El sismo me sorprendió regreso a mi casa, en el último camión que salió ese día, y nadie a bordo lo sintió. Fueron para muchos de nosotros horas de angustia.
Óscar Fernández @OscarFdz94
Miércoles 19 de septiembre de 2018
Aquel martes 19 de septiembre fui a la Ibero como cualquier otro día. No tenía clases pero sí tenía que recoger un libro y aprovechar para hacer tarea en la biblioteca; hice poco en realidad porque el simulacro anual era cerca de las 11AM y planeé todo anticipadamente para que no tuviera que dejar nada a medias al momento de salir.
Efectivamente dieron las 11 y el simulacro dio inicio; los alumnos salieron de los salones en orden hacia los jardines y estacionamientos del campus con el sonido de la alerta. Estuvimos cerca de 20 mins. en lo que el personal de la universidad terminaba de revisar el edificio de rutina. Volvimos a nuestros lugares y continuamos cada quien con sus actividades.
Cerca de las 12:30 me entró la duda de qué camión abordar: podía tomar el que salía a la 1:10 o el que salía 3:10, ya que mi madre no estaría sino hasta cerca de las 3:30 en mi casa y daba lo mismo tomar cualquiera de las rutas. Originalmente pensaba tomar el segundo pero al final, gracias a un poco de flojera y lo que no puedo describir como otra cosa que sensatez, decidí abordar el Iberobús que salía a la 1:10, lo que resultó ser, como lo probarían los acontecimientos, la decisión más sabia.
Una vez en la Puerta 3, quienes tomamos la ruta de Nápoles nos quedamos esperando. Los demás camiones ya habían salido y el nuestro, para la frustración de muchos, seguía sin aparecer y con un sol comenzando ya a quemar nuestras caras. A la 1:12 llegó por fin, enseñamos nuestras credenciales al chofer y partimos.
En aquel entonces yo estaba encargado de una de las mesas de las Jornadas Académicas de Ciencia Política y al respecto le mandé una nota de voz a mi amiga Joselyn… Esa nota de voz se envió curiosamente a la 1:14 y probablemente segundos después de que la enviara comenzó a temblar. Digo “probablemente” porque nadie en nuestro camión lo sintió.
Una vez que el camión dio vuelta por el edificio de “La Lavadora” y ya sobre Av. Santa Fe en que nos enteramos. El primer mensaje lo recibí por el Facebook Messenger y frente a mí, mi amiga Alexa dijo palabra por palabra el mismo mensaje a pesar de que ella estaba viendo su propio celular: “oye, que acaba de temblar bien cabrón”.
Comenzamos a voltear hacia afuera y vimos gente salir de los hoteles y oficinas en masa; ahí también comenzaron a llegar más y más mensajes de amigos. “¿Todos bien?”, “no mames, estuvo bien feo”, “dice el preliminar que fue de 6.8”, “no, ni madres. Éste se sintió como de 7”. Lo primero que hicimos fue contactar a nuestros amigos y familiares y decirles que estábamos bien.
Para este punto el camión ya había cruzado los Puentes de los Poetas y estaba incorporándose a Av. Centenario; allí fue donde nos tocó el inevitable tráfico que se causó por el movimiento telúrico y el posterior colapso de los edificios. La cosa es que, al ninguno sentirlo, continuábamos bromeando entre nosotros con los memes que habíamos visto antes; apenas habían pasado 10 días desde el terremoto de 8.2° que sacudió la ciudad sin daños y pensábamos que al ser éste de menor magnitud, habría pasado lo mismo.
Pero una vez que nos atrapó el tráfico, también nos atrapó la comunicación y la saturación de la señal; ésta comenzó a fluctuar: por momentos no entraban ni salían llamadas y mensajes y por otros momentos llegaban en masa ocho mensajes de cinco conversaciones diferentes de un solo golpe. Alexa trataba de comunicarse con su madre y hacerle saber dónde estaba, pero por más que le prestábamos celulares, ninguno podía llamar sin que perdiera señal.
Así estuvimos por unas horas atrapados en el tráfico y para este punto, con los mensajes venían ya las fotos de daños en la ciudad (y en la Ibero misma) y los videos de edificios oscilando o gente filmando desde sus oficinas. El primero que vimos fue uno tomado desde una oficina aparentemente en la Condesa, donde el camarógrafo, con marcado acento foráneo, exclamaba “¡se cayeron edificios!”. Sí, en plural.
Alexa y yo observamos detenidamente el video y concluimos: no, esa polvadera no se levanta por un solo edificio, fueron varios los que colapsaron. Incluso en el fondo se alcanzaba a ver la torre de Mexicana de Aviación y una nube de polvo saliendo a poca distancia, lo que quería decir que hasta la Narvarte un edificio había caído (probablemente el de la calle de Rébsamen).
Alexa bajó cerca del hospital general de Centenario y el resto de nosotros continuamos esperando a que el camión llegara a la Benito Juárez. Ya cerca de la unidad habitacional de Plateros es que el chofer encendió el radio; se reportaban derrumbes en las mismas zonas que en 1985: el Centro, la Obrera, la Roma, Lindavista, etc. La novedad era que a la lista se añadía otra colonia que en 1985 casi no sufrió daños: la Del Valle.
