El recuerdo de un trabajador de la Zona Norte, militante del PTS, que compartió con Leo sus primeros años de militancia.
Domingo 15 de marzo de 2015 12:22
Maten al rehen 7 - YouTube
Es jueves 12 de marzo, llegaron las 6 de la tarde, ya es hora de salir de la fábrica.
Apurado, como escapándome de un castigo, bajo las escaleras del vestuario, salgo de la nave principal de la fábrica, tengo 200 metros para llegar al puesto de vigilancia que da a la calle. En ese momento me llegan muchos mensajes juntos (la interferencia de las maquinas hace que no tenga señal dentro de la fábrica) y la llamada de un compañero, habíamos arreglado para juntarnos a preparar el taller del Manifiesto Comunista que daríamos el viernes con obreros de su fabrica (Procter & Gamble), su voz sonaba rara, no estaba esperándome, estaba en el Hospital Castex, así me entere que Leo había muerto esa mañana. En ese momento no tome consciencia de la magnitud de lo que estaba pasando. Corto el teléfono, llego a portería, digo mi apellido, el portón de rejas no se abre hasta que no muestro el interior de la mochila, sigo sin caer.
Tengo que caminar una cuadra hasta la parada del bondi para salir del parque (una cuadra del Parque Industrial de Pilar mide 600 metros), en ese lapso es donde empiezan a venirme los recuerdos.
El día siguiente, 13 de marzo, se cumplirían 6 años del inicio del conflicto de Pilkington, el inicio de mi vida como obrero consiente. En esos días aún no militaba (ni sabia que existía el PTS) en ese conflicto fue donde vi por primera vez a Leo. Estaba apoyando nuestra lucha. Habíamos ganado, la alegría era enorme, los trabajadores de Zona Norte habíamos obtenido un triunfo completo luego de mucho tiempo, habíamos mostrado (en muy chiquito) la enorme potencialidad que tiene la clase obrera cuando sale a luchar. El profundo convencimiento en esa potencialidad era lo que guiaba la militancia de Leo, se destaca del resto planteando la necesidad de ir mas allá de la lucha de fábrica, la necesidad de construir nuestro partido, el partido de la clase obrera. Esa era su pasión. Casi en simultáneo clausuraban la planta de PepsiCo, lo que ponía en riesgo los puestos de trabajo de cientos de obreros de la fábrica donde el era delegado, los obreros de Pilkington nos solidarizamos con ellos, se había creado un vínculo de hermandad entre los obreros y obreras de ambas fábricas.
Ese año entraría a militar en el PTS, en la regional San Martín. Militando con Katy conocí la historia de PepsiCo y sus importantes luchas.
Con Leo, en un principio, la relación era distante, al punto de que no me caía bien, o para decirlo claramente, me caía mal. Viéndolo hoy creo que fue por que en algún punto teníamos algo en común, ambos eramos “bichos”, obreros y “bichos”, analizadores por “naturaleza” y eso hacía que constantemente nos midiéramos. Con el pasar del tiempo eso quedó atrás, con el pasar del tiempo y la experiencia de militancia común.
Sería mentir decir que fuimos grandes amigos, pero construimos una linda relación. El Gordo era un tipo que se hacía querer, siempre se aprendía con él, su humor era particular, ácido, descarado, revulsivo. Cuando creías que tu posición era la correcta siempre estaba él para hacerte pensar desde otro lado y patearte el tablero. Muchas veces me dejó sin palabras, ahí era cuando venían sus dos palmaditas en el hombro y te decía: “Pensala”.
El fútbol fue otro ámbito que compartimos. Para esa época ya se había ganado su apodo (gordo), pero eso no impedía que demostrara su habilidad. Pocas veces nos ganaron, nuestro equipo era armonioso en el ataque y áspero en la defensa. Luego del fútbol venía la birra, esa era la mejor parte, ahí era donde nos divertíamos y él (y su humor característico) resaltaban siempre.
El Gordo era un intelectual obrero, un referente para quienes somos obreros y nos apasiona la teoría. Su acumulación era enorme y muy variada. Se le animaba a discutir con cualquiera de cualquier tema. Su ejemplo es la muestra de que el agotamiento y las presiones que producen la fábrica no son excusa para no formarse.
Todo esto, y más, se me vino a la mente en esos seiscientos metros, me había caído la ficha, el Gordo ya no estaba.
Como ido me subo al bondi, ocupo un asiento individual mirando para afuera. Los recuerdos llegan a montones, la respiración se vuelve espasmódica, la garganta se cierra, los ojos se hinchan hasta que llegan las lagrimas. la gente me mira, una señora se me acerca y me pregunta si estoy bien, no puedo hablar, muevo la cabeza diciendo que si, no estaba bien, pero nadie podía ayudarme.
Trato de componerme, tengo que buscar a mis hijos por la casa de su niñera, los retiro y caminamos hasta casa, una cuadra antes me llama un compañero que sabia que habíamos militado con el Gordo en la misma regional un tiempo, me quiebro y no puedo seguir hablando. Entro a mi casa llorando, mis hijos se asustan y me preguntan que me pasa mientras me abrazan, les cuento lo que pasó, quien era Leo y lo que significaba para muchos de nosotros.
Al día siguiente mantendríamos el taller con los obreros de Procter, fue en honor a él.
La primera conclusión que se me viene a la mente es que la clase obrera está peor sin Leo, pero infinitamente mejor que antes de él.
Su vida y su muerte nos interpelan, sobre todo a quienes militamos en el movimiento obrero. Necesitamos muchos Leos, muchos y mejores. En algún sentido, él nos educó a muchos, de él aprendimos muchas cosas. Es hora de que los alumnos superen al maestro.