La revolución alemana de 1918-19. Sus dirigentes, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, y los orígenes de la III Internacional. Sigue la serie "Los cinco primeros años de la Internacional Comunista".
Martes 31 de mayo de 2016
En el siglo I antes de Cristo un gladiador llamado Espartaco lideró una rebelión de esclavos contra la oligarquía del Imperio Romano. El socialismo moderno también es el partido de los esclavos insurrectos, y por eso a fines de 1914, en medio de la Primera Guerra Mundial, los revolucionarios alemanes que se niegan a seguir a la socialdemocracia colaboracionista con la burguesía fundan la Liga Espartaco, dirigida por Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht.
Y, finalmente, llega la hora de Espartaco: el 9 de noviembre de 1918 cae una institución milenaria en Alemania; el Káiser es derrocado por la ola de levantamientos de obreros y soldados descontentos con la continuación de la Primera Guerra Mundial y se establece una república. Aparecen por todas partes, especialmente en Berlín y los grandes centros industriales, los consejos (Räte), verdaderos parlamentos obreros elegidos por la base de las fábricas y también de la base de los soldados, similares a los soviets de la Revolución Rusa que había triunfado solo un año antes.
Esta república se llama a sí misma “socialista”. En los consejos de obreros y soldados predomina la influencia del Partido Socialdemócrata (SPD). Este es el único motivo por el cual la nueva república alemana sigue siendo en realidad capitalista: los obreros, por medio de sus consejos, de hecho son los que tienen el poder, y junto con la base de los soldados tienen las armas; sin embargo, la influencia del SPD hace que deleguen las riendas del gobierno a un Poder Ejecutivo controlado por este partido, que pone todo su empeño en preservar el Estado capitalista y enterrar la revolución traicionándola desde adentro. El SPD había apoyado durante la guerra al mismísimo Káiser recién derrocado, y a la burguesía alemana, a quienes ayudaron instalando un régimen militar en las fábricas y rompiendo las huelgas. Esta impostura del falso gobierno “socialista” era encubierta ahora con palabras revolucionarias y sonoras declaraciones antimonárquicas. Pero ahora había, además, una presión enorme a la “unidad de la izquierda”. Para esto, fue invitado a participar del gobierno el prestigiado Partido Socialdemócrata Independiente (USPD). Se trataba de una ruptura de la vieja socialdemocracia y era una organización, en términos marxistas, de carácter centrista, es decir, que oscilaba entre una estrategia reformista y una revolucionaria. En su dirección estaban muchos de los dirigentes históricos y más prestigiados de la socialdemocracia como Karl Kautsky. El USPD tenía, además, tendencias organizadas en su interior que estaban más a la izquierda que su dirección. Las dos más importantes eran la corriente de los llamados “Delegados Revolucionarios” (formada por una red de dirigentes obreros de las grandes fábricas) y la ya mencionada Liga Espartaco.
Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg
Los reformistas en el gobierno ejercen una enorme presión para que entre no solo el USPD, sino especialmente Karl Liebknecht. Desde el punto de vista del SPD no era para nada contradictorio: eran bien conscientes de que si los revolucionarios espartaquistas entraban al gobierno burgués, este no cambiaría su carácter de tal, sino que los primeros se convertirían en rehenes del último, y de esta manera los reformistas impedirían o neutralizarían la formación de un partido revolucionario de la clase obrera que se levantara contra ellos. Viendo esta maniobra, Liebknecht se opone a entrar al gobierno y hace todo lo posible para que el USPD tampoco lo haga. Por el contrario, los espartaquistas plantean en las sesiones de los consejos, que el único gobierno del que formarían parte es un gobierno de los consejos de obreros y soldados con una política socialista, y sin la participación de los reformistas del SPD.
Finalmente, a mediados de noviembre se forma el gobierno conjunto del SPD y el USPD. Este último cumpliría por primera vez el papel que, en otras revoluciones posteriores, le tocaría a otros partidos centristas (como el POUM en la Guerra Civil Española): el de ayudar, consciente o inconscientemente, a confundir a la clase obrera y a cubrir el flanco izquierdo de gobiernos capitalistas supuestamente socialistas con frases revolucionarias, justificándolos.
¿Asamblea nacional republicana o gobierno de los consejos obreros?
