Esta semana comienzan los exámenes del primer cuatrimestre en numerosas universidades españolas y se reabre el debate de cuál debería ser la forma de evaluación del estudiantado en general y, especialmente, bajo estas difíciles circunstancias de pandemia y crisis económica.

Irene Olano Madrid
Jueves 7 de enero de 2021
Foto: estudiantes aglomerados para los exámenes en la Facultad de Farmacia de la UPV/EHU. Twitter
El rectorado de la Universidad Autónoma de Madrid informó hace algunas semanas que, pese a que la docencia ha sido mixta (la mitad de la docencia ha sido presencial y la mitad online) los exámenes se harían de manera íntegramente presencial para evitar el posible fraude.
Pero lo que es un fraude es el mismo sistema de exámenes que, siendo injusto en condiciones normales, se vuelve absurdo en época de pandemia. Algunos estudiantes en redes sociales llevan días denunciando la contradicción entre promover la docencia online durante todos estos meses a la par que se exige presencialidad en los exámenes, en muchas ocasiones en aulas con pésimas condiciones de seguridad; mientras que otras sostienen lo que el estudiantado lleva décadas reclamando: el fin de la evaluación por exámenes. Este ha sido el caso de la Universidad de Murcia, que lleva siendo Trending Topic en Twitter varios días con e hashtag #NoOsImportamosUM, y de la Universidad de Valencia o del País Vasco, donde hemos podido ver imágenes de aglomeraciones los primeros días de exámenes.
La UPV: "los exámenes serán seguros"
La seguridad: pic.twitter.com/QVtsaFzl4r— Laura (@_martiinezlaura) January 7, 2021
Hay muchas alternativas posibles, que pueden ser debatidas entre estudiantes y docentes, desde una charla con el docente sin la presión de la calificación, hasta intercambios, proyectos o trabajos grupales, para culminar el proceso de conocimiento sobre la materia y la reflexión sobre ella, en vez de un examen que se basa en general en procedimientos de memoria, sin reflexión crítica.
Pero la universidad actual y sus sistemas de evaluación no busca enseñar, sino medir la obediencia, promover la competitividad y segregar a la población entre personas “con estudios” y personas sin ellos. Y esto no es sólo un problema que se dé de cara al estudiantado, sino que los propios requisitos para ser promocionado académicamente en la universidad, tener acceso a becas de investigación y conseguir mejores contratos se basan en la continua competitividad entre aspirantes.
Julia, una estudiante de máster que pretende empezar el doctorado el curso que viene nos cuenta que “los requisitos para obtener mejores puntuaciones para conseguir becas se basan en la cantidad de artículos en revistas de impacto y congresos a los que se ha asistido. Unas actividades basadas en la cuantificación y no en la calidad de trabajo y que son profundamente clasistas, porque no permiten a las personas que tienen que compaginar estudios con trabajo o con cuidados familiares acceder a este tipo de becas, porque no han tenido el suficiente tiempo para prepararse”.
De manera que los profesores y profesoras de universidad terminan siendo aquellos estudiantes que más tiempo tenían cuando eran estudiantes, aquellos que no tenían problemas económicos, aquellos con acceso a sitios amplios y tranquilos de estudio, etcétera, perpetuando el sistema de clases de la universidad y generando una casta universitaria alejada de los intereses del estudiantado y de la sociedad en general.
Ante la situación de pandemia, que ha obligado a forzar la imaginación de las autoridades universitarias, las soluciones que se han dado han tenido más bien que ver con el control del estudiantado que con la mejora de la calidad de la enseñanza y ya ni hablemos de pensar cómo la universidad podía aportar a la crisis socio-sanitaria. La brecha digital, que según el Ministro de Universidades Manuel Castells no existe (aunque él mismo terminó reconociendo que sí) ha obligado a muchos estudiantes a abandonar sus estudios y ha provocado un desmejoramiento enorme de la calidad de la educación universitaria. Un informe de la OIT de agosto del año pasado señalaba que estudiantes de todo el mundo habían visto como la calidad de su educación empeoraba sensiblemente, ya que en la práctica totalidad de las universidades del mundo se ha aplicado el mismo sistema de combinación entre la docencia online y el incremento de las exigencias hacia el alumnado.
El mejor ejemplo de cómo las universidades no han sabido adaptarse a la situación de pandemia, que habría exigido de un incremento de recursos y profesionales para hacer de las instalaciones un lugar seguro, lo vimos en el último periodo de exámenes, entre mayo y julio de 2020, cuando hubo grandes protestas en redes sociales por la forma en que se estaban desarrollando los exámenes y comenzaron las reivindicaciones por el apto general. Como vimos ya entonces, cambiar los exámenes al formato online tampoco puede ser la solución. Lo que es urgente es terminar con la misma evaluación por examen, que no es funcional a un modelo de universidad basado en la educación, sino al actual basado en la competitividad y el triaje.
