Celeste Murillo @rompe_teclas
Sábado 8 de noviembre de 2014
Todas las mujeres en algún momento de su vida soñaron con ser princesas. O, mejor dicho, a todas las mujeres en algún momento de su vida les han dicho que deben soñar con ser princesas.
Esto no quiere decir que el sueño de la princesa no cambie y se transforme. De hecho, el “ser princesa” poco tiene que ver con heredar un reino feudal en un mundo moderno. Y aunque se modernizó, en esencia sigue apoyándose sobre dos pilares: el objetivo de final de encontrar el amor romántico y el estereotipo patriarcal de conducta femenina.
Disney (hoy Disney Pixar) es una de las empresas con mayor trayectoria en la industria de princesas. Durante más de 75 años, Disney creó trece protagonistas femeninas, incluso durante décadas en las que las mujeres no aparecían ni por asomo en las películas. Cenicienta, de 1950, fue uno de los primeros éxitos encabezado por un personaje femenino.
Algunas visiones destacan un mérito en el hecho de que Disney haya masificado el protagonismo femenino en su versión de los cuentos de hadas tradicionales. Y que en realidad, mujeres plebeyas como Cenicienta se “empoderan” y triunfan, mientras los varones son “premios”, objetos, que ni siquiera tienen nombre. Aunque puede haber una parte de verdad, esta visión ignora los estereotipos y valores que se refuerzan y la imagen femenina que se construye.
Las imágenes de las princesas se modifican ante el riesgo de quedar obsoletas. Disney atravesó su propia “crisis de princesas” y se vio obligada a una transformación, porque las nuevas generaciones de mujeres, educadas en los años del movimiento de liberación sexual y el feminismo, no aceptaban de buena gana que sus hijas se empapen de imágenes tan anacrónicas.
Durante los años 1990, Disney experimenta una transición con Ariel (La Sirenita), con un perfil femenino más moderno y “realista”. No por eso, Ariel deja de encarnar la mujer cuyo único objetivo en la vida es encontrar el amor de un varón (esa combinación logra el boom comercial). Ariel, Bella, Jasmine y sus herederas, actualizan las conductas femeninas, pero siguen alimentando el mismo estereotipo, especialmente el amor romántico, que en todas las películas (no solo las de Disney) es heterosexual, único y para siempre.
La última generación de princesas, como Mérida, Elsa o Anna, también intenta ponerse a tono. ¿Pero significa esta transformación algo más que una estrategia para seguir siendo parte de un mercado que cambia? En solo dos meses Frozen recaudó 1.010 millones de dólares en cines, y casi mil millones de dólares más en ventas de DVD. Y a menos de un año del estreno, se vendieron solo en Estados Unidos 3 millones de disfraces de Elsa y Anna. No por nada, Frozen es la nave insignia de la división Disney Animation luego de la compra de Pixar en 2006.
Los cuentos, los juegos y cualquier otro producto cultural hablan de la sociedad en la que vivimos, y refuerzan más o menos sus valores y estereotipos. Los roles de género y los estereotipos de belleza o conducta responden (salvo excepciones) a los valores occidentales, donde el ideal femenino se traduce en ser blanca, heterosexual, delgada y joven. Por eso no hay princesas gordas, reinas lesbianas, duquesas transexuales, y en su mayoría las protagonistas son blancas y jóvenes. Todos los modelos condensados en los personajes funcionan como engranajes de la reproducción de roles esperados en la sociedad.
Los pocos “cambios” que se filtran en esos productos culturales se corresponden con las pequeñas ampliaciones, reconocimientos y concesiones de las democracias capitalistas (donde se crean la mayoría de estos productos, sobre todo en Estados Unidos). Y aunque se han incorporado imágenes “diversas” como princesas afroamericanas o nativas norteamericanas, el cambio solo avanza en la medida que le permite a la industria del entretenimiento seguir siendo un negocio viable, es decir, generar ganancias.
Es lo que explica que aunque haya representaciones más acorde con la realidad de las mujeres en el S XXI, los cuentos, las películas y los juegos siguen alentando los mismos roles. Existen juguetes y literatura alternativos, pero es muy difícil competir con los gigantes del consumo infantil masivo.
En la era de la diversidad sexual, con la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, o países como Argentina que reconocen la identidad de género autopercibida, aunque hay más variedad de juguetes, nunca estuvieron tan generizados. Incluso la marca Lego, que se había caracterizado por crear juguetes sin distinción de sexo, lanzó por primera vez en 2013 una línea para niñas (Friends) con piezas rosas y temáticas “femeninas”. Al contrario de lo que puede parecer a simple vista, habla de un reforzamiento de la generización de la infancia que segmenta cada vez más los juegos para varones y mujeres.
Los clásicos no mueren, dicen; los estereotipos tampoco. Por eso, aunque las princesas se hayan aggionardo, Cenicienta sigue siendo popular y muchas niñas siguen jugando a encontrar al Príncipe Azul (aunque su camino, jueguen a batallas propias). La industria del entretenimiento infantil sigue siendo una fábrica de princesas para la pantalla y una fábrica de súbditas, eso sí más diversas y modernas, para la vida real.