Publicamos la primera de tres notas donde se muestran las contradicciones teóricas y falta de sustento empírico en la crítica que Javier Milei realizó a la propuesta de Nicolás del Caño de reducción de la jornada laboral.
Rolando Astarita @rolandoastarita
Domingo 28 de mayo de 2017
Hace unas semanas, el economista ultraortodoxo Javier Milei escribió en El Cronista una acalorada crítica sobre el planteo de Nicolás del Caño de reducción de la jornada laboral a 6 horas y reparto del trabajo entre todos, sin reducción del salario. La misma motivó una primera respuesta de los Economistas con Del Caño, en la que se muestra cómo los planteos de este economista están muy cargados de ideología pero vacíos de un sustento teórico basado en la comprobación empírica.
Rolando Astarita, docente en carreras de economía (UBA y UNQUI) y autor de numerosos libros y artículos de teoría marxista, desde la cual desarrolló una amplia crítica al enfoque neoclásico y otras corrientes del pensamiento económico, publicó en su blog una serie dedicada a mostrar cómo los fundamentos desde los cuales Milei hace su crítica, y que quiere hacer pasar por una "ciencia" incuestionable, están en realidad bajo severo ataque desde hace un largo tiempo, y no han sabido responder a los duros cuestionamientos teóricos, al mismo tiempo que demuestra la falta de sustento empírico de dicha teoría.
Compartimos acá el primer artículo de la serie.
En una nota que lleva por título “Las brillantes ideas de Nicolás nos mandarán al caño”, publicada en El Cronista el 17/05, el economista Javier Milei critica la propuesta de Del Caño, candidato a presidente por el PTS, de reducir la jornada de trabajo para acabar con la desocupación. Entre otros argumentos, Milei acusa a Del Caño de tener “un desconocimiento total y absoluto de la forma en que se determina la remuneración de un factor (en este caso el trabajo)”. Y agrega: “Si uno revisa un libro básico de teoría de los precios (Microeconomía), al momento de analizar la demanda de factores de producción, encuentra que la misma está determinada por aquel punto donde el valor del producto marginal (el cual surge de multiplicar el precio del bien que ofrece la firma en el mercado por el producto marginal del factor) se iguala al costo del factor, en este caso sería el trabajo”. Según Milei, Del Caño es un ignorante porque no dice lo que dicen los manuales, y los cursos habituales de Economics. Para información de los lectores del exterior, Javier Milei es un economista que ha ganado cierta notoriedad en los últimos tiempos, despotricando a los gritos en los medios contra todo lo que huela a izquierda, o incluso a keynesianismo.
Pues bien, el problema con el argumento de Milei es que desde hace ya muchos años la tesis que afirma que el salario se iguala, en equilibrio, a la productividad marginal del trabajo, ha sido objeto de críticas que ni los manuales, ni los cursos académicos, han podido responder. Más aún, ni siquiera las mencionan, con el resultado de que mucha gente que cursa las carreras de Economía termina convencida de que, “naturalmente”, los salarios se igualan a la productividad marginal del trabajo. Se trata de una teoría apologética del sistema existente (los trabajadores “reciben lo que merecen”), y autista con respecto a lo que cotidianamente viven –o padecen- los millones de hombres y mujeres que trabajan bajo las órdenes del capital, o buscan trabajo. Decimos autista porque, como veremos en seguida, no tiene el menor contacto con lo que ocurre en la realidad del mundo capitalista.
En lo que sigue presento entonces algunas de las principales críticas que se han dirigido a la tesis neoclásica que despierta tanta admiración al crítico de Del Caño. La nota está pensada fundamentalmente para alumnos de las carreras de Economía que hayan cursado Micro o Macro; dada su extensión la he dividido en tres partes.
Rendimientos decrecientes para todos y para todas
Empecemos recordando que la tesis de los rendimientos decrecientes de todos los factores productivos fue elaborada en la década de 1880, cuando los economistas neoclásicos transformaron la teoría de la renta de la tierra de West, Ricardo, Malthus y otros clásicos en un caso especial de una teoría más general.
Según Ricardo, a medida que se agregan unidades homogéneas de trabajo y capital a una parcela de tierra (se empieza por la mejor tierra), se obtiene un rendimiento decreciente. Lo cual lleva, en determinado punto, a cultivar una tierra de peor calidad, dando lugar al surgimiento de la renta. Esto es, la renta se genera por la diferencia de productividad entre tierras a las que se les aplican las mismas dosis de capital y trabajo. Por eso, según Ricardo, la renta tiene una base natural. En este sentido, en los Principios… escribe que si la buena tierra existiera en cantidad abundante, o si el capital “pudiera emplearse indefinidamente sin un ingreso decreciente de la tierra vieja”, no podría haber la renta. O sea, hay renta porque “la tierra no es ilimitada ni uniforme en calidad” (p. 53). La tierra de mejor calidad da mayor rendimiento, y dado que el precio del grano (o de otro producto agrícola) está determinado por la tierra de peor calidad, la renta retribuye al propietario de la mejor tierra. Por eso es de destacar que la renta no remunera la productividad de la tierra marginal, sino de las tierras intramarginales (esto es, las tierras más productivas que la tierra de peor calidad).
