Ernö Gerö tiene la singularidad de haber sido contrarrevolucionario en dos revoluciones, en la española y en la húngara.
Martes 25 de octubre de 2016
El ministro de industria ligera Béla Szalai y el "alto oficial del partido" Erno Gerö en la procesión de los trabajadores el 1 de mayo de 1955 en Budapest. Foto: Fortepan
El 17 de julio de 1936 comenzaba en el Estado español un golpe de estado que se transformará en Guerra Civil (1936-39). El gobierno republicano que estaba al frente del Estado como producto de la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, pedirá armas a la Francia de Léon Blum para enfrentar la agresión de reaccionarios y fascistas, comandados por un grupo de generales entre los que figuraba Francisco Franco que, en poco tiempo, se convertirá en el jefe del denominado Movimiento Nacional.
Ante la petición del gobierno republicano español presidido por José Giral el gobierno “hermano” de Léon Blum –“hermano” porque ambos gobiernos estaban en el poder gracias a las victorias electorales obtenidas por sus respectivos Frentes Populares- terminará lanzando el Comité de No Intervención. Este Comité será, en la práctica, una estructura política que impedirá que el gobierno republicano español compre armas en los países “democráticos” de su entorno, Francia, Inglaterra y Checoslovaquia, mientras que los generales golpistas recibían ayuda directa de la Alemania nazi y de la Italia fascista.
Es en esta situación de omisión de auxilio a la República por parte de los gobiernos “democráticos” de Su Majestad británica y del frentepopulista francés cuando la Unión Soviética de Stalin pasará a jugar un papel político de primer orden en la Guerra Civil española. Si bien en un primer momento Stalin también había firmado el pacto del Comité de No Intervención se verá obligado a ayudar a la II República porque de otra manera quedaría desacreditado políticamente a los ojos del movimiento obrero internacional -que él utilizaba como una baza política en sus relaciones con Inglaterra y Francia- y para quien en aquel momento era un referente ya que decía ser el continuador de la Revolución de octubre y la inmensa mayoría del movimiento obrero lo estimaba así porque no tenía conocimiento de las aberraciones y de los crímenes del stalinismo en la URSS.
Stalin ante la no posibilidad de quedarse con los brazos cruzados vendió armas a la República pero con condiciones: a precio de oro –el gobierno republicano tenía un buen stock de oro y divisas- y mandando “asesores” militares, que en realidad fue el camino para introducir a cuadros políticos stalinistas y a su policía política (NKVD). Así, además de un buen negocio, la venta de armas le posibilitaba controlar a través de sus agentes la revolución social que había estallado ya que la clase trabajadora española allí donde derrotó con las armas en la mano a las tropas golpistas empezó a crear sus propias milicias y comités y a ocupar tierras y fábricas para colectivizarlas.
Es en esta nueva coyuntura política creada por la omisión de ayuda a la República de los gobiernos de los países “democráticos” encabezados por Francia y Gran Bretaña, por el miedo que tenían sus gobiernos a la revolución social, y la ayuda no solidaria de la URSS de Stalin, que también tenía pánico a la revolución social, donde el Partido Comunista de España (PCE) y el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) van a jugar un papel político de primer orden.
El PCE nunca había tenido influencia de masas entre la clase trabajadora española porque esta estaba encuadrada mayoritariamente en el movimiento socialista y en el movimiento anarcosindicalista, y el PSUC era de reciente creación ya que se había formado en julio de 1936. No obstante, el papel del PCE y del PSUC no hará más que crecer a raíz de julio de 1936 gracias a que serán los intermediarios políticos directos de la política de Stalin para con la revolución española. Ahora bien, para que esta política se pudiera implementar de forma acorde a los deseos del propio Stalin vinieron los agentes políticos, los concretadores de la línea política del stalinismo en el seno de la revolución española.