Durante este curso, como denuncia Raúl, un estudiante de 2º y representante estudiantil de Revoluciona tu Universidad, lista impulsada por Contracorriente, las plataformas virtuales (en este caso Moodle), que son la principal herramienta que permite el trabajo desde casa de los estudiantes, lejos de mejorar su rendimiento, éste ha continuado igual o incluso peor. Raúl destaca que “se exige el mismo esfuerzo económico a los estudiantes, porque las tasas no han bajado, pero la universidad no está haciendo ese esfuerzo económico para actualizarse y adaptar suficientemente la docencia”. También señala que sigue habiendo poquísima ayuda para conseguir textos fuente y manuales, lo cual en un curso en el que el acceso a la biblioteca está tan restringido, se vuelve particularmente problemático.
Julia añade que lleva tres meses tratando de sacar un libro del depósito de la biblioteca de Humanidades, porque el ya mermado servicio, se ha visto muy afectado por la pandemia y se tardan días en conseguir algunos libros que, además, si no se pueden ir a recoger el día que han sido subidos al vestíbulo de la biblioteca (cosa que puede ocurrir porque esa semana no toque docencia presencial) se pierden y hay que volver a pedirlos. La biblioteca es precisamente uno de los ejemplos de las consecuencias de recortes y precarización de servicios anterior a la pandemia, aún más graves en estas circunstancias.
Un ejemplo de cómo a las universidades parece más importarles controlar al alumnado que mejorar en la calidad de la docencia lo vemos en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid donde, según denunciaba el catedrático de sociología Luis Enrique Alonso en unas jornadas sobre digitalización que se celebraron en diciembre en dicha universidad, se había empezado a invertir en algoritmos que controlaban la atención de los estudiantes que se encontraban siguiendo las clases on-line, en lugar de comenzar un cuestionamiento sobre por qué ha descendido la atención en las clases (lo cual sería admitir que es necesario un replanteamiento profundo de la docencia).
Miguel es estudiante de 4º y señala que uno de los problemas de que sus exámenes sean totalmente presenciales que ni siquiera parte del profesorado va a poder asistir a ellos porque son población de riesgo ante la covid-19, y menos aún resolver las dudas referentes a los exámenes. “Es absurdo – señala – porque hay profesores a los que no hemos visto en el transcurso de las asignaturas y hemos ido muy poco a clase incluso en las asignaturas donde la semi-presencialidad ha sido exitosa (que no han sido todas)”. Añade que no han dado ni la mitad del temario en algunos casos y cuando sí se ha dado ha sido a costa de que los estudiantes llegasen a entender parte del mismo.
Juan, estudiante de 2º, nos cuenta que en algunas asignaturas los exámenes han sido sustituidos por trabajos, pero por la buena voluntad de los profesores, no porque existiera ningún tipo de plan por parte de los decanatos y el rectorado. Esta falta de organización también ha repercutido negativamente en la capacidad de organización de los estudiantes, porque en algunas asignaturas “no hemos sabido cuándo era el examen hasta hace muy poco tiempo”.
“No se puede pretender que tengamos los exámenes presenciales en aulas atestadas cuando la excusa para la semi-presencialidad han sido cuestiones sanitarias”, señala también Miguel, “y menos teniendo en cuenta que en mi facultad empezamos los exámenes todos los grados a la vez”.
Además, hay malestar con respecto a la toma de decisiones: “Se nota que no nos han consultado a las y los estudiantes para tomar las decisiones”, afirma Alejandra, también representante estudiantil de Revoluciona tu Universidad. “No nos sorprende, como denunciamos desde hace tiempo, la universidad es profundamente antidemocrática y los estudiantes apenas tenemos voz en los organismos de gestión. Es algo que no podemos tolerar, y menos en esta situación, en la que las decisiones sobre la docencia y los exámenes las deberíamos tomar profesorado y estudiantes de manera democrática con asambleas de cada curso”.
Lo que está en juego con la crítica a los exámenes es una crítica de conjunto a una universidad antidemocrática que funciona cada vez más como herramienta al servicio de los intereses del capital, como vemos en la continua injerencia de las empresas en los planes educativos o los sistemas injustos de evaluación. Exigir el fin de los exámenes y cuestionar todo el sistema educativo de la universidad neoliberal es una herramienta con la que pretendemos, como se pretendía en las protestas de mayo del 68 francés, “pasar del cuestionamiento de la universidad de clases al cuestionamiento de la sociedad de clases”.