Participación de Iuri Tonelo en la mesa Progresismo y anticapitalismo en México y Latinoamérica de las Jornadas Marxismo 2023.
La situación actual del régimen político en México ha desatado debates sobre el rumbo del actual gobierno, a partir del desarrollo de la situación en el propio país, pero también ubicando el debate en lo que se ha denominado las nuevas "olas progresistas" en América Latina. En un país con bajos niveles de procesos sociales, antiburocráticos y antirrégimen, la situación de estancamiento y estabilidad puede invadir el debate político e incluso rebajar las aspiraciones ideológicas. Pero las lecciones latinoamericanas de las últimas décadas han reafirmado la vieja máxima de Marx en el Manifiesto: todo lo que era estable y sólido se deshace en el aire. Por eso nuestro objetivo es recuperar las lecciones del lulismo en Brasil, que pueden ser útiles para analizar los límites posibles de la estabilidad del régimen político del gobierno de López Obrador en México y el contexto de la región.
El preludio de la agitación: el ejemplo del lulismo
Entre los diferentes gobiernos que se configuraron en el contexto latinoamericano en el umbral del nuevo siglo, encabezados por líderes denominados progresistas (con un discurso posneoliberal), uno de los más destacados fue la figura de Lula durante sus dos primeros mandatos a partir de 2002. Con un gobierno que comenzó con reformas (reforma de la seguridad social y de la universidad), y rupturas que llevarían a la formación del PSOL y de la central sindical CONLUTAS, el periodo que se conoció como "lulismo" tuvo lugar en realidad a partir del segundo mandato, tras el escándalo de corrupción del mensalão en 2005.
El rasgo distintivo de este periodo de lulismo fue la incorporación al gobierno de un partido de derechas, el PMDB, que tuvo gran influencia sobre el régimen y los partidos conocidos en Brasil como el centrão. La división del gobierno con el PMDB, con acuerdos con el centrão, al mismo tiempo que después de años de experiencia con la implementación de importantes medidas de continuidad neoliberal (como la reforma de las pensiones), hizo que el propio capital financiero y otras fracciones del capital avalaran una cierta estabilidad en el régimen político. Era la época en que se hablaba de "Brasil potencia", de los "global players brasileños", de que en 2010 el país creció un 7,5% y la popularidad de Lula alcanzó el 87%.
Sin embargo, yendo más allá de la superficie de los datos, ¿qué había detrás de esta estabilidad? La estrategia de conciliación de clases del gobierno, que en realidad tenía como uno de sus pilares la continuidad de la estructura económica del neoliberalismo, siendo la fórmula básica un trípode macroeconómico de
1- "responsabilidad fiscal",
2- "metas de inflación" y
3- mantenimiento del tipo de cambio flotante.
Esto significaba que había que recortar constantemente los fondos públicos para lograr un superávit primario y garantizar el pago religioso de los intereses de la deuda pública. Y en esto el gobierno tuvo éxito, en mantener al país atado a la dependencia inviolable del capital extranjero y nacional a través de la deuda pública y su reembolso sistemático, que drenó la mitad del presupuesto nacional.
Al mismo tiempo que hacía esto, se fortalecían todos los pilares de lo que sería la reacción que se expresó posteriormente en un golpe institucional. El ejército y las fuerzas armadas realizaron una operación reaccionaria en Haití, que se fortaleció bajo el gobierno Lula; las iglesias evangélicas crecieron como nunca y las bancadas de la Iglesia en el Congreso tuvieron constantes acuerdos con el gobierno; el agronegocio se fortaleció y dominó la economía del país, que la revista The Economist llamó la granja del mundo; y en la raíz de la economía política, el gobierno generalizó la tercerización y el trabajo precario, lo que creó una masa de asalariados con pocos derechos, sintiéndose abandonados por el Estado.