Entre los agentes políticos que envío el stalinismo figuraba Ernst Moritsovitx Gere. Si otros agentes políticos se habían hecho cargo del PCE, primero Vittorio Codovila (alias Luis o Medina), y después Stoian Mínev (alias Stepánov, alias Moreno) y Palmiro Togliatti (alias Alfredo o Ercoli), Ernst Moritsovitx Gere se hará cargo del PSUC desde finales de agosto de 1936. Si bien el alias con el que es más conocido en la historiografía es el de Ernö Gerö, también utilizó el de Ernest Singer. No obstante, en la revolución española será conocido fundamentalmente con el alias de “Pedro” (1). El papel político de estos agentes está documentado por propios coetáneos, militantes stalinistas entonces, como fue el caso de Fernando Claudín, que después de su salida del PCE llegará a ser director de la Fundación Pablo Iglesias. Este testigo señala la composición general de “los cenáculos donde se decidían las cuestiones importantes, en los que intervenían los delegados de la IC (Togliatti, Stepanov, Gerö, Codovila), los altos representantes soviético (diplomáticos, militares, responsables de los servicios secretos) y los dirigentes más caracterizados del PCE (José Díaz, Pasionaria, Pedro Checa, Jesús Hernández, Vicente Uribe y Antonio Mije)” (2).
El PSUC tenía su propio secretario general oficial, Joan Comorera. No obstante, será “Pedro” el transmisor directo de las directrices de Moscú lo que hace que en la práctica sea el director político del PSUC, su jefe puertas para adentro.
La directriz general del stalinismo en la revolución española era que su revolución social no podía pasar de ser una “revolución democrático-burguesa nacional” (3), así formulado por el máximo teórico stalinista en la revolución española, Palmiro Togliatti. Esta posición estratégica será divulgada públicamente por el secretario general del PCE, José Díaz, y por el secretario general del PSUC, Joan Comorera.
El papel político de “Pedro” se volvió de una importancia política capital porque Cataluña era el centro de la revolución social y su capital, Barcelona, el epicentro, esto es, la capital de la revolución social española en los hechos. En Cataluña en general y en Barcelona en particular, el movimiento anarcosindicalista era el dominante. En él se encontraba la vanguardia social, es decir, la fracción de la clase trabajadora con más decisión de combate que tenía el proletariado español. Vanguardia social que no política porque el anarcosindicalismo no disponía de una teoría revolucionaria de la conquista del poder para la clase trabajadora, hecho que permitió la consolidación del stalinismo en el seno de la revolución española, concretada en Cataluña a través del PSUC dirigido públicamente por Joan Comorera e interiormente por “Pedro”.
El movimiento anarcosindicalista en Cataluña estaba conformado por la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), la Federación Anarquista Ibérica (FAI), Mujeres Libres (la primera organización revolucionaria de las mujeres trabajadoras en el Estado español) y por la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL). No obstante, será la CNT-FAI la cabeza de todo el movimiento libertario. La CNT como la gran organización de masas y la FAI como una especie de partido-guía. La cuestión era que la CNT aglutinaba a una de las dos grandes fracciones de masas de la clase trabajadora, se ha llegado a dar la cifra de 1.500.000 afiliados -que aunque no fueran de carnet se puede estimar que su influencia social aún era mayor después de 1936 porque había sido la gran vencedora de los golpistas en Cataluña-, mientras que la FAI era más mito que realidad. En Cataluña se concentraba también la mayor parte del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), que tenía mucha fuerza en Lleida y que en los hechos actuará subordinada a la política de la CNT-FAI.
Independientemente de la incapacidad política de la dirección de la CNT, la clase trabajadora encuadrada en el movimiento anarcosindicalista fue la vanguardia social ya que sólo finalizar la lucha en la calle con los golpistas empezó a colectivizar empresas y tierras. Era a esta dinámica revolucionaria a la que se enfrentaba el stalinismo en Cataluña, y aquí estaba liderado por “Pedro”.
De personajes que conscientemente se sitúan en la sombra política, como fue el caso de todos los agentes stalinistas en la revolución española, y “Pedro” no fue una excepción, es más difícil obtener datos directos. No obstante, los indirectos ayudan a sacar a este personaje de la sombra, al menos traerlo hasta la penumbra. Enrique Castro Delgado, un stalinista convicto y confeso antes y durante la Guerra Civil española y después un fervoroso renegado, hará una caracterización de dos de los agentes políticos más importantes del stalinismo, “el camarada Pedro” y “el camarada Codovila”: “Uno era húngaro; el otro argentino de origen italiano. El primero sombrío y alto, de pelo enmarañado y canoso y ojos saltones, de ademanes suaves y hablar lento; el otro, apasionado, hablador, alto y gordinflón y de un resollar sin tregua. Pero, los dos incansables, metódicos, implacables, maestros del soborno y de la puñalada por la espalda” (4).