Antes de la Primera Guerra Mundial, todavía bajo el régimen del Imperio, y cuando aún la socialdemocracia alemana era un partido, oficialmente, revolucionario, tenía como una de sus principales consignas el llamado a una Asamblea Constituyente. Se trataba de una consigna que, sin ser socialista, era la expresión de una forma radicalizada de la democracia burguesa. En ese contexto, tenía un sentido revolucionario, y con ella los socialistas combatían a la monarquía y planteaban la instauración de una república, incluso cuestionando las supuestas reformas “democráticas” con las que estaba adornado el régimen del Káiser, pero que, además de sostener a una retrógrada casta de parásitos con títulos de nobleza, las propias elecciones al parlamento estaban arregladas de manera tal que las clases dominantes tuvieran una representación desmedida con su peso demográfico.
En noviembre de 1918 la república finalmente se consiguió y la monarquía dejó de existir. Pero el motor de la revolución fue una institución muy superior a la Asamblea Constituyente: los consejos de obreros y soldados, expresión de la democracia obrera. Sin embargo, el gobierno socialdemócrata reflota la consigna de la Asamblea Constituyente (ahora llamada Asamblea Nacional). ¿Con qué objetivo, siendo que la monarquía y su viejo régimen ahora eran cosa del pasado? Precisamente para hacer desaparecer a los consejos obreros. La Asamblea Constituyente, que en otro momento y dirigida contra otro régimen político era un medio para acercar a las masas a la revolución, ahora se transformaba en una consigna del “partido del orden” contra la revolución (1). Aunque los consejos estaban mayoritariamente bajo la influencia de los reformistas, por su mismo carácter eran una institución peligrosa, que ponía en serio riesgo al capitalismo alemán, ya que tarde o temprano podían caer bajo la influencia de los revolucionarios. Eran el embrión de un potencial Estado de los trabajadores. El poder del capital y el poder obrero no pueden convivir duraderamente, uno tiene que aplastar al otro.
Justificando la democracia capitalista con argumentos “de izquierda”
Karl Kautsky
Karl Kautsky, miembro del gobierno y teórico del USPD, estuvo a cargo de proporcionar una justificación “de izquierda”, centrista, con la cual engañar a los trabajadores y combatir a los espartaquistas.
Todo su planteo consistía en mostrar las supuestas virtudes de la democracia burguesa contra el llamado “sistema de consejos”. Lo que los revolucionarios veían como la principal virtud de los consejos era, para Kautsky, justamente su mayor defecto. El hecho de que sus representantes fueran trabajadores electos directamente por sus compañeros de fábrica, que los conocían bien, y que tuvieran posibilidad de ser revocados, lo veía negativamente. Planteaba que esta característica fortalecía el corporativismo de los trabajadores y una conciencia sindicalista, pre-política, lo que haría que cada delegado se debiera únicamente a su reducido número de electores, sus compañeros de trabajo, lo cual lo llevaría a hacer concesiones a una conciencia estrecha e inmediatista y a no atender al interés general de su clase, sino únicamente de su fábrica.
Para Kautsky la democracia parlamentaria superaba esto porque, según él, obligaba a cada representante a buscar ser electo por el voto general de una población que no lo conoce en forma directa y además sin temor a ser revocado, despersonalizando la campaña electoral y reduciendo la demagogia y las concesiones a un espíritu corporativista estrecho. De la misma manera, sostenía que, siendo que la mayoría de la población alemana se componía de trabajadores, estaría asegurado que ésta, por medio del sufragio universal, elegiría a la asamblea una amplia mayoría de representantes de los partidos obreros, llegando a abarcar a sectores donde aún no se habían puesto en pie los consejos. Por último, según él la democracia parlamentaria era superior porque haría que los candidatos de los partidos socialistas tuvieran que competir y discutir contra los candidatos de los partidos burgueses, mientras que en el reducido ámbito de cada lugar de trabajo la competencia por ser electo como delegado a los consejos se daría solo entre los distintos partidos socialistas, llevando a una lucha “fratricida” (2).
No obstante, para Kautsky esto no implicaba la eliminación lisa y llana del sistema de los consejos obreros, sino mejor su integración a un sistema democrático parlamentario como una suerte de cuerpo consultivo, que ayudara a mejorar y arraigar más el sistema parlamentario en la base de los trabajadores. Estas ideas de Kautsky finalmente se plasmaron luego en la Constitución de la república alemana aprobada en la ciudad de Weimar en 1919, y pasarían a la historia bajo el nombre de “Estado combinado”. La idea que está detrás de todo esto es una especie de “diplomatización” de la lucha de clases: Una característica de un capitalismo moderno como el alemán es que las formas de la lucha de clases limarían sus aristas más brutales y se transformarían en luchas principalmente parlamentarias entre representantes obreros y burgueses, a diferencia de las “formas bárbaras” y violentas que solo pueden ser propias de países atrasados como Rusia. Kautsky buscaba explotar la “borrachera” del comienzo de toda revolución, donde parece que todas las fuerzas sociales, incluso el viejo personal político “de izquierda” de las clases dominantes, marchan todos juntos contra el viejo régimen.