Y también un legado de la “primera ola progresista" en la región es la consecuencia de que parte fundamental de la política de los gobiernos fue pasivizar al movimiento obrero, crear mecanismos para debilitar la autoorganización de los trabajadores, manteniéndolos subordinados a las burocracias sindicales, a las "ilusiones democráticas" de los regímenes políticos y sobre todo incorporados a la línea estratégica de la conciliación, lo que termina debilitando estratégicamente el potencial de reacción del movimiento obrero contra los ataques neoliberales y las políticas del capital financiero extranjero.
Esta era la alquimia de la conciliación, con una aparente estabilidad, índices económicos positivos en la superficie, y una plétora de contradicciones en las profundidades del sistema, que al estallar mostraban el fango que se escondía bajo las alfombras del gobierno.
Flujos y reflujos
No es sólo en el caso brasileño, porque en otras experiencias de "progresismo" latinoamericano lo que parecía estable resultó frágil. Pero en el caso brasileño, llama la atención la intensidad de los flujos y reflujos de agitación política que surgieron tras el espejismo del lulismo. En el espacio de diez años, Brasil ha sido testigo de algunas de las mayores luchas juveniles de su historia, con las Jornadas de Junio en 2013; seguidas de una oleada de huelgas obreras en 2014 (con la emblemática huelga de los trabajadores de la basura de Río de Janeiro, que consiguió un aumento del 37% al salario); y el golpe institucional de 2015-2016, un gran acontecimiento reaccionario en la región y en el país; los dos paros nacionales del movimiento sindical, llamados huelgas generales, en 2017, un proceso histórico, que, al ser derrotado, fue seguido por la implementación de políticas draconianas; el encarcelamiento de Lula en 2018 y la elección de Bolsonaro en el mismo año, y finalmente, después de la pandemia, la derrota de aquel y el surgimiento del frente amplio, prometiendo cometer los mismos errores de la conciliación, pero ahora con un frente mucho más a la derecha y en condiciones económicas mucho más adversas. En otras palabras, el país salió del marasmo después de una década de permanente agitación política.
Esto es sumamente importante cuando analizamos que no estamos exactamente ante una “segunda ola progresista”, o una ola rosa o amarilla, como indicaban algunos analistas hace unos meses. Entre los países que fueron señalados como parte de la nueva ola, además de Brasil, donde en pocos meses ya se han implementado nuevas reformas y se ha marcado el tono pro-capital del frente amplio, en Perú el gobierno de Castillo fue derrocado por un golpe de Estado; en Argentina el gobierno de Fernández está al frente de la implementación de los ataques del FMI; en Chile y Colombia, los primeros pasos de los gobiernos de Boric y Petro fueron gestos de "unidad nacional", cambios de ministerios para abrazar a las viejas élites -en el caso chileno, ya han ido a fondo reprimiendo a los mapuches y desviando las aspiraciones de la rebelión con el plebiscito sobre la constitución-. En resumen, estamos lejos de gobiernos con discursos socialistas. En realidad, estamos más cerca de gobiernos que intentan estabilizar la situación de rebelión (o inestabilidad de régimen con la extrema derecha) que se abrió hace algunos años en la región, pero sin condiciones económicas y sociales viables para un movimiento más sostenido en esta dirección.
Lo cierto es que las nuevas condiciones históricas, en un mundo con la guerra en Ucrania, el estancamiento económico, la crisis climática y diferentes problemas sociales, en los que comienza a expresarse la expresión "policrisis", apuntan a nuevos flujos y reflujos en la situación latinoamericana.
Anti-imperialismo y socialismo
El desafío para la izquierda socialista es cuestionar las bases estructurales de la dependencia económica y la subordinación de los países al capital extranjero, especialmente en México con la coerción permanente de Estados Unidos.