Otro stalinista, después eurocomunista, Santiago Carrillo, dirá de él: “al principio de la guerra conocí a otro de los delegados de la IC (Internacional Comunista), Geroe el Húngaro. Trabajaba directamente con el PSUC. Era una persona muy distinta a Codovilla, se hacía notar lo menos posible. En sus relaciones conmigo le vi como un hombre de gran bondad y comprensión, paciente, nada autoritario, sin ningún ánimo de pronunciar siempre la última palabra. Así volví a verle en Moscú, en los meses que trabajé allí, durante la primera mitad del año 40. Por eso me extrañaron las descripciones de su papel en Hungría, en la época de Rakosi (…). Geroe me pareció también un hombre muy culto, un trabajador incansable y modesto que daba la impresión de no dormir nunca, lo que se reflejaba en sus ojos enfermos” (5).
La importancia política de “Pedro” en la estructura de los agentes políticos stalinistas en el Estado español lo muestra, por ejemplo, una de las cartas políticas que Georgi Dimitrov, el cuadro más importante de la III Internacional, ya stalinizada, le remite el 11 de septiembre de 1937 a Kliment Voroshilov –este pasaba la información directamente a Stalin- donde figura “un informe del camarada Pedro, consejero político en Cataluña” (6). Pero “el camarada Pedro” hacía ya largo tiempo que mandaba en el PSUC, con tanta autoridad como había demostrado cuando estuvo instalado en Madrid sustituyendo a Vittorio Codovila mientras este iba camino de Moscú. Esto está documentado en una carta del 14 de octubre de 1936 que André Marty, el jefe de las Brigadas Internacionales, envía a la “Casa” (Moscú). En ella hará una crítica tanto al verdadero jefe del PCE, Vittorio Codovila, que “ve al partido como si fuera de su propiedad” como al que le sustituye, ya “que el camarada Gerö le imita a una escala menor, pero en el mismo tono” razón por la cual “él era el único que recibía los informes de los secretarios generales y de distrito, etcétera, y les daba instrucciones” (7). Esto en el seno del Buró Político del PCE. Al poco “Pedro” irá a Barcelona a dirigir “el PSUC entre bastidores con extraordinaria energía, tacto y eficacia” (8).
Parece que no era con “tacto” la vigilancia que Ernö Gerö ejercía sobre el cónsul soviético en Barcelona Antonov-Ovseenko, de quien se decía “que temblaba delante de Geroe” (9) (Gerö). Esto nos indicaría que “Pedro” no sólo tuvo funciones políticas sino también directamente represivas, como anotamos más adelante.
Es razonablemente obvio pensar que todo el proceder estratégico del PSUC pasó por las manos de “Pedro” ya que este participaba en las reuniones del Buró Político del PCE donde los agentes stalinistas marcaban la línea política a seguir. Así, él debió estar detrás de la política del PSUC cuando este hacía la defensa de revolución democrático-burguesa, cuando atacaba a la CNT y al POUM, cuando se decidía el papel en los gobiernos frentepopulistas de la Generalitat, cuando se orquestó la provocación del asalto al edificio de la Telefónica que será la chispa de las Jornadas de Mayo y cuando se decidió el encarcelamiento y los asesinatos de militantes anarquistas, poumistas y trotskistas que vendrá a continuación.