El “Arca de Noé”
La gran Rosa Luxemburg le responde: “El idilio actual –donde los lobos y las ovejas, los tigres y los corderos pastan uno al lado del otro como en el Arca de Noé- durará hasta el momento en que se empiece a tomar en serio el socialismo. Una vez que la espléndida Asamblea Nacional decida realizar el socialismo plenamente, para lograr la erradicación completa de la dominación del capital, comenzará también la lucha. Cuando golpeemos en el corazón de la burguesía –y tengamos en cuenta que su corazón está guardado en una caja de seguridad- luchará hasta la muerte por conservar su dominio, se sucederán miles de resistencias abiertas y encubiertas contra las medidas socialistas. Todo esto es inevitable. Se debe combatir, rechazar, reprimir todo esto –con o sin la Asamblea Nacional. La “guerra civil”, a la que se quiere desterrar de la revolución con tanto temor, no se deja desterrar. Porque la guerra civil no es más que otro nombre para la lucha de clases, y la idea de un socialismo sin lucha de clases, introducido por la decisión de una mayoría parlamentaria, es una ilusión pequeñoburguesa ridícula” (3).
Los espartaquistas luchan a brazo partido para tratar de convencer y lograr resoluciones en las organizaciones obreras favorables a instituir un “gobierno de los consejos” sin los reformistas del SPD, rechazar la convocatoria a la Asamblea Nacional. Incluso también participan de un congreso extraordinario de la regional Berlín del USPD (donde era fuerte el ala izquierda del partido, especialmente la corriente obrera de los Delegados Revolucionarios) donde además exigen que este partido se retire del gobierno burgués: “La situación del USPD es insostenible, ya que se encuentran dentro de él elementos que no pueden permanecer juntos. O se decide hacer causa común con los social-patriotas o ir con la Liga Espartaco. Sobre esto se tiene que pronunciar el Congreso del partido” (4).
Sin embargo, los espartaquistas no lograron que se aprobaran sus resoluciones, ni en el congreso berlinés del USPD, ni en el ejecutivo de los consejos obreros de la capital.
En los días siguientes de diciembre, la situación se tensará hasta el extremo, llevando a la Liga Espartaco a romper con el USPD y fundar el Partido Comunista alemán (KPD). A Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht solo le quedarán pocas semanas de vida, mientras se decide el desenlace de la revolución alemana. Sobre esto seguiremos escribiendo en la segunda parte de esta nota próximamente.
Notas:
1. "El programa democrático-radical es, como decíamos, parte de los “golpes habilidosos”, medios ofensivos, con los que los revolucionarios luchan a la defensiva para acumular fuerzas para pasar a la ofensiva. Si falla en el momento decisivo de abandonar la defensa y pasar al ataque, se transforma en su contrario: de puentes devienen en barreras (...) Una vez que la democracia soviética, infinitamente más democrática que la democracia burguesa más radical, se ha transformado en la expresión del poder de los trabajadores y los campesinos, la democracia radical puede pasar a ser el refugio de la contrarrevolución. Así fue efectivamente en Alemania, con la constitución de Weimar que fue dictada al calor de la derrota de la insurrección de 1919." Matías Maiello y Emilio Albamonte, Gramsci, Trotsky y la democracia capitalista. Revista Estrategia Internacional, N° 29, enero de 2016.
2. Karl Kautsky, Nationalversammlung und Räteversammlung, 1918.
3. Rosa Luxemburg. Die Nationalversammlung. Die Rote Fahne N° 5, 20/11/1918.
4. Rosa Luxemburg, Außerordentliche Verbandsgeneralversammlung der USPD von Groß-Berlin. Die Freiheit, 16 -17 de diciembre de 1918.
Guillermo Iturbide
(La Plata, 1976) Es licenciado en Comunicación Social (FPyCS-UNLP). Compiló, tradujo y prologó Rosa Luxemburg, "Socialismo o barbarie" (2021) y AA.VV., "Marxistas en la Primera Guerra Mundial" (2014). Participa en la traducción y edición de las Obras Escogidas de León Trotsky de Ediciones IPS. Es trabajador nodocente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP. Milita en el Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997.