Después de la contraofensiva exitosa de Ucrania -con la ayuda esta vez directa de los servicios secretos norteamericanos- de los días pasados, el margen de maniobra interno y externo de Putin se reduce. Movilización parcial de reservistas y amenaza nuclear. En una nueva fuga hacia adelante, el presidente ruso juega su futuro.
Miércoles 21 de septiembre de 2022 18:05
El presidente ruso declaró la movilización parcial, que debería llevar a 300.000 militares rusos adicionales a Ucrania, de forma gradual, tras el entrenamiento y "según sea necesario", en palabras del ministro de Defensa Sergei Shoigu. A su vez, el jefe del Kremlin confirmó la luz verde a los referendos en las autoproclamadas repúblicas de Donec’k y Luhans’k y en las regiones de Kherson y Zaporižja, territorios sólo parcialmente controlados por el ejército ruso.
Putin también acusó a Occidente de "chantaje nuclear" y de querer destruir a Rusia, y añadió: "Utilizaremos todos los medios a nuestro alcance para defendernos".
Esta escalada guerrerista responde a las crecientes dificultades en el terreno de las tropas rusas, a la vez que al estrechamiento de la base política interna y al extranjero de Putin. A nivel militar, el ejército ruso acaba de sufrir un gran revés en la región de Kharkiv, después de haberse mostrado incapaz de tomar Kiev en los primeros días de la guerra, así como de hacerse con todo el Donbass durante el verano.
Estos reveses, han radicalizado a nivel interno a la franja guerrerista más radical, que no duda en blandir el arma atómica para evitar una eventual derrota. "Tendremos que aplastar y destruir a Ucrania [...] aunque tengamos que demoler todas las fábricas que hemos construido y envenenar toda la tierra negra, aunque tengamos que cortar los tendones de nuestra economía y perder a muchos de nuestros mejores jóvenes", afirma el comentarista político nacionalista Yegor Kholmogorov en un post publicado el sábado 17 de septiembre, añadiendo que una guerra nuclear mundial es "preferible a una victoria ucraniana”.
Después de la exitosa contraofensiva ucraniana, el líder checheno Ramzan Kadyrov criticó la estrategia militar. "Si hoy o mañana no se producen cambios en la conducción de la operación especial, me veré obligado a hablar con los dirigentes del Ministerio de Defensa y del país para explicar la situación real sobre el terreno", advirtió en un mensaje de audio publicado en Telegram. Este viejo aliado de Vladimir Putin también anunció el regreso de sus unidades de élite al frente.
Esta presión de las franjas más nacionalistas representadas tanto en la cúpula del ejecutivo como en el parlamento, que lleva semanas acusando al presidente ruso de exceso de prudencia amenaza la unidad de las élites rusas. Es que, como dice la investigadora Tatiana Stanovaya en un análisis publicado en el sitio web de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional: "Putin no ve a los activistas pro-guerra como oponentes ideológicos que actúan en interés de los enemigos externos. Considera que sus protestas son legítimas y patrióticas, lo que reduce el margen de maniobra de los siloviki, encargados de aplastar la disidencia”. Según la misma analista estas críticas podrían constituir "uno de los más serios desafíos políticos para el Kremlin desde la destrucción de la oposición liberal".
Pero al mismo tiempo, la movilización parcial de las reservas en lugar de desplegar el ejército de reclutas, y exceptuando expresamente a los estudiantes según aclaró el ministro de defensa después del mensaje de Putin, responde a que el presidente ruso no quiere perturbar la vida de la amplia mayoría de la población, por el momento indiferente a la guerra. Es que una movilización nacional completa sería terriblemente impopular en Rusia. Por el momento, aunque la guerra ha sido un desastre, la mayoría de los rusos se han librado de sus peores efectos.
Como explica el director del Observatorio franco-ruso, Arnaud Dubien: "En efecto, el amo del Kremlin debe combinar ’dos imperativos’: calmar a los radicales, muy disgustados por los recientes fracasos militares en Ucrania, y tranquilizar a la mayoría silenciosa, indiferente a la guerra”. Este doble requisito lo pone en una situación precaria, como dice el politólogo ruso Greg Yudin en un reciente artículo de Mediapart: "La situación actual pone a Putin en una posición precaria, porque depende tanto del compromiso de los radicales como de la pasividad de la mayoría, lo que le obliga a hacer dos discursos contradictorios: uno sobre una guerra existencial y otro sobre que las cosas funcionan como siempre”.