Después de las Jornadas de Mayo (3-7, mayo, 1937) el PCE provocará la caída de Largo Caballero. El proceder de los dos ministros del PCE, Jesús Hernández y Vicente Uribe, en la reunión del consejo de ministros del 15 de mayo de 1937 presidida por Largo Caballero donde piden la persecución del POUM a lo que Largo Caballero se niega, lo que conlleva que los dos ministros del PCE se levanten y salgan de la reunión, está documentada, por ejemplo, en las memorias del ministro de Justicia, el anarquista García Oliver (10). Pero en una reunión anterior del Buró Político del PCE, en Valencia capital en marzo de 1937, ya se habría decidido la estrategia de llevar a Largo Caballero fuera de la presidencia del gobierno. Esta reunión, en la que participó “Pedro” y toda la cúpula de agentes políticos stalinistas: -Togliatti, Codovila, Stepanov, Marty, como jefe de las Brigadas Internacionales, y el secretario de la embajada soviética, Gaikis- está narrada por uno de los propios participantes, Jesús Hernández. El problema radica en la fiabilidad de la fuente por dos hechos, cuando escribe el libro ya ha abandonado el PCE y es un furibundo detractor de su política en la Guerra Civil española y, dos, escribe por extenso sobre un personaje que habría asistido a la reunión, Alexander Orlov, el jefe de la NVKD, cuya descripción no coincide con el aspecto físico real de aquel. Así, se duda si simplemente se equivocó de persona o si inventó la reunión. Lo que está fuera de toda duda por otras fuentes es que el PCE quería apartar a Largo Caballero por lo que lo dicho por Jesús Hernández en ese sentido es verosímil. En la reunión Palmiro Togliatti habría ordenado, con el formal “propongo”, “comenzar inmediatamente la campaña para “ablandar” la posición de Caballero. Deberemos comenzar con un gran mitin en Valencia donde el camarada Hernández hará el discurso. Será de un gran efecto político que un ministro del propio Caballero se alce contra el presidente (…). En cuanto al sucesor de Caballero –siguió diciendo Togliatti- es un problema práctico sobre el que invito a los camaradas a reflexionar. Creo que deberemos proceder a elegirlo por eliminación, ¿Prieto?... ¿Vayo?... ¿Negrín?.. .De los tres, Negrín puede ser el más indicado. No es anticomunista como Prieto, ni tonto como del Vayo” (11). “Pedro” no puso pegas. La conformidad de “Pedro” con esta estrategia de derribar a Caballero la documentaría también un miembro del Comité Central del PSUC, Miguel Serra Pàmies al que el propio “Pedro” le habría dicho que Negrín era el sucesor preferido de Largo Caballero (12). Palmiro Togliatti escribirá que “el segundo gobierno de Negrín fue sin duda el que más estrechamente colaboró con la dirección del Partido Comunista, y aceptó y puso en práctica más ampliamente y más rápidamente que ningún otro las propuestas del partido” (13). En fin, todo parece indicar que las Jornadas de Mayo fueron una excusa perfecta para remar en la dirección de librarse del incomodo Largo Caballero, que en una ocasión había echado a gritos de su despacho al embajador soviético, Marcel Rosenberg.
“Pedro” posiblemente será uno de los stalinistas que inventaron que las Jornadas de Mayo había sido un “putsch” de sectores del anarcosindicalismo (14) apoyado por los comunistas del POUM y no una provocación orquestada por los propios stalinistas. Tan pronto como el 9 de mayo –las Jornadas de Mayo habían concluido dos días antes, el 7- el propio secretario general del PCE, José Díaz, en un mitin en el cine Capitol de Valencia, acusará al POUM de ser “los inspiradores del putch criminal de Cataluña” (15), ya que todavía no se podía decir eso en público de los anarcosindicalistas porque aún conservaban fuerza social.
Después de más de una año de ocurridas las Jornadas de Mayo, todavía un informe político a la “Casa” del agente stalinista “Pedro”, fechado el 25 de noviembre de 1938, pondrá la excusa de que “los partidarios de Largo Caballero, trotskistas y elementos trotskizantes de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) han lanzado una fuerte ofensiva contra el Partido Comunista”. La evidencia histórica informa que sólo los “elementos trotskizantes” de la FAI –suponemos que se referirá a la Agrupación Los Amigos de Durruti- tenían vida política porque el sector caballerista del PSOE estaba desmantelado y su líder, Largo Caballero, totalmente reprimido de cualquier actividad pública, y el POUM fuera de la legalidad con su líder, Andreu Nin, asesinado, y sus otros dirigentes en la cárcel. En fin, este obstáculo ficticio sólo puede ser un ardid para justificar las propias debilidades del PCE/PSUC que a pesar de tener un dominio muy grande en la estructura del Ejército Popular y estar el gobierno proto-stalinista de Negrín supuestamente “consolidado en un grado significativo” después de la Batalla del Ebro “cabe esperar que la República española se vea sometida en el próximo futuro a una prueba muy seria, la más seria que ha tenido lugar desde el comienzo de la guerra por la independencia” (16) –que es como el stalinismo calificaba a la Guerra Civil española. La sencilla verdad era que después de derrotar los stalinistas y republicanos a la revolución social las victorias del ejército francofascista sobre el Ejército Popular fueron la norma. Claro, esta obviedad en la realidad de los hechos no la podía manifestar un cuadro stalinista porque la verdad no era lo que le interesaba a la “Casa”.
