El 21 de abril se dio a conocer que con 3 mil 185 casos de COVID-19 en etapa activa (según informe de José Luis Alomía, director general de epidemiología de la Secretaría de Salud), México pisó por fin la fase tres, que implica un elevado riesgo de contagio para la población.
Miércoles 22 de abril de 2020
Las medidas empleadas por el gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo, son altamente indiferentes a la realidad cotidiana de la clase trabajadora, principiando por la ordenanza de permanecer en aislamiento y no salir a las calles salvo para comprar comida, medicinas y productos de primera necesidad. Manifestó que los comercios dedicados a una actividad distinta a la venta de alimentos, medicinas o artículos de primera necesidad también deben cerrar.
Si no tenemos garantizado el acceso a licencias monetarias para cubrir la canasta básica siquiera, si los despidos se pueden contabilizar en miles, si el precio en promedio de un cubrebocas va desde los cinco hasta los doce pesos y si el sesenta por ciento de la población vive al día de trabajos informales, ¿cómo se espera que se cumpla exitosamente el aislamiento?
En un segundo plano, del Mazo expresó las medidas que se tomarán en cuanto a transporte, como la aplicación del Hoy No Circula en la zona metropolitana del Valle de México y el valle de Toluca, además de que el Mexibús y el Mexicable, así como el transporte público concesionado, operarán al 50% de su capacidad para mantener la sana distancia entre los usuarios.
Se han implementado medidas para reforzar la estadía en casa, pero jamás medidas para detectar los casos de coronavirus para darles atención y seguimiento (como TEST masivos), ni tampoco medidas para recomponer la situación de carestía que enfrenta la población, ni para salvaguardar la economía de los trabajadores de industrias no esenciales (como prohibición de los despidos y licencias de sueldo pagadas al 100%, así como subsidios económicos para las personas que trabajan en la informalidad) y mucho menos para dotar de presupuesto e insumos abundantes a los trabajadores del sector salud.
Por otra parte, el Diagnóstico situacional de las poblaciones callejeras 2017-2018, realizado por la Secretaría de Desarrollo Social de la capital, reveló que 22.26% de la población en el Edomex se encuentra en situación de calle. Mientras el presupuesto se agota en mantener a las fuerzas armadas en las colonias, los icónicos “pepenadores, vaguitos y teporochos”, hacinados en esquinas, permanecen como un enorme foco de contagios, pero también como un síntoma inhumano de la estructura social que orilla a miles a escoger entre comer o hacer la cuarentena y a otros miles a morirse enfermos y además, sin casa.
Detrás del consabido discurso de “¡Quédate en casa!, si hacemos la cuarentena, todos juntos venceremos al coronavirus, evitemos el contacto con otras personas, etc”, se esconde un decreto sutil pero absoluto: depositemos la confianza en las instituciones –aunque éstas nos hayan demostrado una y otra vez que no les interesamos más que para trabajar más rápido y morirnos más lento-, obedezcamos sin rechistar y vamos a estar muy bien.
Se han instaurado, además, ideas como la de la solidaridad nacional, que dentro del mandato de la 4T, convierte la crisis sanitaria en una cama de clavos, en la que todos sin distinción, padeceremos lo mismo y por lo tanto, estaremos igualmente a salvo, en lugar de dejar ver la mezquindad con la que se maneja el Estado respecto a atender la pandemia.
Lo anterior no solo es muestra de que se pretende responsabilizar por completo a la población de las consecuencias que la pandemia tenga en México, sino que además se quiere eliminar la pertenencia de clase del imaginario colectivo, a la vez que se divide a la propia clase trabajadora; asumir que si nos encerramos siete meses en casa independientemente de las condiciones materiales de cada quien, nos vamos a salvar de contraer la enfermedad, es liberar de toda carga social al Estado. Pensar que todos sin excepción podemos acceder al encierro, es diluir las dificultades económicas de la mayoría e ignorar los privilegios de la clase dominante.
Después, si se elevan los contagios, podríamos perfectamente culpar de ello a quienes no usan cubrebocas o a los “inconscientes” que salen a la calle para trabajar, en lugar de responsabilizar al Estado que se ha mostrado renuente a presentar alternativas para los trabajadores y la juventud. Finalmente esto trae como resultado una importante segregación entre los que formamos la base de ésta pirámide.
Es, en el fondo, la manera de decirnos que, pese a que el gobierno se niega a cobrar impuestos a las fortunas de Carlos Slim o Germán Larrea, la culpa es completamente individual. El aislamiento es, ante todo, la excusa para desmantelar cualquier intento de organización que pueda tener el proletariado.
Por ello te invitamos a que leas estas Diez medidas a favor de los trabajadores para enfrentar la crisis del COVID-19 y nos contactes para saber tus opiniones y dudas.
Hacerle frente a la pandemia desde un enfoque de clase es una necesidad y una iniciativa que debe venir desde abajo.