Pronto la preocupación llenó nuestros rostros. ¿En qué parte hubo derrumbes? ¿Cuál edificio? ¿Lo habremos de ver cuando lleguemos? Por mi parte, yo pensé: “¡en la madre! Pero si así estamos nosotros, ¿cómo estarán los de la ruta de la Condesa?”. Probablemente ellos sí verían más edificios caídos en su recorrido.
Llegamos a la esquina de Barranca del Muerto y Periférico con los semáforos descompuestos, en la cuadra siguiente, la esquina de Av. Revolución y Barranca tenía la misma situación. El hospital del ISSSTE de Av. Revolución ya había ocupado un lado de Barranca del Muerto para desalojar a los pacientes y estaban colocando carpas blancas para que no les diera el sol.
Eran ya cerca de las 3:00 PM y seguíamos muchos lejos de nuestras casas, así que en la cuadra siguiente, y viendo el nudo vial que se había causado, decidimos dos chicas y yo bajar de la unidad y preferimos caminar a nuestras casas. Llegamos al Parque de la Bola (llamado popularmente así por la fuente esférica que tiene en el centro) y salimos hacia Av. Insurgentes del otro lado de la glorieta de Manacar, las chicas cruzaron en dirección a Eje 8 Av. Popocatépetl y yo caminé hacia el norte.
Para este punto vi mareas y mareas de gente caminar hacia el sur sobre la banqueta, el carril de automóviles más cercano a ésta y sobre el carril del Metrobús, el transporte público evidentemente había colapsado. En los edificios sobre Insurgentes se veían a decenas de oficinistas agruparse; alguien exclamó “¿¡piso 3!?” y los del piso 3 levantaron la mano.
Fue entonces que decidí mandar notas de voz a la edición y a mis compañeros para hacerles saber en qué estado se encontraba el lado de la ciudad en el que yo estaba. Una de esas notas de voz se mandó a la edición de Left Voice y se usó como boletín de último minuto.
Llegué a mi casa a las 4 sabiendo que mi madre y mi familia estaban a salvo y que mi edificio, gracias a mi amiga Mixtli que me avisó, no se había dañado. Las puertas de la entrada estaban abiertas de par en par y el vigilante me dijo enfáticamente: “pásate por el centro”; podía ver que varios vidrios se habían roto.
Traté de ver con el reflejo del sol si las ventanas de mi casa se habían quebrado pero no pude; de igual forma hice caso de las sugerencias en desastres y no usé el elevador, “sirve que checo si efectivamente no hay daños”, pensé. Aunque no vi grietas en los pasillos, cuál fue mi sorpresa que al abrir la puerta de mi casa lo primero que vi fue la ventana del comedor rota.
Entrando a mi cuarto, varios de mis libros (los de Harry Potter, por ejemplo, que son bastante gruesos) estaban ladeados, algunas cajas de VHS, DVDs y juegos de Wii habían caído de los anaqueles sobre mi cama y una figurilla se había hecho añicos, las puertas estaban entreabiertas por el terremoto y la ventana de mi cuarto tenía una enorme grieta.
Al no encontrar a nadie, bajé a casa de mi tía a ver si mi madre estaba allí. Al timbrar fue ella quien abrió la puerta; se le notaba consternada. Estuvimos ahí varias horas, incluso comimos con mi tía hasta que oscureció, pero para este punto ya se estaban convocando brigadas a las zonas de desastre. En la Ibero, mientras tanto, varios de mis compañeros no podían salir y se quedaron a pasar la noche en el campus, varios con sus coches en los estacionamientos y resguardándose del caos y de los asaltos que ocurrían; hubo compañeros que regresaron a pie a sus casas en el Centro y otras colonias alejadas de Santa Fe.
El resto de ese día me quedé en casa, pero a primera hora del día siguiente tomé mi casco y salí en busca de brigadas. Quería ayudar, nada excepto eso me motivaba; por mucho tiempo me había preparado mentalmente en caso de que algo como esto volviera a suceder. Para mi fortuna, no fui el único y varios se ofrecían a llevarnos lo más cercano que se pudiera a otras zonas.
Lo que concluí al finalizar ese 19 de septiembre fue que nuestra generación no sólo hizo trizas el estereotipo que tenían de nosotros, sino que además había sacado lecciones de 1985 que nuestros padres nos habían transmitido. Ese espíritu de solidaridad fue el que regresó hace un año y mostró no sólo la unidad de la gente, sino también la incompetencia del gobierno.
Mostró que mientras nosotros sacábamos escombros, ellos no tenían reparo en hacer negocios con constructoras que no les importaba ponernos en riesgo. A un año del siniestro, sigo afirmando que aunque el desastre es natural, no lo es la tragedia y nuestras vidas valen más que sus ganancias.
Óscar Fernández
Politólogo - Universidad Iberoamericana