“Pedro” no sólo será el líder político en la sombra del stalinismo en Cataluña. También será un jefe directo de la NKVD en Barcelona. En julio de 1937, en la dinámica contrarrevolucionaria que trajeron las Jornadas de Mayo en Barcelona, se encargó del secuestro y del asesinato de Erwin Wolf (17), ex secretario de Trotski, que desde mayo de ese año estaba en Barcelona como corresponsal del periódico inglés Spanish News (18). No es segura su participación personal en el asesinato de Andreu Nin porque los documentos encontrados no son concluyentes en algunos de los nombres o alias porque el “Pierre” que aparece podría ser tanto Gerö como Eitingon (19) (este será pocos años después el organizador sobre el terreno del asesinato de Trotski).
Después de la Guerra Civil española, “Pedro” va a ir a la URSS. En Moscú residirá en el conocido Hotel Lux, en compañía de otros funcionarios internacionales del stalinismo, entre los que se encontraban el húngaro Mijaíl Farkas y el español Santiago Carrillo. Posteriormente, al término de la II Guerra Mundial, volverá a Hungría acompañando al ejército soviético. Anotemos que el hecho de que “Pedro” no fuera eliminado en las purgas stalinistas, que alcanzaron a gran parte de los cuadros políticos y asesores militares que habían estado en la Guerra Civil española, indica su importancia política para el stalinismo, de que era un cuadro suyo útil, es decir, un lacayo con sus superiores, un cínico redomado y un asesino inflexible. Estas cualidades volverá a demostrarlas en Hungría.
En Hungría, “Pedro”, ya Ernö Gerö, será un cuadro stalinista de primera línea del Partido de los Trabajadores Húngaros (PTH), el nombre del pecé de Hungría desde agosto de 1948, que fue cuando el Partido Comunista Húngaro y el Partido Socialdemócrata se fusionaron. Hará tándem con el líder stalinista húngaro Mátyás Rákosi, con el que pondrá en práctica en el gobierno frentepopulista húngaro “la táctica del salami” (20), que en esencia era ocupar los puestos de los aparatos represivos para terminar reprimiendo y eliminando a sus ilusos aliados.
En 1956, a raíz del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), cuando Nikita Jruschov lance un ataque contra Stalin haciéndole único responsable de las aberraciones y de los crímenes del stalinismo en la Unión Soviética y en las “democracias populares”, Gerö sustituirá al desgastado Rákosi en la secretaría general del PTH en julio de 1956 con la intención de parar la dinámica de protestas que se estaba gestando, una de cuyas demostraciones será el entierro multitudinario del comunista rehabilitado Lászlo Rajk el 6 de octubre.
El 23 de octubre de 1956 se produce una gran manifestación de estudiantes y obreros en Budapest. Los estudiantes la habían convocado para mostrar la solidaridad con las movilizaciones en Polonia a la vez que se pedían reformas en Hungría. Al principio las autoridades stalinistas la prohibieron pero ante la masiva asistencia tuvieron que ceder. Gerö va a tener un proceder tan típico de cuadro stalinista, tan marcado en su soberbia con los manifestantes, que en aquella dinámica social se convertirá en su entierro político porque a ojos de la nomenklatura moscovita dejará de ser útil. Venía de visitar la Yugoslavia de Tito y habló por la radio insultando a los miles y miles de manifestantes llamándoles cosas como “canallas” y “chovinistas” (21). Este barriobajero proceder calentó el clima social. Obreros y estudiantes, portando banderas húngaras con el escudo stalinista de la “República Popular” recortado, lanzaban consignas como “¡Abajo Gerö!”, “¡Queremos a Nagy!” (22), “¡Rákosi al Danubio, Imre Nagy al gobierno!”, “¡Rusos a casa!” (23). Una parte de los manifestantes se dirigieron a la radio desde donde había hablado Gerö exigiendo que se leyesen desde allí los dieciséis puntos programáticos del movimiento de masas (que se vayan las tropas soviéticas, elección por voto secreto de los dirigentes del partido, gobierno de Nagy, elección de una nueva Asamblea Nacional con voto directo y secreto, un salario digno para trabajadores e intelectuales, medios de comunicación libres, soberanía nacional…) y empiezan a derribar la monumental estatua de Stalin. Los “avos”, la odiada policía política (AVH), controlada por Gerö, dispara sobre la multitud. Los manifestantes van en busca de armas que consiguen en los cuarteles ya que los soldados húngaros no se lo impiden. Comenzaba la insurrección.
