El oficialismo celebra haber evitado una derrota mayor. Una vara demasiado baja cuya única finalidad es sostener un discurso malmenorista que, en términos de política práctica, termina a los pies del FMI.

Eduardo Castilla X: @castillaeduardo
Lunes 15 de noviembre de 2021 18:02
“Sombra final se perderá, ligera.
No nos une el amor sino el espanto;
Será por eso que la quiero tanto”
El soneto de Jorge Luis Borges planea sobre la política nacional. Espanto, pánico, temor. Variaciones de una misma modalidad: el Frente de Todos festeja haber evitado la catástrofe. Su catástrofe.
Ahí hay que buscar la razón de crípticos razonamientos como el de Victoria Tolosa Paz (“a nosotros nos tocó perder ganando, ellos pueden haber ganado perdiendo”). También el extraño y extravagante llamado de Alberto Fernández a “celebrar” un triunfo que no se produjo.
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Asomado al vacío de una derrota superior a la de las PASO, el oficialismo nacional encontró en la remontada bonaerense las razones para un festejo que no se condice con el conjunto del panorama nacional.
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Si se mira desde fuera podría parecer incomprensible la algarabía. Desde el punto de vista de quienes integran la coalición oficialista se explica y se justifica a pleno. ¿Alguien había olvidado la explosiva carta publicada por Cristina Kirchner el 16 de septiembre? ¿Alguien quería presenciar un nuevo minué de alocadas renuncias en el Gabinete?
Al Frente de Todos ya lo había unido el espanto una semana después de las PASO. Ese miedo concluyó con la jefatura de Gabinete para Juan Manzur. Sin embargo, la imagen de una catástrofe aún peor no podía dejar de evocarse. Razones no faltaban.
En el terreno de la economía, aquello que la oposición de derecha calificó -en el lenguaje gorila que tan bien habla- como “plan platita” terminó funcionando como una suerte de placebo. Un engaño, con más efectos discursivos que reales sobre la vida de las grandes mayorías. De las palabras altisonantes que siguieron a la caótica noche del 12 de septiembre no quedaron más que algunas sílabas. En términos numéricos, el gasto implementado alcanzó niveles irrisorios. De allí lo precario y vacío de la épica desplegada por los candidatos y candidatas del oficialismo.
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La épica montada alrededor del congelamiento de precios fue incapaz de remediar el agudo problema de la inflación. Los durísimos números del Indec en relación a octubre confirmaron el exceso de palabras que recorre las oficinas de Roberto Feletti.
Todo pareciera indicar que la remontada contó con una cuota importante de otro tipo de espanto: aquel que producen Macri y el macrismo en los millones de habitantes que pueblan el conurbano bonaerense.
Algunas ideas sueltas sobre lo que dejaron las elecciones de ayer (abro hilo):
— Fernando Rosso (@RossoFer) November 15, 2021
Resulta claro que el Frente de Todos podía esperar un resultado aún más dramático que el de hace dos meses. El mensaje grabado de Alberto Fernández en la Quinta de Olivos lo confirma. Emitido cuando aún los resultados estaban abiertos en Provincia, lleva las marcas de una derrota aceptada; el tono de la resignación y el fracaso. Ese llamado a un acuerdo nacional estaba demasiado preanunciado. Tanto que no hizo falta esperar el final del conteo provisorio.
En el anuncio del fantasmagórico “Programa económico plurianual para el desarrollo sustentable” se cifra otra clave de esa derrota prevista: la re-confirmación del aval de Cristina Kirchner a la negociación con el Fondo Monetario Internacional. Esa sola línea del presidente dice más que los largos silencios de la vice y tanto como su ausencia en el bunker frentetodista. Confirma que, aún con eventuales matices y rispideces, lo que está sobre la mesa es la opción de someterse a los dictados del organismo internacional.
Señalemos que la retórica presidencial hace agua con solo mirarla fuerte. Si, en la negociación con el FMI, el ajuste se puede evitar a futuro ¿por qué no se pudo evitar en el pasado inmediato? ¿Por qué se decidió a atacar los ingresos de millones de jubilados? ¿Por qué eliminar el IFE cuando la pandemia seguía golpeando a trabajadores y trabajadoras informales? ¿Por qué desalojar a familias pobres, como en Guernica, y no tocar los intereses de los grandes bancos?
