El acuerdo firmado el 8 de marzo entre la Unión Europea y el gobierno de Erdoğan con el fin de desalojar las fronteras de Europa de refugiados, pretende convertir el suelo turco en un gran campo de prisioneros.
Viernes 11 de marzo de 2016
Foto: Antonio Litov / ID
El acercamiento de Turquía a la Unión Europea se hace jugando con miles de vidas: se usan a los refugiados como moneda de cambio. Erdoğan le pide a Europa 6 mil millones de euros y unos cuantos tratos de privilegio con la UE; Europa pide el suelo turco para desplazar todo lo que la ella no quiere; una deportación masiva.
Poco queda para sorprenderse en estos años de crisis de los refugiados, incluso es poco impactante que la misma UE no tenga ningún problema en tratar con tiranos como Erdoğan, conocido por sus métodos represivos contra los trabajadores, los estudiantes, las organizaciones feministas y los diversos pueblos oprimidos en Turquía como los kurdos. La UE a la hora de firmar acuerdos, es capaz de hacer la vista gorda tantas veces como haga falta; una situación similar es la que mantiene con Israel.
Por otro lado, los refugiados siguen sin llegar. Al Estado Español han llegado tan solo 18 de un total de 16.000 personas, cifra acordada por el plan especial de reparto de la Comisión Europea el pasado septiembre. Pero la interpretación de la realidad es más cruda aún. La realidad es que no quieren que lleguen, no quieren darles asilo. Los diferentes gobiernos europeos han hecho mendigar frontera tras frontera a miles de familias a través un invierno crudo, la represión policial, las enfermedades, la usurpación de sus bienes. Algunos gobiernos europeos como el de Hungría han generado un clima tan hostil a los refugiados como la misma guerra de la que huyen.
Su mensaje es claro: no vengáis por Europa, como afirmó recientemente Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, quien se ha estado paseando cínicamente por diferentes países europeos pidiendo que se pongan en marcha las cuotas de reparto de inmigrantes a la vez que se firman los acuerdos con Turquía.
Solidaridad ayer y hoy
La crisis de los refugiados tampoco ha dejado a miles de europeos indiferentes. En este escenario catastrófico, conviene recordar que ha habido numerosos actos solidarios e iniciativas por parte de trabajadores, estudiantes, cooperantes, a lo largo de Europa, como puede verse en las redes sociales y medios alternativos. Recogidas de ropas y alimentos; la labor humanitaria de los cooperantes en tierra, en alta mar y de otros miles que de forma anónima y desinteresada se han puesto manos a la obra para dar ayuda y cobijo a quienes huyen de la guerra.
Pero hace falta más. Una organización efectiva de los trabajadores junto al resto de sectores populares debe imponerse y tumbar las políticas de xenofobia y al neoliberalismo de la UE, la cual está más preocupada de contentar a la extrema derecha que tiene mucho peso en los diversos gobiernos de la Unión. Se debe confluir hacia una alianza capaz de llevar a cabo una huelga y alentar un boicot económico al gobierno de Turquía y que sea capaz de tirar abajo toda esta brutal política migratoria xenófoba implementada por la Unión Europea.
La imposición del capitalismo, la xenofobia y la insolidaridad no puede vencer la memoria de los miles y miles de luchadores y luchadoras antifascistas y antiimperialistas que tuvieron en el viejo continente su expresión más noble de resistencia en la II Guerra Mundial. Retomar las viejas banderas de lucha antifascista junto a un renacido grito de internacionalismo y solidaridad puede ser un buen comienzo. Los refugiados sirios nos están dando una oportunidad de poner algunos valores en práctica.