El 24 de octubre tanques soviéticos entran en Budapest al mismo tiempo que Imre Nagy asume el poder, un poder débil porque pedirá calma a los insurrectos y querrá llegar a un acuerdo con la alta burocracia soviética. Al día siguiente, el 25, tropas soviéticas recuperan la radio y hay grandes enfrentamientos ante el parlamento. Se producen linchamientos de “avos” en Budapest, muchos de ellos colgados por los tobillos. Era tanto el odio que habían generado que hubo gente que apagó la colilla de los cigarros en sus cadáveres y que les lanzó salivazos de desprecio. El ejército soviético se retira, la nomenklatura moscovita parece querer un acuerdo, pero Nikita Jruschov cambia de opinión y hace que las tropas soviéticas vuelvan a entrar en Hungría el 4 de noviembre de 1956 para restaurar el dominio de la casta burocrática soviética. Jánós Kádár, que había estado en el campo reformista, será el que comandará la contrarrevolución húngara. Gerö, que tenía la imagen demasiado manchada para los neo-stalinistas, terminará siendo expulsado del partido en 1957. Vivirá en la URSS hasta 1962.
Tanto en la revolución española como en la revolución húngara, “Pedro”, Ernö Gerö, fue un profesional de la contrarrevolución, un cuadro stalinista. Este es su carnet político.
NOTAS:
1. Antonio Liz. Revolución y Contrarrevolución. La II República y la Guerra civil española (1931-39). Huella Digital (2016), pp.202-205
2. Fernando Claudín. Santiago Carrillo. Crónica de un secretario general. Planeta (1983), p.56
3. Palmiro Togliatti. Escritos sobre la Guerra de España. Crítica (1980), p.53
4. Enrique Castro Delgado. Hombres made in Moscú. Luis de Caralt editor (1963), p.123
5. Santiago Carrillo. Memorias. Planeta (2008), p.322
6. Ronald Radosh, Mary R. Habeck y Grigory Sevostianov (eds.). España traicionada. Stalin y la guerra civil. Planeta (2002), p.454
7. Ronald Radosh, Mary R. Habeck y Grigory Sevostianov (eds.). España traicionada. Stalin y la guerra civil. Planeta (2002), p.75
8. Burnett Bolloten. La Guerra Civil española. Revolución y contrarrevolución. Alianza (1997), p.614
9. Pierre Broué y Émile Témine. La revolución y la guerra de España. Fondo de Cultura Económica (1977). Vol.2, p.71 nota 6
10. García Oliver. El eco de los pasos. Ruedo ibérico (1978), p.435
11. Jesús Hernández Tomás. Yo fui un ministro de Stalin. Epublibre (1953). PDF, p.53
12. Burnett Bolloten. La Guerra Civil española. Revolución y contrarrevolución. Alianza (1997), p.724
13. Palmiro Togliatti. Escritos sobre la guerra de España. Crítica (1980), p.229
14. Miquel Amorós. La revolución traicionada. La verdadera historia de Balius y Los Amigos de Durruti. Virus (2003), p.239
15. José Díaz. Tres años de lucha. Ebro (1970), pp. 431-432
16. Ronald Radosh, Mary R. Habeck y Grigory Sevostianov (eds.). España traicionada. Stalin y la guerra civil. Planeta (2002), pp.588-598
17. Jean –Jacques Marie. Trotski. Revolucionario sin fronteras. Fondo de Cultura Económica (2009), p.552
18. Katia Landau. Los verdugos de la revolución española (1937-1938). Sepha (2007), p.80
19. Pelai Pagés, Andreu Nin, una vida al servei de la classe obrera. Laertes (2009), p.310; Pelai Pagés. Andreu Nin, una vida al servicio de la clase obrera. Laertes (2010), p.387; Ángel Viñas, El escudo de la República. Crítica (2007), p.617
20. Fryer, Broué y B. Nagy. Hungría del 56. IPS-CEIP (2006), pp.51-52; Burnett Bolloten. La Guerra Civil española. Revolución y contrarrevolución. Alianza (1997), p.832-833
21. María Dolores Ferrero Blanco. La Revolución húngara de 1956. Universidad de Huelva (2002), p.114
22. María Dolores Ferrero Blanco. La Revolución húngara de 1956. Universidad de Huelva (2002), p.51
23. Fryer, Broué y B. Nagy. Hungría del 56. IPS-CEIP (2006), p.18