el horizonte de lo posible antes de 2001 (en todo caso, no las proponían ninguna de las fuerzas políticas principales). En términos bien concretos, la recuperación deriva de la porción mayor del excedente económico que quedó en suelo argentino y se redistribuyó. Nada de eso habría sido posible si la rebelión de 2001 no bloqueaba la salida “espontánea” a la que se encaminaba el sistema: la profundización de las medidas antipopulares vía shock devaluatorio.

    Además, la rebelión y la crisis de legitimidad que la enmarcó produjeron una profunda desorganización en el sistema de partidos. En estos años hemos visto la irrupción de fuerzas de primer orden como el ARI o Proyecto Sur, que hoy se encuentran en desaparición; recorridos sinuosos en la UCR, que sigue sin encontrar un rumbo; auges y caídas vertiginosas de líderes políticos; búsquedas de la derecha neoliberal tradicional de canales y discursos que le permitan un regreso. En 2001 el peronismo se debatía entre la orientación neoliberal que le imprimiera Menem, y la neoconservadora que ofrecía Duhalde. Nada permitía sospechar que hubiese espacio para el giro que propondría Néstor Kirchner poco después, cuando asoció el legado histórico del peronismo con consignas “progresistas” a las que esa tradición había sido ajena. La llegada más bien fortuita de Kirchner al poder en 2003 es impensable sin el vacío político que fabricó el 2001. Y es un hecho que en su campaña y en sus primeras medidas de gobierno ganó apoyo y legitimidad retomando algunas de las consignas de quienes entonces habían salido a las calles. Nada en la evolución del peronismo desde la última dictadura militar apuntaba en este sentido. Y nada asegura que el kirchnerismo se estabilice en el punto de “centroizquierda” del arco político que hoy pretende. En fin, sigue sin sedimentarse un sistema de partidos más o menos predecible, algo que el régimen del capital necesita imperiosamente. Y más importante: si el kirchnerismo desempolvó los símbolos y la retórica setentistas, si el propio Macri se dice “progresista” y se abstiene de proponer abiertamente un programa neoliberal, si los radicales hacen esfuerzos denodados para seguir pretendiendo que son un partido “popular”, si incluso Carrió vocifera que a ella “nadie la corre por izquierda”, es porque sigue teniendo efectos presentes una experiencia y una cultura política populares, que vienen del momento 2001, que traccionan a todo el arco político hacia la izquierda (o al menos, hacen dificultosa la obtención del voto con programas abiertamente de derecha).

    Dicho en otras palabras: el 2001 no cumplió todas sus promesas. Pero las que sí cumplió no fueron pocas, dado el bajo nivel de organización política por izquierda que existía por entonces. El momento 2001, de hecho, abrió una ventana de oportunidades para las izquierdas que todavía no ha sido aprovechada. Aprovecharlas y avanzar por el camino de las promesas incumplidas requerirá seguramente cambios muy profundos en las izquierdas, acompañados de niveles de organización y de contacto con las mayorías mucho mayores que los actuales.