Haber evitado la catástrofe electoral le otorga al Frente de Todos cierto margen para sentarse a continuar esa negociación. Sin embargo, la idea de que se podrá procesar un acuerdo sin ajuste no responde a ningún parámetro de la realidad. La dureza del Fondo Monetario en las últimas semanas es la que viene impidiendo cerrar un acuerdo que el Gobierno desea y requiere como el oxígeno.
¿Una esperanza llamada 2023?
En Argentina la política transcurre a feroces velocidades. La coyuntura tiene la duración de lo efímero. Sin embargo, como reza la frase, es el país donde todo parece igual 20 años después.
No vayamos tan atrás en el tiempo. Tan cerca como en 2018, el Frente de Todos patentó aquella célebre fórmula de “Hay 2019”. Funcionó como la argamasa de la unidad peronista, hoy resentida por los golpes electorales. Fue el cemento que permitió la doliente unidad entre Massa, CFK y Alberto Fernández. Aquel ungüento que vino a estructurar en un espacio único aquello que aparecía estallado desde un lustro antes.
Desde diciembre de 2019, esa precaria entente se puso a prueba, sufrió cortocircuitos y tensiones. La “unidad hasta que duela” resultó mucho más que una metáfora política. A parte del progresismo, con seguridad, le deben haber dolido Facundo Astudillo Castro y Guernica. A muchos y muchas, probablemente, les duele Berni, ese ministro eternamente respaldado por CFK y Kicillof.
Ese malestar permeó más de una vez en los medios afines al oficialismo. Recorrió cadenas de mensajes e hilos de tuits. Se volvió editoriales y proclamas. Y lo sigue haciendo. Hoy, a horas de la derrota que se lee como triunfo, no faltan los voceros de un utópico plan económico que contemple atacar los intereses de los poderosos.
Decimos "utópico" no por imposible. Sino por el sujeto -político y social- al que se le exige. Éste, puesto ante la necesidad de hechos, retrocede siempre ante el veto de hierro que constituiría la correlación de fuerzas. El bienio frentetodista presenta una corta sucesión de capitulaciones frente al poder económico. Pedírselas a horas de su segunda derrota en dos meses es confiar en la providencia.
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¿La doliente unidad se sostendrá mirando con esperanzas las elecciones presidenciales? ¿Habrá “hay 2023” para compeler -una vez más- a la forzosa unidad entre Manzur y quienes lucharon por conquistar el derecho al aborto?
Las preguntas están abiertas.
Por estas horas, cierta parte del kirchnerismo construye ese relato. Propone aprovechar la sobrevida para seguir construyendo el Frente de Todos.
Sin lugar para la resignación
Sin embargo, el horizonte del mal menor no tiene porque ser una opción obligada. Lo demuestra la gran votación que conquistó el Frente de Izquierda Unidad este domingo, logrando cuatro diputados nacionales, legisladores provinciales y concejales.
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Lo evidencia la potente campaña que cruzó el país, poniendo en movimiento la fuerza de miles de trabajadores y trabajadores, de jóvenes, de activistas y de militantes. Una gran campaña que, por ejemplo, logró romper los mecanismos fraudulentos del régimen de Gerardo Morales en Jujuy y llevar a Alejandro Vilca al Congreso Nacional.
El futuro que se acerca tiene los contornos de las grandes tensiones sociales. A fuerza de látigo y extorsión, el FMI intentará imponer su agenda de ajuste. La resistencia, tarde o temprano, está anunciada. En ese escenario crítico, la importante votación de la izquierda es una trinchera para pelear por organizar ampliamente a la clase trabajadora y los sectores populares. Una trinchera para unir la pelea de ocupados y desocupados, que -organizados democráticamente- se planteen enfrentar los ataques de Gobiernos y grandes empresarios. Para ayudar al despliegue de la energía de la juventud, del movimiento de mujeres, de luchadores y luchadoras contra la destrucción ambiental.
Esas potencialidades son las que apuesta a desarrollar el PTS -como lo ha hecho desde 2013- en el Frente de Izquierda. Al servicio de esta perspectiva estarán las bancas y lugares conquistados este domingo.
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Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.