Señalemos también que en la teoría de Ricardo las diferencias de productividad de la tierra explican solo una variable distributiva, la renta. No hay cabida a razonamiento marginal alguno para explicar el salario o el beneficio, ya que tanto el trabajo como el capital (medios de producción) se consideran homogéneos, y no se hace ningún supuesto especial sobre rendimientos cuando se trata del trabajo industrial; incluso se pueden admitir, sin inconvenientes para la teoría, los rendimientos crecientes a escala (en los que pone el acento Adam Smith).
Pues bien, los neoclásicos se inspiraron en los rendimientos decrecientes para formular una teoría completamente ajena a lo que sostuvo Ricardo. El viraje consistió en sostener que también el capital y el trabajo tienen rendimientos decrecientes, y que sus remuneraciones –ganancia y salario- se igualan con sus respectivas productividades marginales. Como se explica en los manuales, la productividad marginal de un factor (típicamente, trabajo o capital) se mide entonces por el efecto sobre el producto total de adicionar o retirar una unidad de ese factor, en tanto se mantienen constantes las cantidades de los otros factores (típicamente, capital o trabajo).
Por eso, y en relación al mercado de trabajo, la teoría neoclásica dice que a medida que aumenta el trabajo empleado, manteniéndose fijo el capital (entendido este como los equipos e instalaciones), disminuye su productividad. Por ejemplo, dado un stock de capital, un obrero produce 10 X por unidad de tiempo; un segundo obrero 8 X; un tercer obrero 6 X, etcétera. Así, el empresario sigue agregando trabajo hasta que la productividad del último obrero incorporado se iguale al salario prevaleciente en la economía. Enfatizamos que la ley de los rendimientos decrecientes de un factor variable, como el trabajo, requiere que los otros factores (tierra y capital) permanezcan fijos. Por eso, y dado que los trabajadores se suponen homogéneos, en tanto capacidad de trabajo, el rendimiento decreciente solo ocurre porque disminuye la proporción de capital por trabajador. Puede verse aquí la distancia con el razonamiento de Ricardo.
Señalemos también que la tesis de los rendimientos decrecientes juega un rol clave en el edificio neoclásico. Por un lado, porque los rendimientos decrecientes constituyen el fundamento de la función de demanda de trabajo de pendiente negativa (junto a la curva de oferta, que no vamos a tratar aquí, determina el salario; puede consultarse, sin embargo, la crítica de Keynes, 1986, caps. 1 y 2, a la curva de oferta laboral). Y por otra parte, los rendimientos decrecientes son el fundamento de la pendiente positiva de las curvas de costos marginales y medios de las empresas sometidas a competencia, de las cuales se deriva la curva de oferta de pendiente positiva. Dado que las pendientes de las curvas son decisivas para determinar simultáneamente precios y cantidades, si se cae la tesis general de los rendimientos decrecientes no hay forma de que las curvas de oferta y demanda determinen precios y cantidades.
Rendimientos decrecientes y las 9 palas que se transforman en 10
Los neoclásicos suponen entonces que el factor variable, en nuestro caso el trabajo, se puede aplicar en mayor o menor cantidad a una cantidad fija del factor fijo. Pero aquí aparece un problema irremontable para la teoría neoclásica. Lo presentamos con un famoso ejemplo teórico, adelantado por Dennis Robertson en 1931.
Robertson propuso la siguiente cuestión. Supongamos que hay 9 obreros cavando un pozo, provistos de 9 palas (capital). Se agrega un trabajador. ¿Cuál es su productividad? Para calcularla, Robertson propone dos soluciones. La primera es que ahora los 10 obreros tienen 10 palas más baratas, en lugar de las 9 originarias. Alternativamente, si no hay lugar para que cave, el décimo hombre será provisto con un cubo y enviado a servir cerveza para los otros 9. Observemos que la primera “solución” de Robertson supone que el capital es plástico, una especie de “masilla” o “gelatina” que puede adaptarse de manera flexible, de forma que 9 palas se transforman en 10, permaneciendo fijo el stock total de capital. Por lo cual también podría decirse que las 10 palas más baratas vuelven a transformarse en 9 más caras si disminuye luego un obrero; o en 11, de nuevo más baratas, si se agrega otro obrero, etcétera. Por supuesto, la “solución” funciona en el papel, pero tiene poco que ver con la práctica. Es que en la vida real los medios de producción no son “gelatina” o “masilla” (salidas “teóricas” propuestas oportunamente por los neoclásicos para responder a las críticas de los economistas de Cambridge Inglaterra).