Esto porque en el contexto latinoamericano se profundiza en muchos países un escenario de doble dependencia: por un lado, la presión del imperialismo norteamericano y europeo. Por otro, la presencia cada vez más influyente de China en la región, expresando sus rasgos imperialistas. Aunque ha crecido la influencia de las tendencias que enfatizan la multilateralidad, el eje "Sur-Sur" y las perspectivas decoloniales, incluida la campaña en torno a los BRIC, con la reciente incorporación al bloque de Arabia Saudí, Argentina, Egipto, Etiopía, Irán y Emiratos Árabes Unidos, lo cierto es que la "alternativa bolivariana" del pasado y toda la pompa del "socialismo del siglo XXI" ha demostrado ser un fracaso, y menos aún en el contexto actual vemos alguna alternativa que amenace algún cambio en este curso de dependencia múltiple de los países latinoamericanos. Como dijo André Barbieri, lo más que proponen los BRIC es que "dentro de los bloques, los gobiernos regionales se proponen transformar su sumisión pendular a Washington y Pekín en mejores condiciones para el chantaje (…) De hecho, el limitado desafío que el club BRICS puede plantear a las grandes potencias imperialistas no lo convierte en un aliado de los pueblos oprimidos. Está formado por Estados capitalistas agresivos, con regímenes bonapartistas y explotadores, que no representan ninguna "hegemonía positiva" alternativa en el orden internacional”. [1]
Quizás el caso de Argentina sea emblemático en este sentido, ya que se trata de un país con un gobierno que fue electo "contra la derecha", heredero del kirchnerismo, pero que en la realidad ha demostrado ser bastante funcional a la hora de aplicar los ajustes económicos necesarios para aumentar la subordinación del país a los Estados Unidos con el libreto económico del FMI. No es casualidad que hayamos visto crecer la influencia de la ultraderecha de Milei y su reciente resultado electoral en las PASO, que explota el descontento que traen estos gobiernos, abriendo el espacio para soluciones aún más reaccionarias.
En el fondo, sólo una política antiimperialista puede reaccionar a la presión extractivista de las potencias centrales y de China, que ha incrementado su línea explotación y destrucción ambiental, particularmente en países como Perú, Chile, Bolivia, pero con repercusiones en varios países latinoamericanos. En ese sentido, no es casualidad que los pueblos indígenas hayan estado a la vanguardia con los trabajadores en el enfrentamiento al régimen reaccionario, como la rebelión de 2019 en Ecuador, la lucha contra el golpe en Perú en 2021 y, más recientemente, la lucha de los pueblos originarios de Jujuy en Argentina, una gran batalla conjunta de las maestras contra los ajustes y la política de extracción de litio en la región.
Sólo una orientación que busque posicionar hegemónicamente a la clase obrera, junto a los pueblos indígenas y otros sectores oprimidos, podrá reaccionar frente a la coerción imperialista. Esto pasa necesariamente por enfrentar frontalmente la política de saqueo laboral en la región, donde vemos niveles récord de informalidad, un aumento exponencial de la tercerización y, más recientemente, el fenómeno de la uberización del trabajo. Se trata de distintas formas de explotación desenfrenada que deben ser combatidas con independencia política, con un programa que defienda plenos derechos para los trabajadores y busque romper con la fragmentación de nuestra clase, unificándola, enfrentando a las burocracias sindicales y buscando imponer un verdadero frente único obrero que coloque a esta clase como sujeto hegemónico y respuesta política al curso capitalista en América Latina.
La clave es no perderse en el marasmo. Una estrategia antiimperialista que se exprese en un programa que ataque los problemas más fundamentales del capitalismo en América Latina, que busque responder con la independencia política de la clase obrera y que ponga a la ofensiva las ideas socialistas.
En una de sus últimas obras, que como siempre tuvo una forma muy hermética, Hegel escribió en un pasaje, esta vez de forma casi popular pero aún con un contenido dialéctico indispensable, que "la verdad no se encuentra en la superficie". Decía también que el reto de la dialéctica era estar consciente del movimiento de transformación del actual estado de cosas en su opuesto. Quienes luchan por la revolución socialista en México deben estar conscientes de estas observaciones.
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