En el plano internacional, fue visible la irritación del presidente chino Xi Jinping filtrada en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) de la semana pasada. En el mismo encuentro, el primer ministro de la India, Narendra Modi, soltó que "no son tiempos de guerras", a la vez que el juego en varios frentes del presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, ha llegado incluso a exigir la devolución de Crimea a Ucrania.
Con el 20º Congreso del Partido Comunista chino previsto para el 16 de octubre, Xi Jinping señala los marcos precisos de la amistad "sin límites" con Rusia. China no tiene intención de renunciar a la sintonía con Rusia en los grandes temas del orden mundial ampliamente desequilibrado a favor de los intereses norteamericanos y occidentales según su visión compartida, pero se cuida bien de no aportar ninguna ayuda militar concreta o la elusión abierta de las sanciones.
Las distintas potencias que estuvieron en reunidas en Uzbekistán la semana pasada evitan a su vez condenar a Putin, pero ciertamente no acudirán a su rescate, salvo comprando energía y materias primas a precio de remate y colocando mercancías en el enrarecido mercado ruso.
En este marco de creciente aislamiento en el frente interno y debilitado en el terreno internacional, Putin juega a la escalada. El aumento de su apuesta militar, delata el carácter arriesgado y urgente su maniobra, que pretende invertir la dinámica desfavorable en el escenario de la guerra y aprovechar los temores de una ampliación del conflicto para llegar quizás a las negociaciones desde una posición de menor debilidad, si no de fuerza.
Su objetivo es poner a Occidente en una encrucijada, ya sea aceptando las nuevas anexiones como un hecho consumado o seguir armando a Ucrania para ayudarla a recuperar territorios que Moscú consideraría ahora rusos. Escalada que va a ir preparándose en los próximos meses (para los 300.000 reservistas con experiencia de combate previa, se prevé un periodo de formación de 3 a 6 meses; por tanto, las fuerzas frescas no podrán estar operativas en el campo de batalla antes de 2023), un periodo de tiempo precioso donde los gobiernos occidentales van a tener que lidiar con los primeros fríos y los efectos sociales de la crisis energética.
Para los “halcones” militaristas estamos frente a un giro: desde hace varias semanas, venían reclamando esa escalada militar, diplomática y ahora un ultimátum a Occidente. El lunes, tras el anuncio de los referendos de las regiones pro rusas, la directora del canal RT, Margarita Simonian, se regocijó: "A juzgar por lo que está ocurriendo y lo que está a punto de ocurrir, esta semana marca la víspera de nuestra inminente victoria o la víspera de la guerra nuclear". La realidad es que a pesar de los intentos de Putin de no desestabilizar su frágil frente interno, la continuidad y la lógica implacable de la guerra está empezando a acercar la guerra a casa y a generar una polarización en la sociedad rusa.
Como explica el antes citado, Greg Yudin: "Los radicales están enfadados con los pasivos que siguen su vida con normalidad mientras las tropas mueren por la supervivencia del país frente al asalto de la OTAN. Los pasivos están enfadados con los radicales que intentan politizar sus vidas, por ejemplo, introduciendo propaganda bélica en las escuelas", según dice este experto en opinión pública rusa. Es así, que, desde el 1 de septiembre, se ha introducido un nuevo curso semanal de patriotismo en todas las clases, lo que ha provocado el descontento de muchos padres y profesores.
La fuga hacia adelante de Putin, el anuncio de una movilización, aunque sea parcial y la radicalización de los sectores más guerreristas, tal vez termine por romper el pacto implícito establecido entre las masas y el poder, donde las primeras consienten la autocracia a cambio de estabilidad después de los catastróficos y traumáticos años 1990 y despertar a las masas rusas de los costos onerosos de esta guerra reaccionaria. Esto podría ser el fin de Putin.
Juan Chingo
Integrante del Comité de Redacción de Révolution Permanente (Francia) y de la Revista Estrategia Internacional. Autor de múltiples artículos y ensayos sobre problemas de economía internacional, geopolítica y luchas sociales desde la teoría marxista. Es coautor junto con Emmanuel Barot del ensayo La clase obrera en Francia: mitos y realidades. Por una cartografía objetiva y subjetiva de las fuerzas proletarias contemporáneas (2014) y autor del libro Gilets jaunes. Le soulèvement (Communard e.s, 2019).