En todo caso, y como lo planteó Joan Robinson en referencia al ejemplo propuesto por Robertson, cuando se agrega el décimo trabajador, este podría aumentar el producto solo en la medida en que los otros nueve caven mejor si tienen algún descanso de tiempo en tiempo (la segunda solución de Robertson). Sin embargo, si en lugar de aumentar un obrero se sustrae el noveno trabajador, ahora el producto se reduciría por más o menos el promedio de productividad. En consecuencia, el salario deberá estar en algún punto entre el valor promedio del producto por obrero y cero. Pero esto significa que el producto marginal, o bien es mucho mayor, o es mucho menor que el salario, según que el equipo sea empleado por encima o por debajo de su capacidad (véase Robinson, 1972, pp. 234-235). Pero además, sigue Robinson, bajo condiciones de competencia imperfecta es normal la subutilización de capacidad de las plantas; en consecuencia, en el corto plazo los rendimientos marginales con frecuencia son constantes y los salarios no se pueden igualar a la productividad marginal. Incluso, siempre según Robinson, en promedio equivalían a la mitad del valor agregado.
Por otra parte, en el largo plazo los equipos de capital se ajustan a la cantidad de empleo. Para verlo con otro ejemplo, si un empresario emplea un trabajador que opera un torno, en un turno de 8 horas, y luego decide expandir la producción a un segundo turno de 8 horas, no hay razón para que este segundo trabajador sea menos productivo que el primero; lo mismo ocurrirá si emplea un tercer turno. Pero si pasa a ocupar un cuarto trabajador, su productividad bajará abruptamente. Si, en cambio, adquiere un segundo torno para el cuarto trabajador, la productividad de este último tenderá a alinearse con la de los otros tres trabajadores. Estos son hechos de la vida cotidiana en las empresas. Observemos, además, que si el empresario contrata los tres obreros que trabajen el torno en tres turnos, no tiene manera de calcular cuál es la productividad marginal de los trabajadores. ¿Cuánto de la productividad corresponde al obrero y cuánto al torno? Imposible decirlo. Es lo que se conoce como el problema del pastel: ¿cuánto del pastel que hemos cocinado corresponde a la harina, a los huevos, al horno o al trabajo? No hay manera de sacarlo (si se pretende que la contribución de cada “factor” está dada por su precio, la teoría falla porque supuestamente la productividad marginal, que es física, debía determinar el precio de cada factor).
Falta la evidencia empírica
Lo explicado en el apartado anterior ya sugiere que la idea de que los salarios se igualan a la productividad marginal, y que esta es siempre decreciente (al menos en el tramo de las curvas de costos económicamente significativas) carece de evidencia empírica.
De todas formas, los economistas neoclásicos sostienen, en los manuales y cursos académicos, que la ley de rendimientos decrecientes tiene un fundamento empírico. Aunque de hecho es imposible encontrarlo, como se ha señalado repetidas veces. Así, según la teoría estándar, los rendimientos primero crecientes y luego decrecientes de una empresa generan la curva del costo medio variable con forma de U, que se asocia a la curva de los costos marginales que atraviesa a la primera en su punto mínimo.
Sin embargo, “esta predicción no es respaldada por más de 60 años de estudios empíricos sobre las curvas de costo de corto plazo, estudios que casi invariablemente muestran que la curva del costo medio variable es horizontal, y es igual a la del costo marginal, a lo largo de un rango significativo de posibles tasas de producto” (Miller, 2000, p. 120). De hecho, las curvas son horizontales la mayor parte de las veces, y cuando se llega al total de utilización de capacidad, se hacen rápidamente verticales. Por eso Miller señala que es habitual que las líneas de producción en las empresas posean stocks fijos de capital, pero los tiempos de funcionamiento, o de servicio, sean totalmente flexibles. Y esta circunstancia podría explicar por qué las curvas de costo promedio y de costo marginal son horizontales mientras existe capacidad ociosa, y pasan a ser rápidamente verticales cuando se llega a plena utilización de capacidad. Con carácter más general, Miller también cita un estudio de fines de los 1990, realizado sobre empresas estadounidenses, que demostró que solo el 11% del producto era generado bajo condiciones de costos marginales crecientes, el 48% producía con costos marginales constantes, y un significativo 40%, aproximadamente, producía con costos marginales decrecientes. Dejemos sentado también que con estos elementos tampoco hay manera de sostener la curva de oferta marshalliana (para una crítica de la curva de oferta, véase Sraffa, 1926).
Textos citados:
Keynes, J. M. (1986): Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, México, FCE.
Miller, R. (2000): “Ten Cheaper Spades: Production Theory and Cost Curves in the Short Run”, Journal of Economic Education, vol. 31, pp. 119-130.
Ricardo, D. (1985): Principios de Economía Política y tributación, México, FCE.
Robinson, J. (1972): “Capital Theory Up to Date”, E. K. Hunt y J. G. Schwartz, A Critique of Economic Theory, Middlesex, Inglaterra, Penguin, pp. 233-244.
Sraffa, P. (1926): “The Laws of Returns under Competitive Conditions”, Economic Journal, vol. 36, pp. 535-550.
Publicado originalmente en RolandoAstarita.wordpress.com.